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EL REENCUENTRO
(2004)

Roberta terminó su entrenamiento de básquetbol y fue directamente a las duchas con el resto del equipo. Mientras se bañaban se escuchaban risas y bromas al tiempo que un frasco de champú pasaba de mano en mano entre las chicas.
Cuando Roberta estiró el brazo para entregárselo a la última niña, en un gesto que se podía interpretar como accidental, la botella plástica se resbaló de las manos de las dos y fue a parar al suelo en el momento en que Roberta se limpiaba la espuma que le escurría por los ojos poniendo la cara de frente al chorro de la ducha. Cuando tuvo los ojos libres de las burbujas y regresó a ver, observó a su compañera agachada tratando a tientas de recuperar el escurridizo frasco en medio de las burlas y secreteos de todas sus compañeras.
Se vistieron mientras comentaban los pormenores del entrenamiento y la inminencia del partido que les esperaba el día siguiente.
Roberta salió del colegio junto con sus compañeras de equipo y pronto reconoció el carro de Mari su mamá, quien la estaba esperando para llevarla a la casa.
El básquetbol era una afición que le ocupaba la mayor parte del tiempo libre y su mamá estaba muy satisfecha de que la niña tuviera esa inclinación por el deporte y entendía que debía ser esa afinidad la que motivaba a la pequeña a vestirse siempre de sudadera y zapatos tenis con su infaltable gorra de los Yanquis de Nueva York, a pesar de que estuviera en esa edad en que las chicas todavía no parecen mujeres y con cualquier ropa siempre se veían desgarbadas y no porque le gustara ponerse la ropa dos tallas más grande.
Mientras viajaban rumbo a la casa, la niña le comentó a su mamá que al día siguiente jugarían el partido final por el campeonato del colegio y que estaba muy emocionada porque tenía la seguridad de que ganarían y aprovechó la oportunidad para decirle que estaban planeando con sus amigas Marcela y Laura pasar juntas el fin de semana siguiente en la casa de alguna de las tres pero que todavía no sabían en cuál, que cuando se pusieran de acuerdo le comunicaría.
Después de comer Roberta llamó por teléfono a Laura y le dijo que había estado pensando que era mejor que se reunieran el fin de semana en la casa de Marcela ya que la mamá de ella iba a recibir la visita de su novio y que como estaría ocupada pasarían más tranquilas y aprovechó para pedirle que la llamara para preguntarle si había algún problema de que se reunieran allí.
Al día siguiente después de celebrar el triunfo del campeonato, Roberta salió del colegio en compañía de su madre quien había asistido para verla jugar y le pidió que pasaran alquilando un par de películas y comprando una pizza para llevar a la casa de Marcela en donde pasarían el fin de semana.
Mientras la mamá ordenaba la pizza, Roberta entró al sitio donde alquilaban las películas y el dependiente que era su amigo le entregó el paquete con los videos que previamente ella había ordenado por teléfono.
Con rapidez regresó al auto y metió las películas en el fondo de la mochila que contenía la ropa que había llevado para el fin de semana al tiempo que la mamá salía de la pizzería con la humeante caja que puso en el asiento de atrás junto a la mochila.
Al reiniciar la marcha, la mamá le preguntó con despreocupación qué películas había escogido y Roberta le respondió: «Un par de comedias romanticonas».
Cuando llegaron a la casa de Marcela, sus amigas ya la estaban esperando sentadas en la puerta y corrieron a saludar a la mamá quien después de darle un beso a Roberta le entregó un billete para cualquier cosa que necesitara durante el fin de semana y las tres entraron a la casa y se perdieron tras la puerta en medio de risas y juegos.
La mamá de Marcela estaba en el aeropuerto recibiendo a su novio quien también venía de visita por el fin de semana, pues trabajaba en otra ciudad. Las tres amigas estuvieron conversando por un rato y luego fueron al cuarto de Marcela que les quería enseñar una ropa que su mamá le había comprado.
Tenía sobre la cama varios pantalones, blusas, camisetas, ropa interior, zapatos y una chaqueta y Laura y Marcela empezaron a probarse enfrente del espejo cómo les lucía cada prenda y mientras Laura se sostenía desde los hombros una blusa decía: «Con esta me parezco a Talía» al tiempo que la soltaba y se probaba una camiseta de color fucsia subido y decía: «Este color no me gusta, es muy fuerte», entre tanto que Marcela se sostenía desde la cintura un pantalón y les decía a sus amigas: «Este es mi favorito» mientras que cambiaba de posiciones poniendo primero una pierna más adelante que la otra y luego cambiando de postura agregaba: «Con esta me parezco a Shaquira». Roberta observó con detenimiento cada prenda y dijo: «Tu mamá botó la casa por la ventana contigo, parece que le da mucho remordimiento meterse a la cama con el novio, estando tú tan cerca».
Marcela no respondió nada y siguió sobreponiéndose uno y otro pantalón mientras movía las caderas al frente del espejo y cantaba fragmentos de una canción de su cantante favorita. Roberta se recostó en la cama y les dijo a sus amigas: «Yo sigo prefiriendo la ropa deportiva grande» e instó a sus amigas para que se probaran una por una las prendas, pero poniéndoselas para ver cómo les lucían puestas y así estuvieron por un rato riéndose entre tanto que se intercambiaban blusas, pantalones, camisetas y hacían imitaciones de artistas y de modelos.
Entre burlas y juegos Laura le lanzó la camiseta que se estaba quitando a Roberta y la prueba de ropa pronto se convirtió en una guerra de almohadas que terminó con las tres chicas en panty lanzándose todo lo que encontraron a su alcance dentro del cuarto.
Cuando la mamá de Marcela regresó del aeropuerto con el novio a la casa encontró a las tres pequeñas en pijama, recién bañadas y sentadas en el sofá de la sala, comiendo pizza y viendo la película Titanic.
Las saludó con rapidez y después de preguntar si no había ninguna novedad en la casa, desapareció con su novio tras la puerta de su dormitorio.
Laura le preguntó a Roberta si esa película era la sorpresa que les había anunciado por teléfono que llevaría y Roberta le respondió que no fuera tonta, que esa sorpresa estaba reservada para más tarde.
Al terminarse la película, se quedaron conversando un rato mientras remataban los últimos pedazos de pizza y cuando Laura le preguntó a Marcela si creía que su mamá saldría del dormitorio, esta se sonrió y le respondió que siempre que venía el novio de visita no salían del dormitorio hasta cuando él ya se iba.
Roberta tomó la iniciativa y puso su vaso sobre la mesa al tiempo que se levantaba y dijo que ya era hora de ir a dormir. Sus amigas protestaron que todavía era muy temprano y ella les respondió que no importaba, que subieran al dormitorio y que llevaran la video casetera, que si Marcela estaba segura de que su mamá no saldría del dormitorio podrían ver la película que les había ofrecido a manera de sorpresa.
Mientras Marcela desconectaba el aparato, Laura replicó: «Espero que no hayas traído alguna película de terror», al tiempo que se dirigían al dormitorio. Marcela conectó de nuevo la video casetera y Roberta sacó de su mochila la segunda película y la introdujo en la máquina, apagó la luz del techo y las tres se metieron en la cama y se cubrieron con las mantas hasta el cuello, dejando afuera solo las cabezas.
Roberta que estaba en la mitad, sacó un brazo y con el control remoto puso a rodar la cinta. Después que pasaron los avisos iniciales y se anunció la película, Laura volvió a protestar: «Pero esa es una película para adultos...». Roberta le hizo una señal de que guardara silencio poniéndose el dedo índice frente a los labios al tiempo que se estiraba sobre el cuerpo de Laura para apagar también la lamparita del nochero, pasando su cara a un par de centímetros de la de Laura.
El reflejo de la luz del televisor se vio por la ranura de debajo de la puerta del dormitorio de Marcela brillando durante toda la noche.
Al día siguiente se levantaron muy tarde y cuando entraron a la cocina para buscar unos vasos de jugo se cruzaron con la mamá de Marcela que aún en levantadora llevaba para su dormitorio el desayuno para ella y su novio. Les preguntó si habían dormido bien, sin percatarse de las leves ojeras que mostraban los ojos de las muchachas.
Cerca del medio día sonó el timbre de la puerta y Marcela fue a abrir. Era una amiga de su madre, una mujer joven que las frecuentaba y que a falta de familia propia pasaba mucho tiempo en casa de Marcela. Laura y Roberta ya la conocían y no les sorprendía la confianza con que se desenvolvía en ese hogar, que había adoptado como propio.
A pesar de ser mucho más joven que la madre de Marcela, se llevaban muy bien y eran confidentes de sus desventuras de amor. Conocía con detalles el tórrido romance que mantenía la mamá de Marcela con su actual novio y como era una eterna solitaria fue ese día a instancias de ella a acompañar a las niñas para que no pasaran mucho tiempo solas, mientras ella atendía su visita.
Era delgada y de apariencia frágil y tenía una dulzura que motivaba a las personas a tratar de protegerla, pero nunca tenía una pareja estable pues siempre se enamoraba del hombre equivocado. Se trataba de Esther.
Rápidamente se vistieron las chicas y salieron de la casa con el ánimo de ir a algún sitio a divertirse pero no se ponían de acuerdo a dónde y como era usual Roberta asumió el liderazgo y dijo: «Vamos al parque de diversiones que recién se instaló» y con determinación detuvo un taxi que las condujo hasta el lugar.
Se trataba de un gran parque de atracciones mecánicas que hacía pocos días había abierto sus puertas con toda clase de novedades y grandes máquinas para inducir el vértigo a los más extremos límites. De inmediato las chicas se querían subir en todos, pero Esther mostró un poco de temor pues se sentía insignificante frente a esas descomunales moles de fierros multicolores.
Roberta lo percibió de inmediato y se le acercó para decirle que no se preocupara que ella la acompañaría en todo momento y la protegería. Por mayoría la primera elección fue la montaña rusa, que era la principal atracción del lugar por ser una de las más largas que se habían visto en la ciudad.
Marcela y Laura se subieron en un coche y a regañadientes Esther lo hizo en el siguiente en compañía de Roberta. Una vez que el tren inició su lenta marcha, Esther se arrepintió de haber accedido pero ya no había marcha atrás. Cuando comenzó el ascenso apretó con todas sus fuerzas los labios y se aferró con las manos al tubo de protección que tenían enfrente y en la medida que iban ganando altura empezó a estrechar su cuerpo hacia el de Roberta y a levantar los hombros como si tratara de proteger la cabeza metiéndola dentro del cuerpo.
Poco a poco cerró los ojos y terminó por apretarlos con la misma intensidad que lo hacía con los labios y en el ofuscamiento que se encontraba renegaba para sus adentros de haber aceptado subirse en ese suplicio. Roberta percibió el miedo que embargaba a Esther por la forma en que se apegó a ella y no dudó en pasarle el brazo por la espalda y ceñirla con fuerza hacia sí.
Cuando estaban casi en la cima y se avecinaba el descenso Roberta comprendió que se venía lo peor y a pesar de ser un poco más pequeña que Esther, la abrazo con los dos brazos y como Esther había agachado la cabeza, encajó el pequeño bulto en que se había convertido el cuerpo de ella debajo de su quijada tratando de brindarle la mayor protección posible.
El descenso duró unos pocos segundos que para Esther fueron una eternidad, acompañada del grito unísono de los demás pasajeros del vertiginoso tren. Roberta mantuvo estrechada a Esther sintiendo cómo temblaba levemente entre sus brazos. Después del segundo descenso, cuando el tren ya perdía impulso, levantó la cabeza.
Estaba bañada en lágrimas, con los labios temblorosos, pálida como una muerta y dejó salir un susurro casi imperceptible: «No más por favor...», mientras se aferraba con fuerza al cuerpo de Roberta para que no la soltara.
Los siguientes descensos fueron paulatinamente más suaves y Esther los soportó con estoicismo hasta cuando los coches se detuvieron por completo.
Laura y Marcela se bajaron radiantes y eufóricas por la experiencia que acababan de tener pero en cuanto vieron el estado en que se encontraba Esther se alarmaron y le preguntaron a Roberta qué había pasado. Esta no alcanzó a decir nada cuando Esther totalmente descompuesta y sin soltar por un solo instante a Roberta, les dijo que se sentía muy mal y que necesitaba ir de inmediato a su apartamento. Que continuaran ellas con la diversión pero que ella se iba en ese mismo instante.
Las muchachas se miraron entre sí con gestos interrogantes y Roberta salió al paso diciéndoles que no se preocuparan, que se quedaran en el parque y que ella llevaría a Esther al apartamento y que regresaría enseguida. Esther trató de negarse, balbuceando que ella se podría ir sola, pero sin soltarse todavía de Roberta y esta en un gesto decidido dejó a las amigas y salió del lugar con Esther en busca de un taxi. Cuando llegaron al apartamento, Roberta le preguntó si quería tomarse un tinto caliente para reanimarse pero Esther tomó la primera botella de licor que encontró en su pequeño bar y se sirvió un vaso que bebió sin respirar hasta terminarlo.
Luego le pidió perdón a Roberta por haberle estropeado el plan con las amigas, pero le explicó que era la primera vez que sufría una crisis tan severa y que desconocía por completo hasta ese día esa parte oscura de su naturaleza. Roberta se quedó con ella hasta la tarde, tratando de tranquilizarla y aprovechando para hacerle mimos y cariñitos.
A partir de ese día la relación entre Roberta y Esther se estrechó mucho más y comenzaron a frecuentarse de una manera que resultaba inusual entre una jovencita y una mujer mayor, pero se complementaban la soledad y necesidad de ser protegida de Esther con la capacidad protectora que la adolescente ejercía sobre ella.

Laura y Marcela iban juntas al mismo colegio, que era diferente del de Roberta, lo que facilitaba que entre las dos pudieran hablar más frecuentemente y un día mientras hacían una tarea escolar en la casa de Laura, Marcela le preguntó que pensaba de lo que ocurría con Roberta, a lo que Laura le respondió que prefería no pensar en eso, que a ella le gustaba la compañía de Roberta, que disfrutaba las cosas que hacían juntas porque siempre la pasaban muy bien, aunque también se daba cuenta de que a Roberta no le gustaban los muchachos pero de inmediato agregó que a ella si le gustaban. Marcela le volvió a preguntar si no le molestaba que en muchas ocasiones Roberta propiciara que se bañaran juntas o que jugaran casi desnudas y Laura le contestó que no. –Y qué sientes cuando te toca?- Laura reflexionó por unos instantes, pero no dudó cuando respondió:
-Me gusta. Y a ti?-
-Pues también me gusta. Por ejemplo el fin de semana que pasamos en mi casa, cuando vino el novio de mi mamá, nos lavamos el cabello las tres en la tina y esa tina es muy pequeña para tres personas, pero me agrada sentir cerca la presencia de su cuerpo desnudo-.
Laura continuó diciendo: - Esa noche mientras veíamos la película en tu cuarto, me tocó de una manera diferente, o mejor dicho me hizo sentir de una manera diferente.
Ese día sentí algo que no había sentido nunca antes y que tampoco he vuelto a sentir. Mientras me acariciaba yo iba sintiendo como si algo en mi interior fuera a explotar, como si fuera un globo y con cada nueva caricia entraba más aire al globo y cada vez fuera más cercana la posibilidad de la explosión y eso me producía temor, pero al mismo tiempo no quería que se detuviera, quería que siguiera tocándome y en el instante mismo de estallar sentí como se debe sentir cuando se salta de un avión al vacío. Un gran hueco en el estómago y unas ganas como de devolver el estómago, pero diferente porque en realidad no quería devolver.
Fue una gran explosión que me llenó de satisfacción y no quería que se terminara nunca-.
Marcela le dijo que a ella ya le había pasado lo mismo, que en varias ocasiones Roberta la había llevado a un estado parecido, pero que cuando ella había explotado por primera vez lo había hecho un día sola en la ducha mientras se bañaba. Agregó que ella no sabía si estaba mal lo que hacían pero que lo que tenía muy claro era que a pesar de que le gustaban las cosas que hacían con Roberta a ella también le gustaban los muchachos.
Laura le preguntó: -a ti te ha besado alguna vez en la boca?
Marcela tardo un poco en contestar: -Solo una vez-.
-Y cómo fue?
-Estábamos solas en la casa de ella viendo una película romántica, nos encontrábamos tomadas de la mano y en la parte más emocionante, cuando los protagonistas se besaron, nosotras también nos enternecimos y ella se acercó y me besó-.
-Y se tocaron las lenguas?
-No, eso solo lo he hecho con el muchacho que vive al lado de mi casa-
-Y te gustó?
-En realidad no, porque mientras nos besábamos, él me quiso meter la mano debajo de la falda y yo no se lo permití-.

Para Esther resultaba agradable que Roberta siempre estuviera preocupada por ella y solo le sorprendía que en algunas ocasiones fuera tan madura y le hiciera comentarios propios de una persona adulta, pero en general se sentía halagada de que hubiera alguien que no solo se preocupara por ella, sino que además no la criticara ni censurara por sus acciones, lo que la motivó a confiarle sus secretos íntimos y sus temores, sin reflexionar que se trataba de una niña grande.
Esa tarde Roberta llegó al apartamento de Esther y la encontró muy afligida y llorosa. De inmediato se sentaron a conversar como si fueran dos viejas amigas y Esther empezó a actualizar a la chica de los últimos acontecimientos que se habían suscitado en el torbellino de la relación que mantenía con su jefe en el trabajo.
Le contó que ese día había ido la esposa de él a la oficina y que los había enfrentado por la relación clandestina que estaban manteniendo y que cuando ella esperaba que su jefe la respaldara y no permitiera que la esposa la agrediera verbalmente como lo había hecho, él se hizo el loco y le pidió perdón a la esposa y le aseguró que lo que había mantenido con Esther no era más que una aventura sin importancia.
De nuevo las lágrimas asomaron en sus ojos y tratando de contenerlas miró hacia el techo y agregó: «No entiendo por qué todos los hombres que se acercan a mi vida, lo hacen solo pensando en mi cama y nunca en mi» y rompió en un llanto incontenible.
Roberta que hasta entonces la había escuchado en silencio, la abrazó de una manera similar a como lo había hecho en el parque de diversiones y muy cerca del oído le dijo que se tranquilizara, que pronto todo estaría bien. Se mantuvieron así por un rato mientras Roberta le masajeaba suavemente la espalda al tiempo que le susurraba en el oído que todo iba a salir muy bien.
Cuando al fin Esther pudo controlar el llanto, se sintió conmovida por la solidaridad de su amiguita y levantó la cara con una sonrisa de agradecimiento sobrepuesta al llanto. Roberta también le sonrió y lentamente acercó su rostro al de Esther para besarla en la mejilla. Después del beso sus rostros se quedaron a unos pocos centímetros mientras las dos mantenían las sonrisas en un gesto de recíproca gratitud y Roberta nuevamente acercó el suyo al de Esther y sin dejar de mirarla a los ojos posó suavemente sus labios sobre los de ella.
La reacción de Esther fue de confusión y con suavidad se retiró de Roberta y se puso de pie, quien sintió que había dado un paso en falso mientras se cogía la cabeza con las dos manos en un gesto de rabia.
Esther preguntó: «Por qué hiciste eso?» Y Roberta le respondió con enfado al tiempo que también se ponía de pie: «Tú eres tonta? O no te has dado cuenta de que me gustas».
Esther frunció el seño en un gesto de mayor confusión y replicó: «Pero qué estas diciendo! Si todavía eres una niña». Inmediatamente Roberta asumió una posición agresiva y le gritó con una dosis de ironía: «Quieres decir que porque soy muy joven no tengo la capacidad de sentir o acaso insinúas que si no lo fuera tanto, no dudarías en meterte en la cama conmigo».
Roberta no esperó para escuchar la respuesta de Esther quien no acababa de reponerse de la sorpresa y salió del apartamento azotando con fuerza la puerta.
Esther quedó sumida en una profunda depresión que se extendería por muchos días. Después de que Roberta salió no lograba coordinar sus ideas que la bombardeaban continuamente como destellos instantáneos con escenas mezcladas haciendo el amor con su jefe, con la esposa de él insultándola, con Roberta besándola en la boca, con su jefe diciéndole que ella no era más que una aventura para él, hasta que se puso de pie e irreflexivamente caminó hasta su barcito y se tomó de un solo trago casi medio vaso de brandy.
Su mayor conflicto se basaba en no poder entender por qué razón le resultaba imposible relacionarse con las personas a la vez que mantener una relación afectiva estable. Era muy severa en su autocrítica y mientras el brandy le adormecía la boca y la laringe, esperó a que empezara hacerlo con su sobriedad.
Esther pensaba en Roberta como una adorable niña, que a pesar de su corta edad tenía la madurez de una persona adulta y como tal le había confiado sus conflictos íntimos lo que había facilitado que se acercaran tanto, pero cuando regresaba a su mente la escena del momento en que la había besado y el reproche que le había hecho de que quizás si no fuera tan pequeña le habría gustado involucrarse con ella, sintió repudio y se restregó con fuerza la boca con el anverso de la mano.
Mientras pensaba en ello, también se debatía entre el conflicto de si debía renunciar a su trabajo o no. La parte emotiva de ella la saturaba de orgullo y le dictaba que como decía la letra de una canción, «la dignidad hay que salva»r, refiriéndose a que no podía tolerar la humillación de que había sido objeto por parte de su jefe, mientras la parte racional le dictaba que no podía perder su trabajo y que debía encontrar otra solución.
Le llevó varios días a Esther tomar la decisión, pero cuando estuvo segura de lo que debía hacer se dirigió a la casa de Roberta. Al llegar tocó el timbre y después de unos segundos se abrió la puerta y como lo esperaba, la persona que la recibió fue Mari y secamente le dijo: «Necesito hablar contigo». Mari no la conocía muy bien, solo sabía que era una amiga de la mamá de Marcela y la había visto en un par de ocasiones en la casa.
La conversación no tardó más que los pocos minutos que necesitó Esther para contarle lo ocurrido a la mamá de Roberta, quien la escuchó con atención y sin interrumpir.
En cuanto Esther terminó, concluyó diciéndole que había dudado mucho en si debía o no hablar con ella de lo sucedido y que por respeto y solidaridad con Roberta había decidido no hacerlo pero que cuando pensó en Marcela y Laura cambió de opinión.
Después que Esther salió de la casa, la mamá de Roberta se quedó sumida en llanto, sintiendo que de lo que acababa de enterarse era una carga que no estaba preparada para soportar y sintiéndose culpable porque por alguna razón ella había equivocado la educación de su hija, lo que seguramente había contribuido para que Roberta fuera así.
Pasaron las horas y cuando Roberta regresó a su casa, encontró a su mamá sentada en el mismo sitio en que había recibido la visita de Esther.
De inmediato y sin rodeos le dijo de lo que se había enterado y sin dar lugar a que Roberta dijera nada, la cuestionó a cerca de en qué momento se había vuelto así y la urgió para que juntas buscaran ayuda siquiátrica para salir del problema.
En un principio Roberta trató de negarlo todo, pero pronto se dio cuenta que era el momento de que su madre lo supiera y guardó silencio hasta que ella se desahogó por completo.
Cuando por fin hizo una pausa como esperando una respuesta por parte de Roberta, esta se quedó en silencio con la mirada fija en el piso y se mantuvo así mientras decía de una manera impersonal y en voz muy baja, como si no le estuviera hablando a su mamá:
«Es verdad todo lo que Esther te ha dicho, no lo niego, pero no veo por qué razón te cuesta tanto trabajo entenderme y aceptarme. Por qué me tratas como si tuviera alguna enfermedad que pudiera curar un siquiatra. Yo no estoy enferma, solo soy diferente en mis preferencias, pero soy una persona completamente normal, con las mismas ilusiones y los mismos sueños que cualquier otra niña de mi edad. Así como es visto con normalidad que los chicos de mi edad se acercan a las muchachas y que las cortejen y traten de enamorarlas porque empieza a despertar en ellos la necesidad de amar, exactamente igual me ocurre a mi, solo que mi atracción no es por los muchachos. No soy ningún monstruo perverso que anda intentando seducir a las demás niñas. Simplemente quiero que comprendas que no me gustan los muchachos pero que no soy mala por eso, que no es algo que adquirí o que alguien me enseñó o inculcó, sencillamente yo vine al mundo así y me siento feliz, pienso que no me sobra ni me falta nada y creo que si tu me amaras como dices hacerlo, deberías estar feliz solo porque yo también lo esté».
Las dos guardaron un prolongado silencio después del cual se abrazaron y lloraron juntas el reencuentro de sus vidas.
Para Mari fue como una revelación lo que acababa de escuchar de boca de su hija y comprendió que ella tenía razón, que el ser diferente en algún aspecto al promedio de las personas no era ningún estigma por el cual debiera ser censurada y se sintió agradecida con la vida por brindarle la oportunidad de acercarse a su hija y aceptarla tal como era, sin interponer ninguna clase de condicionamiento. Entendió que en ese instante de sus vidas ella tenía la oportunidad de adoptar una posición tolerante frente a algo que no podía intentar cambiar, y que por el contrario le permitiría seguir siendo aliada de Roberta y mantener la relación que hasta entonces habían tenido.
En el caso contrario, rechazarla e insistir en intentar hacerla cambiar, inexorablemente conduciría a que terminaran alejándose y acabaría por perder a su hija, lo cual la aterrorizó y de inmediato supo lo que tenía que hacer.

Texto agregado el 16-02-2014, y leído por 175 visitantes. (4 votos)


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