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*Son RELATOS:

"De tarde en tarde alguna ráfaga
hacía circular sobre el paisaje
jirones dormidos de bruma".
Knut Hamsun.




VECINOS LEJANOS

Fue una mañana en la playa, durante sus vacaciones, cuando sintió aquella extraña pulsación en los dedos de la mano. Recordaba con intensidad aquella primera vez, incluso levantó la toalla para observar si, debajo, se hallaba algo que pudiera haberse movido, pues tal fue la sensación al principio. Era un breve latido, primero intermitente, que causaba la impresión de tener la mano dormida; ni siquiera tenía dominio sobre el movimiento. No quiso darle importancia, pensó que se trataría de algo pasajero, pero, luego, volvió a repetirse mientras trabajaba en la oficina. Era la mano entera que, tras un fuerte latido continuado, se quedaba flotando, inerte, como si no le perteneciera. Entonces, no tuvo más remedio que contárselo a Lucy, no quería preocuparla inútilmente, pero la incómoda sensación parecía ir en aumento, y ahora, era el antebrazo el que latía vigorosamente, dejándole anulada hasta la voluntad, tan sólo podía sentirlo.
Por eso fue al médico, siguiendo el consejo de Lucy, y también para calmar su creciente preocupación. Pero Lucy tampoco encontraba nada en apariencia anormal, tan sólo le notaba absorto en ocasiones, tal vez demasiado distante. Ella lo achacaba al exceso de trabajo en el nuevo Gabinete de abogados y a aquellos duros y largos casos, que en el último año le habían ocupado todo el tiempo y atención. También el médico le dio la razón al estrés y, además, en verano resultaba normal que la tensión arterial descendiese algo más de lo habitual. Sin embargo, sus recomendaciones de beber líquido, cuidar la dieta y de hacer moderado ejercicio no convencieron ni apaciguaron lo que ya se había convertido, para él, en algo más que una obsesión.
Aquel persistente latido ya le alcanzaba todo el brazo, se queda así, enajenado, durante un tiempo difícil de determinar para él: no eran minutos, le parecían horas. Lo peor era por las noches, no podía dormir, se agarraba el brazo, intentaba masajearse el hombro, para terminar por aguantárselo, como si se tratara de una parte extraña a su cuerpo. No era dolor lo que le transmitía aquella intensa pulsación, le obligaba a permanecer inmóvil, podía sentir y percibir, consciente, pero sin poder decidir o hacer nada.
Hasta que un día, durante una sesión de trabajo, los compañeros notaron que algo raro le sucedía, incluso el letrado tuvo que suspender la vista judicial ante su repentina indisposición. Lo llevaron al hospital y, sin perder el sentido, pudo seguir cada movimiento de los clínicos para analizar y tratar de curar aquella anómala parálisis, aunque sin éxito. Le alarmó aún más el gesto de asombro e impotencia de los médicos, ni siquiera reaccionó con aquellas enormes inyecciones y, aunque se daba cuenta de todo, le resultaba imposible comunicarse. No sabía decir cuántos días, tal vez semanas, permaneció así ingresado, vigilado, sometido a riguroso tratamiento. El latido para entonces ya era uno con él, le abarcaba el pecho y el otro brazo y, si le hubieran preguntado y hubiera podido responder, habría manifestado que ya no le molestaba tanto, que se había casi acostumbrado...
Pero lo que en realidad deseaba era preguntar, porque desde que lo trasladaron al zoológico, su vida había dado un giro costoso de asimilar. No sólo por el tipo de comida y la sordidez de las instalaciones sino, sobre todo, por aquellos otros compañeros dentro de la celda. Seis de ellos eran como él, se notaba en la mirada triste, no hacía falta que hablaran, pero los otros dos eran auténticas bestias que, con agresivos gestos, amenazantes, intimidaban al resto. Suerte que se mantenían apartados del grupo y ayudaban, así, a no complicar la, ya de por sí, delicada convivencia, por lo que se cuidaba mucho de no traspasar aquella invisible frontera.
Una mañana pudo reconocer entre el público visitante a uno de sus jefes, acompañado de una chica joven, que no era su esposa ni la amante, al menos la última que él llegó a conocer. Además, aunque hubiese podido dirigirse a él, tampoco el aprecio que le dispensaba le habría animado. Sin embargo, la otra tarde, vio a sus antiguos vecinos con sus cuatro hijos, todos niños y todos rubios, de un rubio brillante, de esos que llaman la atención. Estaban bastante crecidos, no había vuelto a verles desde que marcharon a vivir a la costa este. No pudo evitar acordarse de Lucy y los mellizos... Uno de los pequeños rubios tiró al padre de la manga, señalándole...
–¡El gorila!... ¡está llorando, papá!
Tras los barrotes el animal les contemplaba con cierto interés, cualquiera diría por sus rasgos que un lejano parentesco les unía...
–¡Anda, hijo, vamos...! Déjate de tonterías, mira aquellos otros...


El autor: LuisTamargo.
http://leetamargo.blogia.com


*”Es una Colección de Cuadernos con Corazón”, de Luis Tamargo.-


Texto agregado el 29-08-2004, y leído por 132 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
04-11-2005 Un texto con un lenguaje sencillo donde se comunica muy bien las ideas y conceptos. ***** fabiangs
12-09-2004 Interesante relato.No te esperas el desenlace,tenía toda la pinta de tratarse de un infarto y ya ves al final..............................curioso.Me gusta la gran imaginación que has tenido aqui. claraluz
 
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