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Historia sin fin

La luna chorrea su haz luminoso sobre el lago que inunda el valle formando un sendero lechoso, en él se mece una lancha al compás de los rizos acuáticos que suaves se despliegan.

A lo lejos, en la terraza de una cabaña insertada entre los pinos de puntas torturadas, la escena es contemplada con fascinación hipnótica solo interrumpida por el aleteo persistente de una palomilla atolondrada que cayó en la taza de café del escritor.

Provisto de una nueva infusión caliente que le nubla las micas de sus lentes al absorberlo regresa a la contemplación del paisaje justo en el momento en que la niebla le roba nitidez al tender su tul brumoso. Entre el miasma húmedo le parece vislumbrar un sombrero de palma que flota y una barca que volteada se ahoga.

Estremecido por la impresión o por el frío que escolta a la neblina regresa a trabajar en la novela de historia esquiva.

No logra concentrarse, le viene una y otra vez el recuerdo del lago que no ha definido con claridad si fue real o fruto de su propensión a la fantasía. La persistencia de la evocación le viene como un ventarrón de tinta que exige papel, de modo que decide escribir al respecto y abandonar la novela a la que no ha agregado una cuartilla de mérito literario en más de un año.

Deja vagar los dedos ansiosos unos instantes por encima del teclado para después dejarlos caer como persistente lluvia hasta obtener un texto satisfactorio que da lectura en voz alta para calar el ritmo:

La luna riela en la superficie cristalina del mar, sobre la argenta vía una embarcación oscila resbalando en los epicúreos pliegues que el cierzo engendra. De las profundidades del mar surge una mujer que ha recogido las “lágrimas de los dioses”, ella es recolectora de perlas de destreza comparada a las milenarias “Amas” japonesas.

Esta noche ha recogido la más exuberante que mente humana haya imaginado, cuando comparte el hallazgo con su pareja reconoce en él el rostro de la codicia. En un acto reflejo retira la perla de la vista de su cónyuge para proteger su tesoro, él con desproporcionada bravura exige la joya que ella aprieta en su puño con ganas de absorberla, él la golpea en la cara y ella vuelve a negarla, los ánimos se agitan como las aguas que se restriegan en la lancha que convulsiona con el forcejeo de los cuerpos acostumbrados a trenzarse con propósitos más voluptuosos. Ambos caen al agua y el fragor se traslada a ese elemento donde ella equilibra las acciones, sin embargo, el macho despliega su naturaleza dominante fundamentada en la fuerza bruta.

El cuerpo bañado por la luz plateada de la luna se sumerge; el agua recobra lasitud.

El pescador se hace de la embarcación y de la perla, él aún conserva el ímpetu del combate que potencia la fuerza para remar ansioso hacia la playa. Mientras avanza recorre con impía mirada las estribaciones de la costa, le perturba la luz lánguida de una rústica cabaña ubicada en lo más intricado del bosque, teme que haya sido observado y asciende decidido a enfrentar a quien habite en el lugar. Sin saber que el ocupante no pudo haber visto el crimen porque en ese momento aporreaba el teclado de la máquina de escribir; construía una escena de asesinato.


El escritor ya había figurado como el recolector de perlas iba irrumpir en la cabaña para dar muerte al supuesto testigo, hace una pausa para servirse otra taza de café, con ella en mano sale a la terraza para capturar el posible trayecto del asesino y plasmarlo en su escrito.

Una sensación desagradable en el vientre y espalda le surge al ver al hombre con pantalón arremangado hasta las rodillas y sombrero de palma dar vuelta a la esquina de la cabaña en dirección de la puerta.

El novelista se paraliza, es incapaz de dirigirse a la puerta para asegurarla. El picaporte se acciona, el pescador empuja con el hombro la puerta, al abrirse entra y avanza hacia el escritor con paso calamitoso, borracho de ciega culpa. Lanza una mirada afilada como espada que el escritor no logra ver porque no tiene la fuerza para levantar la cabeza, él está más dispuesto a cruzar los “campos de asfódelos” que enfrentarse al hombre que irrumpió en la cabaña y se desploma.

Al recobrar el sentido un desorden perplejo de sensaciones inconexas y atroces nubla su entendimiento, mira en todas direcciones buscando algo tangible del cual asirse, fija la mirada en un diminuto objeto iridiscente que yace en la mesa de trabajo.

Es una perla de incomparable calidad que apisona un legajo, la primera página está embadurnada de una retahíla de apresurados caracteres escritos a mano que dan cuenta del pesar del pescador:

“Mi prenda más costosa a cambio de mi mayor fortuna; cambié la historia, amo a mi esposa, no puedo matarla”.

La siguiente foja da cuenta de cómo quiere que se desarrolle la historia: “La luna chorrea su haz luminoso sobre el lago que inunda el valle formando un sendero lechoso, en él se mece una lancha al compás de los rizos acuáticos que suaves se despliegan…”

Texto agregado el 15-04-2014, y leído por 394 visitantes. (15 votos)


Lectores Opinan
19-04-2014 Tu creatividad no tiene límites, aplaudo tu destreza con la pluma querido umbrio. Un abrazo. gsap
17-04-2014 La forma de relatar y los puntos esenciales hace, como siempre que sus escritos sean valorados al máximo. Saludos. elpinero
17-04-2014 Je je je, es inevitable llegar alguna vez a este tema, cuando se escribe. Loi haces de una manera deliciosa. Al principio recorde -por el titulo- a Michael Ende. Cinco aullidos interminables PD: tengo un texto con tematica parecida, es posible que sea lo siguiente que publique. yar
17-04-2014 buena historia me capturo desde el principio. carlosB
16-04-2014 *****Una narración excelsa que de principio a fin nos mantiene en el extremo de la silla con un perfecto manejo de la tensión. Solo_Agua
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