Todos los días llegaba a la misma hora y él me esperaba sin prisa. La piel morena, de sol costero. La sonrisa muda. Era mi preferido, el más activo. Tenía tantas vivencias que cada día era nuevo. Cuidaba de sus tres perros. Los mimaba con su voz fuerte. Llegué a imaginar que era mi abuelo desconocido. Aquel que no pude disfrutar. A sus noventa años me daba mil vueltas en experiencia. Aprendí a disfrutar de su vejez. Las flores nunca faltaban junto a la foto de su mujer. Los paseos a la playa. Menudencias que ahora echo de menos. Lo encontraron en el suelo de la cocina, con la cafetera al fuego. Nuestro café de las doce. Ahora sólo visito a dos ancianos. Ninguno ha sustituido a Serafín.