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Inicio / Cuenteros Locales / Mariette / La Leyenda del Holandés Errante, capítulo 15.

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Capítulo 15: “Moutiny, Captain”.
Nota de Autora:
Ahoi a todo el mundo, Mariette Sparrow aquí… Bueno, primero que todo les agradezco la recepción que han dado al capítulo pasado. En aproximadamente 18 horas recibí 32 visitas al capítulo, lo cual me dejó gratamente sorprendida. Aún así lamento la demora para haberlo publicado.
Espero que este capítulo me resulte más fácil de escribir que el anterior, pues para ese tuve que investigar un montón sobre la cultura Tuareg y sobre los síntomas de la Esquizofrenia…
Por mientras, os cuento, dejaremos de lado al siglo XXI y a Ivanna para abocarnos directamente en el Evertsen.
Si no he actualizado pronto, es porque me he puesto a leer La Comunidad del Anillo (¡mi libro favorito, es excelente!) y no despego la vista hasta que se pone oscurito-oscurito el día.
Y, bueno, el tema del capítulo es “Mejor Morir en Pie”, de la genialísima banda de metal española “Tierra Santa”… Saludos desde… desde… mi castillo mental. Para aquellos que se terminen el capítulo: sí, la canción que aparece escrita es Namárië, autoría de JRR Tolkien para su capítulo “Adiós a Lórien”, no me pertenece.

-Moutiny, Captain-esas palabras aún resonaban en la mente de Sheefnek.
Esbozó su clásica sonrisa perversa, esa pérfida mueca capaz de causar tiritones a cualquiera. Así que eso era lo que el inglés tenía que decir acerca de su traidora práctica, ¿ah? Interesante…
-A ver de qué cuero salen más correas-dijo.
Los pocos hombres que mantenían firme su lealtad al Contramaestre captaron completamente la idea. Un tenso silencio se formó alrededor. El silencio zumbó en los oídos de todos los presentes e invadió las mentes de cada uno. Bramaba advertencias aún más que el ruido más fuerte de todos. Gritaba los planes de los oponentes aún más fuerte que lo que lo hubiese hecho el sonido más poderoso de todos.
Y sin embargo, no oían nada. El vacío les envolvía por completo, de cabo a rabo. Y ahí estaban: sintiendo lo que no había y sin embargo existía.
John afirmó con la diestra su vieja pistola que estaba entre la camisa y el pantalón, y con la izquierda sostuvo un revólver que le habían facilitado los hombres del Evertsen. Caminó hacia el frente del batallón. Sus hombres retrocedieron tras él mirando fijamente a los de Sheefnek. Ni siquiera aferraron sus armas en un instintivo gesto de seguridad.
Se miraban a los ojos y pese que sus miradas revelaban la ira y el bloqueo mental previo a la batalla, se rogaban por no luchar. Ni siquiera tomaron las armas para defenderse. De nada valía. Los hombres de Sheefnek eran muchísimo más superiores en cuanto a armamento y estrategia a ellos. No había esperanzas, no… no las había…
… Pero por algo valía la pena luchar. Era mejor pelear y morir con dignidad. Luchar y gritar por una libertad que no iba a tardar en llegar, allá en el mar. No había esperanzas, pero ese motín era la libertad.
Liselot se puso de pie y se paró a la diestra del británico, un poco más por detrás que éste. Empuñó su espada y la desenvainó, dejándola baja, pero desenvainada. “La única causa perdida es la que se abandona…”, ese era su pensamiento. Nunca conocerían el resultado de la batalla si no peleaban.
Su metralleta colgada a la espalda. Sheefnek midió su mirada con la de la muchacha. No era la misma muchacha que había conocido, pero tampoco distaba demasiado de la antigua Liselot Van der Decken: viviendo de esperanzas inútiles y vacías que ella misma se infundía justo cuando veía que el mundo se caía a pedacitos sobre su cabeza.
Lodewijk se paró con dificultad. Caminó con la mayor dignidad que le fue posible hasta su ubicación. Siempre con la cabeza erguida. Todo el cuerpo empapado en sangre, cojeando, ardiendo en fiebre y viendo a través de sus ojos nublados el frenesí de la batalla. Con su alicaído cuerpo cubrió la retaguardia del lado izquierdo de John y con su metralleta colgada a la espalda esperó el destino final. “El último es el día por el que vale la pena vivir”, pensó.
¿Por qué Sheefnek no actuaba? ¿Tan pérfido era? ¿Qué sentido tenía no presentar batalla de inmediato? Tenía todo para ganar.
Aloin se puso en pie. Tembloroso. Su labio inferior tiritaba sin pasar y sus ojos se agrandaban de par en par. El miedo, la muerte. Conceptos aliados en aquel aciago y oscuro momento. Conceptos que no se cansaban de atormentar su cabeza.
Con miedo dejó su asiento, consciente de que probablemente nunca más volvería a tomar asiento en ninguna parte. ¿Por qué luchaba? ¡Por la libertad de la muerte! “Y si caigo, ¿qué es la vida?”, se preguntó justo antes de tomar posición detrás y a la derecha de Liselot.
Finalmente llegó el turno de Sheila. Anteriormente llamada “Soraya” por Dirck Sheefnek, su enemigo. Enemigo al que miró con toda la crudeza de la que fue capaz. Se puso de pie disfrutando el momento.
Era, a decir verdad, una de las pocas que estaba disfrutando del momento, quizás casi al nivel de John Morrison. Acostumbrada desde su adolescencia a las batallas y a la muerte, a ver a alguien y saber que mañana ya no estará, se puso de pie y caminó lentamente, disfrutando de la lentitud del momento.
Con su metralleta al hombro, su mirada amenazante, su postura determinada y su sonrisa perversa era casi comparable con las antiguas amazonas. “El descoronado será rey”, pensó con ironía, esbozando una sonrisa más perversa y sarcástica aún si era posible. Finalmente llegó a la retaguardia izquierda de Lodewijk.
Y el silencio cubrió el ambiente de forma asfixiante de nueva cuenta. Sólo el seco sonido de las botas contra el suelo metálico lo había roto, de una forma pesada en un comienzo y luego distrayendo a las gentes de la tensión previa a una batalla.
Un balazo resonó en el aire. Un grito, no desgarrador, sino sorprendido y estoico. Un golpe seco contra el suelo y el silencio, más desgarrador que el grito, hizo sucumbir todo rastro de cordura y racionalidad entre los amotinados y entre los leales.
Detrás de Sheefnek apareció un hombre que sobaba su pistola aún humeante. John miró de reojo al caído. No le dolió de forma profunda, no sintió miedo ante aquel anuncio; sin embargo, era la muerte de un hombre y más que mal le importaba. Definitivamente, eso no podía quedar así.
Otro anuncio más hizo sucumbir ante el terror a toda la gente que estaba dentro de la diminuta celda. Si la situación seguía así, iban a morir todos apretujados sin opción alguna a huir. ¿Qué esperaban? ¿La caída de un tercero para disparar y pelear? Se notaba a las claras que John no daba orden de hacer fuego porque los había traicionado… y ahí estaban ellos: esperando las órdenes de un líder que a ellos jamás iba a regresar.
Otra vez, John miró al hombre que disparaba detrás de su líder. ¿Por qué Sheefnek no había ordenado que le disparasen directamente a uno de los cinco líderes del motín? Era obvio que eso estaba concertado de antes, pero ¿por qué no hacer un buen plan y ya?
La mirada de Sheefnek se midió a la de John. ¡Qué feliz estaba! Había hecho caer y desesperar a la maldita sanguijuela adolescente que tenía en frente… ¿Matarlo de inmediato? ¿Matar a los cinco y ya? ¡¿Para qué?! No, definitivamente no… Mejor se divertiría un rato por el mal trago que le estaban haciendo pasar.
Sin miramientos y con rabia inaudita John disparó directo al pecho del hombre que se ocultaba detrás del Contramaestre. Un hombre ya era terrible, dos caídos era demasiado. Eran vidas humanas, ¿acaso ese idiota que tenía en frente no se daba cuenta?
Como era de esperarse, lo único que se escuchó fue la caída del hombre. De inmediato la celda comenzó a bullir como un panal a punto de explotar.
John se enfundó la pistola, desenvainó la espada. Miró fijamente a su oponente.
-¡Mejor en pie morir!-gritó con toda su alma.
Sin dudarlo, saltó adelante con la espada en la mano. Los amotinados lo siguieron sin dudarlo. El calabozo era un caos. La celda de John era bastante grande para ser una celda, de hecho era una celda para cinco personas, casi como un camarote de los grandes. Sin embargo se volvía estrecho a la hora de albergar tanta gente.
Sin lugar a dudas había sido suficiente con los amotinados apretujándose contra las paredes metálicas durante las Asambleas y viéndose obligados inextricablemente a abrir la puerta de la celda y reunirse también a los alrededores de ésta cada vez que se reunían para estar siquiera un poco más cómodos.
Pero trasladar toda la tripulación a ese espacio era algo casi imposible que volvía los habitáculos completamente diminutos.
Aprovechando el efecto que había surtido su grito: un completo desorden, John atravesó el cuello de uno de los mandamases de Sheefnek tras haber golpeado de forma frontal la garganta con la punta del arma.
Uno de los hombres del Contramaestre se preparó para dispararle, pero él pudo arrancarle la mano con pistola y todo con una certera estocada.
A cualquier persona que hubiese estado presente en ese momento como un simple espectador le habría dado la sensación de que eran dos ejércitos de la Era Medieval predispuestos a chocar en el fragor de la batalla.
Eso fue exactamente lo que pasó: los cinco líderes de los amotinados atacaron en punta y tras ellos el grueso de los rebeldes del barco. Corrieron los pocos pasos que tenían que andar hasta sus enemigos que les tapaban la entrada. Por su parte, los hombres de Sheefnek permanecieron inmutables ante ese suceso y apuntaron sus armas.
Mientras John peleaba dando el impacto de vanguardia, los hombres del Contramaestre apuntaron y dispararon a los amotinados que iban delante y cuando ellos cayeron, apuntaron y dispararon de nueva cuenta.
En apenas cinco segundos, el bando de los amotinados contaba con doce bajas, mientras que los leales echaban sólo dos en falta.
Misteriosamente, ni bala ni corte profanó los cuerpos de John, Liselot, Lodewijk, Aloin o Sheila; al menos no todavía. Ellos siguieron corriendo en punta y lanzando mandobles, abusando de su extraña suerte de seguir con vida a pesar de haber sido los que estuvieron más cerca del alcance de las balas.
Los amotinados estaban conscientes de que tenían que salir de inmediato de la celda. Pasaban los segundos y más y más de los suyos caían. ¿Qué más daba? Si se acercaban más de la cuenta a la puerta y al pasillo del calabozo, podrían darse por muertos por los hombres de Sheefnek, quienes defendían fieramente ese bastión. Pero, si cobardemente se quedaban donde estaban y no hacían ningún esfuerzo por pelear y salir, los leales seguirían disparando hasta acabar con todos.
Ambos grupos chocaron finalmente con fuerza. Los amotinados fueron contenidos a la viva fuerza, lo cual les hizo retroceder por mera inercia. Los balazos iban y los balazos venían. Ambos grupos se mezclaron los unos con los otros y de pronto no fueron sino un atadillo de armas, cuerpos y cadáveres vapuleados.
Esa instancia aprovechó Liselot y dos de los amotinados. Poco a poco habían comenzado a correrse hasta el lateral de la celda y cuando los dos bandos se mezclaron ya estaban del todo fuera. Corrieron hasta la puerta y golpearon hacia adentro a los dos custodios haciéndoles caer. Consiguieron salir hasta el pasillo.
Afuera había tres hombres de Sheefnek. Uno de ellos disparó derivando a uno de los acompañantes de Liselot. Los otros dos leales hicieron puntería, pero el otro amotinado que quedaba disparó. Uno de los leales cayó.
Estaban nuevamente a la par. La atención se centró en el acompañante de Liselot, quien cubrió el ángulo en que corría la joven, quien disparó a los dos rivales apenas estuvo bajo cubierto en el dintel de la puerta.

La única causa perdida es la que se abandona, trato de repetirme eso hasta que yo misma me lo crea. La verdad es que es la segunda batalla en la que me presento a pelear. Para ser mi segundo combate, debería ser mucho más fría. Pero no he cambiado. Hombres mueren, otros merecen morir.
La única causa perdida es la que se abandona y yo no abandono mis causas, no cuando recién están comenzando. Esta va por mal puerto, lo sé, pero nadie dice que tenga que terminar mal.
Y si termina mal… siempre hay esperanzas. Si no peleamos jamás podremos ganar.
Corro a toda velocidad, siento cómo me siguen. Vienen tras de mí. Ya no me dan las piernas de tanto correr, subir y bajar escaleras. Me agazapo contra un muro para tomar un respiro.
Aprieto contra mí la metralleta. Corren… puedo sentir las duras y apresuradas pisadas contra el piso metálico. Aparecen del otro lado del corredor y, sin dar tiempo de que me vean y hagan puntería, les disparo a traición.
Los dos leales caen. Ya no me siento tan cansada, sólo que un poco terremoteada. Tiempo atrás nadie hubiese dicho que Liselot Van der Decken pelearía, pero ¡ja! ¡Aquí me tienen! Nadie iba a decir que Naomie me enseñaría algo, pero ¡ja! ¡Ella era real! Nadie iba a decir que cumpliría mi sueño, ¡pero aquí estoy!
Corro a toda velocidad al puente de mando. ¡Auch! He chocado contra el basurero. ¡Qué asco! Huele pésimo y he chocado contra eso… ¿Por qué siempre me caigo con todo?
Me detengo a sacudirme toda la pestilencia que traigo encima gracias al basurero y a ponerlo en su lugar.
Oigo pisadas. ¿Qué será? ¿Qué puede ser? De veras que… ¡Ah! ¡Enemigos! ¿Por qué no salgo corriendo? Bueno… es que Lowie me enseñó que en estos casos hay que ser tan silenciosa como un gato. Creo que así estoy siendo ahora, caminando con el pie plano y en completo silencio, con las piernas extendidas.
Un paso, luego otro. ¡¿Con qué he chocado ahora?! Siento ruidos, corren tras de mí. Corro a toda prisa, ya no me sirve ser silenciosa. ¡Dos corredores más y llego! ¡Viva! Giro en el pasillo y espero.
¡¿Cómo van a demorar tanto?! Ya estoy por aburrirme de esperar y salir, cuando pasan. Dejo que pasen de largo y les disparo. Dos caídos más de Sheefnek.
Corro por el costado de los cadáveres. ¡Me he caído otra vez! ¡Argh! ¡Me he manchado con sangre! ¡No hay tiempo, no hay tiempo! Me pongo en pie y sigo corriendo.
¡Al fin he llegado al puente de mando! Abro la puerta con prisa y cierro detrás de mí. Aún corriendo voy hasta la ventana. Se ve la rada de New Providence bastante cerca y varios barcos anclados en la bahía. En el muelle se ve gente que mira este barco. ¡A lo mejor se escuchan los balazos! ¡A lo mejor nos van a echar una manito! ¡Qué emoción!
Golpean la puerta. ¡Justo ahora! Me gustaría observar bien unos barcos que me llamaron la atención: estoy segura de haberlos visto antes.
¡Van a derivar la puerta! ¡Corro hasta la mesa donde están los instrumentos de navegación! Se me ha caído todo… ¡Vuelven a golpear!
-Van a bajarnos la puerta, Liselot-dice una de los cuatro que estaban de turno.
Corro hasta el timón y ya no queda más, lo doy vuelta con todas mis ganas, por mí que encallemos en la playa de New Providence. No necesito nada para guiarme, ya estamos ahí.
Se sienten disparos a todos lados, pero ¿qué más da? Definitivamente, la única causa perdida es la que se abandona…
El Evertsen era un completo desastre cuando Liselot Van der Decken consiguió llegar no exenta de dificultades hasta el puente de mando de la nave. Era la única que conocía bien la cartografía de la zona y que a su vez sabía cómo dirigir el curso de un barco, por ende desde los tempranos albores del motín sus propios compañeros la había seleccionado para dirigir el bajel hasta New Providence ante el más mínimo indicio de batalla.
Antes de que ella pegara el tiro de gracia a quienes se habían interpuesto entre la salida de ella y su escolta desde el calabozo, uno de los dos leales apretó compulsivamente uno de los botones de su radio.
Sheefnek no había sido tan burdo como para llegar y presentar batalla con todos sus hombres al frente. Dejó a varios de los suyos dispersos a lo largo y ancho del bajel, pero claro: los amotinados habían sido más astutos al reunirse cuando cuatro de los suyos estaban de turno en el mando de la nave, dejando fuera de su alcance el rumbo.
Varios de los amotinados habían conseguido escabullirse del círculo que se había formado en el que todos habían estado peleando y habían conseguido rodear a los leales, dispersando sus flancos de disparo y consiguiendo romper las filas del Contramaestre.
Pero ese no había sido el único logro de los hombres de John Morrison, sino que varios habían conseguido salir junto a sus contrincantes de la estrecha celda del británico y llevar a los pasillos del calabozo sus peleas.
Eso había obligado a los hombres de Sheefnek a salir de la celda cuanto antes si no querían ser cocinados vivos dentro de ese abominable lugar. Lo malo es que a partir de ese momento, las guardias en la puerta del calabozo se reforzaron, trayendo consigo la mayor parte de los refuerzos que habían estado en otras partes del barco, y a los amotinados les fue imposible salir del calabozo.
John se acercó amenazadoramente a Sheefnek. No servía de nada alargar el asunto. Le pegó un balazo, sin embargo el Contramaestre alcanzó a agacharse para no ser alcanzado por el proyectil. Eso no hizo sino enardecer aún más la frenética furia del muchacho, quien se abalanzó espada en mano contra el Contramaestre.
¡Que sufra!, eso fue lo que pensó John mientras echaba a andar hacia él. Fue tan rápido y tan certero que el Contramaestre del Evertsen no tuvo tiempo para reaccionar ni preparar algún arma con que defenderse, quedando tendido en el suelo a la espera del ataque.
John lanzó la primera estocada contra el hombro con una furia desmedida. Entre los espasmos de dolor que sintió, Dirck le pegó una patada en el pie derecho para desestabilizarlo. En medio del desequilibrio que sobrevino, John se estabilizó en el aire y dirigió su pie en un certero golpe contra la barbilla del militar, quien le aferró la extremidad con completa intención de derivarlo al suelo. El británico extendió los brazos para no caer y en el proceso le atizó una estocada en la espalda.
Un balazo pasó zumbando por su mejilla derecha y por la pura Gracia de Dios no se le incrustó en el rostro. El muchacho se volteó hacia atrás y se batió con dos que se le lanzaron encima. Detrás de aquellos dos apareció un tercero que ayudó al Contramaestre a ponerse de pie.
-Ha llegado, mi Almirante-dijo el hombre.
-Así que esa era la misión de Liselot Van der Decken…-dijo el Contramaestre más para sí que para nadie.
-Lleva la nave a la bahía de New Providence, mi Almirante-dijo el hombre.
-Ya sabes qué hacer en este caso, detén el movimiento-dijo Sheefnek.
-Pero ese lugar está infestado de amotinados, mi Almirante-protestó el hombre.
-Haz lo que te digo-ordenó Sheefnek.
-Sí, mi Almirante-confirmó el hombre.
El hombre pescó a tres más y se los llevó consigo, no exento de problemas y peleas de disparos.
El último es el día por el que vale la pena vivir… sin dudas. Hoy probablemente es el último día de toda mi vida, pero si es una muerte con dignidad, ha valido la pena soportar toda clase de torturas por diecisiete años. Estoy luchando para que sea memorable, aunque probablemente no recuerde nada de esto desde el fondo del mar.
Así que cuatro de los de Sheefnek han conseguido escapar… interesante, especialmente si han hablado con su jefe…
¿Qué querrán? Es obvio que han descubierto a Liss. Hoy es el día por el que valió la pena mi vida, no la de ella. Un tipo trata de dispararme, pero le disparo en el hombro… errores de la vida, debí de haberlo acabado. Me acerco a él y lo golpeo con todas mis fuerzas y nos enfrascamos en una lucha más física que la anterior.
Es mi idea, ¿o a todos se les están acabando las municiones? Le pego un culatazo en la cabeza y miro a mí alrededor. En vez de disminuir el número de los soldados de Sheefnek, parecen aumentar y a ratos se van… Pero ninguno había hablado con él…
Acabo con mi oponente y me pongo detrás de una puerta. Hago puntería y aprovecho que otros más también apuntan. Disparo cuando siento que todos disparan. ¡Ah! ¡Las mieles del triunfo! Le di al custodio de la puerta y para mi sorpresa, los otros cuatro también han caído.
No hay tiempo para pensar. Echo a correr hasta la salida del calabozo y cuatro amotinados más, que han disparado también desde detrás de las puertas blindadas de las celdas. Nos encontramos en medio de la carrera en el pasillo.
Cuando paramos a tomar un poco de aliento al resguardo de los dobleces de los pasillos del barco digo:
-Han descubierto a Liselot-.
-Al puente-dice una mujer echando a andar.
-No todos: tres irán a buscar armas y municiones-digo.
Linda Freeman y dos más se apartan del grupo.
-Traerán municiones hasta acá. Es arriesgado, pero tenemos que terminar esta parte del embrollo…-me quedo con las palabras en la boca.
Sentimos pasos en el corredor y los cuatro hombres que han salido antes pasan al frente. Linda les hace puntería, le bajo el arma.
-El Almirante dijo claramente que tenemos que ir a ver las máquinas y pararlas, nada que ver el puente de mando aquí-dice uno.
-Pero el puente de mando dime que no es más importante-dice otro-. Ya habrá tiempo para ir a la sala de máquinas.
Los otros se encojen de hombros y siguen de largo. Cuando están lo suficientemente lejos, me vuelvo a mis compañeros.
-Cambio de planes, dos vienen conmigo y los otros dos van a conseguir armas y a avisar al resto-digo.
Como es de esperarse, Linda Freeman se pone de pie de inmediato y se acerca a mí.
-Voy contigo-dice.
-Y yo-añade otra mujer de las antiguas tripulantes de la nave, de la época en la que todo era ramas de laurel para la Zeven Provinciën.
Los dos restantes cortan pasillos hacia el otro lado. Nosotros subimos escaleras como locos.
El rato se me hace una eternidad. Subir y subir escaleras. Tratamos de hacerlo lo más rápido posible dentro de los límites de la cautela. No tenemos que olvidar que esos idiotas vienen detrás de nosotros pisándonos los talones. Caminar y caminar, correr y correr, subir peldaños y más peldaños y sentir como las esperanzas desfallecen, desaparecen.
¿Esperanzas? ¡¿Qué es eso?! Es una simple utopía, nada más. Ni fe ni nada nos puede salvar. Y acortar pisos y escaleras, esto se viene volviendo una tortura. Lo que más me temo es que hayan pescado a Liss, lo que más me temo.
De repente un giro brusco del curso del barco nos tira lejos contra la pared, afirmándonos todos con todos. ¡Esos estúpidos han llegado primero! Esto puede esperar…
Quiebro hacia la derecha y los demás me miran raro. Irrumpo con todo en mi camarote y revuelvo el armario hasta sacar municiones. Las reparto.
-El último es el día por el que vale la pena vivir-digo mirándolos.
Y es sólo entonces cuando echamos a andar.
Cuando Lodewijk y su reducida compañía irrumpieron en el puente de mando, un segundo giro abrupto se sintió en la zona de los calabozos. No pudieron sentir el tiroteo que había arriba, porque ya estaban lo suficientemente enfrascados en el suyo propio. Lo único que sintieron era que el navío comenzaba a girar sin control alguno y, la mayoría de las veces, deshacía el curso.
John palideció. Liselot había fallado. Lodewijk, a juzgar por su ausencia también. Fueron unos segundos de tregua implícita en la que cada cual estaba lo suficientemente ocupado en mantenerse firme de alguna cosa como para poder prestar atención a su profundo instinto asesino.
Cuando todo hubo pasado, mandó voladores de luces: ordenó que varios largasen a correr de un lado a otro. Ya no había municiones de parte de ninguno de los dos bandos. Entonces ordenó deponer las armas y en un hálito de humillación los amotinados salieron de los calabozos. Tras apalearle, Sheefnek ordenó engrilletarlo a la pared y le dejaron en compañía de los cadáveres que había dejado esa noche… el motín había fallado.
El barco seguía girando y, por mientras, no se sintió ningún cambio de curso. Corriendo al puente de mando llegó Aloin Zwaan. Sus ropas manchadas en sangre… lucía terrible, completamente irreconocible si se le comparaba con el chico alegre que solía ser.
Como presa de una horrible psicosis entró con la velocidad de un aerolito y cerró la puerta tras sí, revisando la cerradura una y otra vez.
Lodewijk, que no era muy fanático de las muestras de afecto, se acercó a abrazarle con todas sus fuerzas.
-Tranquilo, amigo, lo peor ha pasado…-intentó calmarlo.
En otro tiempo Aloin hubiese notado la palabra amigo en la frase, o quizás en otro tiempo esta escena no hubiese tenido lugar en la realidad de nuestros personajes.
-No, no ha pasado-dijo Aloin desesperado.
Un pesado silencio se hizo en la estancia. Entonces el muchacho Zwaan recaló en los cuatro cadáveres de los hombres de Sheefnek, los cuales estaban esparcidos en el suelo. Retrocedió como si de pronto hubiese visto un fantasma.
-Sentimos los giros allá abajo, se tomaron el barco…-dijo con su labio inferior tiritando enloquecedoramente.
-No, no lo han hecho-dijo Lowie.
-¡Sí y esta es la última prueba!-dijo Aloin.
-Di, ¿Qué ha pasado?-pregunto Linda Freeman ad portas de perder la paciencia.
-John ordenó deponer las armas y lo azotaron. Está encadenado y no hay forma de sacarlo-dijo el muchacho-. ¡El motín fracasó!-gritó para luego caer de rodillas.
-¡¿Qué?!-gritó Liselot-Debe de haber algo que se pueda hacer-dijo.
Todos se miraron como intentando encontrar una buena idea en el rostro de aquel que tenían en frente, algo que por supuesto no iba a suceder.
-No, ya no lo hay. Ahora es imposible acceder a John-dijo Aloin.
-Pero seguimos en pie Lowie, Sheila, tú y yo-dijo Liss encontrando esperanzas ahí e intentando aferrarse a ellas.
-Y como líder de motín, tendrías que ser capaz siquiera de tenerte en pie-le regañó Lowie, recobrando su tono furibundo y medianamente arrogante.
-Eso fue lo que ordenó John: deponer las armas. Pero no le dirás eso a nadie, el cambio de turno es a las seis, en tres horas más, tenemos tiempo suficiente para dar el golpe final-dijo Liselot.
-La gente está cansada, hay heridos y muertos, no puedes planear algo así de fugaz-dijo Linda.
-Acaba lo que comienzas, solía decir el Almirante-dijo Lowie, mirando con tierna simpatía a Liss-. Hoy haremos honor a su palabra.
-Reorganiza los puestos. Ordena que todos saquen sus armas y que las municiones se repartan entre todos. ¿Cuántos quedan?-preguntó Liselot.
-Aproximadamente la mitad de los nuestros y las gentes de Sheefnek casi no tuvieron bajas-informó Aloin en medio de su pasmo.
-Suficiente. Seis en cada puesto estratégico. El puente de mando mantendrá la conformación que tiene en este momento. Ya sabes: seis en sala de máquinas, bajo cada lanzatorpedos y bajo las antenas. Además de cada puesto que haya aquí en el barco-ordenó Liselot.
-Por mientras tienes suficiente tiempo para organizar una compañía que te ayude a repartir el armamento y dar la información-dijo Lodewijk y le tendió municiones-Toma: cuídate-le puso la mano en el hombro.
-Lo juro: no voy a fallar-dijo Aloin antes de salir.
El barco estaba detenido, Sheefnek pensaba que las máquinas habían sido cortadas de energía. Las armas había sido depuestas en su cara: era sólo una tregua. Se enteraría de eso cuando a la hora de entregar turnos los amotinados no quisieran entregar sus posiciones y las peleasen, cuando el barco comenzara a moverse en dirección a New Providence sin que él lo pudiese detener y cuando sus hombres comenzaran a caer. Por mientras, feliz y seguro de su triunfo se fue a dormir.
-¡Lo reconocí!-gritó Liselot señalando con el dedo un punto supuestamente del otro lado de la ventana.
-¿Qué cosa?-dijo Lodewijk en voz baja, acercándose a la ventana e indicándole silencio.
-¡El barco! ¡El que tiene luz! ¡Es el Tresaure! ¡Tengo que ir ahí, de seguro que nos ayudarán!-chilló emocionada.
Lowie se llevó el dedo índice a los labios en señal de silencio.
-No grites, Liss: te pueden oír-le indicó.
-¿Voy o no?-preguntó emocionada.
-Si no fueses, ¿tendría sentido haber navegado hasta New Providence?-preguntó Lowie enarcando burlonamente una ceja.
-Dame uno de los salvavidas-pidió Liselot, enfrascada en los preparativos para su viaje.
-¿Dame? ¿Qué te hace pensar que no te acompañaré?-preguntó.
-Que tienes cosas que hacer y una tripulación que cuidar-respondió ella.
Y así fue como a las tres y media de la mañana del 09 de agosto de 1715, Liselot Van der Decken se encontró de colada andando en un bote sobre las negras aguas de la noche de New Providence con rumbo a un barco soñado.
-Capitán, hay algo sobre el agua-dijo uno de los vigías del Tresaure.
El capitán miró el cielo, primero: ya iban a ser las cuatro de la madrugada. Soltó el timón y dejó sobre una mesilla al lado de éste una botella de ron que se quitó sin muchas ganas de los labios, un compás, unas viejas y sucias cartas de navegación, una pluma con su tintero y un cuaderno de tapas de cuero rojas.
Caminó sin mucha prisa, pese al urgimiento que acometía a su tripulante, hasta la barandilla y se ubicó finalmente a su lado.
Por cierto o no, pero no conseguía ver nada. La noche estaba cerrada.
-Entre perder tu tiempo en esto y ayudar en los preparativos del viaje, preferiría que ayudases en los preparativos del viaje. Recuerda que es una larga travesía: tenemos sólo el mar por delante y partimos tan sólo dentro de dos horas-dijo el capitán sin esforzarse en parecer enfadado. De hecho, era reconocido entre su gente por el buen carácter y el buen trato que tenía.
-¿No me cree, capitán?-preguntó el vigía alarmado.
Entonces sacó un faro que traían y lo levantó hasta colocarlo sobre la barandilla. Enfocó con él hasta el bulto…
A Liselot le dio por sobre los párpados la desgastada luz de las velas dentro del faro de vidrio. Levantó la mirada y la luz le dio de lleno en los ojos. Miró el bajel: ya estaba cerca.
-Es una mujer-dijo el capitán-.
-¡Una deidad del mar! ¡Debe querer que purguemos nuestros pecados! Capitán, es la diosa Calypso…-dijo el vigía aterrado ante la perspectiva.
-La diosa Calypso, ¿dices?-preguntó el capitán largándose a reír-. Viene sola, al parecer en son de paz. Voy a buscar la escalerilla a ver que quiere.
-Pero capitán, ¿no vendrá de ese extraño barco que está allá?-preguntó el vigía.
-Puede ser, pero nunca sabremos si no la recibimos. Hazle señas-ordenó el capitán ante el pasmo de su subordinado.
El pasmo del capitán fue grande cuando una mujer con pantalones de mimetismo (algo que ni por asomo existía en aquella época), botas, una polera rara y una metralleta al hombro subió medio fatigada por la escalerilla y, luego de tropezarse un poco en la cubierta, le hizo una fastuosa reverencia.
-Capitán Rackham, a su servicio-dijo la extraña mientras se inclinaba.
Por unos segundos todo fue silencio y pasmo para aquellos hombres de mar, quienes se miraron alternativamente los unos a los otros.
-¡Mal fario llevar mujeres, capitán!-exclamó uno de los hombres.
Entonces un recuerdo se formó en la memoria del joven capitán. ¡Claro! ¡Cómo no había pensado antes en eso! No podía entender cómo no había recordado eso apenas vio el extraño barco metálico en la rada.
Meses atrás, en el barco metálico que ahora él llamaba con sarcasmo “El Holandés Errante” una muchacha le había reconocido. Él la recordaba, porque uno de los marineros del barco metálico había dudado de su veracidad abogando que no había reclamado por la presencia de la joven a bordo del bajel.
-Van der Decken…-musitó en un leve suspiro en el que se confundían la seguridad con la duda.
-Liselot Van der Decken, capitán-dijo la joven.
-¿Evertsen?-musitó el capitán Rackham, en cuya cabeza comenzaban a reunirse todos los recuerdos que por un tiempo había considerado perdidos.
-Exacto, capitán-dijo la joven.
Jack Rackham instintivamente desenvainó su espada, retrocedió cautelosamente y estudió a su adversaria minuciosamente. Cualquiera hubiese dicho que esperaba el minuto preciso para atacar, cualquiera hubiese pensado cualquier cosa menos que el capitán británico estaba haciendo tiempo para poder analizar a la muchacha con mediana calma.
Sus hombres así lo entendieron y extrajeron de sus cintos toda variedad de espadas y pistolas.
-Paz, capitán Rackham; paz-dijo la muchacha levantando un poquito asustada los brazos.
-Tranquilos, bajen las armas-dijo Jack volviéndose a sus hombres y luego enfocó la mirada en Liselot-. ¿Se puede saber qué hace una tripulante de un navío como el Evertsen en el Tresaure?-preguntó.
-Pedir ayuda-dijo ella.
-¿Ayuda? ¿Qué clase de ayuda puede necesitar un barco tan poderoso como aquel?-preguntó Rackham con sorna. En su tono de voz irónico no se notaba nota alguna de la curiosidad que tanto se esmeraba en esconder.
-Un motín: deshacernos de un capitán déspota y cruel, que nos mata de hambre y no entiende nuestra enfermedad, que nos ha vuelto esclavos. El Almirante Van der Decken ha muerto y él se ha hecho con el poder, sin embargo nos ha tratado muy mal. Esta noche hemos sido descubiertos planeando el motín y nos ha atacado, quedamos muy mal parados, pero todavía podemos hacer algo para defendernos-dijo ella con los tonos de voz que suelen ser empleados en los anuncios comerciales de las ofertas.
El capitán Rackham se adelantó aún más entre la gruesa masa que ofrecía su tripulación y la señorita Van der Decken. La miró fijamente a los ojos, sintiéndose tocado con la historia de la niña. Pese al miedo que le había producido su experiencia en el mítico Evertsen, guardaba excelentes recuerdos del difunto Almirante Van der Decken y la palabra “motín” le remitía a sus propios orígenes en el mundo de la piratería.
¿Cómo negarles la ayuda que necesitaban si el camino que intentaban seguir era el de la libertad? ¿Cómo negarles el camino que él mismo defendía a capa y espada? ¿Cómo impedir que siguieran el mismo rumbo que él no se arrepentía de haber escogido tiempo atrás?
Después de unos segundos de meditar lo dicho por la muchacha y sopesar sus propias opiniones respecto al punto, se atrevió a hablar.
-Por la memoria de su padre, hable, señorita Van der Decken: la escuchamos-dijo en primera instancia. Su interlocutora le miró sin ganas de repetir su historia-. Mande, señorita Van der Decken, y obedeceremos-completó.
-¡Gracias!-chilló ella dando saltitos de alegría-. El plan es el siguiente…-dijo.
Tras eso, procedió a relatar lo que había sucedido con Aloin en la cabina de mando, la idea que le habían dado y el plan que ella pensaba seguir.


-¡¿Quién es?!-bramó Sheefnek.
La habitación estaba en completa penumbra. Volvieron a golpear la puerta con singular urgimiento y una voz masculina gritó su nombre y grado desde el otro lado del dintel. Dio su permiso sin siquiera dignarse a levantarse, ni abrir las cortinas ni colocar una cara mejor que la que todo el mundo tiene cuando es sacado forzosamente del planeta de los sueños.
Como si viniera una jauría de perros hambrientos detrás, un hombre entró y cerró la puerta tras de sí. Miró asustado al Contramaestre Sheefnek.
-¿No vas a hablar? ¿Qué se supone que haces tan temprano en mi camarote?-le bramó al marinero.
-Motín, mi Almirante-se limitó a decir medio trabadamente el hombre en medio de tartamudeos.
Sheefnek rodó los ojos con aire fastidiado. ¿Cuántas veces había escuchado la frase “Motín, capitán” en el último tiempo? Ya había entrado a perder la cuenta si consideraba las variables del rango y el idioma…
-¡¿Por eso me despiertas?! ¡No estoy de humor para bromas! Anoche ese tema quedó zanjado y ya-dijo Sheefnek para darse la media vuelta y dormir.
El hombre tragó saliva, respiró hondo, hizo acopio de todo su valor y se encaró a su superior.
-Cuando llegó el cambio de turno en el Puente de Mando, mi Almirante, el grupo de los amotinados no quiso dejar su puesto y nos hizo frente. Todo el barco son enfrentamientos-dijo el hombre.
-¡Inútiles! ¡¿Cómo no van a poder hacer frente a ese par de idiotas que se creen mejores líderes que yo?! ¡Anda y da la orden de retenerlos a balazos! Es tan fácil y no pueden hacerlo…-dijo con aire fastidiado.
-Mi Almirante, eso no es todo: desde que se negaron hace ya media hora a entregar el Puente de Mando… un barco pirata se unió a la refriega y está atacando el Evertsen. Los piratas se han aliado a los amotinados y nos tienen confinados a los últimos niveles del barco-informó el hombre a media voz.
-¡¿Y qué esperas?!-preguntó Sheefnek dejando al marinero medio pasmado-. ¡Sale de aquí! Me prepararé: haremos frente a esos piratas-dijo.
La única palabra de lo que había dicho y que realmente merecía la pena era “piratas”. Porque si había algo que él no podía aguantar eran los piratas; saber que los había en su barco era motivo para una apoplejía.
El marinero salió y se dispuso a hacer guardia en la puerta del camarote del Contramaestre Sheefnek. Miró a su alrededor. Todo era gritos y alboroto en el barco. Gritos, ruido, bullicio, disparos, sablazos, caídas en el suelo metálico de quienes no se levantarían más.
Los hombres leales al Contramaestre aún conseguían defender la escalerilla que conducía desde la cubierta principal a la cubierta A. Pero poco faltaba ya para que los piratas pudiesen colarse en el interior del navío y eso sería el fin.
Minutos después salió el Contramaestre con sus armas debidamente cargadas y su indumentaria correctamente puesta. Caminó hasta la escalerilla.
-Por ahí no, mi Contramaestre-dijo el hombre espantado.
El hombre, tomándose por primera vez en la vida atribuciones que por rango no le correspondían, tomó a un irascible Sheefnek del brazo y lo hizo retroceder, trazando él el camino que el Contramaestre habría de seguir. Una decisión elemental en esta historia, he de decir.
Lo llevó por los intrincados pasillos del barco. Sheefnek observó así la estela de destrucción que habían dejado las riñas entre leales y amotinados. Llegaron hasta el que una vez fuera el camarote del Almirante Van der Decken e irrumpieron en él. Llegaron hasta el balcón de la habitación y ayudándose de él, subieron hasta la cubierta. Lo primero que Sheefnek vio fue a un muchacho de no más de dieciocho años corriendo sin parar: iba sangrando.
Y si caigo, ¿qué es la vida? Corro y sangro sin parar. Corro y sangro sin parar. No puedo parar, no puedo evitarlo. Ya estoy metido en esto y por más que sepa cómo salir, ya no puedo. Y descubro que esto no era lo que yo quería… no, no era lo que yo quería. Yo quería el honor después de una misión, batallas rimbombantes de las que por alguna extraña razón sales vivo siempre sólo para recibir más honor y aplausos. Yo quería el jugoso sueldo de fin de mes. Pero no me daba cuenta de que eso sólo pasa en las películas.
Y ahora, cuando ya no hay salida, me doy cuenta de que esto no era lo que yo quería. Lowie siempre dice que la realidad supera la ficción. Al principio me pareció pesimista, ahora entiendo que no era más que realismo. Yo no quería esto, ni siquiera quería aquello por lo que entré a la Marina… eso era irreal, ¿cómo iba a quererlo?
Caigo. La herida en mi vientre no para de sangrar. Tres balas… no sé cómo sigo vivo. Quizás sobreviví sólo para darme cuenta de que esto no era lo que quería, no era lo que buscaba y que por un capricho tiré mi vida lejos. ¿Lo hubiese entendido si no lo hubiese intentado? No… no lo hubiese entendido…
Caigo… ya no puedo seguir corriendo. Pero, ¿para qué huir de la muerte si ya está en mí, si ya vive en mí? A las cinco de la mañana todos ya estaban apostados en sus puestos a la espera de la orden. A las seis los del Puente de Mando se negaron a entregar su ubicación y la defendieron de forma armada. Los que tenían cambio de turno dieron la alarma a los leales y Lowie nos mandó a todos nosotros la alarma de que ya era hora: nadie entregó sus puestos.
Entonces cundió el pánico. Balazos por aquí y allá. Los leales corrieron por todo el barco presentando batalla y llamando a los suyos que estuvieran libres. En eso llegaron a la cubierta para desprogramar los radares y los mástiles: una zona “sospechosamente” descuidada por nosotros, que nos dedicamos a correrlos de todo el barco y llevarlos hasta ahí.
Entonces el Tresaure, que pasaba casualmente por ahí largó tan sólo tres cañonazos y con esos cañonazos barrió la cubierta principal. Lowie dijo entonces que era el momento para salir y los nuestros se reorganizaron para poder salir algunos a pelear a la cubierta.
Los hombres del Tresaure desembarcaron y se armó la grande. La batalla cuerpo a cuerpo más sangrienta que jamás vi.
Entonces pasó lo inesperado: los refuerzos de los hombres de Sheefnek no subieron a cubierta, se quedaron disparando desde abajo. No podemos bajar, pero eso no será por mucho: están acorralados entre los hombres de Lowie y los piratas.
¡Joder! ¡Sangre! Toso y escupo sangre. ¡Qué miedo! ¡Ya sé que me moriré! Pero eso lo deja aún más en claro. ¿Por qué no puedo morirme y ya? ¿Parar de sufrir?
Veo todo blanco. ¿Será el color de la muerte?
-Aloin-siento que me llama la voz de mi madre.
En la blancura veo su rostro blanco y su pelo rubio y largo flotando al viento.
-Mamá-siento que digo.
Ella me llama y me habla. Me dice que no sufra más. Algún día volveremos a vernos, no será ni hoy ni mañana ni cuando el Evertsen vuelva a casa. No será cuando mis hermanos sostengan su mano y le digan las mismas cosas que ella me dice ahora, cuando ella esté viejita y su tiempo se acabe.
Pero si ella está viva, ¿cómo puede llamarme? ¿Cómo puede hablarme si yo muero?
Es una tarde de verano. Soy sólo un niño de cinco años. Estamos solos en el jardín con el perro, mis hermanos están en un campamento y papá está trabajando. Persigo a mi perro y me caigo. Rompo a llorar, duele mucho.
Duele mucho, pero no como estos tres balazos me duelen ahora.
-Aloin, ¿qué haces?-me dice ella recogiéndome amorosamente del suelo.
-Jugaba a los soldados-digo en mi media lengua, llorando.
-¿Y el perro es un enemigo?-pregunta ella.
-Sí-enfatizo yo-. Y tengo que perseguirlo…-digo yo.
-Mira, se ha rendido-me dice ella.
Se ha rendido, sí. Pero no todos los enemigos se rinden, eso lo he aprendido ahora, recién.
Ella me sienta en la banqueta cerca de ella y me revisa la rodilla. Me la limpia y me la parcha como tantas veces ya lo ha hecho.
-¿Qué lees?-pregunto mirando su tremendo libraco.
Ella va a contestarme que lee El Señor de los Anillos, de Tolkien, su favorito. Pero yo tomo inquietamente el libro y me pongo a correr las páginas.
-¿Qué es esto?-pregunto señalando un poema escrito en un idioma que no conozco. Con suerte conozco un poquito de holandés escrito.
Ella va a contestarme, pero un tirón en la rodilla me saca nuevas lágrimas con renovado ímpetu.
Y sigo llorando hasta ahora, cuando mis días se acaban. Pero ya no lloro sólo por el dolor.
Miro que el rostro de mamá de nuevo me mira, sus cabellos flotan al viento y sus labios se curvan en una sonrisa. Comienza a cantar.
Ai! Laurië lantar lassi súrinen!
Yéni únótime ve ramar aldaron,
Yéni ve linte yuldar vánier
Mi oromardi lisse-miruvórea.
Su voz me calma, mis lágrimas se secan. La miro como un niño pequeño, tal cual la miraba aquella vez. Ya el dolor va desapareciendo, mi percepción del medio va desapareciendo. Caigo en la calma. Las palabras se gastan en el poema vuelto canción y entiendo que si caigo, ¿qué es la vida? Nada, ya no es nada.
Ya no me preocupa ni la vida ni la muerte, he caído. ¿Qué más da? Llega a la última estrofa, sí, quizá yo encuentre Valimar… ojalá… Adiós, mamá… adiós a todos. Y ella me contesta cantando, se despide de mí… no lo hubiese sabido aquella vez.
Namárië! Nai hiruvalye Valimar.
Nai elye hiruwa. Namárië!
Un hombre se detuvo al lado del recién fallecido Aloin. Era el capitán Rackham. Miró al jovencito. Se agachó y le cerró los ojos. Hizo el símbolo de la cruz con las manos. Cuando se incorporó vio llegar por la borda a alguien muy conocido para él y no precisamente por lo bueno: el Contramaestre Sheefnek.
-Así que el muy desgraciado sigue vivo…-bramó preparándose para hacer puntería.
Uno de sus hombres se le acercó en el fragor de la batalla junto a Sheila Zeeman.
-¿Y qué hacemos, capitán?-preguntó el pirata.
-Pagarle con la misma moneda. Ordena a los tuyos ir a la borda y bajar hasta los hombres de Sheefnek que siguen en el interior del barco-dijo Rackham mirando a su subalterno.
-Sí, capitán-dijo el fiero hombre y se encaminó a los suyos.
Rackham apuntó a Sheefnek sin percatarse que Sheila seguía así. Cuando iba a hacer fuego la mujer le bajó el arma.
-A este me lo arreglo yo-le dijo la mujer y él, como buen caballero que era, no pudo estar más de acuerdo.
Y la mujer echó a andar…
Así que el descoronado será rey, ¿ah? Yo no estaría tan de acuerdo, Sheefnek. Digamos que no es tan fácil como crees. ¿Pensabas que nadie te saldría al paso? Recuerda las cosas por las que me hiciste pasar. Sí… todavía guardo rencor y me aseguraré que aquel que se ha tomado un poder que no le pertenece, jamás acceda por completo ni por ley a ese poder. No me importa si has de quedarte en el pasado para la eternidad como nuestro hijo que te encargaste de matar, de hecho te lo mereces. O si cuando regresemos tu cuerpo parece petróleo en el fondo del mar. No me interesa lo que te suceda… no, eso es mentira: claro que me interesa. Me interesa que lo que te suceda sea lo peor que le pudiese ocurrir a cualquiera: ¡te lo mereces! Y me encargaré de ser la que dé la nota alta.
Así que me miras con tu cara de sabértelas todas para seguir en tu papel de ¿almirante? Pero a mí no me engañas. Podrás estar todo lo campechano que quieras, pero tu mirada te delata: tienes el mirar de los cobardes, que buscan asustados todos los rincones para encontrar aunque sea un agujero de ratones para esconderse.
Alzo el arma. Me miras. Podría matarte ahora, pero no: quiero que sufras, quiero estar cara a cara contigo y escupirte todo lo que siento, que sufras todo lo que me hiciste pasar alguna vez.
Corres. Juegas al gato y al ratón. Quieres esconderte y disparar sin ser visto: eres un cobarde, ¿sabías? Veamos… juguemos a ver quién mata a quién. Pero te puedo asegurar que el descoronado no será rey.
Mientras Sheila caminaba hacia Sheefnek cargando su arma y se recitaba a sí misma todo lo que le diría a su ex amante y todo lo que pensaba de él, la mitad de los hombres del Tresaure que seguían vivos sobre cubierta se deslizaron fuera de ésta.
Los leales a Sheefnek que estaban en las sub cubiertas no tuvieron idea de nada de eso.
Silenciosos como gatos los hombres del Contramaestre del Tresaure bajaron hasta los balcones y las ventanas de las sub cubiertas del navío holandés con ayuda de las cuerdas que siempre llevaban consigo. Forzaron las ventanas y entraron en los camarotes. Luego forzaron las puertas y salieron al pasillo principal hasta subir a la altura de la escalerilla que llevaba a la cubierta principal.
Silenciosos y cautos como eran se acercaron lo más que pudieron hasta los leales que continuaban disparando absortos y seguros desde la abertura. Las dagas cortas y los cuchillos fulguraron. Los fríos metales se ubicaron en los cuellos de los holandeses y con un corte profundo a la orden del contramaestre salieron empapados de sangre.
Los hombres leales Sheefnek cayeron uno a uno, sin embargo ninguno gritó. La sorpresa no les dio ni para eso. En un minuto disparaban y al otro caían sin consciencia para no recobrarla nunca más.
Los pesados cadáveres retumbaron en el suelo y algunos de los leales lo notaron. Eran los que estaban adelante y alcanzaron a reaccionar. Algunos dispararon, pero la corta distancia les causó problemas para apuntar. Entonces se enzarzaron en una lucha de combos y culatazos hasta que los piratas los ensartaron uno a uno.
De aquellos leales hombres no queda sino el recuerdo el día de hoy: ninguno sobrevivió.
Sheefnek alcanzó a ver la masacre a sus hombres, iba huyendo de Sheila cuando acertó a pasar por la escalerilla principal y no pudo hacer nada por ayudar a sus hombres.
Vio cómo caían uno a uno y cómo los piratas gritaban sórdidos y guturales. Cómo los filibusteros avanzaban más y más hasta estar a casi un paso de distancia de él.
Entonces entendió que ya nada podía hacer. Justo a tiempo para que los piratas no le viesen, salió corriendo disparado hasta la barandilla más cercana. Con el impulsó con suerte alcanzó a aferrarse. Miró el mar de tonos turquesa y azules. Tragó hondo. Sintió cómo lo observaban. Detrás suyo corrían Rackham y Sheila con las armas en alto, listos para disparar. Se subió a la barandilla. No, ya no había esperanzas para él.
Respiró hondo. La única causa perdida es la que se abandona y él estaba abandonado su causa… pero, de todos modos, si se quedara, ¿no tardaría en venir la muerte? El último es el día por el que vale la pena vivir… sí… aquel había sido un día bárbaro. Si caía, ¿qué era la vida? ¿Cuántos no habían muerto ya? La vida no era nada. Y era obvio… el descoronado jamás sería rey: sólo sería un impostor.
Saltó y sintió un disparo resonar. Cayó al agua e impactó como una bala de cañón en ella. Perdió la consciencia. No supo más.
-No dispares, ya se habrá desgreñado con los arrecifes-le dijo Rackham a Sheila, bajando el arma disparada de ésta.
Leales, amotinados y piratas, todos se fueron a babor a mirar el charco creciente en el agua. Entre los leales cundió el pánico: ya no tenían líder. Uno a uno tiraron sus armas al suelo, las cuales fueron tomadas por los amotinados y los piratas. Se descolgaron dos botes salvavidas, que en eso caían todos los leales que quedaban vivos, y se los obligó a salir del navío sin nada.
-¿Y las provisiones?-preguntó Rackham cuando subió el último.
-No es un marroning común: ellos pueden elegir su rumbo y salvarse, tienen los botes-dijo Liselot apareciendo tras él y convenciéndolo.

Texto agregado el 26-01-2014, y leído por 134 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
27-01-2014 Eres asombrosa... dromedario81
 
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