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| El camino  se bifurcaba  en dos senderos. Obedeciendo  una corazonada tomó el de la izquierda. Al poco de caminar descubrió que había hecho  una mala elección. Lleno de maleza y piedras, era una tortura caminar por él. Pero había que seguir, no había otra opción. Caminar por allí con sus zapatos de vestir finos y un terno Armani era una locura. De cuando en cuando acomodaba el arma que llevaba en la sobaquera. Parecía que se acercaba un chubasco. Apuro el paso. Había dado un rodeo a la casa. Ya casi oscurecía. A lo lejos pudo apreciar la casa de campo. Había una sola luz prendida. Felizmente no había perros guardianes. Saltó una pequeña tapia y estuvo adentro en un santiamén. Se acercó lo más sigilosamente que pudo a la ventana. Cuando estuvo cerca, saco su arma. Era su fiel FN Herstal Five-Seven de 5.7 mm. con  silenciador, capaz de atravesar  chalecos anti-balas. Pudo observar al viejo, estaba de espaldas, atizando el fuego de la chimenea y al parecer bebiendo un poco de vino. Será algo fácil -pensó- . Tal como le habían dicho, no tenía seguridad alguna. Era el juez que iba a dictaminar la suerte de su patrón. Tenía fama de ser severo e incorruptible. “Bueno pues, si no tranza entonces muere”-habían comentado sus  jefes.-así que su suerte estaba echada. Apunto con sumo cuidado a la cabeza, a esa distancia era imposible fallar. Cuando quiso girar un poco para acomodarse mejor, noto que no podía moverse. Lentamente se le fue paralizando el cuerpo. Antes que cayera fulminado toco su cuello, era un dardo envenenado. A unos metros de distancia lo miraba con una sonrisa burlona, Melquiades, el fiel empleado indio del viejo, mientras sostenía en las manos una cerbatana.  | 
Texto agregado el 13-03-2014, y leído por 228 
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