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Piensa en la noche guajira, se acerca, arrastra el peso enfermo de su cuerpo hasta el ventanal. Luego corre discretamente la gruesa cortina y se asoma, mientras que sus ojos de viejo buscan encontrar algo en la oscuridad del bosque de Ketchum.
Sus posibilidades de ver, definitivamente afectadas, no descubren ni a los agentes del gobierno, ni los asesinos, ni a la muerte entre los antiguos pinos.
Husmea en las sombras y un gran pez rompe las aguas en el brillo de los vidrios, vuelve la mano y el telón se cierra, y el mar desaparece.

La mar, dice en español. Así se le llama en Cuba -agrega en inglés, y ahora navega a buen ritmo por aguas azules y calmas muy cerca de la costa norte de la isla digna.
En el último diciembre recibió quince sesiones de terapia electro convulsiva durante su internación en la Mayo Clinic de Rochester.
Resulta totalmente fácil superar cualquier cosa durante el día, pero por las noches el asunto cambia, había escrito hace unos años.

Bebe vino desde el pico de una botella con sus ojos acuosos abiertos, la explosión de un merlín al caer sobre superficie transparente del océano es el impacto de un morterazo que lo conmueve.
Derrama un poco de ese líquido como sangre sobre la barba y se toma un prolongado tiempo para secarlo con la manga de su bata.
Constante, un daiquiri a lo salvaje –Habla, exige, nuevamente en español, ya sabes, dos líneas de ron un golpe de limón y eso a una batidora que contiene dos raciones de hielo frappé, molido en la Flak Mak.
Sin azúcar, grita.

Mary lo había sorprendido dos veces con la Boss inglesa: W.& C. Scott & Son. Monte Carlo (B-Serial No. 60293) modelo 1898, su escopeta palomera en las manos. Una de ellas tenía el doble cañón apoyado en su cabeza.
Nadie vive su vida propia hasta el final, salvo los toreros –masculla, cuando esperando el vuelo que lo llevaría a internarse, cruza caminando por la pista de aterrizaje y se dirige titubeante hacia un avión que comienza a girar sus hélices y es detenido a pocos centímetros de volar en pedazos.

La urgencia de una vejiga en estado de estallar es la evolución de un texto narrando la historia de un marino que trafica chinos por aguas del Caribe en la bodega de su barcucho, que se mueren como moscas y la cerveza es su combustible desesperado.
Ahora el macho, el que destapa una tras otra botella con los dientes, orina sentado, como las damas.
El dolor y el chorro escaso, goteante, hace que se duerma en el baño y sentado –anónimamente ridículo- pero es la estrategia para evitar el golpe contra los azulejos blancos con su melancólico rostro barbado.
Despierta, cree estar en el Ritz, pasado de copas y la meada uno de sus orgasmos frecuentes.

El amanecer de un domingo en las montañas de Idaho lo encuentra despierto y con un temblor exagerado. Es verano y aclara muy temprano.
Todos quieren cazar al lobo. Todos están en contra de él, que está solo. Igual que un artista.
Hemingway delira.
Camina hasta el vestíbulo con la Boss colgada del hombro como en los días de caza, se arrodilla, carga con dos cartuchos los oscuros agujeros de los caños, la gira apoyando la culata de madera lustrada en la alfombra. Luego se apoya las bocas silenciosas en la frente y acciona los dos gatillos al unísono y con toda la fuerza de sus manos.

Su esposa quien parecía aliviada en el sepelio a cajón cerrado, lo denunció como un accidente ocurrido mientras limpiaba el arma.

(2 de julio 1961)

Texto agregado el 09-03-2014, y leído por 239 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
11-03-2014 Hemingway en sus últimos días. Una acertada prosa que recorre los interiores de un ser. elpinero
 
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