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Inicio / Cuenteros Locales / Ulises_Lima / 3 Palabras Vale: Cariños, alas y dragón. (o A la vuelta del vacío)

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La noche estaba fría, las cortinas cerradas y lo que pasara o no afuera no tenía mayor relevancia. Ella estaba sentada, inmóvil, mirando a su hijo fijamente con su misma quietud, intentando ver si al mimetizarse en la inacción podría sentir lo que él sentía, establecer una especia de conexión y ver qué estaba pasando por su cabeza, si en ese momento estaba alegre o triste, si sentía, finalmente, emoción alguna. Así muchas horas había pasado, intentando en vano establecer dicha conexión, adivinando sonrisas donde no las había y cambios imperceptibles en el rostro que eran sino invisibles. Las esperanzas seguían ahí, sentadas a su lado, a sus espaldas, en las sombras y de la mano. La seguían a todo lugar sin excepción, mientras hacía el aseo a su habitación, mientras con ausencia almorzaba con su marido, mientras iba a buscar a su otra hija al jardín y le intentaba sonreír y evitar las miradas y preguntas de la tía, a ver si así los ojos no se les humedecían y agarraba más fuerte de la mano a su hija, o a la esperanza, que al fin y al cabo eran lo mismo.
Se paró y acercó al borde de la cama para recostarse a su lado, le tomó las manos y empezó a hacerles cariño, suavemente. Su piel había adquirido una textura extrañamente suave. Seguía tibio. Seguía vivo. Seguía ausente.
El sol brillaba con calidez y el viento refrescaba su duro rostro. Su piel se había dorado con el paso del tiempo, ahora un color completamente tornasolado, el cual se había comenzado a insinuar tímidamente cuando comenzaba su pubertad. Se sentía más seguro, más maduro, creía ver en la mirada de los otros un cierto respeto, ya no era un niño, sus alas ya habían crecido. El proceso fácil no había sido y más que un poco de dolor había sufrido. Su madre siempre le dijo que le dolería tanto como cuando le salieron los dientes, aunque de eso él nada podía acordarse sino de los relatos que ella le hacía y de las largas horas de sueño que le quitó durante lo que duró. Esto sería parecido: la piel debía romperse, esas escamas que definitivas no eran soltarse y caerse. Todo comenzaba con el desarrollo de la estructura ósea superior un poco debajo de los omóplatos, de forma algo alargada se iba solidificando y las escamas levantando. Muchas veces estas solas no caerían y con la ayuda de sus dientes dicho proceso terminaría. Luego de haber esa limpieza completado unos huesos cubiertos en una delgada capa epitelial y un aun blando cartílago a extender se comenzarían. Con los meses, los huesos que rigidez le darían bien puestos estarían y unas alas aun jóvenes pero útiles formadas se encontrarían.
Estaba listo, o eso pensaba, físicamente, problema alguno no encontraba. Sí, los demás dragones más jóvenes con respeto le miraban y las chicas con ojos que hasta ese entonces no recodaba, pero al pasar de los meses vio como la espalda a comenzarle daban y las miradas a desaparecer comenzaban. Su sonrisa que durante los meses de crecimiento y un poco más hizo reflejo de las que le llegaban se iba perdiendo, a volar aún no comenzaba y ese gran salto para comenzar no daba. ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo al vacío tirarse debía si ni si quiera del árbol saltar podía? Los demás dragones más jóvenes lo iban alcanzando, veía como en sus espaldas largos bultos iban generando. Ahora eran ellos los que sonreían, veían como el día donde ellos podrían volar no tardaría. No podía, se acercaba a los grandes árboles que sus pesos aguantaban, miraba con recelo los metros que del suelo lo separaban y el salto inicial poder el no daba. Y los otros dragoncitos se reían y reían y reían mientras corriendo desde atrás venían y, ¡con cuánta facilidad lo hacían! Sin pensar ellos saltaban y unos metros planeaban, ¡si bien era solo un poco en sus caras de felicidad se veía cuánto los disfrutaban! Después sus caras vuelta daban y seguían riendo… sólo lo dejaban.
Los meses pasaron y los dragoncitos completamente solo lo dejaron. Se sentía triste, abandonado, al árbol él iba y al llegar al borde aún se arrepentía. Al dar media vuelta se iba y con la cara de su mamá se encontraba que con esperanza aun lo veía y le decía: “No te rindas, nervioso no te debes poner. Solo con tus patas te debes impulsar y tus alas el resto harán.” Pero por más que lo intentaba la altura lo aterraba. Veía en el futuro que “El Gran Salto” debería dar y en el que más de alguno volver no iba a poder. Pensaba, en las noches mientras las estrellas se encontraba mirando, que quizás sería mejor evitarlo y en el suelo a viejo llegar, seguro, mas sin volar. Pero cuando el sol llegaba y los ya no dragoncitos el cielo surcaban una envidia terrible le daba. Quería ser libre y del vacío ascender, el miedo vencer y las risas y burlas hacer desaparecer. Pero el valor, ¿dónde estaría si después de tanto buscar encontrarlo no lo había? ¿En qué remotos parajes escondiéndose estaba, acaso era en las miradas y sonrisas que de él se escapaban?
Y cuando las fuerzas pensaban que ya se le acaban, que a la idea de una vida en el suelo llevar más no le quedaba, a otra dragoncita con su madre en el árbol fallar con sus ojos observó mientras a ellas les escuchaba: “Mamá, miedo saltar aún me da, ¿qué cosa me falta para mis alas poder usar?” “Nada hijita”, su madre dulcemente le respondía y sonriendo proseguía: “No te rindas, nerviosa no te debes poner, y aunque volar no puedas yo aún te querré.” La dragoncita con sus verdes alas a su madre miró y la sonrisa devolvió. Su mirada cambió, un brillo en sus ojos se despertó. Batió tiernamente sus alas y ella lo miró. Tranquilamente se había acercado mientras su cabeza llena de recuerdos e intentos fallidos había estado, y cómo su madre con palabras similares lo había apoyado. No estaba solo, como él más habían y seguramente muchas veces se habían repetido y repetirían. “Yo tampoco a volar me atrevo”, le dijo mientras él sus alas también batía, “Mi mamá muchas veces me ha impulsado y las mismas y aún más he fallado.” “¿Ves?”, la madre de la dragoncita dijo, “¡Sola no te encuentras, ya sabes cuántas veces te lo repito!” “¡Ay mamá, más veces ya no me lo digas!” le respondió la dragoncita algo enojada, “¿Por qué no me acompañas dragoncito, quizás los dos juntos podamos dar ese pequeño gran saltito?”. Hasta el borde del gran árbol contiguo caminó y los nervios de siempre llegaron. Sus miradas una vez más se cruzaron, y por alguna razón que él no comprendió, sus alas extendió y el miedo desapareció. Él le sonrió y ella la sonrisa le devolvió. “Uno, dos, ¡Tres!” desde atrás ambos escucharon por la madre gritar y al unísono sus alas extendieron, sus patas distendieron y un vuelo de pocos metros emprendieron. “¡Lo hicimos!” al llegar al suelo sanos y salvos ambos dijeron.
Desde aquel día juntos siguieron practicando hasta llegar el día de “El Gran Salto”. Una vez más, al borde del vacío se encontraron y esta vez las dos madres gritaron “¡UNO, DOS, TRES!”. Un gran impulso al correr tomaron y el suelo a sus pies dejaron. Frente a ellos el mundo se extendió y una nueva libertad los albergó. De la tierra se habían liberado y en dragones ya adultos transformado.
Él abrió los ojos y su madre, aun con la esperanza tomada de la mano, una sonrisa de bienvenida le brindó.

Texto agregado el 27-05-2014, y leído por 192 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
28-05-2014 Una llamarada de estrellas a achicharrarle va. A otros les sobran plumas. Tetractys
27-05-2014 Miedo a volar. Algunos hombres lo tienen. rentass
 
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