Hay pocas cosas que sé de mi papá, sé, por ejemplo, que es un triste espécimen lleno de ira que llevó una vida dedicada al control de su rabia. La estrategia primera era volver unos 45 años hacia su fiesta de titulación de medicina donde, tras un planificado lento, se concretó ese primer beso con el que iniciaría su vida con mi madre. Desde ese entonces cada vez que el enojo le gana territorio y sangre, él se pone a taratear presuroso la canción para desvanecer a los demonios quienes desaparecen poco a poco ante tanta luz de hermosura condensada.
Años atrás, en un supermercado, en cada uno de los altoparlantes sonó la canción. Lentamente se detuvo y sollozó silencioso, luego me contó esta historia que les estoy contando, y confesó triste que hoy el recuerdo que atesoraba y usaba de escudo, estaba cada día mas empañado por una nube vergonzosa de historias de enojos y gritos que no le permitían recuperar el olor de su pelo ni el beso beso, dice que le cuesta mucho recordar lo que conversaron, el juramento bajo la noche capitalina, los pasos y los tropiezos, el vestido y sus mocasines, y en vez de ello, se encuentra con tristes recuerdos de impases, peleas, gritos y malos tratos, todos aquellos incómodos momentos donde se ponía a taratear la canción para escaparse de sí mismo y de paso, de todos nosotros.