| POEMA DE LOS MUERTOS
 EL SUSPENSO
 En ocasiones les ignoro, pues solo quieren molestar, ya que no tienen más que hacer.  En la minoría de los casos, me dispongo a terminar su sufrimiento,  siempre y cuando me de cuenta que son sinceros. El ruido termina, el clima se torna frío y mis sentidos se ponen alerta mientras mi piel se eriza;  entonces, sé que es cuando alguno se acerca.  Hay otros que no solo siento el frío, también  una terrible desesperación: siento el vacío en ellos, la soledad, la rabia y la terrible necesidad de muerte.
 Los fantasmas se presentan con distintos atavíos. El momento de aparición difiere, aunque por lo común es al atardecer, a medianoche, con la luna llena, a una hora fija o en una fecha determinada; lo más seguro es la fecha de su muerte. Los espíritus atormentados y deprimidos solo buscan pretextos para estar en ese estado, caminan sobre tristes senderos, se esconden en lugares fríos donde han ocurrido tragedias, son solitarios y temen a los Otros. Los Otros son una especie de terribles demonios que buscan atormentar y destruir a quien sea, lo que sea.
 Es de noche y debo ir al trabajo. Tengo responsabilidades que cumplir,  pues soy importante. Pareciera ser que soy el  único  capaz  para trabajos nocturnos;  me gusta pensarlo  así.  Me incorporo de la cama,  volteo hacia  la  ventana  y, donde  deberían  verse  la  luna  y las estrellas,  un espíritu en forma de esqueleto, de carácter inmaterial y trasparente, asoma su maltrecho y desecho rostro tras del cristal.  Comprendo al espíritu, entiendo su desesperada situación.  Abro la ventana, dejo pasar al gélido fantasma y me siento a la orilla de la cama para escucharle.
 -	Por favor díselo. Dile a mi esposa lo que hice, que me perdone y, así, poder dejar de vagar por estos senderos de tinieblas y muerte –dijo la desesperada  alma  con  voz  entrecortada.
 -	Así lo haré. Por favor, visítame de nuevo –le dije para ofrecerle esperanza.
 El espíritu calma su sufrimiento por un momento. Esperará ahí  junto a las otras almas para recibir un perdón  que, la mayoría de las veces, no llega, y cuando el perdón no llega, estas almas terminan por entregarse a los Otros para ser devoradas. Enciendo una lámpara, tomo mi libro favorito antes de ir a cumplir mi oficio y ojeo un pasaje.
 
 Nací sub julio César, aunque tarde,
 y viví en Roma bajo el buen Augusto:
 tiempos de falsos dioses mentirosos.
 Poeta fui, y canté de aquel justo
 hijo de Anquises que vino de Troya,
 cuando Ilión la soberbia fue abrasada.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 EL HORROR
 Sofía despertó en completa oscuridad, aun sentía el rose del pavimento en sus manos, un frío terrible acariciaba su piel y su mente comenzaba a clarearse poco a  poco. « ¿Dónde diablos me encuentro? » Pensó.  Apoyó las manos en el rasposo suelo para levantarse en la oscura noche. Había coches volcados y cuerpos tirados en  la  carretera;  los cadáveres  yacían  inertes  entre el pavimento,  los pinos,  y  los autos.
 Sintió una explosión dentro de su cabeza. Su mente fue bombardeada  por  una serie de imágenes sin sentido, las cuales fueron bajando el ritmo de presentación para pasar a ordenarse en su cabeza. Recordó, que al levantarse, acarició su anillo de compromiso; esta mañana  fue  la  mujer  más feliz del mundo.  Las  felicitaciones comenzaron desde temprano: los regalos, la canción de cumpleaños y la comida con la familia. Pero ahora también le venían recuerdos dolorosos; su prometido no se había tomado la molestia de felicitarla aún.  Así, el dolor se mezcló con el frío que recorría su piel. Intentó caminar unos pasos, el pavimento se antojó extraño al contacto con los pies. Sentía un vacío terrible, el mismo vacío que la envolvió cuando al final del día, después de una comenzada e incompleta fiesta de cumpleaños, su prometido se presentó.
 -	Sofía, tenemos que hablar –las palabras vibraron en su mente al tratar de comprenderlas.
 -	¿Hablar? Pues habla. –Sofía negaba lo que venía, pues muy en el fondo sabía a lo que su prometido se refería; lo presentía como si un sexto sentido se hubiera disparado.
 -	No quiero casarme contigo.
 
 Al escuchar las palabras esta noche el mundo se le vino encima, se posó sobre sus hombros, hizo que su cuerpo se encorvara y  bajara la mirada al mismísimo suelo. Lágrimas resbalaban por sus mejillas y un llanto ahogado escapaba de su garganta. Salió corriendo de  la casa de sus padres. « Maldito imbécil, en mi cumpleaños, justo antes de casarnos. » Pensó mientras salía de la enorme casa. Corrió a la parte trasera y se introdujo en el bosque espeso.  Las  ramas  arañaban  su  piel.  Raíces en  formas  de  manos  que  salen  de la tierra  hacían  que  se  tropezara cayendo al suelo. Animales nocturnos  reprobaban  su  presencia  en el  bosque. No percibió el apagado y triste canto que se entonaba en notas bajas dentro de la niebla. Continuó corriendo entre respiros forzados y sonidos jadeantes, hasta que se topó con la principal carretera internacional ruta quince. No pudo correr más, se encontraba agotada. El cabello castaño caía sudoroso sobre sus hombros, el vestido blanco estaba  manchado  de  barro  y  rasgado  por  las  garras  de  los  pinos.  Una  luz  al norte de la carretera internacional se acrecentaba.  No lo pensó,  solo enderezó su cuerpo y  sintió una terrible pulsión de muerte. Otras luces se anunciaban desde el lado sur de la autopista.  Cuando los  autos  se  cruzaron,  Sofía corrió para encontrarse  con  ellos  y  acabar  con  su  dolor.
 
 Después del estruendoso impacto pasaron algunos minutos. Comprendió que  había  sido  egoísta,  y  había  otras  formas  de acabar con su miserable vida.  Se  acercó  a  los  coches  volcados.  Observó  que en un auto se encontraba una porción del cuerpo de alguien y, cerca,  el  resto en varias partes.  Entendió que la camioneta enorme dio vueltas y se posó a unos cincuenta metros a la orilla de la carretera. La familia que viajaba en ella quedó esparcida entre la autopista y el bosque. Logró divisar unos seis cuerpos sin vida a los largo del trayecto que hizo el auto al volcarse.  Los miraba  a cada uno; las heridas que provocaron la muerte, algunos miembros separados, las cabezas sangrantes y abiertas. Se sintió tan miserable e impotente.
 
 ¿Cómo  era  posible  que  hubiera  pensado  solo en ella? ¿Por qué no pensó en que los autos venían ocupados por otras personas con una vida feliz? Sofía cayó de rodillas al pavimento, el frío cada vez era más terrible cuando escuchó un llanto. Corrió hacia la camioneta y miró un niño de unos seis años llorando. Lo tomó en brazos. El niño se aferraba fuertemente a un muñeco de peluche. El niño  guardó silencio y la miró a los ojos. De nuevo la atormentó el frío, esta vez mas intenso. Volteó hacia la horrible escena de cuerpos esparcidos  y todo su ser se petrificó al mirar lo que a continuación ocurría. Seres de formas extrañas se aproximaban a los cuerpos; bestias oscuras, de pieles y carnes negras, de sonrisas sarcásticas, y de necesidad de muerte. Los  seres tocaban los cuerpos y era como si se alimentasen de ellos. Sintió que el frío quebraría su piel pues un ser de estos oscuros se plantó enfrente de ella. Un instinto de protectora le surgió, envolvió fuertemente al niño con sus brazos. El pequeño ser deforme sonrió de la forma más malvada posible,  acercó su horrible cara llena de erupciones; donde deberían de estar los ojos,  había  dos  cuencas  vacías,  la  lengua  negra  y  larga salía de la enorme boca y, de forma asquerosa, se paseaba por unos afilados dientes que parecían las garras de un tigre. Sofía escuchó una voz que no comprendió, el terrible ser giró su cabeza en respuesta al llamado que le hacían, haciendo un  gesto de reprendido  continuando con un berrinche. Al ser no le habían dejado actuar  y  se  alejó de ella  para  desaparecer  entre  una  fría  niebla   junto con las  otras  quimeras.
 
 Sofía observó que el monstruo  hizo caso a algún tipo de llamado en la más extraña de las lenguas; al horripilante ser se le había prohibido algo. Sirenas aullantes llegaron al lugar. Policías y paramédicos inspeccionaban los cuerpos. Sofía después de recuperarse del horror,  trató de hacer señas cuando miró que sacaban el cuerpo de un niño de unos seis años de la camioneta volcada. Por último, observó cómo su cuerpo fue colocado en una camilla para subirlo a una ambulancia. Sofía vislumbró de nuevo al niño que tenía en brazos y una horrible idea cruzó su mente: «estamos muertos » intuyó.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 ESCALOFRÍOS
 La bestia me hacía sin dar tregua,
 pues, viniendo hacia mí muy lentamente,
 me empujaba hacia allí donde el sol calla.
 Mientras que yo bajaba por la cuesta,
 se me mostró delante de los ojos
 alguien que, en su silencio, creí mudo.
 
 Cierro mi libro favorito y lo deposito a un lado de la banca donde me encuentro  sentado.  El  sol  ya  se  destina  a  ocultarse en el horizonte, los últimos rayos se reflejan en la pequeña laguna que tengo enfrente y que alberga varias especies;  unas de peces, otras tantas de aves, ranas y hasta amibas asesinas de vida libre.  Los últimos rayos del sol desaparecen,  tornándose el clima más frío. Creo es hora de irme, recojo mi libro y me levanto mientras un que  otro oscuro espíritu intenta salir de la laguna; manos invisibles devuelven a los atormentados, los espíritus luchan, pero son arrastrados de nuevo al fondo del agua.  Un alma  se da cuenta que le puedo ver, entonces, me grita y pide auxilio, cosa que me niego rotundamente hacer. El cielo ya se torna oscuro,  recorro el sendero bajo arboles y lámparas para ir a tomar el metro cuando escucho un ahogado y ligero lamento. Un espíritu de una hermosa mujer contempla el lago desde una banca; con vestido rasgado, el cabello castaño y largo, los dedos rosaban  un  imaginario  anillo  que  se  quita  y  lo  empuña.
 Un  maldito  espíritu  oscuro: un  Otro, está al acecho en algún lugar cercano, puedo sentirlo y el a mi, así que, por un momento se detendrá.  Me detengo para sentarme a un lado, la mujer me contempla y yo a ella. Nuestras miradas  se  conectan  mientras  ella  cesa  su  llanto.
 -	¿Puedes verme? –preguntó  con  algún  descanso  en  su  voz.
 -	Así  es,  puedo verlos  a  todos ¿Qué es lo que te pasa? –le pregunté.
 -	He  cometido  un  acto  terrible.  Acabé  con mi vida y me llevé a otras tantas en mi estúpido suicidio. –me contestó.
 -	Veo  que  sufres  y  estas arrepentida –le dije para descifrar  aun  más aquella  alma.
 -	Intenté  salvar  a  un ser que aun podía vivir  pero  fracasé; se me arrebató  de  entre  las  manos el espíritu de un niño de seis años, lo llevaba  al  hospital  donde  estaba  internado y…
 Se  soltó  de  nuevo  en  llanto  y  no  pudo comentarme lo que había pasado.
 -	Te entiendo. Los Otros aparecieron. –Era lo más normal. Si uno de estos malditos seres ponían sus ojos en un espíritu  hacían  hasta  lo imposible para quedarse con el. –Sígueme.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 SUFRIMIENTO
 Sofía, o más bien su alma, corrió por la internacional pues una idea cruzó su  mente;  tal  vez  los dos podrían estar aun vivos.  Así, se dirigió al único hospital  del  pueblo  en  el  que  vivía.  De  maneras  extrañas  (a veces corriendo, otras tal  vez  desplazándose)  llegaron  al  hospital. Se detuvo en la entrada. Dudó por un momento, alzó el brazo para que su mano empujara la puerta sin éxito, su extremidad carecía de fuerza y, en calidad de fantasma, no pudo traspasarle  hasta  que  un  paramédico  la  empujó  para meter una camilla. Subió las escaleras jalando al niño de la mano, el cual sujetaba su muñeco de peluche.  Giró a la izquierda. Los pasillos estaban iluminados. Alcanzó a leer el letrero de sala quirúrgica. Entonces lo encontró, cuando sintió un terrible desprendimiento  tirándose  al  suelo para gemir de algo muy parecido al dolor.  La sensación pasó y pudo identificar su cuerpo en una camilla rodeada por personas.
 -	Es todo, hicimos lo que pudimos –dijo algún medico.
 -	Hora de la muerte 3 am –soltó otro.
 -	Continúen  con el niño, vamos, que es el único que nos queda, tenemos que salvarle –escuchó Sofía mientras el espíritu del niño se quedaba mudo y  se  aferraba  a  su  pequeño  muñeco.
 
 Sofía comprendió que su cuerpo acababa de fallecer y el del niño continuaba con vida. Sintió el impulso de depositar el alma del pequeño en su respectivo  cuerpo, lo alzó en brazos y le llevó a la camilla. Una terrible sensación  de  frío corrió por su cuerpo  y, justo cuando se aproximaba, una terrible bestia hacía aparición frente a ella, luego otra, y otra más. Los Otros impedían  que  cumpliera  su  objetivo.  El  más terrible de todos (aquel que miró en la carretera cuando ella ocasionó el desastre) se le acercó. El horrible  monstruo  la  tomó fuertemente de la cara, sintió como la enorme mano le encajaba unas afiladas uñas las cuales le congelaban toda su alma. Las otras quimeras le arrebataron la criatura de los brazos. Hubo alguien más en la habitación, un nuevo ser que lo heló completamente todo. Los Otros parecieron  huir  con  el  alma  del  niño.  Sofía  miró  como  los  cuerpos  deformes de las quimeras corrían o huían del lugar. Que cerca había estado. Escuchaba  el  tic  de  algún lector del ritmo cardiaco mientras lograba moverse de  nuevo  tras  el  congelamiento.
 
 Una fuerte tristeza la envolvió; sufría. Salió del lugar a marcha lenta. Apreciaba la ignorancia de las personas hacía ella. Continuó caminando bajo el estrellado  y  extraño  cielo  que  observaba.  Supuso  que  nunca  un  haz  se abriría  en  este  cielo para ella. Nunca  vendría  alguien a rescatarla  para  llevársela  a  algún tipo de paraíso. Caminó  hasta  que  salió  el  sol.  Al amanecer se adentró  en  un  parque cerca del hospital, había una banca frente a una laguna y ahí se quedó todo el día.
 
 No sintió el transcurso del tiempo. Una anciana paseaba un pequeño y peludo canino. La mujer cansada se sentó en la misma banca que ella. Sofía le habló, pero la mujer tan solo pareció incomodarse y se alejó del lugar. Transcurrieron  las  horas  y  contempló  el  atardecer.  Se  dio  cuenta  de  que  en el  lago  vivían espíritus, y  le invitaban a algún tipo de festín; se sintió muy tentada.  Tal  vez podía acabar con el sufrimiento de su fracasada muerte, así como terminó con el sufrimiento de su fracasada vida. Entonces sintió el verdadero  arrepentimiento, fue  cuando  llegó  el  tormento a  su alma.  Lo  haría, si, se introduciría en el  lago.  Justo  a  la metida  del  sol  de  nuevo  todo  se  tornó  helado.  Alguno  de  estos  miserables  seres  que  provocaban  el espantoso frío venía por ella. Así que decidió esperar un poco; esperar  a que el ser  la  congelara   y acabara con ella. Contempló que en su temblorosa mano, aun  mantenía  un  recuerdo  del  anillo  de  compromiso.  Se  lo quitó y lo empuñó con odio recordando lo  estúpida  que  fue  cuando  un  hombre  joven  se  sentó  a  su  lado.
 -	¿Puedes verme? –le preguntó  al  hombre,  el cual  no  solo la miró, también  la  escuchó.
 -	Así  es,  puedo  verlos  a  todos ¿Qué es lo que te pasa? –dijo  el  hombre con  una  consolante  voz.
 
 Según se decía, había este tipo de personas que andaban por la vida en algún tipo de  término  medio;  podían  ver fantasmas, comunicarse con ellos, tal vez  hasta  podría  indicarle  que  es  lo  que  ahora  tenía  que hacer.  Le  comentó su historia, el joven hombre la escuchó atentamente. Lloró y se desahogó. El hombre le pidió que la acompañara.  El extraño sujeto  le  contó parte de su historia, de sus experiencias  con  las almas en pena  y  de  los  terribles  seres  ajenos  al  mundo  que  se  conocían  como  los  Otros.
 
 -	Las  almas  suicidas  y  atormentadas  como  tú  están  destinadas  a  sufrir por largos tiempos, a menos que te coja uno de estos terribles seres y, creedme, el sufrimiento será peor.  En el mejor de los casos, si tu alma logra sobrevivir, lograrás encontrar una especie de lugar llamado el purgatorio, donde  se  te dará  una  nueva  oportunidad.
 -	¿Cómo sabes estas  cosas?  –preguntó  Sofía  cuando de nuevo una terrible sensación creció en su interior. Aquella terrible presencia que lo paralizó  todo  en  el  hospital,  por  fin  la  alcanzó.
 
 Sofía por un momento sintió que se congelaba de nuevo. El ser era perseguido  por  inmundas  quimeras  que  querían  darle  alcance.  El  Otro  (que  era  algo  diferente  de  los  demás)  se paró enfrente de ella y el hombre. El oscuro y deforme ser  (más alto y enorme que las otras quimeras, tal vez más poderoso) le habló.
 -	Sofía.  –La  voz  fría  salió  de  la  cara  oscura  del  terrible  ser.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 EL MIEDO
 Toca  contar  la  más rara  y arriesgada de las historias, la que no concuerda  con  lo  establecido  ni  sigue  lo esperado, la historia que no se puede  explicar  del  todo  y carece  curiosamente  de  lógica  y  sentido.
 Nació  Otro.  Al  igual que todos los Otros, fue creado en lo más  profundo del infierno.  Aprendió  entre  el  odio y el sufrimiento.  Se  instruyó  entre el podrido y agusanado fango que cubre sepulcros de antiguos reyes, entre viles asesinos de Hombres.  Fue bautizado con un baño de sangre y fuego. Quedó marcado  para  siempre  sin  recibir  un  nombre. Vivió  en  campos  donde  en  vez de flores había lapidas. Le enseñaban sacerdotes de capas negras, en monasterios oscuros y subterráneos. Desde entonces, ha vivido al límite de la existencia, en la eterna encrucijada de quien es y quien ser.  Les enseñaban a subir  a  la  tierra  y profanar las almas desde su interior  y  que las noches de luna  fueran  rojas  color  sangre.  Su  padre  era  un antiguo demonio, un sirviente de lucifer.  Sus hermanos, Otros también, le parecían seres sin sentido y sin razón de ser, se le antojaban meros moldes con porquería en su interior, así que, los aborrecía y  odiaba.
 Su padre  le había encomendado cuidar de sus nuevos hermanos mientras se alimentaban,  acababan  de  nacer  y  podían  cometer  errores. « Son estúpidos »  pensó.  De  vez  en cuando  tenía que cumplir este papel de protector con los nuevos  nacidos; que eran puro instinto y carecían de decisión propia, aunque, sin objeciones, obedecían sin más a su creador.
 Sus hermanos recién nacidos estaban hambrientos, necesitaban consumir las  desdichadas almas errantes que caminan en las tinieblas. Los Otros olfateaban  el  aire.  Una  mueca  de satisfacción se dibujó en los maltrechos rostros  de  los  seres; habían  olido  el  alimento  a  distancia  y se lanzaron sobre el. El banquete estaba recién servido. Los fallecidos  cuerpos yacían inmóviles, y las almas apenas se desprendían. Era este el momento justo para alimentarse de los espíritus puros, por que una vez salidas del cuerpo, desaparecían rumbo a algún ajeno paraíso.  Así, el primer banquete de sus hermanos fue el más delicioso.  A lo lejos, observó dos almas aterradas, se suponía que aun sus respectivos cuerpos  no fallecían del todo. Uno de sus hermanos  fue  atraído  por  tan  apetecible  alimento.  Cansado  ya  de  la  rutina (de lo mismo por tantos siglos,  atormentado ya  por  recuerdos y repudiando a sus amos)  sintió una enorme desesperación  y,  por primera vez, creyó justo conceder la oportunidad de seguir con la vida.  No sabía  las consecuencias y era  obvio  que su futura forma de actuar  sería castigada.  Se dio cuenta que no le importa,  de hecho,  lo anhelaba;  lo deseaba  como aquel  incomprendido que desea de una  buena  vez  que  sus  ejecutores  acaben  con  la vida.
 -	Ellos no son comida  –le dijo  a  su  reciente  hermano. El ser estaba parado justo delante del espíritu de una mujer que sostenía  un alma pequeña  en  sus  brazos.
 
 El maldito Otro recién nacido por un momento pareció desobedecerle. Se acercó aun más a sus victimas mostrándoles todos sus asquerosos encantos de Otro.  Le infirió una segunda advertencia, su voluminoso y deforme hermano pareció aceptarla, pero muy en el fondo sabía que era nuevo y el anhelo de consumir  los espíritus lo había atrapado; no se detendría hasta  hacerse con ellos.  Observó  aquéllas  aterradas  e insignificantes almas y, de alguna rara forma  del  destino,  se  sintió  atraído por ellas.  El banquete había terminado. Guio a sus hermanos a través de estos senderos  que pocas veces son transitados; los que no están iluminados, que  se  entrelazan  para formar confusos  laberintos  y evitar llegar a las moradas del infierno.  Caminaba  al  frente sumido en conflictivos y discordantes pensamientos; de estos nuevos sentires para él.  ¿Se  habrían dado cuenta sus amos? No sabía como le recibirían.  Una  sensación  de  vacío  cruzó  su  antiguo cuerpo, volteó hacia atrás  y  notó  que  algunos  de  sus  hermanos  no  estaban.
 
 Se dio cuenta que el pequeño; el más joven, el voluminoso y deforme, brillaba por su ausencia. Se maldijo varias veces. Dejó instrucciones de que lo esperaran  y  sus  insaciables  hermanos parecieron obedecer, pero tras su partida,  las sonrisas sarcásticas vislumbraron el opaco sendero que cruzaban. Tres hacían falta; ya no le parecieron tan estúpidos. Se regresó velozmente a detenerlos. Supuso iban por las dos apetecibles almas, como va el cazador por una presa por mera afición. Él también tuvo su tiempo de cazador. Le fue fácil encontrar el rastro hediondo de sus hermanos. Llegó de nuevo al lugar y, donde antes había cuerpos ensangrentados, solo había rastros y manchas de sangre. Algunos hombres retiraban aun partes de los vehículos colisionados. Continuó el rastro.  Llegó  a un edificio donde a menudo  sobraba  alimento.  Entró al hospital  y localizó a sus tres rebeldes hermanos. Una furia se apoderó de él. Su aura fría congeló el lugar cuando vio que sus hermanos encontraron las presas y le arrebataban al espíritu de la mujer el alma del pequeño.  Las quimeras se dieron cuenta de su presencia y, nada estúpidos,  huyeron velozmente.
 
 Sus recientes hermanos salieron del edificio para adentrarse en un bosque cercano, con  la esperanza de perderse y poder disfrutar del alma capturada. Tardó un poco pero entre los senderos  del  bosque  les dio alcance.  El más pequeño de los tres y, seguramente el que convenció a sus hermanos, dejó el espíritu en el suelo, se hincó y pidió clemencia.
 -	 Para  esto  fuimos  creados  hermano  –le dijo el pequeño Otro.
 -	Lo  se,  pero  no  debiste  desobedecerme.
 
 Con furia acabó con él.  Sus manos veloces despedazaron aquel deforme cuerpo.  El ser, aunque monstruo y demonio al mismo tiempo, gritó de dolor hasta que la vida lo abandonó. Sus otros dos hermanos se quedaron inmóviles, como hipnotizados por la descuartizada de su pequeño hermano.  Fue de lo más divertido  acabar  también con ellos; realmente lo disfrutó. Los callados y altos pinos bailaban con el aire algún tipo de danza de la muerte; sus raíces asomaban la tierra  y sus brazos se antojaban  garras en la oscuridad. Se acercó al alma del niño  la cual no le dijo nada, seguramente por el miedo que sentía. Lo tomó en brazos; era la primera vez que hacia eso sin alimentarse. Tranquilamente caminó con él por el bosque. El alma del pequeño, a pesar del frío,  pareció  tranquilizarse.  Por un trayecto lo bajó  y  lo condujo de la mano  justo antes del amanecer.  Quería  decirle  algo a la pequeña alma atormentada  pero no se le ocurrió nada « ¿Qué le diría? me he alimentado toda mi existencia de almas como la tuya. » Pensó. Notó como el espíritu del niño lo aceptó como su guardián; le seguía y dejaba que lo guiara. El Otro encaminó de nuevo al niño  hacia su cuerpo, lo depositó en el y obtuvo una pequeña sonrisa de agradecimiento; se quedó perplejo.
 
 Dejó al niño que había  despertado  con pronósticos de recuperación.  Estaba amaneciendo y se adentró en un parque tal vez para esconderse, para no volver al  infierno  y someterse a un severo  juicio; tal vez si volvía dejaría de existir.  Cuando  pasaba  invisiblemente  cerca  de  las  personas,  estas se sobaban  los brazos por la piel erizada.  Observó  un lago.  El sol se reflejaba ya en el agua y le pareció extraño, como extrañas eran las emociones que ahora experimentaba.  De alguna forma que no comprendía ya no se sentía vacío. Su olfato de cazador se activó  localizando un espíritu. Sintió un hambre terrible, pero el alma era aquella de la mujer que protegió de su pequeño y hambriento hermano. Su impulso fue acercársele. Dudaba  « ¿Qué le diría? me he alimentado toda mi existencia de almas como la tuya. » Pensó.  Así,  optó por otras almas que se encontraban dentro del lago. Necesitaría fuerzas, y les haría un favor al acabar con su sufrimiento. Descansó dentro  del  lago.  Cuando salió del agua estaba oscureciendo y, el alma de la mujer, aun seguía sentada.  El espíritu  seguía  sufriente en la banca frente al lago.  Sin hambre y sin peligro de devorarla, de nuevo intentó acercársele, pero un hombre  se  sentó  a  un lado de ella. Sintió como si una flecha de fuego atravesara su cuerpo.  Aquel  hombre  le  resultó  familiar  en  el  más  cercano  de los  parentescos.
 
 Divisó  al  resto  de  sus  hermanos,  comprendió  que venían  por él.  Entendió que no solo él estaba perdido.  Carecía de formas para enfrentar la situación  y,  en un último y desesperado impulso, se dirigió con voz  a  aquella alma  de  mujer.
 
 -	Sofía –logró  pronunciar.  El  alma  lo  escuchó  y  dirigió  su mirada hacia él.  –El  niño  vivirá.
 
 Sus hermanos le alcanzaron. Tenía miedo de estar solo, hasta que se descubrió  a  si  mismo.  Tenía  miedo  de  que  dijeran  aunque, de  todas  formas,  dirían  de  él.  Tenía  miedo  del  dolor  que en este momento sentía, hasta  que  comprendió  que  era  necesario  para  ser  diferente. Lo que más temió fue a la muerte, hasta que se dio cuenta que no es el final, solo otro comienzo.  Tenía miedo,  cuando  sintió  que  las  garras  afiladas de sus hermanos se introducían limpiamente en su cuerpo de Otro. Los tajos eran cada vez  más  fuertes y se llevaban pedazos de él. Los miembros fueron separados. Ya no sintió miedo, una vez que su cabeza fue separada de lo que quedaba de aquel efímero cuerpo.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 EL TERROR
 
 En ocasiones les ignoro pues solo quieren molestar, ya que no tienen más que hacer.  En la minoría de los casos me dispongo a terminar su sufrimiento,  siempre y cuando  me  de  cuenta  que son sinceros, se los llevo a mi señor. El ruido termina, el clima se torna frío, y  mis  sentidos se ponen alerta mientras mi piel se eriza; entonces,  sé que es cuando alguno se acerca. Hay otros que no solo siento el frío, también una terrible desesperación;  siento el vacío en ellos, la soledad, la rabia y la terrible necesidad de muerte. Los primeros mencionados son el alimento  de los Otros mis hijos, por eso les ignoro.  A  los que me  dispongo  a  ayudar,  son  almas más especiales que le llevo a mi señor, para morar en el infierno.
 
 Uno  de  mis  hijos  se  ha  rebelado. Me  es  extraño y no quisiera acabar con el, pues le  quiero. Tal  vez  dejé a mi hijo vivir demasiado tiempo. Le deje pasar mucho  entre humanos  y ahora terminó por apreciarlos. Bueno, fue su decisión y la mía  es destruirle. No volveré a cometer este error, o tal vez si  ¿quien sabe estas cosas?  Les  indiqué  a  mis  hijos que volvieran y, sin piedad,  acabaran con su antiguo y rebelde hermano.  El alma  que  me acompaña  parece  aterrorizada  ante  la  escena  de  muerte.  Del antiguo Otro solo quedó fragmentos  de los cuales, mis hijos insaciables, aun se alimentan.  El atormentado  espíritu  jalaba de mí,  quería huir,  pero  le  contuve.
 -	¿Quién eres? –Preguntó el alma.
 -	Dios con su gracia me ha hecho de tal modo que la miseria vuestra no me toca, ni llama de este incendio me consume –le  contesté.
 -	Pero que estupideces dices ¿Qué es lo que pasa? –el alma aterrada insistía.
 -	Hemos llegado al sitio que te he dicho en que verás las gentes doloridas.
 -	¿Qué diablos dices? –El alma se angustiaba, se consumía en desesperación y llanto. Uno de mis hijos se acercó a reclamarla para el y sus hermanos.
 -	Esta mísera suerte tienen las tristes almas –le dije al espíritu. Les concedí el permiso a mis hijos. El alma de la chica comprendió que llegaba su fin. Tras un silencio de resignación  me  preguntó  el  fantasma.
 -	¿Es verdad que el niño sobrevivió? –Fue su última frase.
 -	Es verdad.  Suerte  tuvo  de que el más antiguo de mis hijos  se apiadara de él.
 
 Mis hijos insaciables se abalanzaron sobre ella y la consumieron lentamente.  Los Otros estaban felices. Guardo mi místico y mágico libro en la laguna.  Es  hora  de  abandonar  esta  vida,  este  cuerpo,   y  regresar  a mi morada…
 
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