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Deben ser las diez de la mañana. Calculo eso porque la intensa luz amarilla que entra por mi ventana ya perdió el color celeste escalofrío que la acompaña de seis a ocho. A mi me fascina el amanecer pero no saben que alivio saber que ya sean como las diez. Con suerte, al tomar el desayuno, no me toparé con mis padres que a estas horas ya deben estar camino al trabajo. Últimamente ya no me soportan. Y no es que yo sea una especie de sujeto indeseable. La verdad es que mi único problema es no haber salido nunca de su casa. En este mismo cuarto dormía cuando tenía un mes de nacido. Esta es la misma cama que meaba a los ocho años, la misma ventana llena de stickers de héroes de televisión que ya no admiro, la misma vista a las casas de mil vecinos que uno a uno se fueron largando de aquí. A mi todo esto no me parece algo tan horrible; sin embargo, por las miradas de papá y mamá me he dado cuenta que para ellos vengo a ser poco menos que uno de esos gusanos verdes del choclo. Y esto último del gusano lo digo por supuesto utilizando palabras ajenas. Tengo mucha simpatía por esos insectos y en realidad por cualquier tipo de bicho inofensivo. Cuando era niño y aún me rodeaban de la admiración y esperanza de la familia, enloquecía al ver que habían regresado del mercado con media docena de choclos. Los colocaba sobre la mesa y comenzaba a despellejarlos entre las protestas de mi madre que decía que no eran sino para el domingo. No importaba. Una a una iban volando por los aires pancas y cabellos rubios hacia el suelo de la cocina. Y finalmente, ahí estaba. Escondido entre dos hileras de dientes blancos y lechosos. Tan verde como un loro en un concurso de canarios. Un gusanito. Preparaba una caja de zapatos y lo alfombraba con las pancas. Colocaba el gusano, le tiraba doscientos mil granos de lo que había sido su casa y luego lo cubría con la madeja de cabellos para que no se escapara tan fácilmente. Nunca supe si el gusano se la pasaba bien pero lo que si recuerdo es que nunca me duraron más de tres días. Un día regresaba y por mas que buscaba entre los granos, pancas y pelos, el bicho ya no estaba allí. Tal vez tendría algo pendiente y se largaba. Supongo que mis padres piensan que yo también debería tener algo pendiente. Ya saben, esa inquietud tan peculiar en los chicos de mi edad que sueñan tantas cosas. No es que yo sea un sujeto indeseable. Por lo menos no más que un gusanito. Aveces me pongo a pensar en algo que me motive a salir de aquí. De verás que lo intento. Sin embargo, hasta ahora no se me ha ocurrido nada que tenga sentido o que por lo menos me guste. La verdad por ahora lo único que espero es que cuando despierte sean ya las diez de la mañana. Me encanta el amanecer. Aquel celeste tan puro y frío en verdad me fascina, pero no saben que alivio despertarse y sentir que ya son las diez de la mañana y que mi desayuno deber estar enfriándose solitario en la mesa del comedor.

Texto agregado el 27-08-2004, y leído por 550 visitantes. (18 votos)


Lectores Opinan
02-10-2005 Jejeje, supongo que tienes un ciclo metamórfico un tanto largo. Saludos. Nomecreona
27-05-2005 Buenísimo, me encanta tu humor.***** pink-panther
19-01-2005 Excelente. La estructura circular contribuye a destacar el monólogo interior ... muy bueno. saraeliana
10-12-2004 Amigo del alma... leerte es siempre volver a esos momentos que sabes que te gustan y que hay que saborearlos milímetro a milímetro... la simplicidad sigue siendo tu fuerte y, por supuesto, tu talento... maravilla de historia simple y llana. Gracias por calentarme la mañana decembrina de esta mediomundista desaliñada. rithza
10-11-2004 Me ha gustado mucho: Los choclos, los gusanos y ese desinterés por dejar la pieza con stikers de niño. libelula
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