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Como si de la nada fuera a encontrar la solución a sus problemas, se echó a andar por la calles con su cigarrillo ya prendido y gastado hasta la mitad.
Era una hermosa noche cuando se sentó a prender otro cigarrillo. Era el último de la cajetilla, pero sentía que con ese bastaría.
De la nada miró la luna, que se entreveía más grande que de costumbre a través de las nubes y se levantó. Un rayo cruzó el cielo y las gotas de fina lluvia cayeron, apagándole el cigarro a Louis. Comenzó a caminar hacia su departamento tras haber encontrado su fuente de relajo.
Marcos venía de vuelta del departamento de Louis, quien lo vio y saludó animosamente. Lo invitó a pasar y bebieron un poco de merlot argentino que había traído Marcos.
Conversaron a gusto durante un buen rato, de manera que Louis se enteró de que Charlotte había vuelto a la ciudad. En ese momento, el estómago se le retorció en una convulsión desenfrenada.
—¿Te pasa algo, Louis?
—No. Solo que Charlotte… otra vez en nuestras vidas… no sé. Siento que esto no terminará bien.
—Tonterías. Ella es una buena persona. Algo descompensada, pero sólo hay que comprenderla.
—Ella es el peor huracán que ha existido.
—Pero en el fondo es una buena persona y eso es lo que cuenta.
—Como sea, esta vez voy a tomar las medidas necesarias para que no siga causando daño.
—Tranquilo. Ya debe haber madurado.
—Solo han pasado seis meses.
—En un día puede cambiar todo el mundo…
—Pero ella no es un mundo, es un universo.
‹‹Como si fuera poco, ahora tendré que lidiar con ella una vez más. No sé si habrá cambiado o no, pero lo que tengo bastante claro es que esta vez podré detener su frenesí.››
El tiempo pasó volando hasta que pudo visitar a Charlotte. Iría directo al grano esta vez. Nada de circunloquios en esta ocasión, sino que debía llegar al meollo del asunto sin demora.
Llegó a la casa de Charlotte y estaba hecha un desastre. Acababa de acurrucarse en el sillón en plena oscuridad de la noche. Louis golpeó la puerta y Charlotte salió a ver.
Caminaba de forma normal, como si se le hubiera quitado cada uno de sus males.
—Soy yo. Conmigo no tienes que ocultar quien eres.
—No sabes cuánto me costó reaprender a caminar derecha. Quizás deberías dejarme hacerlo.
—Veo que te soltaron pronto.
—Sí. Ya estoy bien.
—¿Es enserio?
—Sí.
—Entonces supongo que puedo pasar.
—No. Este… Sí… Digo… Está hecho un desastre.
—No me interesa, solo quiero poder hablar contigo sin que nos oiga medio mundo.
Louis pasó y esperó el momento adecuado para hablar.
—Louis… Ya no eres mi Louis… Ahora eres solo Louis. No me gusta cómo suena tu nombre a secas. Te falta el “mí” Louis. Me incomoda decirlo de otra forma.
—Charlotte, no sé cómo hiciste para que te soltaran. No veo ni una sola mejora en tu forma de ser.
—Pero ellos sí. Es como el teatro: finges ser otra persona y según como la hagas será tu reconocimiento.
—Ya veo… entonces sigues igual.
—No. Aprendí a aceptar un poco más la realidad.
—Es cierto.
—¿Por qué viniste?
—Porque necesitaba hacerlo. Vine a dialogar contigo. Necesito que me escuches de la misma forma que necesito escucharte.
—¿Por qué? No hay nada entre nosotros, querido.
—Eso es cierto, pero esta vez no es por algún sentimentalismo pasado, sino que es porque quiero detenerte.
—¿Detenerme de qué? Yo no voy a hacer nada.
—¿Entonces me dirás que este desastre es porque sí?
—Puedo explicarlo…
Louis encontró una foto de él y ella. La levantó del suelo y notó que estaba muy arrugada y con algunas partes de la tinta corrida.
—Dices que estás bien, pero así y todo tienes una foto mía.
—Tú ganas, Louis. Aún te amo. Tú eras mío, pero te fuiste… Yo sé que fue por esa puta de Isabel. Ella hablaba demasiado contigo. Te metía cosas en esa cabeza tan inocente que llega y cree lo primero que le dicen. Ven conmigo. Estábamos bien juntos. Podríamos…
—Basta. No llegaremos a ninguna parte si seguimos así.
—Pero solo tienes que pensarlo. Mira, es lo mejor. Yo puedo hacerte feliz, y yo seré feliz si estoy a tu lado.
—No puedo estar en una relación donde solo haya desconfianza. Ahora déjame decirte mi mensaje: aléjate de mí y de los muchachos. Ya hiciste mucho daño. No intentes nada, que no te saldrá bien. Si haces algo terminarás de nuevo encerrada. Ah, y ya no podrás llegar y actuar como si nada. No van a creerte.
—Louis, amor mío, vuelve a mis brazos para poder acariciarte una vez más como en los viejos tiempos. Déjame que —comenzó a llorar—… Que te abrace, que te sienta mío una vez más.
—No. Deja eso de que alguien puede ser tuyo. Mientras más me llames, menos iré.
—Eres cruel. Me dejarás aquí con un llanto que tú mismo causaste. ¿Vas a salir limpio después de herirme así?
—Mira… Yo… Tenía la esperanza de que hubieras cambiado. Que hubieras sido lo que vi de ti. Porque me enamoré de eso: de un espejismo y no de lo que eres de verdad. Aléjate si no quieres sufrir más.
—Claro. Tú me hieres y te vas. Apuesto a que vas a verte con Isabel. Sí, eso. Vas a verte con Isabel…
En ese momento a Charlotte dejó de interesarle si Louis la escuchaba o no, sino que quería soltar su veneno sin apuntar. Estaba hablando para sí misma.
—…Y te reirás de mí. Vas a tratarme de loca y ambos reirán. Ambos beberán una copa de vino y sonreirán. Van a mirarse y dirán. “¿Quién es esa tal Charlotte?” y tú olvidarás que en algún minuto fuiste mío. Pero no les saldrá gratis. Van a ver que les costará mucho.
—Te lo advierto: no intentes nada. Las cosas no funcionan así. No es lo que crees.
—Mentiras y más mentiras. Tú e Isabel juntos. En la misma cama, con las mismas impías sábanas. Abrazados y desnudos. Ya lo veo, sí… Ya lo veo…
—No. Isabel y yo somos inocentes. No hemos hecho nada ni lo haremos. Estás equivocada.
—¡Mientes! ¡Pronto estarás revolcándote con esa perra! ¡Ve! ¡Huye con ella y deja que me pudra en mi mierda!
—Te pudres porque quieres. Podrías seguir adelante, pero te quedas allí, como si tu vida se hubiera acabado.
—Es que se acabó contigo, Louis. Tú te la llevaste y se la regalaste a Isabel.
—Lo siento, no puedo seguir así.
Louis se fue y ella intentó golpearlo con el florero. Louis se dio la vuelta y la detuvo para luego darle una bofetada. Ella tenía la mirada vacía y el cuerpo laxo. Cayó confundida al piso.
Louis salió tenso y temiendo por Isabel. Decidió llamarla y acordaron de que se verían en su casa en una hora más.
Esperó que no fuera demasiado tarde y golpeó la puerta. Isabel apareció ante Louis. Isabel sabía un poco de sobre lo de que Charlotte había vuelto, pero nada muy en profundidad.
Louis temía por Isabel y ella lo sabía, pero no había mucho tiempo para temer si se trataba de Charlotte. La vez pasada podría bien haber sido la última si Louis no hubiera llamado rápido a la ambulancia. Se lo hizo saber apenas pudo y ella intentó no alertarse demasiado.
Pasaron la noche juntos con Louis a la guardia hasta que amaneciera.
No fue en vano, ya que a las cuatro y media de la mañana, la puerta fue hábilmente descerrajada por Charlotte.
Louis reaccionó y se puso en la esquina entre la puerta y la pared. Charlotte entró como poseída y sin mayor estrategia que pasar con una pistola en alto. Louis le cerró la puerta de una patada apenas estiró el brazo con la pistola en alto. El arma fue diestramente sustraída por Louis, quien hizo entrar de un tirón a Charlotte. Ella lloraba desesperadamente para que Louis presionara el gatillo, pero él no lo hizo.
—Se hombre y mátame de una vez —imploró Charlotte—. No quiero hacerte sufrir más.
—Sería demasiado placer para ti —contestó Louis— y dudo que lo merezcas.
—¿Qué pasa? —Preguntó Charlotte— ¿Es Charlotte?
Louis, sin dejar de apuntar pidió que llamara a la policía. Isabel así lo hizo.
Charlotte fue a parar nuevamente al hospital psiquiátrico, pero no sin un último intercambio de palabras con Louis.
—No quiero volver a ver tu desquiciada cara otra puta vez. No te vuelvas a acercar o jamás volverás a verme.
—Ya sé que nunca te volveré a ver. Me resigné. Adiós, amor.
—Cierra la puta boca.

Texto agregado el 01-06-2014, y leído por 113 visitantes. (1 voto)


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