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CARCEL TRIPLE
(2004)

La vida de Jorge Castro se desarrollaba en medio de una gran monotonía. Era un hombre de complexión delgada y baja estatura, con el cabello negro y lacio, siempre peinado totalmente hacia atrás, con un rostro taciturno acompañado de una expresión sombría que delataba su alcoholismo crónico.
Puntualmente salía de su casa de lunes a viernes a las ocho de la mañana, vestido siempre de impecable traje oscuro y con su inseparable portafolios.
Era el primero en llegar a la oficina y también el primero en salir después de la reunión diaria, pues su trabajo era de ventas y lo desarrollaba en la calle visitando a sus clientes. Se especializaba en vender seguros y aunque no ganaba mucho dinero, sus ingresos le permitían mantener decorosamente y sin sobresaltos a su familia.
A las seis de la tarde regresaba a su casa, cansado de caminar todo el día, pero sin haber perdido en lo más mínimo la impecabilidad con que había salido en la mañana. Soltaba el portafolios en una mesita dispuesta para ese fin en la sala, le daba un beso a su esposa y se sentaba a conversar con ella sobre los acontecimientos del día, entre tanto que la mujer le servía la comida al tiempo que él se dedicaba a jugar con su pequeña hija mientras la esposa se quejaba de lo aburrido que había sido su día sin salir de la casa.
Después de comer se sentaba a ver las noticias por televisión y tan pronto se terminaban, salía de nuevo a la calle a visitar uno de los bares de los que era cliente habitual.
A pesar de ser conocido en todos los lugares que frecuentaba, no tenía muchos amigos y por lo general se sentaba solo. Pedía media botella de aguardiente y cuando se la terminaba pedía otra.
Comúnmente se tomaba las dos medias botellas en el mismo lugar, pero en algunas ocasiones cuando le molestaba algo del sitio, aunque fuera la música, se iba para otro a tomarse la segunda. Al terminar la segunda ya estaba completamente borracho y emprendía el regreso hacia su casa, donde su mujer lo esperaba ya dormida.
Los fines de semana se los dedicaba a su familia por lo general para actividades de recreación, pero en las noches no dejaba de salir a beber. Jamás lo hacía en su casa y tampoco mantenía licores en ella, como tampoco jamás pasaba un solo día en que no hiciera sus periplos nocturnos.
Jorgito, como lo llamaban las personas allegadas y en el trabajo, amaba profundamente a Iris, sin importarle su pasado y el que la hubiera sacado de un burdel para vivir con ella. Fue amor a primera vista y sucumbió ante sus encantos naturales y su coquetería.
Nunca se le escuchó ni un reproche por el origen del que la había extraído y para él la vida de ella había comenzado después de que salió de ese lugar. No dudaba de su genuina rehabilitación y confiaba ciegamente en ella, sin permitir que los rumores que circulaban entre sus familiares y en el vecindario en que vivían lo hicieran dudar de su honestidad.
Un día entró a la tienda de la esquina y no pudo evitar escuchar el momento en que la dueña le aseguraba a otra señora que a ella le constaba que esa mala mujer engañaba al pobre Jorgito y él a pesar de haberlo escuchado se hizo el desentendido como que no había oído nada.
Confiaba en ella y creía que todo lo que decían se debía a que en su familia al igual que en el barrio en que vivían se conocía su origen y eso hacía pensar mal a la gente que en general era maliciosa pero que él confiaba en su mujer pues ella había cambiado y era respetuosa de la confianza que le había brindado y prefirió alejarse de los familiares que en su momento trataron de abrirle los ojos.
Sin embargo Iris no había abandonado del todo sus antiguos hábitos. Para las personas del barrio era común verla salir apresurada a media mañana y en ocasiones llegar por las tardes poco antes que el marido a recoger a su niña a quien siempre dejaba para ser cuidada en una casa vecina por unas excompañeras de lenocinio.
Casi todos los días salía a sus andanzas, pero raramente con el mismo hombre y nunca llevó a ninguno a la casa de su marido. No sacaba ningún beneficio material de sus deslices pues era una debilidad, casi un vicio que no podía controlar y lo hacía solo por placer. Nunca podía decir que no y sincronizaba las cosas con tanta perfección que Jorgito nunca notaba sus furtivas ausencias.
Por efecto de la bebida, Jorgito sufría de permanentes malestares estomacales que constantemente trataba de mitigar con antiácidos, pero todo el tiempo sentía molestias que imputaba a las cada vez más severas resacas.
Se había convertido en un maestro para disimular sus achaques tanto en el trabajo y con los clientes, como frente a Iris, a pesar de que cada día que transcurría se sentía peor, pero no lo suficiente para hacerlo desistir de volverse a emborrachar la noche siguiente.
Una mañana salió antes de que se terminara la reunión de su trabajo, pues los calambres que sentía en el estómago eran muy fuertes y quizás los habría podido soportar pero lo que no pudo controlar fueron los ruidos que como ecos perdidos en prolongados goings, se producían una y otra vez desde lo profundo de sus entrañas, haciendo cada vez que se escuchaban que sus compañeros de trabajo se miraran interrogantes unos a otros.
Los calambres fueron tan intensos y seguidos que un poco antes del medio día no soportó más y decidió regresar a su casa. Cuando llegó su esposa no estaba y de inmediato se recostó y cayó en un profundo sueño.
Se despertó pasadas las cinco de la tarde cuando Iris abrió la puerta del dormitorio. Ella se sobresaltó de encontrar al marido en la casa a esa hora y durmiendo. Le preguntó si hacía mucho rato había llegado y él le respondió que no, que hacía unos pocos minutos, que había llegado muy cansado y que por eso se había recostado un momento al tiempo que se ponía de pie.
Iris recobró de inmediato la calma y le dijo que ella también había salido hacía poco tiempo a comprar algo. Jorgito reflexionó para sus adentros «Pobrecita, le avergüenza aceptar que salió desde temprano» como una manera de justificar que ella no tenía por qué razón explicarle a él cómo invertía su tiempo. A continuación del recuperador sueño se sintió mejor y en la noche después de que Iris le dio de comer, salió a la calle a la hora habitual.
Con el transcurso del tiempo Jorgito empezó a percibir cambios en su cuerpo con los que poco a poco se fue adaptando hasta convertirlos en parte de su vida. Uno de ellos fue un zumbido que comenzó a acompañarlo ocasionalmente cuando llegaba a su casa después de viajes prolongados, pero que desaparecía con el descanso del sueño. Con el tiempo se fue haciendo más frecuente su presencia, hasta convertirse en algo permanente que siempre que hacía conciencia estaba allí, pero que cuando lo olvidaba desaparecía. En realidad nunca desaparecía, solo que mientras no era conciente de él, no lo percibía.
Le costaba un poco de esfuerzo definirlo y lo más parecido que encontraba para compararlo era como un zumbido producido una vibración de altísima frecuencia que le imprimía una tonalidad metálica brillante, con la apariencia de un timbre intenso.
Cuando hacía conciencia de él lo sentía en los dos oídos, pero si se los tapaba con las manos no desaparecía sino que tenía la certeza de que se producía en el interior de la cabeza.
Se acostumbró a vivir con ese zumbido y aseguraba que no le afectaba para nada el oír pese a que adquirió un tic de ponerse el dedo índice en el oído y acercarse un poco más cuando le decían algo, en un gesto inequívoco de no haber escuchado o entendido y esperar que le repitieran lo que le habían dicho.
Otro cambio importante fue la paulatina pérdida de la conciencia del entorno. Inicialmente cuando estaba sobrio tenía plena conciencia de lo que estaba ocurriendo a su alrededor y solo en las noches cuando comenzaba a beber progresivamente iba perdiendo esa conciencia hasta cuando se emborrachaba.
Durante la noche dormía y al otro día después de su acostumbrado baño con agua fría volvía por completo a la sobriedad y al pleno estado de conciencia, hasta volverlo a perder en la noche cuando de nuevo bebía.
Con el transcurso del tiempo empezó a notar que durante el día ya no tenía la misma capacidad de conciencia de él mismo y de lo que ocurría a su alrededor que antes, sino que se mantenía en un estado como de letargo y somnolencia como si todo el día mantuviera unas cuantas copas de licor en la cabeza, aunque no hubiera tomado absolutamente nada.
os estados de plena conciencia se volvieron ocasionales hasta que terminaron por desaparecer, convirtiéndose para Jorgito en un lejano recuerdo que solo le inspiraba nostalgia. Su velocidad de reacción mental y física se hizo más lenta y su memoria comenzó a verse también afectada.
Todo el tiempo tenía ganas de dormir y hubo ciertas oportunidades en que el sueño y la fatiga lo vencieron, pero siempre se manejó con habilidad para que nadie, ni siquiera su mujer lo notara. Íntimamente sabía que eran los efectos de la bebida pero carecía por completo de la voluntad para dejarla y del valor para comentarlo con alguien. Cada vez que le daban con más frecuencia los calambres en el estómago sabía que alguna enfermedad incurable se estaba gestando en su interior, pero le producía terror pensar en decírselo a Iris o peor aún en considerar la idea de visitar a un médico. Sufría con estoicismo los dolores esperando el desenlace sin decírselo a nadie.
Había transcurrido algún tiempo el día en que Jorgito salió de visitar a un cliente y cuando caminaba para reunirse con otro, vio pasar a Iris en un automóvil, sentada al lado del conductor. El auto se detuvo por un instante en la esquina para hacer un giro y desaparecer con rapidez, pero lo suficiente para él darse cuenta de la blusa que llevaba puesta. Después que el automóvil desapareció Jorgito se quedó pensando qué estaría haciendo su mujer por esos rumbos, que a lo mejor le había pasado algo a la niña, pero no le dio importancia al asunto y hasta pensó que se podía tratar de otra mujer parecida a Iris.
No existía la menor posibilidad de que Jorgito dudara de la honorabilidad de su mujer y por el contrario le causaba preocupación hacerle cualquier comentario o pregunta que la hiciera pensar que él no confiaba en ella, por lo cual decidió no decirle nada cuando regresara en la noche.
Ese día no se había sentido bien. Los síntomas le eran familiares, una gran fatiga sin haber hecho ningún esfuerzo físico y además del cansancio y la falta de energía, un dolor de cabeza sordo, como lo denominaba él, centrado sobre el ojo derecho que lo acompañó durante todo el día hasta la hora de regresar a su casa y para el que ya no tomaba analgésicos pues no le hacían ningún efecto.
A pesar de tratar de ocultar sus dolencias, para Iris se había hecho común verlo con una expresión de dolor frotarse el vientre bajo en movimientos circulares de la mano, como tratando de mitigar algún malestar pero cuando le preguntaba qué le pasaba, su respuesta era: «Nada».
Cuando entró a su casa y vio a Iris, sonrió con tranquilidad al comprobar que la blusa que llevaba puesta era parecida a la de la mujer que había visto temprano en ese auto, pero que la de la mujer era negra mientras que la de Iris era azul oscura y con una exhalación profunda, que en realidad dejaba escapar no solo el aire de sus pulmones, sino cualquier asomo de duda y concluyó: «No era ella».
Jorgito no era del tipo de personas que acostumbrara mentir y aunque en su trabajo era común que otras personas lo hicieran, él pensaba que parte de su profesionalismo consistía en no hacerlo. Sin embargo frente a las actividades de su mujer, sufría de una mitomanía compulsiva. Era un ejemplo viviente del peor ciego del refrán.
Con el transcurso del tiempo la salud de Jorgito era cada vez más frágil y los accesos de falta de energía más frecuentes, pero con estoicismo los superaba para continuar con sus hábitos nocturnos.
Una noche salió con un amigo del barrio con quien en ciertas ocasiones iban a algún bar a tomarse unos tragos. Esa noche a instancias del amigo tomó más de lo acostumbrado y en un par de horas estuvo en muy mal estado, al punto que su amigo lo tuvo que llevar casi cargado hasta su casa.
Ese nuevo amigo lo había empezado a frecuentar en los últimos tiempos y le demostraba interés y algo de afecto filial. Conversaban mucho cuando salían juntos y como generalmente no se embriagaba tanto como Jorgito, lo cuidaba y cuando estaba muy borracho lo ayudaba a llegar a su casa, como esa noche en que Jorgito daba la impresión de estar inconsciente.
Vagamente recordaba que su amigo lo había subido en un taxi y que cuando habían llegado a su casa, en compañía de Iris lo habían llevado hasta su dormitorio, le habían quitado la gabardina y los zapatos y vestido lo habían dejado caer sobre la cama.
Como escenas entrecortadas de una borrosa película recordaba haber escuchado fragmentos de una susurrante conversación entre su amigo e Iris y tenía la sensación de que Iris en repetidas ocasiones le decía por algo que no a su amigo mientras se acostaba a su lado.
En medio de la borrachera creyó que su amigo también se había metido con ellos a la cama y le pareció escuchar los característicos y prolongados gemidos que emitía Iris cuando empezaba a experimentar orgasmos consecutivos.
En un intento desesperado trató de levantar la cabeza y entre el acoso de la borrachera y las penumbras del dormitorio le pareció ver en el contraluz que producía el alumbrado de la calle que se colaba por la ventana la silueta desnuda de Iris arrodillada sobre la cama con el cuerpo arqueado hacia atrás, apoyada sobre los codos con la cabeza descolgada para la espalda y los senos erectos hacia el cielo como dos desbordantes volcanes a punto de erupción, pero el grado de alcohol en su cerebro era más poderoso que cualquier otra cosa y terminó por vencerlo en un profundo sueño.
Cuando se despertó con las primeras luces de la mañana, sintiendo una intensa punzada en el vientre, con una mezcla desordenada de escenas sobrepuestas y la confusión propia de le ebriedad aún latente y del sueño junto con la angustia de la duda y un incontenible deseo de devolver del estómago, vio cómo su mujer dormía placidamente a su lado.
Mirando al techo de la habitación pensó con tranquilidad: «Gracias a Dios, todo fue solo un sueño» y de nuevo se durmió para minutos más tarde saltar de la cama con una explosión de sangre por boca y nariz que finalmente cesó cuando ingresó sin vida a la sala de urgencias del hospital.
Jorgito murió en paz, con la tranquilidad de que su mujer siempre le había sido fiel.


Texto agregado el 16-02-2014, y leído por 144 visitantes. (2 votos)


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