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El “instrumento” musical


Hasta hace un par de años mi vida era todo disfrute y tranquilidad. Hasta hace un par de años yo era un chico normal de 9 años, como todos los chicos de 9 años de mi edad. Hasta hace un par de años vivía con mis padres en Teruel, donde mi padre trabajaba como taxista y mi madre era ama de casa. Pero toda esta pacífica existencia se truncó el día en que a mi padre se le ocurrió hacer la primitiva, sin tener en cuenta las consecuencias que podría acarrear, y las consecuencias llegaron hace un par de años cuando mi padre acertó los seis números de la primitiva y mi familia normal se transformó en una familia de nuevos ricos.

Al principio lo de ser un nuevo rico es algo muy divertido, tus padres te compran todo lo que les pides, yo lo primero que pedí fue la colección completa de los “Masteres del Universo” y un traje del Real Madrid; pero con el tiempo acabas aburriéndote de todo.
Mis padres también se compraron muchas cosas, entre ellas, un coche nuevo para mi padre y un abrigo de visón para mi madre. Al poco tiempo del acontecimiento nos trasladamos a Madrid, y mis padres adquirieron una bonita casa en una prestigiosa urbanización. Mi padre tenía la intención de pasar el resto de sus días tranquilamente, sin trabajar y disfrutando de la vida pero mi madre tenía otras pretensiones, quería entrar dentro de la alta sociedad y para ello no escatimaba esfuerzos.

Lo primero que hizo mi madre al llegar a Madrid fue organizar una fiesta e invitar a ella a todos los vecinos y a la gente famosa que salía en las revistas. La fiesta fue un fracaso, los únicos que se presentaron fueron los camareros del servicio de catering contratados para la ocasión. Recuerdo haber estado, después de la fiesta, varios días comiendo canapés, ya que a mi padre le parecía un desperdicio tirar toda aquella comida a la basura.

Tras el primer fracaso dentro de la alta sociedad, mi madre no cejó en el empeño y lo peor de todo es que pretendía involucrarnos al resto de la familia, es decir a mi padre y a mi hermana pequeña y a mí. La primera en notar el cambio fue mi hermanita de dos años, hasta ahora no había necesitado para su cuidado más que a mí madre, pero a partir de ahora, según mi madre, sería cuidada por una nurse filipina. Mi padre y yo nunca habíamos visto una nurse, y creíamos que se trataría de una especie de tutora o profesora particular, pero resultó que no, que una nurse era una niñera pero con nombre moderno.
El siguiente afectado fue mi padre, al que mi madre obligó a asistir a clases de etiqueta y a ir vestido constantemente con traje y corbata. He de reconocer que resultaba muy divertido ver a mi padre haciendo la barbacoa de los domingos en el jardín con traje y corbata, yo estaba de acuerdo con mi madre que este era el punto culminante de la elegancia y del buen gusto, mi padre, sin embargo, decía que era incomodo y que jamás había visto nada semejante, pero que era mejor la incomodidad del traje que disgustar a mi madre.

Durante esos primeros cambios jamás sospeché lo que se me venía encima, ya que sobre mí se cernía uno de los maquiavélicos planes de mi madre, el plan consistía en que a partir de septiembre asistiría a uno de los colegios más exclusivos de la capital y una vez dentro mi madre intentaría entablar relación con las madres de los otros niños.

Antes de empezar el curso, recuerdo que fui un día, de visita, con mis padres al que a partir de septiembre, se convertiría en mi nuevo colegio.

El colegio era estupendo, no se parecía en nada a mi antiguo colegio de Teruel. Las clases eran pequeñas, no tenían más de 15 pupitres cada una. Había salas de manualidades, audiovisuales, música, laboratorios, un gimnasio estupendo y un gran patio con instalaciones para practicar toda clase de deportes que se puedan imaginar, pero lo mejor de todo era la sala de informática, llena de ordenadores y de otros aparatos que no conocía, aunque parecían muy sofisticados. Me sentía muy feliz de asistir a un colegio tan bonito e impaciente por conocer a los que serian mis nuevos compañeros.
Después de haber visitado el colegio, llegamos al despacho del que sería mi tutor cuando comenzaran las clases, y allí nos preguntó que clase de actividades extraescolares quería realizar. Yo, no sin mucho pensar, le dije a mi madre que algo relacionado con la informática, y mi madre le respondió a mi tutor que eso no tenía nada de clase y que lo mejor es que aprendiera a tocar un instrumento musical, que eso si que era elegante y de buen gusto. También le comunicó su intención de tomar parte activa en la asociación de padres de alumnos.

Unas semanas más tarde llegó, por fin, el primer día de colegio. Yo estaba impaciente y me levanté una hora antes de lo que debía, me vestí con mi uniforme y bajé a la cocina.
Lupita, nuestra asistenta dominicana, estaba haciendo el desayuno, nunca entendí lo que significaba “asistenta dominicana” porque a mí siempre me pareció una criada negra, pero mamá decía que teníamos que referirnos a ella con ese nombre. Me tomé todo el desayuno y monté en el coche de mi padre, sería él el que me llevaría ese día al colegio, en el futuro mi madre quería contratar a un chofer, y mi padre y yo esperábamos con impaciencia saber de que nacionalidad sería, mi madre quería un chofer negro, a ser posible norteamericano, pero mi padre decía que como ya teníamos una negra, a una china y a un jardinero peruano en el servicio lo mejor sería un chofer hindú o paquistaní, porque así tendríamos uno de cada clase y además lo de los turbantes le parecía un detalle muy gracioso y con mucho empaque.

Por suerte, esa soleada mañana mi padre se negó a llevarme al colegio vestido de esmoquin, a pesar del consiguiente disgusto de mi madre, a mí también me parecía excesivo. Cuando llegué al colegio esa mañana, fui directo al despacho de mi tutor y luego acompañado por este me dirigí a la que sería mi nueva clase. Cuando entre en ella, me señalaron cual sería mi pupitre y me senté en él, mientras tanto, mi tutor se sentó en su mesa y empezó a soltarnos una especie de discurso de bienvenida y cuando terminó me miró y me indicó que me pusiera en pié y se dirigió al resto de la clase diciéndoles a todos mi nombre y que a partir de ese momento sería un nuevo compañero de clase, todos se quedaron mirándome y el profesor me pidió que me presentará al resto de la clase. Cuando lo hice lo único que escuche fue un coro de risas y algunas bromas y alusiones a mi acento aragonés. Durante el resto del día nadie me dirigió la palabra y cuando le hablé a alguien se limitaban a mirar hacia otra parte y a fingir que no me habían oído. La misma situación se repitió durante un par de semanas.



Cuando llegó el mes de octubre y se suponía que todos nos habíamos adaptado a la rutina académica, mi tutor me dijo que al día siguiente debería quedarme después de terminar las clases, para comenzar con mi educación musical. Era lo que me faltaba, tener que pasar más tiempo en ese colegio con unos compañeros pijos que ni siquiera me dirigían la palabra.
Por lo menos ese día podría darle una alegría a mi madre que estaba pasando por una situación similar en la APA. , mi padre por su parte era un hombre feliz, ya que debido a las constantes reuniones y actividades de mi madre, se limitaba a disfrutar de su tiempo libre con unos compañeros nuevos que había hecho y que eran tan aficionados a la caza como él, además desde hacía unos días teníamos un chofer hindú, lo que le hacía reír cada vez que lo veía.
Esa tarde, cuando llegué a casa, le di la noticia a mi madre y esta se sintió muy feliz. También le dije que el tutor me había pedido que fuera pensando que clase de instrumento me gustaría tocar. A mí lo que me apetecía tocar era la guitarra eléctrica o la batería, pero, a juicio de mi madre, esos instrumentos eran de pobres y lo que la gente de nuestra clase tocaba eran el piano, el violín y cosas así. Viéndolo desde el punto de vista actual comprendo que lo que mi madre pretendía era impresionar al resto de los padres de alumnos, cosa que había intentado en varias ocasiones con nulos resultados. En esa época mi familia todavía no conocía a nadie de los considerados de la alta sociedad, así que mi madre llamó a Radishtumán, nuestro nuevo chofer, para pedirle consejo, ya que antes de venir a España, había sido sirviente de confianza de un majarajá en su India natal.

Radishtumán le dijo a mi madre, en el poco español que lográbamos descifrar, que su antiguo amo tenía una especial predilección por unos timbales que se colocaban en la grupa de un camello justo entre las dos jorobas. Era algo asombroso a los ojos de toda nuestra familia. Mi madre dijo al chofer que podía irse y acto seguido llamó a Lupita para preguntarle el instrumento que tocaba su antiguo jefe. Lupita nos respondió que su anterior jefe lo único que tocaba era el culo de sus sirvientas y que ese había sido el motivo por el cual se había venido a trabajar a nuestra casa. A la nurse filipina y al jardinero peruano también se les consultó el tema, pero la primera ante la pregunta de que instrumento tocaba su anterior jefe se limitó a ruborizarse y a salir corriendo a encerrarse en su habitación y el segundo dijo que el único instrumento que recordaba haber visto a su anterior jefe en el Perú era una enorme pistola que disparaba contra todo bicho viviente que se moviera en su presencia. Dicho todo esto nos quedamos mis padres y yo solos, lo primero que les pregunté era el motivo por el que la nurse, de la que éramos incapaces de pronunciar su extraño nombre, había salido corriendo y ellos me respondieron que cuando fuera mayor lo comprendería, unos días más tarde parece ser que me hice mayor cuando Lupita me lo explicó. Nos quedamos los tres solos en el salón y tratamos de ponernos de acuerdo en la cuestión del instrumento. Yo por mi parte me sentía inclinado a imitar al antiguo jefe de Roberto, el jardinero, sería algo sensacional ir con un pistolón al colegio, seguro que con ello haría muchos amigos. Mi padre por su cuenta hizo un par de alusiones al antiguo jefe de Lupita, y que eso si que era tocar un buen instrumento, pero parece ser que eso enfadó bastante a mi madre, debía ser porque si me la llevaba conmigo a clase de música, no tendría tiempo para sus faenas del hogar. Pero al cabo de un tiempo se impuso la teoría de mi madre de que si lo de los timbales era algo hermoso y con clase para un majarajá su hijo no sería menos y que de paso me apuntaría a una escuela hípica donde podría aprender a montar en mi nuevo camello.
Lo de ir a clase con un camello no me parecía muy buena idea, sobre todo porque en el tiempo que llevaba en mi nuevo colegio nunca había visto que nadie llevara un animal a clase, pero pensé que debía ser porque no eran tan de alta sociedad como nosotros.
Esa tarde al terminar las clases me dirigí al aula de música y el profesor primero nos explicó en lo que consistiría el curso y luego nos preguntó el instrumento que habíamos elegido. Inmediatamente confirmé mis sospechas de que el resto de niños no eran de tan alta sociedad como yo, cuando la mayoría de ellos se decantó por guitarras y bajos tanto acústicos como eléctricos. Yo por mi parte me limité a explicarle al profesor que no sabía como se llamaba el instrumento, pero se lo describí como pude, decidí omitir lo del camello para así dar un cierto golpe de efecto el día que lo trajera a clase. Mi profesor de música se limitó a apuntarme en el grupo de percusión. Esperaba con impaciencia ese día.

Unos días más tarde al regresar a casa me esperaba una gran sorpresa. En el jardín, junto a un gran montón de paja y pienso encontré lo que parecía ser el soporte de mis timbales, un enorme camello con dos jorobas y que comía ignorando a cuantos se encontraban a su alrededor. A su lado estaba Radishtumán intentando convencer a mi padre de que el hecho de proceder de la India y haber trabajado como chofer de un majarajá no implicaba que supiera manejar un camello. Mi padre estaba bastante enfadado porque, por lo visto, el camello ya se había comido una buena porción de las plantas del jardín antes de empezar con su forraje. En ese momento me cuestioné si no hubiese sido mejor lo del pistolón, pero desde luego si de lo que se trataba era de impresionar a sus compañeros de colegio no había nada mejor que aquel enorme animal.

Cuando llegó el día en que tenía que llevar mi instrumento a clase, todo fueron problemas. Primero en casa, mi padre seguía enfadado con el chofer por no dominar al animal. El camello se había comido todo el jardín y sustituido las plantas por unos enormes excrementos. Roberto no había aparecido desde hacía dos días, desde que intentando apartar al camello de los rosales de mamá, y este le había mordido en una pierna y luego echado el mayor escupitajo que yo había visto en mi corta vida. Por su parte, la nurse filipina llevaba dos días encerrada en su habitación, por culpa de mi padre, porque le había dicho que el instrumento de su hijo había mordido y luego escupido al jardinero y tenía que llevarlo al médico para que le pusieran la vacuna antirrábica. Ese día cuando llegué a casa y me la encontré por el pasillo, ella soltó un grito y se encerró en su cuarto. Lupita me insistió en que este comportamiento se debía a la diferencia cultural y al bien conocido hecho de que las personas de raza asiática sienten pavor por los camélidos, y es que las diferencias culturales son barreras difíciles de romper. Lupita por otro lado no se hablaba con mi madre ya que le había obligado a la asistenta a limpiar los timbales hasta que brillaran. Los únicos que estábamos contentos con el camello éramos mi madre y yo, bueno yo más que ella porque, pese a todas sus promesas anteriores, había declinado mi invitación para asistir al primer día de clase de música con mi nuevo instrumento.

Después de que mis padres desistieran de limar las asperezas con la gente del servicio, aparecieron problemas de carácter logístico, el primer problema consistía en cómo colocar los timbales entre las jorobas de un camello, era algo en lo que no se nos había ocurrido pensar, Radishtumán fue la clave para encontrar la solución, era un ferviente admirador de las teorías filosóficas de Descartes y, después de una hora intentando hacer que el camello se tumbara, nos propuso aplicar el discurso del método cartesiano. Dos horas después y cuando todos estábamos ya al tanto, pese a los problemas idiomáticos, de tan innovadoras teorías filosóficas llegamos a la conclusión de que el problema consistía en la excesiva altura del animal en relación con la nuestra, y como a todas luces nosotros no podíamos llegar hasta ahí arriba, debía ser el camello el que descendiera hasta nuestro nivel. La única cosa que no parecía factible en ese momento era la de hacer sentarse al camello y cuando todo parecía perdido Lupita sugirió que metiéramos al testarudo camélido en la piscina y que aprovechando el desnivel y le colocáramos los timbales. Esta aparentemente sencilla operación se prolongó todavía por bastante tiempo pero el resultado mereció la pena. Allí mismo en mi jardín se encontraba el más majestuoso camello con timbales que persona alguna hubiera contemplado nunca, claro está que era el único que yo había visto y que los timbales parecían haberse llenado de agua, pero eso no desmerecía en nada la noble estampa.
El segundo problema de carácter logístico aparecía aterrador ante mis jóvenes ojos y es que el camello no entraba en el coche, parecía un obstáculo insalvable en mi aún incipiente carrera musical, pero otra vez el fiel Radishtumán dio con la solución y es que nada nos impedía atar las riendas del animal al parachoques del coche y “guiarle” así hasta la puerta del colegio.
La estampa era formidable, un gigantesco mercedes último modelo, un chofer con una barba que le llegaba casi hasta la cintura y con turbante, un camello empapado atado al parachoques trasero y sobre el camello dos grandes timbales llenos de agua. Cuando el chofer arrancó el coche, el fiel animal lo siguió como si se tratara de una caravana de las que antiguamente cruzaban los desiertos, sin embargo, no tardamos demasiado tiempo en darnos cuenta de que la velocidad de crucero de un camello era sensiblemente inferior a la de un mercedes. Esto suponía un problema, ya que era indispensable que llegara a clase de música, y la verdad es que andábamos un poco justos de tiempo. Radishtumán comentó algo de que con unas buenas guindillas andaríamos un poco más rápido, pero debía ser eso de la diferencia cultural, porque ¿Cómo podían ayudarnos unas guindillas a ir más rápido?.
Me extrañó que durante todo el viaje oyera pitidos y ciertas expresiones que no llegue a comprender pero que denotaban que la madre de Radishtumán no debía ser una desconocida para el resto de conductores. Aunque el camino lo hicimos lento y ya me había saltado varias clases todavía llegaba a tiempo para la clase de música.

La entrada en el parking fue sensacional, todos los niños se arremolinaron en torno a mi camello, Radishtumán tuvo que intervenir para que todos se apartaran un poco y yo pudiera salir del coche. Una vez fuera cogí las riendas del camello y me dirigí a clase de música, o más bien lo intenté, porque de repente todos los compañeros que se habían negado a hablarme desde el comienzo del curso, me hablaban y me hacían preguntas. Era fantástico, mi camello y yo éramos los reyes del colegio.
Cuando logré deshacerme de tan inoportunas amistades me dirigí raudo y veloz al aula de música y, tras comprobar que mi instrumento musical cabía por la puerta, entré. El efecto fue el esperado, cuando pasé al interior todos mis compañeros dejaron de tocar sus instrumentos y de conversar para dirigir toda su atención al enorme animal que me seguía. Como el profesor todavía no había llegado, le presente mi instrumento al resto de los alumnos de música y mientras yo les hablaba de la nobleza del arte de tocar los timbales sobre camello, este se dedicó a defecar, comerse las partituras del profesor, morder y romper un par de guitarras, de esas de los de clase menos alta y a escupir sobre unos cuantos alumnos. Mi camello se sintió inmediatamente atraído por la sección de percusión y más concretamente por la batería de un niño gordo, y, como los camélidos no saben tocar este tipo de instrumentos, se conformó con introducir la cabeza dentro del bombo y luego elevarla, con lo que consiguió colocarse un bonito collar.
A quien no haya visto nunca a un camello intentando deshacerse de un bombo que cuelga alrededor de su cuello, me resultará difícil describirle la situación en la que se vio envuelta a partir de ese momento el aula de música, comencemos por decir que allí dentro se encontraban dieciséis niños asustados rayando el histerismo, un camello enloquecido y la totalidad de los instrumentos de las secciones de percusión, cuerda y viento del colegio, yo mientras tanto y para quitarle hierro al asunto seguía inmerso en mi disertación sobre los nobles camélidos y su estrecha relación con la música. El único dato que os puedo dar es que nadie hubiera sospechado nuca la habilidad para saltar de un animal de tal tamaño. A partir de ese momento se produjo una inexplicable desbandada con el consiguiente caos y caídas y gritos de mis compañeros y rotura de gran parte de los instrumentos que todos los alumnos estrenaban ese día. En menos de cinco minutos nos quedamos solos mi camello y yo. El escenario era dantesco, una decena de instrumentos rotos y tirados por el suelo, un camello cabreado, un montón de partituras a medio comer, una pequeña inundación debida a que en la orgía destructiva se habían roto mis timbales vaciándose por completo de agua y además el suelo estaba cubierto por innumerables excrementos de camello.
Unos instantes después llegó el profesor de música y tras contemplar todo aquel desastre me miró fijamente y me preguntó que había sucedido, yo le respondí que no lo sabía que cuando llegué a clase la gente había salido corriendo y eso fue la causa de los destrozos y que en mi opinión todo parecía un complot preparado de antemano para boicotear la asignatura de música. Esto no pareció convencer al profesor y no sé si se debió a mi poca eficiencia a la hora de mentir o si la presencia del camello en el aula tuvo algo que ver.

Días más tarde, y cuando todo se había calmado un poco, conocí las consecuencias de la presentación en público de mi instrumento; la primera medida que tomó el colegio consistió en la prohibición de que volviera a llevar el camello al colegio, la segunda medida fue el pago de todos los destrozos que el camello produjo en el colegio, incluyendo todos los instrumentos, con lo que pudimos comprobar que los instrumentos de las clases menos altas son bastante caros, y la tercera, y más grabe a los ojos de mi madre, fue su expulsión de la APA. Esto último representó una bendición para el resto de la familia, aunque solo fuera por un tiempo, ya que en poco tiempo mi querida madre volvió a la carga para intentar entrar en la alta sociedad. Aunque eso ya es otra historia.


- FIN -




Texto agregado el 28-08-2004, y leído por 789 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
30-08-2004 Extrañísimo y subreal cuento. Gatoazul
 
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