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Mi amigo imaginario



Dicen que, cuando somos pequeños, casi todos los niños inventamos alguien con quién jugar. Es lo que llamamos un amigo imaginario, un ser al que nadie, excepto el propio niño, puede ver. A veces, esos compañeros de aventuras son pequeños seres de formas indescriptibles, llenos de magia y color. Otras, son gigantes animales que parecieran de peluche. Los hay tímidos, habladores, chillones, revoltosos, despistados… Hay millones de ellos, y todos diferentes, acordes con las necesidades y deseos de cada niño.

Dicen que nuestra imaginación crea a estos personajes cuando nos sentimos solos, si pasamos por una situación difícil y queremos evadirnos o, simplemente, para no aburrirnos en nuestro día a día. En principio, esto no supone un problema para nadie, es una fase natural de la evolución por la que la mayoría pasa sin que suponga un mayor problema. De hecho, en muchas ocasiones, supone un beneficio, pues nos ayuda a afianzar nuestra personalidad, a mejorar nuestra autoestima, a desarrollarnos.

Sucede que, poco a poco, a medida que nos vamos socializando, estos amigos, invisibles a los ojos de los demás, van quedando relegados a un segundo plano, pues ya nos relacionamos con personas como nosotros y no precisamos de la compañía de ese ser con el que compartimos buena parte de nuestra infancia, por lo que van desapareciendo de nuestras vidas.



A decir verdad, yo no recuerdo cuándo o por qué apareció mi amigo. Creo que, sencillamente, le descubrí, ya que no sé cuánto tiempo llevaba ahí, quizás desde siempre. Al principio, cuando le vi por primera vez en la salita de juegos, me sentí receloso. No sabía muy bien quién era o qué hacía ahí, mirándome tímidamente desde una esquina de la habitación. ¡Era tan distinto a mí…! Quería acercarme a él, pero no sabía cómo iba a reaccionar aquella pequeña criatura. A lo mejor se asustaba y no volvía, y yo me sentía solo, ansiaba tener a alguien con quien hablar y jugar, aunque me pareciera extraño, me bastaba saber que no era un objeto inanimado. Estuve pensando un rato, y se me ocurrió que, tal vez, si le hiciese un regalo, querría quedarse a pasar la tarde conmigo. Cogí uno de los coches que tenía esparcidos por el suelo, lo envolví en un pedazo de papel y se lo dejé cerca de donde estaba acomodado. Me alejé y observé cómo alargaba sus deditos hacia el pequeño paquete y lo abría. Cuando lo vio, me miró y comenzó a reírse. No sé por qué, pero yo también me reí. Era agradable tener a alguien con quien jugar.

Cada día que pasaba nos hacíamos más amigos. Por lo que me contaba, llevaba mucho tiempo en aquella habitación, casi tanto como yo, pero nunca nos habíamos visto. Creo que eso no sucede hasta que estamos preparados y, por lo visto, nosotros lo estuvimos aquella mañana de mayo. Era muy alegre, revolvía todo lo que había en la habitación y pasábamos muchas horas juntos. Disfrutaba mucho con él.

Ambos considerábamos como propia la salita de los juguetes, pues los dos llevábamos prácticamente el mismo tiempo disfrutando de ella; por lo que decidimos compartirlo todo en la misma proporción: nada era suyo o mío, era nuestro, aunque era yo quien pasaba más tiempo entre aquellas paredes, pues él desaparecía cuando quería, algunas veces sin avisar, y me dejaba solo de nuevo. No sin cierta sorpresa, me di cuenta de que tan sólo yo podía verle, aunque no me extrañaba. Cuando venía algún compañero a visitarme, no se hablaban entre ellos. Pensaba que les daba vergüenza o que no se caían bien, así que un día le pregunté a Tom (así se llamaba mi amigo) el motivo por el cuál no saludaba a los demás. Me respondió que él no había visto a nadie más que a mí, que me oía hablar con alguien pero no había nadie más; por lo que deduje que no podían verse entre ellos. Debido a esto, empecé a llamarle “mi amigo invisible”. A mi me hacía gracia y me parecía una descripción bastante acertada puesto que yo era el único que podía verle, pero a él le molestaba un poco, porque decía que sí podía ser visto por otros seres como él. Yo no le tomaba muy en serio, pero no se lo decía para no disgustarle.

No sé cuánto tiempo estuvimos juntos. Pasamos muy buenos momentos, nos reímos mucho, crecimos, compartimos cientos de tardes de sol y lluvia… Un tiempo maravilloso.



Por lo general, cuando crecemos, cuando estos amigos de nuestra infancia que sólo nosotros podíamos ver, han desaparecido, nuestra mente, que considera que es una etapa superada e irracional, los borra de nuestros recuerdos, ya no les necesitamos y salen de nuestras vidas y nuestras memorias.

Sé que es contradictorio lo que estoy diciendo, es decir, si les olvidamos, ¿por qué puedo estar contando yo esto? Bueno, supongo que el motivo es que aún está muy reciente y que no lo tengo del todo superado. Creo que no estaba preparado para dejarle, pero, igual que no decidimos cuándo aparecen, no podemos evitar que, de pronto, desaparezcan. Quizás lo que más me duela es que no se despidiera de mí después de todo el tiempo que pasamos juntos, de las meriendas que tomamos escondidos bajo la mesa, los secretos que compartimos, las risas... Estuve días esperando a que llegase, jugando con su cochecito preferido, aquel que le envolví en un trozo de papel, sentado en el rincón de la habitación en el que le vi por primera vez. Pero nunca volvió.



Ahora tengo que seguir sin él. Mi mundo, nuestro mundo, que se reducía a las cuatro paredes de la salita de juegos, se expandió de repente y sobrepasó los límites de mi vista y de mi imaginación. Muy a mi pesar, debo hacerle frente sólo, sin Tom. A veces me pregunto qué será de él ahora que no está conmigo. ¿Seguirá vivo, siendo invisible a los ojos de los demás?

Aún, cuando mi memoria me lo permite, rescato pequeños fragmentos de él.

Recuerdo su extraño cuerpo, tan simétrico, tan distinto al mío. Su pequeña estatura, tan adecuada para aquella habitación en la que yo apenas cabía. Su piel tersa y rosada… su espalda libre de espinas retráctiles… sus dos brazos… sus dos ojos… su única boca…





® Raquel Contreras (2-2010)

Texto agregado el 19-02-2014, y leído por 2354 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
21-02-2014 Sabes, ese final me ha puesto la piel de gallina. Esas cuatro lineas son de las más terroríficas que he leído en mi vida. No se trata de que me sorprendieron, simplemente, me aterraron. Mis felicitaciones.***** kasiquenoquiero
20-02-2014 Qué bonito!!!! Es un pelín triste, pero me resultó muy entrañable...-y muy a cuento de nuestra aventura conjunta :) - Besote!. Ikalinen
19-02-2014 Ahhh, ese final estuvo de maravillas, mi querida! jajajaa....Estrellas! MujerDiosa
19-02-2014 Un cuento casi poético, hermoso, sensible, que sería la preciosa historia de la amistad de un niño con su amigo invisible, hasta que llegamos al párrafo final y nos cambia toda la perspectiva. Golpe maestro, que ya sabes que son mis preferidos :) walas
 
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