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Se acerca a la barra con paso firme y la sonrisa de medio lado. La camarera despacha al imberbe que trata de ligársela y mira de soslayo al recién llegado. Viste pantalón de pinza y camisa, el botón del cuello y los puños sin abrochar. Moreno, ojos verdes, mentón prominente. Bajo la ropa se intuye un cuerpo cincelado. Quiere demostrar seguridad, pero ella adivina cierto estado de nerviosismo. Despierta de inmediato el interés de la joven, que se dirige a él acentuando el movimiento de sus caderas al andar.

- Hola, guapo, bonitos ojos. A ver si adivino, ¿un Martini?
- No, quiero un vodka.
- ¿Blanco? ¿Negro? ¿O prefieres un cocktail?
- Sorpréndeme -, contesta el hombre, provocador. Ella responde con una sonrisa y un leve movimiento de cabeza.
- No eres de por aquí, ¿verdad? –Pregunta la chica, ahora de espaldas, mientras prepara la bebida.
- No, he venido de testigo a la boda de un amigo.
- Qué romántico, ¡venir a casarse a Las Vegas! Habrá sido una decisión muy meditada… -Ironiza la camarera. Él ríe.
- Pues, aunque no te lo creas, sí.
- ¿Y estás solo? –Sondea, mirando fugazmente por encima del hombro al apuesto cliente.
- Bueno… Ellos están en un hotel calle abajo celebrando su luna de miel, así que, sí, supongo que estoy solo -, reconoce.
- ¿No hacen falta dos testigos?
- Sí. El otro fue el recepcionista -, confiesa con una risotada. Ella se contagia al tiempo que deposita frente a él la bebida.
- Un Bloody Mary -, anuncia con reverencia. El hombre levanta una ceja y mira con recelo el contenido del vaso -. Vamos, pruébalo, te gustará. A la primera invito yo -, promete, guiñándole un ojo.

Una vez da el primer trago, admite que la camarera estaba en lo cierto y se dirige a una de las ruletas, cerca del bar. Siente que la suerte está de su lado y comienza a jugar. La noche no parece avanzar entre las mesas, las fichas y las potentes luces del local. Dos, tres, cinco veces más se acerca a la barra en busca de la purpúrea bebida. La camarera le atiende de buen grado, en cada ocasión tarda más en pagar y seguir apostando, hasta que finalmente, ancla los codos en la barra. Del flirteo inicial han pasado a una declaración de intenciones más que abierta. La joven desatiende sus quehaceres para seducir al atractivo jugador. Apenas queda media hora para que termine su turno.

- Quiero… quiero pasar la bnoche contigo.
- Estás borracho -, ríe ella, coqueta.
- ¡No! O sí… Da igual, quiero estar con.. contigo. Mírame a los ojos, no te miebto.
- Me encantan tus ojos... ¿Tienes habitación en algún sitio?
- No… no sé… Da igual, te hago el amor en una mesa de póker si hace falta -, sentencia, tratando de elevar la cabeza y parecer sereno.
- Está bien, tú espérame aquí

La joven se esmera en recoger las copas vacías que inundan la barra mientras otra chica toma posiciones, colocándose el escueto delantal. Conversan brevemente, la nueva camarera mira al hombre que espera sentado al otro lado, mirando intensamente a su compañera, con un profundo deseo carnal grabado en la retina. Sonríe y asiente. Cuando su compañera desaparece en la trastienda, la muchacha prepara ágilmente un último coktail para su único cliente.

- Toma, guapo, para que te mantengas a tono mientras se cambia -, insinúa la muchacha. Él saca su último billete para abonar la consumición, pero ella le indica que no es necesario, que corre por cuenta de su cita. Agradecido, le ofrece igualmente el billete. Ella lo guarda con picardía en su sostén, mientras él grita a los cuatro vientos.

- Te mereces una propina, ¡guapa! ¡Qué lujo de camareras hay en este sitio! -, celebra, con la bebida en alto. Por la portezuela, aparece la despampanante joven que le ha seducido. Él, obnubilado, agarra su Bloody Mary y lo engulle de un solo trago. Sacude la cabeza, a fin de deshacerse del escalofrió que le recorre, justo al tiempo que ella deja su puesto de trabajo y se le acerca.

Con desesperación, la toma de la nuca y devora su boca. Ella responde con las mismas ansias, y durante unos minutos se besan con una pasión irrefrenable, ella agarrándole del cabello, él levantando su minúscula falda y apretando sus muslos contra su cuerpo.

Los asientos están algo sucios, y hay arenas en las alfombrillas. Mueve la mano izquierda. Siente calor. Está entre sus piernas. Sonríe, o eso intenta.

Las luces pasan rápidamente ante sus ojos. Huele a humedad y a orín. Está mareado. Le pesan tanto los párpados…

- ¿Dónde…? ¿Falta mucho?
- Pensé que dormías -, se sobresalta ella. Le sonríe complaciente -. Tranquilo, falta poco -, y vuelve a mirar a la carretera.
- No sé… Cómo te llamas… -, balbucea.
- Verónica.

Aire fresco. Ella le ayuda a abandonar el vehículo. Más por impulso que de forma consciente, la toma de la cadera y la atrae hacia él, besándola, mordiéndola, intentando poseerla. Escucha sus protestas como un murmullo lejano.

El suelo está frío y la música muy alta. Intenta abrir los ojos. Sólo consigue abrir el izquierdo. La pared es blanca. Hay una bombilla. Y un espejo sin enmarcar.

- ¿Verónica?

Debe haberse quedado dormido. O está soñando. Ha bebido mucho. ¿Qué era eso rojo? Un Bloody Mary. No, cuatro. No, más. ¿Quién se los dio?

- ¿Verónica?

Siente frío. ¿Siente? Sí, eso creo, debe sentirlo. Bracea al aire como un pelele que cae al vacío. ¿Dónde está? ¿Cuánto tiempo lleva así? ¿Dormido? ¿Inconsciente? Recuerda… Recuerda la boda rápida de Tito. Recuerda que se aburría en el hotel y se fue a un casino cercano. Recuerda que quería llevarse a la camarera a la cama… La camarera… ¿Cómo se llamaba? Recuerda que fueron en coche. Recuerda una pared blanca, y un espejo. ¿Cómo se llamaba? ¿Se la habría follado?

- ¡Verónica!

Todo está en silencio. Todo está oscuro. No puede abrir los ojos. Le duele. Intenta moverse. Está… está mojado, y frío. ¿Qué está pasando? Busca algo que le sirva de apoyo para ponerse en pie, pero no es capaz de mantener el equilibrio y cae torpemente al suelo. Ha sido un buen golpe. Intenta salir de allí gateando. Está aterrado. Sus dedos tropiezan con grandes piezas de porcelana, hasta que golpean algo distinto, que se desplaza, fruto del choque. Como si intuyera que es importante, se esmera en volver a localizarlo. Es un aparato pequeño con botones. Lo toca por todas partes, y decide que debe ser una grabadora. Aprieta el botón de mayor tamaño, el que cree que pondrá en marcha la cinta.


“Llama a un médico. Se te ha extraído el riñón derecho. Y los globos oculares. Un capricho”.


Llora. O lo intenta. No lo sabe. Grita, gimotea, se hace un ovillo en el suelo, empapado. La voz ronca y distorsionada inunda el silencio. Por el espejo se desvanecen sus ojos verdes destellando en la cara de Verónica.






Raquel Contreras


*****


Del Reto Literatura Fantástica, bajo la consigna:
Leyendas Urbanas: Tráfico de órganos + Bloody Mary

Texto agregado el 29-06-2014, y leído por 237 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
03-07-2014 Un buen texto con un tema que no es tan leyenda.***** ac0sta
30-06-2014 El final grandioso. Mis ***** kasiquenoquiero
29-06-2014 Espectacular cuento en todos lo sentidos. Crea el interés inicial con ese ligón aceptando vodka tras vodka seguro de una noche de placer, para luego llevarnos en descenso al horror de Verónica, el espejo y esos ojos y riñón perdidos... walas
29-06-2014 ¡Imposible de bueno este cuento! filiberto
29-06-2014 Ay por favor, es de terror!!! Pero muy bueno.***** MujerDiosa
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