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Despertó envuelto en las sombras de la noche, al volver su mirada hacia las alturas encontró que el cielo estaba cubierto de negros nubarrones presagio de tormenta. Le pareció muy extraño el no sentir aquellos dolores atroces en su estómago, producto del cáncer avanzado en aquella parte del cuerpo.

En medio de su ofuscación recordó el accidente automovilístico que recién sufriera junto con un grupo de amigos que lo habían invitado a un viaje a la montaña para tonificar los pulmones.

Con mucha dificultad se puso en pie, se encontró entonces frente aquella gran oquedad y dudó entrar en ella. Gruesas gotas de lluvia se desprendieron de las nubes y lo obligaron a guarecerse en aquello que parecía entre lo negro de noche una cueva más del paisaje que apenas se distinguía.

Inició el avance a trompicones dentro de la cueva, a cada paso sentía unas manos que lo sujetaban por los pies impidiéndole avanzar y casi lo hacen caer de bruces. Pese a la dificultad siguió adentrándose en la oquedad, a lo lejos escuchó un agudo sonido intermitente que lo obligó a renovar sus esfuerzos por conocer el interior de aquella cueva.

De pronto vio aquella pequeña lucecita frente a él, acudieron a su memoria lecturas y relatos escuchados durante su vida, le vino a la mente cómo las almas deben ir al encuentro de la luz que les abrirá la puerta a otro plano para poder trascender. Entonces se reconoció muerto y no dudó en ir al encuentro de aquella luz que finalmente lo liberaría de tanto sufrimiento a causa de aquella enfermedad terminal que complicó su existencia.

A medida que avanzaba al encuentro de la luz se hizo más fuerte aquel sonido y ronroneo que apenas escuchaba antes, le pareció un coro de ángeles que testimoniaban la ascensión de su alma. El suelo empezó a cimbrarse bajo sus pies, el coro que a él le parecía angelical subió extraordinariamente en decibeles y la luz se hizo más nítida… Corrió a encontrarse con la luz sin importarle las manos que desde el suelo intentaban impedírselo haciéndolo trastabillar en su loca carrera hacia la luminosidad, el haz de luz voló a su encuentro y la colisión fue mortal.

Poco tiempo después un alma que recién abandonaba su cuerpo terrenal y se elevaba por sobre los durmientes de una vía de tren, reconocía aquel ropaje físico que fue su cuerpo humano desparramado en ambos lados de la vía y reconocía también que su oficio de escritor desempeñado entre los hombres lo indujo siempre a imaginar antes que otra cosa.

Fue entonces que el extremo de la oquedad se iluminó de una luz maravillosa y se dejó escuchar un coro que susurraba: —Ven, este es tu destino, sigue la luz—

El alma atormentada no lo pensó mucho, ya no quería otra colisión, entonces le dio la espalda a la luz y se encaminó hacia lo más negro de la noche eterna.

Texto agregado el 02-08-2014, y leído por 548 visitantes. (15 votos)


Lectores Opinan
18-11-2014 También creo en lo infinito. Muy bueno. El_Quinto_Jinete
06-08-2014 Creo que podría ser que le diéramos la espalda a la luz cuando nos aferramos a la vida.Cuando aun no es nuestro momento Abandonar un cuerpo que nos provoca sufrimientos debe ser excelente. Imagino ese desprendimiento siguiendo esa luz que nos hace livianos. Me gustó mucho tu texto***** Victoria 6236013
04-08-2014 Ese desprendimiento del éter hacia afuera de la carne siempre me ha llamado la atención, esa visualización del cuerpo inerte que tan bien lo perfilas acá, interesante me gustó mucho. nonon
03-08-2014 O sea, hay que saber diferenciar. Porque hay luces y hay luces...! Me gustó! galadrielle
03-08-2014 Dar la espalda a la luz no fue lo indicado. Espero que no sea una experiencia personal. Es una bella y clara narrativa. talama
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