Como cada vez que el pecho me arde porque metí en el ropero un montón de ganas que no puedo sacar. El profundo agujero convoca pelusa, polvo, polilla y ropas bailan por las tardes de junio en que trabajo con las manos que deberían quitarle al agujero su polvo, sus ropas, polillas y pelusas.
En la galera de la orquesta mayor hay un señor con pelos en la nariz que canta desesperado por irse a casa a cenar ravioles.
En el circo de la escuela de enfrente nace un elefante con tremenda ilusión de ser niño en la escuela llevando traje de elefante que nace en el circo…
Doce escalones parten la acera a la altura exacta en que se divide la tierra bajo mi huella un domingo se sol.
La tela de la espalda se pliega en el mordiscón de ganchos de papel del escritorio de la secretaria del primer piso. Ora esbelta, ora gorda, horada con sus uñas esculpidas un claro en la cabellera del señor Fernandez.
Sábado de madrugada; diario del domingo en puerta.
La tela se llena de mancha. Profunda alergia a la bruma. Volutas de tinta del jabón que difunde en el agua de la máquina que lava.
Cada vez que el pecho me arde pregunto si es el pecho o el aire que entra con elefantes, polillas, Fernández, orquestas, el agua… la mancha, la bruma o el sol.