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La consulta de la Inseguridad Social

La sala de espera tan repleta como siempre. El esperpento de Frankenstein lloriqueando como un niño, su creador lamentándose de su fracasado invento, lo tomaba de la mano a la vez que le decía. —Eres tonto en lugar de andar para delante vas para atrás como los cangrejos, a ver si el médico averigua el fallo.
— El lobo feroz acurrucado en el sofá miraba a diestro y siniestro con cara de terror diciendo
—¡¡cuidado que viene, la siento, la huelo, es ella la de rojo!! Solo quiere mi cuerpo. ¡Ojala el doctor me ayudara!!
La momia ciega ella, daba golpes sin ton ni son por las cuatro paredes del habitáculo diciendo:
—¡¡Por favor ayuda!! Unos simples agujeros en la venda, por fa…
El conejo blanco con su eterno reloj de bolsillo, ahora casado con Alicia. Él sólo deseaba tener conejitos. La niña en un alarde de inteligencia, se le ocurrió beber tanta poción mágica. Pensando que de esa forma se quedaría embarazada, pero creció tanto, que cada vez que se tiraba un pedo subía de intensidad la capa de ozono, y por consiguiente el efecto invernadero causando una subida en las temperaturas, y por eso el conejo cada vez tenía menos apetencia sexual y de allí el problema. El doctor lo solucionaría...
En un rincón del consultorio estaba el doctor Jekyll, acompañado del señor Hyde. La discusión entre ellos fue aumentando en calurosa disputa. Se quejaban él uno del otro:
—Imposible señor Hyde seguir usted y yo juntos, a ver el doctor que dice al respeto.
—A ver si piensa usted Dr. Jekyll, que es usted perfecto.
— Señor Hyde, le recuerdo que estamos aquí por culpa de sus ronquidos.
A todo esto los tres cerditos prejubilados, con una depresión de caballo, añoraban su anterior vida. Esperaban ansiosos su turno diciendo:
—No hay derecho nos han hecho un ERE, con la escusa de que se ha muerto el lobo, qué desfachatez con la gente que hay en el paro ¿nadie encuentra a un lobo joven y fuerte? Esperemos que el Dr. lo solucione.
Blancanieves tenía un herpes labial, tan bella y jovial languidece en una silla diciendo:
—Mi príncipe ya no me besa… ¿acaso no soy la más bella?, ¿acaso mi juventud se apagó?, ¿acaso dejé de comer manzanas?, ¿acaso no frecuento ya a los enanitos?, ¿qué más quiere este hombre?
La algarabía de la consulta alcanzaba su caos cuando Tarzán aulló, todos se callaron.
—Tarzán querer contar a todos su gran problema, chita no querer más a tarzán, yo llorar como tonto enamorado, pasar frío, pasar hambre, chita querer divorciarse. Tarzan querer morir.
Todos a una señal de disgusto callan al hombre-mono, que apesadumbrado se retiraba a su rincón.
—Hijos míos —una potente y autoritaria voz sale de la puerta del despacho del médico. —Todos expectantes, callan— Hoy por si no lo sabéis es sábado y como buen judío mi religión me prohíbe cualquier tarea.
El disgusto no se hace esperar, todos acuden a protestar, que si el libro de reclamaciones, que si no hay derecho, que si es porque uno es un animal, que si el otro es un personaje de un cuento, que si el amor es ciego. Enfadado el médico propone lo siguiente:
—Todo aquél que no haya sido creado por mi padre qué salga ahora mismo.
Así el médico se quedó más ancho que largo.
—¡¡Estúpidos!! Mi padre nunca hubiera creado unas criaturas tan imperfectas…

J.M. Martínez Pedrós.

Texto agregado el 24-07-2014, y leído por 83 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
24-07-2014 En las entidades prestadoras de salud de mi país,ocurre al revés de tu relato:Es al salir de consulta,cuando los pacientes se convierten en bestias.UN ABRAZO. gafer
 
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