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Inicio / Cuenteros Locales / Raramuri / AURORA Y LA CARACOLA

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Le vi cuando era niña.
Una pequeña niña de escuela caminando descalza por la playa, retozando en la arena, gozando con la sensación que al cuerpo le produce enterrar los pies en ella. Le recuerdo corriendo y brincando sobre la espuma o huyendo de su textura, yo la contemplaba embelesado. Ella no perdía el tiempo reparando en mí, iba y venía buscando la piedra mejor pulida o la caracola más exótica.

Se volvió cosa común su presencia, con el tiempo, también le reconocí como asidua recolectora de conchas. Por las noches y sin que Aurora lo supiera, yo levantaba alguna caracola y la depositaba en la arena para que al amanecer del día siguiente la recogiera.
Tenía una rutina que seguía escrupulosa: tomaba la caracola y la acercaba al oído, sonreía; con el lapicito desgastado escribía en un cuaderno, igual de usado, dos o tres palabras, no más; arrancaba la hoja, la doblaba y la metía dentro de la caracola para, luego, echar a correr dejándose acariciar por la brisa, salpicándose así misma con el agua salada que le alcanzaba de vez en vez a intervalos de tiempo idénticos.

Siguió sin prestar atención a mi presencia aunque siempre estuve ahí, sólo era la chiquilla traviesa de la playa.
Cómo olvidar ese rostro de ojos resplandecientes, esa boca ingenua, aquella sonrisa de dulce.
Un ser feliz, no hay razón para adherir otra palabra a su descripción.

La llamé Aurora porque el nombre me recuerda el momento de solaz en mi agitado día, porque los rayos de sol recién nacidos son los más bellos, porque es el instante en que ella, que ha ido creciendo, llega.

Un día como aquellos, sobre la arena donde Aurora se sentara momentos antes, vi una caracola triste, digo yo, triste porque era una caracola abandonada, y porque la honda tristeza que sentí la imagine también en Aurora queriendo escuchar su arrullo, buscando compartir secretos, deseando contarle algún momento de melancolía.
Entonces tomé la decisión de llevarla conmigo para que nadie más intentara tomarla. La devolveré mañana antes del arribo del amanecer.

Y como en casi cualquier otra historia de horror o de amor, después de probar la miel, la vida nos recuerda con desgraciada frecuencia, para no olvidarlo, que también del amargo estamos obligados a beber…

No vino hoy, ni ayer.
Ni en un año,… ni en diez.

La esperé porque para mí el tiempo nunca fue problema, sin embargo, la extrañaba cada día, aunque viera miles de otros rostros, otros ojos, otras sonrisas. No eran ella.

Una de esas mañanas brumosas en que el sol tímido apenas despierta, me pareció reconocer un par de pies, no de niña, de mujer. Supe que eran los de Aurora, pero ¿por qué ya no ríe ni juega? ¿Por qué llora?
Esta vez pareció que me miraba, fija la vista pero ausente.
Desee preguntarle… ¿Qué te pasa? ¿Qué te duele?
No lo hice esperando encontrar en su semblante la respuesta, pero el rostro triste que se reflejaba en el intermitente vaivén de las aguas no lo dijo, y yo no alcanzo a ser capaz de interpretarlo, no comprendo del todo cómo este ser humano perdió su alegría, cambió su risa por lágrimas.
Me ve, ahora estoy seguro que me reconoce porque sabe que he estado aquí toda la vida. Intenta sonreír pero la mueca es casi trágica.
Viene. Se acerca sin miedo y me toca, yo la acaricio y se estremece, no hablamos, ella tiembla yo la mezo.
Le acuno en mis brazos mientras cierra la boca y los ojos. Toda la beso.
Le quiero convertir en sirena, ella se agita y parece que reza.
¿Qué hago?
La vida humana es tan frágil y tan corta. Aurora parece decidida a quedarse, ya no lucha contra sus instintos, su rostro alcanzó la paz.

Alguien habla, me habla y le entiendo. No es voz que haya escuchado antes pues conozco los sonidos de los habitantes del océano. Tampoco es voz humana aunque de alguna forma se le parece, es eco de palabras liquidas diluyéndose en mí, volviéndose moléculas de agua comprensibles para un ser hecho del mismo elemento.
Flota La caracola que tiempo atrás yo recogiera, y desde su interior emerge un racimo de burbujas jalando con ellas un pedazo de papel que se despliega. SOY FELIZ, está escrito con letras de grafito apenas visibles en el papel que flota un segundo y se pierde.

¡SOY FELIZ!, vuelve a repetirse la voz desparramada en todas direcciones por olas vibrantes surgidas desde lo más profundo de mi ser. Es la impronta de aquella niña, porque ese sentimiento parece haberle abandonado en la madurez.
Barboto, me agito, por un momento casi grito. Sin pensarlo más la elevo en mis brazos y la deposito en la arena fresca con cuidado, le acaricio el pelo. Reposa junto a su oído la caracola que tiernamente le susurra… “Aurora, Aurora, no temas, yo te cuido”, ella abre los ojos lentamente, vuelve a sonreír… y me mira.
Yo me deslizo y poco a poco voy retirándome hacia lo profundo, sin sentir tristeza, sé que Aurora regresará.

Texto agregado el 14-07-2014, y leído por 158 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
16-08-2014 Me es tan parecida a una Aurora que yo conozco. Me encanto el texto... saludos ***** m14
18-07-2014 casi una leyenda recuerdo a mi abuelo contar historias de mares y Sirenas siempre han tenido un encanto casi mitológico las palabras que cuentan de ellos, un abrazo amigo lograste estremecerme, el mar me alucina , realmente me gusto , gracias por compartirlo, RARAMURI-UN FUERTE ABRAZO rolandofa
16-07-2014 los seres que habitan en el mar, siempre son extraños******** yosoyasi2
16-07-2014 Haber si no se vuelve a ir la condenada cuando se le ocurra. Legendario
 
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