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Inicio / Cuenteros Locales / JoseLuis16 / La transformación (día lluvioso en el DF)

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Las calles se atiborran de líquido indecente, los automotores se desvirtúan en transportes acuáticos que recorren a toda velocidad – a veces moderada por la afluencia del agua- a través de los caudales buscando llegar a su destino lo más rápido posible. Los individuos, por lo general ataviados de asalariados, colmados de desasosiego no resisten un segundo más estar en un asiento que los apresa con un candado que se llama tráfico; el conglomerado de máquinas frena la tan ansiada comparecencia al hogar o a cualquier lugar centro en el cual se pueda arrinconar el agotamiento y colocar punto final a una jornada más.
A lo lejos, en una pequeña banqueta un hombre lleva puesto un impermeable fosforescente, “símbolo” de su autoridad ante el caos que provoca el fenómeno fluvial. Con su silbato trata de ordenar al menos a los carros que rozan para no ocasionar una catástrofe que combine la tormenta con más tiempo de espera.
Algunos desafortunados olvidadizos no traen consigo algo que los escolte del agua que cae a raudales. Buscan cobijo bajo las marquesinas o simplemente corren, pienso yo, con dos únicas razones: creen que entre más rápido lleguen a su casa la tromba no los alcanzará o piensan que al deslizarse velozmente el cielo dejará de caerse.
Los pontones se asemejan a una cola de caballo y por un segundo el capitalino abandona Churubusco:
¡Bienvenido a Iguazú!
¡Bienvenido a Gocta!

En estos días me acuerdo de la antigua ciudad de México-Tenochtitlán, rodeada por agua que, tal vez erróneamente compare con Venecia, pero toma sentido al retomar las correderas de la ciudad mexica, entonces si se asemejan. Hoy en día a las chinampas solo les pusimos motor para atravesar la urbe, la diferencia en estas épocas solo es la tecnología.
El firmamento decide concederle una tregua a los chilangos y obstaculiza el descenso del líquido a nuestra localidad; ahora las cascadas solo son riachuelos; los ríos verán su fatal futuro: un charco que se extinguirá a medida que pase el tiempo.
Después de esto los automovilistas no sentirán lo duro sino lo tupido ya que el buen estado de las calles permite que nazcan atascaderos en los que las llantas son las principales víctimas. Algún afortunado no caerá en estas trampas, pero otros despistados y/o apurados sufrirán la ridícula pena de intercambiar el neumático por uno sano.
Cientos –por no decir miles y sonar exagerado- de personas serán mojadas por coches que no miden la intensidad con la que penetran un charco. Estos pobres samaritanos tendrán que resignarse a solo recordarle al conductor que tiene madre:
¡Hijo de tu…!
Los ciudadanos salen de sus casas cual madrigueras y reactivan sus labores, aunque a algunos la tormenta no los paró.
Los mordelones regresan a infraccionar con el gran pretexto del suelo mojado, los autos tendrán que ser conducidos cuidadosamente si no quieren ser testigos de un soborno rutinario.
De los árboles caen pequeñas gotitas que son la evidencia del fenómeno, pero en unos minutos solo serán mártires de un proceso científico.
Todos lo atestiguamos y ya no es sorpresa que esto pase, primero porque la lluvia no se puede detener con nada y, segundo, el ritual de la confusión y el caos es parte de la vida de un defeño. Quién no ha vivido un día lluvioso en la urbe más importante de México no ha vivido en la urbe más importante de México.

Texto agregado el 10-07-2014, y leído por 84 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
10-07-2014 Divertido y muy descriptivo. Mis 5* estrella_celeste
 
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