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Inicio / Cuenteros Locales / coronel / Historia del Último Viaje Antes de Emprender el Primero

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Miró por el catalejo y escudriñó el horizonte. Ya no cabía duda. Estaba demasiado cerca y lo podia ver. Los vientos huracanados en llamas enardecían un mar de lágrimas -de júbilo y tristeza- que se alzaba debajo de su nave. La brisa antes tibia y ahora helada le acariciaba el rostro impasible.
El Coronel -si, El Coronel, porque ésta es la única nave del mar comandada por un Coronel- dió media vuelta y alzó la voz:
-Señores, nos vamos de aquí. Gire todo a estribor, máxima velocidad. Nos refugiaremos en el Cabo de Buena Esperanza.

A la orden, toda la tripulación inició de inmediato sus tareas. Y entre gritos, formaciones y toques de corneta sin sentido, se disponían a realizar sus labores. Un momento después estaban navegando hacia el sur.

Pero la maniobra no sería suficiente. Dos horas después de emprender el viaje al sur, se observaba a todo lo que daba el horizonte para ver a los ojos, otra tormenta, mucho más amenzante que la que acababan de dejar atrás.
-Coronel, -dijo el contramaestre- ahora si que no hay salida.
-Estoy consciente de ello -repuso El Coronel.
-A esta no, a esta le vamos a hacer frente.
-¿Cómo lo vamos a hacer? -dijo el contramaestre- ni siquiera sabemos si la nave puede soportarlo, es demasiado ligera.
-Por supuesto que puede, lo más pesado que tiene esta nave no es ella misma, sino nuestra voluntad.
Era verdad. Lo cierto es que estaba hecha con gente venida de todas partes. Los exploradores más avezados y temerarios componían dicha nave. Y El Coronel lo sabía, había sacado un poco de cada uno de ellos y así lo hizo. Armó el galeón a prueba de todo. Expedicionarios Chamberlianos, marineros Inmorales, estandartes Gemelepianos con sus respectivos Tótems, Los Mismos de Siempre, Leguleyos Azules y por cierto, Familiares Eternos. En general, todo lo que vió que en el camino que le servía.

El Contramaestre no dudó. El Coronel era un explorador de temer que había recorrido el mundo entero. Había estado en la Patagonia muriendo de hambre y frío, conocía los secretos de la Selva y sus peligros acechantes, en la inmensa verdad del Altiplano le faltó el aire, y se maravilló con el cielo en la tierra de Uyuni, conversó con el universo en Machu Picchu y se maravilló con la paz del Sur del Mundo. Durmiendo en cualquier lugar y comiendo lo que hubiese, y por donde iba, se entrevistaba con personas de todas partes, para soñar con nuevas aventuras y trazar mapas en su mente. Anduvo por caminos desbarrancados; caminó de noche mil veces entre tierras desconocidas, se albergó en cualquier parte y cantó canciones hermosas con sus compañeros de viaje cientos de veces. Encendió fogatas de la nada, puso luz allí donde no la había, se tumbó al sol y la sombra, esperó lluvias inmensas en su carpa, leyó libros a la luz de las velas, rió mil veces en medio de la noche, contó historias increíbles y vivió miedos , cruzó ríos con cuerdas hasta la cintura, caminó interminables horas bajo la lluvia sureña, se sofocó tomando aguas tibias y estancadas para refresacarse, recomendó boliches y almuerzos en otros mundos, y también conversó con algunos muertos de confianza.

Cuando la tormenta estaba encima del galeón, estaba todo preparado para la embestida brutal de la verdad, y se podía ver el límite exacto entre la paz y la furia, era el nacimiento de una postal impecable a los ojos. Los tripulantes, con los dientes apretados y la voluntad de hierro esperaron el momento de la verdad. El Coronel, que minutos antes había bajado a tomar mate, estaba de pie en medio de la cubierta, casi en la punta de la proa. Sintió el viento en la cara, y comprendió: La Voluntad de sus acompañantes era tan férrea como la suya, y al contrario de lo que pensaba minutos antes, la nave era tan inmensamente pesada que esta vez no resistiría, pero por la razón contraria a la original, era demasiado pesada.
-Señores, "Zafarrancho de aligeramiento" -Bramó El Coronel.
Todos comprendieron al instante, y se dispusieron a arrojar al mar furioso todo aquello que no les hacía falta, sólo la voluntad se quedaría arriba de ese barco. Y así fue.
Bastaron segundos para sacar todo del barco y quedarse con lo puesto.
Siete horas después, estaban fuera de la tormenta. Lo curioso es que nadie la recordaba. De repente se vieron todos viajando en un galeón vacío y desprovisto del todo. Nadie supo cómo ni cuando y si acaso había existido una tormenta. Cerraron los ojos y pudieron ver una inmensa paz que los embargaba desde lo más profundo, paz que sólo fue interrumpida por el vigía de la nave que gritó:
-Tierra Firme!
Llegaron un día de octubre que aun no pueden recordar, solo saben que comenzó el 19 de febrero, y también saben que les cambió la vida.


El Coronel.

Texto agregado el 03-03-2014, y leído por 66 visitantes. (0 votos)


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