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“Tus ojos brillan más que la estrellas
Tu boca es como el arco de Cupido,
Tus mejillas son tersas y sonrojadas.
¿Por qué serás tan delicadamente estúpida?”
Howard Phillips Lovecraft.

El celular de Marcos vibraba sobre el velador, generando un gruñido que lo sacó de su estado de semi-consciencia. ›‹‹Puto celular. ¿No entiendes que quiero dormir?›› Pensaba Marcos.
Estiró la mano gruñendo y contestó el celular. Era Ana.
—Hola, Ana… ¿Sabes qué hora…
—Él se fue. Estoy sola otra vez. Acompáñame, esto es difícil para mí.
—Voy en este instante.
Marcos se vistió y partió en su auto rápidamente. A esa hora ya habían liberado los semáforos, por lo que debía ir con cuidado si no quería terminar con el auto de nariz contra otro. Esta vez presentía que había algo fuerte de por medio. Estaba muy preocupado y el tono de la voz de Ana sonaba terriblemente mal.
Marcos conocía lo suficiente a Ana como para saber cuándo estaba mal y cuándo no. Esta vez parecía haber tocado fondo.
La reja estaba abierta, así que pasó y entró por el ventanal que daba al antejardín, clavándose una rosa en el pantalón.
—Qué bueno que estás aquí… esto… esto está mal…
—Cuéntame.
La voz de Ana era débil. Estaba desparramada en el suelo. Por la cantidad de cajas de medicamentos vacíos, Marcos supo de inmediato que si dejaba que se durmiera ella moriría. Sentía que esa noche tenía las mismas probabilidades de quedar como héroe como villano.
—Él se fue… Eso es todo.
—¿Y estas cajas se vaciaron solas?
—No tenían casi nada. Creo que moriré laxa.
—Es una linda noche. Lástima que tú no estés en tus cabales como para apreciarla. Es bonito verte aquí, tirada y débil. Es bonito porque sé que en cualquier momento vas a recordar esto y sabrás que yo estuve ahí. No te duermas.
—No lo sé… estoy cansada. Quiero dormir… para siempre.
—Lo siento, pero esta vez no voy a dejarte. ¿Quieres un dulce?
—No quiero tu caridad…
—Está bien.
Marcos se dio cuenta de que Ana tenía todo el torso vomitado y gran parte de los muslos.
—No voy a dejarte morir.
—Déjame ser feliz.
—No lo mereces —dijo fríamente.
Marcos se dio cuenta de que los vecinos no tenían idea de lo que había pasado y llamó él mismo a la ambulancia.
—Es bonito ver luces… es muy… lindo. Mira como bailan… Bailan en círculos.
Marcos sentía que su voz se hacía más y más débil. Pronto se quedaría dormida. Marcos la abofeteó y ella, mareada, soltó un montón de vómito. Fue a la cocina a traer agua.
—Hijo de perra. Vomitar se siente horrible… déjame terminar con esto. Quiero morir de una puta vez.
—Llámame caprichoso, pero no voy a dejarte simplemente porque te quiero viva. Muerta no me sirves de nada.
—¿Y te sirvo viva?
—Tal vez. Da lo mismo si me sirves o no. Lo importante es que tengo mucho que aprender y tú podrías ayudarme mucho. Dime, ¿Por qué haces esto?
—Él me dejó. Es… es un hijo de perra. Yo de verdad lo amaba y él me dejó. Me sentí muy triste. Decidí tomarme un antidepresivo y de ahí otro… y otro… y así.
—¿Por qué te dejó?
—Me dejó por Carolina. Ella le daba algo que yo no podía ofrecer. Un cómplice, una persona que la entienda. Una… una… una compañía.
—Bebe.
Ana bebió el agua del vaso y soltó el vómito. Marcos había traído un jarro con agua y le comenzó a dar de beber para purificarle la sangre de los fármacos y el alcohol con que los pasó.
—Entonces, él te dejó por otra mejor.
—Sí… A veces me siento insuficiente. Siento que no puedo ser tan cercana a él… siento que no puedo comprenderlo. Es algo horrible. Me hace sentir como si hubiera fallado en mi propósito.
—¿Y ese cuál es?
—Buscar la felicidad mutua.
—Mira. Si sigues intentando con esa fórmula lo único que lograrás es quedar tirada un par de veces más. Deberías madurar un poco y dejar de pensar que con este tipo de berrinches vas a solucionar algo. Lo único que logras con estas cosas es causar más dolor, más culpa y más resentimiento.
—Dejémoslo hasta acá. No puedo seguir viviendo. Ahora siento que estoy al borde del precipicio. Solo un paso más. Cerraré los ojos y nunca más los abriré.
—Tonterías —le dijo al oído— no te dejaré ir. Ni ahora ni nunca.
—¿Por qué haces esto?
—Porque debo, quiero y puedo.
—No. No debes. Eres un puto imbécil. Te llamé para que me abrazaras y yo pudiera de verdad descansar. Quería de verdad sentirme apreciada de una puta vez.
—No sé si te has dado cuenta de que mi forma de apreciarte es esa. Te aprecio, pero no si intentas hacer este tipo de imbecilidades.
—Ja… a lo que puedo llegar por un estúpido hombre.
—No te lo tomes como una ofensa fuerte, pero eres más estúpida tú.
—¿Por qué lo dices?
—Porque tú eres la que está al borde de este lado de la cancha. Tú eres la que se dejó llevar por sus sentimientos y casi se mata y sobre todo porque me llamaste por caridad y subirnos a los dos el ego. Eso no se hace, Ana.
—Yo… Yo… Lo siento. No sé ni qué mierda digo… ¿Me perdonas?
—Sí. Entiendo que este es un momento difícil y que hiciste la primera estupidez que se te vino a la cabeza.
Los paramédicos entraron y se la llevaron en camilla. Tras un lavado estomacal y un tiempo de reposo volvió a casa y limpió el desastre de su vómito. En eso llegó Marcos a golpear la puerta. Se abrazaron y él la ayudó a limpiar su vómito.
—Gracias. No sé en qué estaba pensando.
—No es necesario.
—¿Dije muchas incoherencias?
—Más o menos.
—Tranquilo. Aprendí la lección.
—Entonces sería bueno que comenzaras por dejar de comprar esos medicamentos que tenías en el botiquín.
—Sí…
Marcos apenas terminó dejó el trapero a un lado y luego se despidió.
‹‹Salvar una vida… suena bonito como para una especie de autobiografía. Sí… quizás la haga›› Pensaba distraídamente camino al auto.

Texto agregado el 24-05-2014, y leído por 82 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
24-05-2014 El diálogo revela la personalidad distinta de los personajes: ella es débil y con tendencias suicidas, mientras él tiene una buena templanza. Intuyo el desenlace no escrito de la historia, y el gran reto que representará para Marcos unirse a una mujer así. Gatocteles
 
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