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LA RUTINA
(2005)

Horacio conoció a Elsa en una exposición de pintura en la facultad de artes y a pesar de estudiar carreras diferentes y que no fuera fácil que se pudieran reunir, empezaron a frecuentarse.
Fue como muchas otras veces le había ocurrido, amor a primera vista, con la diferencia de que esta vez fue correspondido. Enseguida que se conocieron congeniaron y en pocas semanas se convirtieron en pareja, aunque nunca dejaron de vivir en sus respectivas casas.
Pasaban la mayor parte del tiempo juntos y a pesar de tener los conflictos normales de todas las parejas se llevaban muy bien. Horacio identificó tempranamente en Elsa la virtud de la lealtad y descubrió a través de esa virtud una de las más elevadas manifestaciones de amor que difícilmente podría encontrar en otro ser sobre la faz de la tierra, que poco a poco se fue acrecentando con el descubrimiento de afinidades en la forma de ver muchos aspectos de la vida.
Cuando analizó los mecanismos de ella y los comparó con los suyos propios no le causó mucha sorpresa encontrar en esa mujer ideal la figura perfecta de anti-mamá para su rechazo materno, pues era la más pulcra manifestación de la antítesis de su madre, mientras que él le reproducía a ella la imagen paterna, reforzándole la fijación paterna, lo que lo llevó a concluir que apuntaban para ser una pareja feliz que se mantendría unida hasta sus últimos días, por encima de cualquier viento y de cualquier marea.
Al igual que en otras oportunidades, la mamá de Elsa le ganó enseguida gran afecto a Horacio y con el padre iniciaron interminables conversaciones sobre los más impensados temas.
Para Horacio esa relación fue lo más cercano que pudo encontrar al amor perfecto, como él lo concebía, sin celos, sin egoísmo, sin manipulaciones y sin ánimos posesivos.
A los ojos del mundo se convirtieron en la pareja perfecta que lo mismo podían disfrutar los colores de las flores de un jardín, aunque los vieran diferentes, o el juego de unas aves con sus polluelos en el nido, que de un concierto de música clásica o una canción de sus favoritas en la radio, o una buena película o una obra de teatro.
Se complementaban muy bien en gustos e inclinaciones, pero por encima de todo se respetaban, no en los términos convencionales del respeto, sino en los parámetros que Horacio lo definía y que Elsa compartía plenamente y a partir de esa relación pudo cerrar satisfactoriamente los capítulos de todos sus enamoramientos anteriores.
Con Norma se seguía viendo muy ocasionalmente más por nostalgia que por afecto y solo atados por esa armonía universal que conjugaban en la cama y entre orgasmo y orgasmo terminaron por convertirse en los mejores confidentes que jamás se conocieron.
No obstante que Elsa y Horacio se amaban con delirio, el inexorable paso del tiempo trajo a su relación un ingrediente con el que ellos nunca contaron, la monotonía.
Con el transcurrir de las semanas, los meses y los años, si bien el sentimiento se consolidó, la rutina los condujo a un estancamiento de la relación y como siempre en esos casos la fatiga y el cansancio de esa eterna felicidad eclipsaron la emotividad del amor. Ninguno de los dos lo notaba concientemente pues desarrollaron una rutina dentro de la rutina que los mantuvo estables por mucho tiempo, hasta que un día aparecieron síntomas de que la rutina se había roto.
Los prolongados silencios y las injustificadas ausencias de Horacio alertaron a Elsa de que algo estaba ocurriendo. Ella era una mujer muy inteligente y de inmediato comprendió lo que ocurría con su pareja, pero no reaccionó como lo habría hecho una persona común. Entendió que Horacio se había ilusionado con alguien que había conocido, pero lejos de hacerle una escena de celos o de reaccionar como la clásica mujer engañada, se tornó compresiva y lo justificó pensando que seguramente había encontrado en esa nueva persona algo que no había en ella y lo que el promedio de las personas calificarían como un engaño, una traición o una infidelidad ella lo tomó como una simple inmadurez.
Era tan inusitada la forma de pensar de Elsa, que cuando un amigo de horacio supo de ella, su único comentario fue: «Piensa como si fuera un hombre».
En efecto se hizo común ver a Horacio distante en las visitas a la casa de Elsa y no era necesario ser brujo para adivinar que alguien más ocupaba sus pensamientos pues andaba un poco taciturno y ausente.
Pero nadie sabía lo que ocurría en su interior, nadie conocía de la emoción que experimentaba cada vez que pensaba en esa nueva mujer que había llegado a su vida.
Cada vez que pensaba en ella, sentía que el aire que respiraba le llenaba más los pulmones, que el sol brillaba para él con más esplendor, que el azul del cielo era más profundo y el canto de las aves era más alegre.
Cuando pensaba en ella no solo todo se le hacía más bello sino que además nada le parecía difícil. De hecho se sentía más audaz para enfrentar cualquier reto y el solo recordar una frase que ella le hubiera dicho o aunque fuera una sonrisa de deferencia que le hubiera brindado era suficiente para que Horacio sintiera que valía plenamente la pena vivir esos momentos de felicidad. Sentía cómo esos sentimientos le confirmaban que estaba vivo y que esas emociones eran para él como la gasolina de su vida.
Todo ese conjunto de emociones, además de hacerle sentir que estaba vivo, le permitía regresar en la memoria a la época de la adolescencia, cuando las sintió por primera vez, algo que añoraba en las etapas cuando su vida trascurría plana, sin ningún tipo de emociones y que se repetía cada vez que el amor tocaba a su puerta.
Por esos días que se encontraba tan sensible, sin proponérselo descubrió que había una música que lo sensibilizaba mucho. Se trataba de algunas melodías que eran interpretadas o que tenían como fondo piano, pero no cualquier melodía, solo aquellas en las que los acordes estaban encadenados con notas muy altas, con las que él sentía en el golpe de cada martillete sobre la cuerda, como si el sonido fuera otra forma de golpe sobre las fibras más agudas de su sensibilidad. Otra vez esa incómoda pero grata sensación de vacío a la altura del estómago.
En ese entonces encontraba un más profundo significado en las letras de las canciones que escuchaba y entendía mejor lo que debían haber sentido sus compositores cuando las escribieron. A los poemas más sencillos les encontraba intrincadas interpretaciones y se los repetía mentalmente por días enteros, como ensayando para podérselos recitar a ella cuando tuviera oportunidad. En esos momentos se sentía invencible y nada lo podía abatir.
Su mamá lo veía en las tardes acicalarse para ir a una clase que tenía en las noches y le decía: «parece que se va para una fiesta y no para clase» mientras él elegía con mucho cuidado cada una de las prendas de vestir que iba a usar, aún las interiores quizás como una fantasía de que alguna vez ella las viera.
Anhelaba la llegada del próximo encuentro y la agonía de los días en que no la veía, se trasformaba en ilusión por el siguiente día en que la vería.
Nuevamente Horacio estaba enamorado, esta vez de su profesora de esperanto y aunque siempre pensó que se trataba de dos sentimientos muy diferentes los que sentía por Elsa y por la profesora y que esos sentimientos no eran ni excluyentes ni interferentes intuía que así como era de intenso ese nuevo enamoramiento sería de efímero.
A lo largo de su vida pasaría muchas veces por situaciones parecidas en las que el deslumbramiento de un nuevo amor, pronto se veía opacado por otro más nuevo, pero Horacio era conciente que ninguno de esos amores pasajeros sería definitivo que solo eran como rocas sobresalientes en el río de la vida, que le permitían ir saltando de una en otra hasta cruzarlo.
El factor más significativo que Horacio encontraba en las nuevas relaciones no era solo el romper la monotonía propia de las antiguas. No se trataba simplemente del encantamiento que producía conocer a alguien. En realidad era la excitación que le producía la posibilidad de poderse relacionar con esa persona. Esa excitación era la causa del vacío en el estómago, del delirio previo a cada encuentro o de la agonía en el retrazo de una cita.
La experiencia le enseñó que existía un factor adicional que potencializaba esa excitación. Se trataba de la clandestinidad. Descubrió que siempre que había algún elemento que exigía alguna reserva, discreción o prohibición, que era inconveniente o peligroso que alguien se enterara o en general cualquier cosa que exigiera que se mantuviera en secreto, se multiplicaba por mil la excitación que le producía. Entendió que esa excitación era tan grande que eclipsaba cualquier miedo o lealtad, al punto de no respetar parentescos o amistades.
En el suspenso del secreto se valía todo y era mucho más excitante tener que verse con alguien a espaldas de otra u otras personas que poder hacerlo abiertamente. El tener que jugar un juego en el filo de la navaja, con la inminente zozobra de poder ser descubierto, pero sabiéndolo jugar para que no ocurriera, le imprimía una emoción adicional que en muchos casos desbordaba el sentimiento que la inspiraba.
Pensaba en sí mismo como un hombre maduro, a punto de graduarse como profesional, «con toda la vida por delante», como solía decirle su mamá, pero sin la capacidad de romper con la timidez que le impedía encontrar con facilidad otras personas con quienes relacionarse a ese nivel y en otro intento por darle equilibrio o más desequilibrio a ese aspecto de su vida, asistió con puntualidad durante todo el año a clase de Esperanto, una materia electiva que solo le serviría para cumplir con un requisito de pemsum académico.
Sin ninguna razón aparente, decidió tomar esa clase en una alejada aula que lo obligaba a caminar quince minutos extras para ir y quince para regresar hasta su facultad y en horario nocturno. Por tratarse de una materia electiva que no pertenecía a ninguna carrera específica, ni siquiera a idiomas, la tomaban personas de diferentes facultades, la mayor parte motivadas por esnobismo, facilitando que nadie se conociera con nadie.
Era un grupo de tan solo diez alumnos y la profesora una delicada portuguesa que hacía sus mejores esfuerzos por enseñar a sus impuntuales alumnos el idioma universal. Por la lejanía del aula, la poca importancia que los estudiantes le daban a la materia y la incomodidad del horario, era común que de los diez alumnos solamente hubiera cuatro o cinco en cada clase, lo que facilitó que el grupo se hiciera más intimo y la enseñanza más personalizada, permitiendo que la profesora intimara con los estudiantes, ya que era más joven que algunos de ellos y que todos se llamaran por los nombres y se tutearan y no con el protocolo tradicional de las cátedras magistrales.
Horacio era el único alumno que nunca faltó a clases y ello facilitó que la profesora siempre mencionara primero su nombre para hacer cualquier ejercicio en clase o para poner algún ejemplo. El se sentía halagado por eso y el paso de los meses permitió que mantuvieran una relación de mucha confianza en la que se consentían bromas aún de carácter personal.
En realidad no era el remoto interés por aprender un idioma que había nacido muerto, lo que había convertido a Horacio en el único estudiante que nunca faltaba a clases, sino la atracción que la dulzura y encanto natural de la joven profesora ejercía sobre él. No disfrutaba tanto de las clases como de su compañía y para el eterno soñador (otra vez Woody Allen le quedaba en calzoncillos), cada frase amable, cada cumplido por haber hecho correctamente un ejercicio, cada sonrisa que le dirigiera, o aunque fuera cada mirada furtiva en la que se cruzaban sus ojos, tenían siempre para él mensajes subliminales que reforzaban su fantasía de creer que se estaba gestando una relación de carácter personal, fortalecida por una inocente e involuntaria coquetería que adornaba la personalidad de la profesora.
Cuando Horacio reconoció el riesgo de convertir la imagen de ella en otra lrojra en su vida, pensó que debía hacer algo al respecto y decidió actuar.
Le llevó varias semanas elegir la estrategia adecuada para no fallar y decidió hacerlo el último día de clases, antes de unas cortas vacaciones que se avecinaban. Compró una pequeña caja de chocolates importados que le gustaban mucho. Eran unos delicados chocolates rellenos con una cereza en almíbar de licor que Horacio había tenido la fortuna de probar en una ocasión y que le habían parecido la más exquisita delicia que hubiera saboreado en toda su vida.
Colocó uno de los chocolates dentro de una hermosa cajita, finamente envuelto en papel de seda blanco y el día elegido cuando terminó la clase se acercó a la profesora y le hizo alguna pregunta que la obligo a tomarse unos minutos para responderle y que dio tiempo para que los pocos compañeros asistentes ese día, salieran del aula.
Se tomó todo el tiempo necesario para recoger sus libros y retrazar lo más posible la salida para asegurarse de que cuando lo hicieran ya se hubieran adelantado suficientemente sus compañeros lo que le permitiría caminar a solas con la maestra.
Una vez que estuvieron fuera del edificio Horacio se ofreció a acompañarla y durante la marcha comenzó a explicarle que le había tomado mucho tiempo tomar la decisión de hablar con ella respecto a un tema que consideraba de interés común.
Horacio logró despertar la curiosidad de su maestra quien creyó que le hablaría de algo relacionado con la supuesta afinidad que los dos sentían por el esperanto. Horacio comenzó por mencionar que le causaba una gran dificultad abordar un tema personal pero que ya había esperado demasiado tiempo y que había decidido hacerlo ese día.
Cuando la maestra intuyó lo que el alumno le iba a decir y trato de persuadirlo de que era mejor dejar las cosas como estaban, Horacio continuó hablando con determinación y sacó de su bolsillo la pequeña caja y se la enseño a su profesora diciéndole que contenía uno de los más exquisitos manjares del mundo y que cuando ella lo probara y sintiera cómo en la medida que la humedad y la temperatura de su boca comenzaran a derretir el afrodisíaco chocolate y poco a poco empezara a sentir cómo se esparcía por toda su boca el delicioso almíbar, entonces podría intentar entender lo que él sentía cada vez que pensaba en ella y que cuando estuviese suficientemente derretido el chocolate y dejara al desnudo la espléndida cereza que contenía y sintiera la irresistible tentación de morderla y lo hiciera y le pudiera dar a su paladar el deleite de disfrutar aquella mezcla perfecta de sabores y texturas, entendería a plenitud lo que para él representaría la consumación de su inexistente relación.
La profesora estaba un poco perpleja al escuchar la andanada de tonterías que su alumno estaba diciendo y no podía percibir la connotación que para él significaba expresar a través de esa analogía sus más íntimos anhelos, aunque era conciente de la admiración que Horacio sentía por ella y que a lo largo de los meses de clase no se había preocupado por ocultar.
Cuando él abrió la cajita y le pidió que tomara el chocolate, para que a través de ese símbolo se consumara lo que a esas alturas era imposible de echar atrás, ella lo hizo con sumisión, pero más que por afecto por compasión, pues sentía que tenía a su lado a un niño grande, caprichoso y sobretodo obstinado y cuando se llevó el caramelo a la boca y poco a poco siguió las instrucciones que Horacio le dio para terminar con el ritual y sin haber dicho hasta allí ni una sola palabra, lo único que pudo exclamar cuando mordió la fruta que se escondía en su interior, fue: «esta exquisito», sin alcanzar a medir lo que para su alumno significaba que le hubiera seguido el juego hasta ese punto y cuando Horacio la tomo por el brazo para tratar de acercarse a ella, aún con las comisuras de los labios untadas de chocolate, lo único que atinó a hacer fue estamparle un fraternal beso en la mejilla, más como símbolo de amistad que de cualquier otra cosa y así se lo hizo saber menospreciando todo el esfuerzo que para Horacio significó haber llegado hasta ese momento y sin preocuparse por romperle las alas al obsesivo alumno.
Después de superado el dolor del fracaso, cuando el comportamiento de Horacio regresó a la rutina, Elsa lo percibió de inmediato y con ternura acogió al novio pródigo que retornaba al redil y las cosas regresaron a su cause normal.

Texto agregado el 16-02-2014, y leído por 172 visitantes. (3 votos)


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