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LA FRAGUA
Templábamos el fuego, con más fuego
y al calor de la llamas
consumíamos el cuerpo,
sin tocarnos.
Con los ojos cerrados,
a voluntad ciegos, nos adivinábamos
en la penumbra rojiza de la piel
a contraluz.
Como mariposas, tus manos y las mías
seguían las corrientes del aliento
para detenerse en la boca
del otro, de la otra.
Era en la fragua de la carne amada,
donde yacíamos como hombre y mujer,
atemporales.
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Texto agregado el 06-06-2014, y leído por 471
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