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14 de Septiembre de 1440.
Siffauges, Francia.
5:30 p.m.
Martes.

No hubo discordia entre 19 niños y su guía de salida ecológica, cuando decidieron que debían huir de un oso al que estuvieron molestando con pequeñas piedras en el bosque. El guía los había instado a que lo molestaran, pues todo hacía parte de un plan macabro. Sus estómagos aún estaban henchidos, porque acababan de alimentarse. (Lo que comieron fue unos pollos que habían sido hervidos vivos en agua, de la misma manera que nos podría hervir el sol a todos los seres terrenales, en la vía láctea). En ese momento ninguno pensó en un lustrín para limpiar sus zapatos, que se ensuciaron completamente por tanto correr. El oso los amedrentó porque se sintió intimidado, pero no los persiguió, sólo se sintió atemorizado, acorralado y triste; no los asustó porque fuera malo.

Como el guía disfrutaba con los miedos de sus infantes les dijo que corrieran lo más rápido que pudieran, para generarles más miedo. Aunque el oso en realidad no los estaba persiguiendo, sólo se había acercado unos metros a ellos y luego se devolvió.

Luego de correr por más de 100 metros, por orden de su preceptor; todos se sentaron a descansar, se secaron el poco sudor de sus rostros, e intentaron normalizar la angustia que los envolvía. La angustia que no podrían quitar era la del cuerpo que recibieron de sus padres, la misma que les hacía sentir molestia en sus colas sobre el suelo. Uno de los infantes entró en crisis y sintió ganas de cometer parricidio, es decir, quiso matar a su padre; pues pudo percibir que todo el dolor que había experimentado en su corta vida era exclusivamente culpa de su padre y de su madre, quiso matarlos a los dos, pero especialmente a su padre pues lo vio como el iniciador del horror de su existencia.

Por correr sin sentido, se habían perdido. Caminaron menos de diez minutos hasta que llegaron a un castillo. El guía hizo como si no conociera la construcción; y aparentó inexpresividad ante su finura; miró a los niños con seguridad para producirles confianza. Así como los pollos habían sido llenadores para las criaturas y su mentor, al entrar al Castillo de Tiffauges; iba a pasar lo contrario, iban a quedar vacíos, literalmente de sus tripas. En sus sueños ninguno de ellos pudo imaginar lo que les iba a pasar. El monitor golpeó el portón con el dedo medio de su mano izquierda y al instante un hombre enano de 70 centímetros de altura abrió el portón, tenía los ojos salteados y tenía un vestido con cierto aire de Grecia.

El guía y el hombrecillo se miraron sabiendo qué era lo que estaban haciendo. Al ingresar todos notaron el lugar, que estaba lleno de paredes y una puerta de color rojo rubí al lado izquierdo; el enano los guió hacia el lugar, la abrió y todos entraron; el lugar estaba completamente oscuro, pero el guía les dijo a las criaturas que todo estaba bien y que no se preocuparan. Todos ingresaron y el enano cerró la puerta. El hombrecillo prendió la luz y los niños no entendieron muy bien qué era lo que estaba pasando. El sitio estaba completamente lleno de instrumentos de tortura y de asientos especiales. Las paredes eran sólo espejos, menos la paralela a la entrada.

La mayoría de los churumbeles estaban desorientados, no tenían ninguna idea de lo que estaba pasando. Unos pocos dedujeron que sólo era una especie de zumba. Hasta que por la misma puerta por la que habían entrado, ingresó un hombre vestido con armadura, era Jilles de Rais. Había exactamente 19 puestos en el lugar, uno para cada uno de los niños. Entre Jilles de Rais, el guía y el enano, los obligaron a sentarse y los amarraron de brazos y piernas. Al otro lado de los espejos estaban los padres de los niños. Los asientos estaban ubicados pegados a la pared paralela a la entrada, para que los padres pudieran ver lo que iban a hacerles a sus hijos.

El guía y el enano salieron del lugar por donde entraron. Los niños empezaron a tratar de zafarse, pero los hombres habían hecho bien el trabajo. Al otro lado de los espejos; los padres empezaron a reírse sin parar; era el sadismo extremo el que los había llevado a ser progenitores y querían disfrutar de la muerte de sus vástagos. El procedimiento con todos los niños fue el mismo. A pesar de que Jilles tenía todo tipo de instrumentos de tortura sólo utilizó un cuchillo muy filudo para abrirles los estómagos a los niños y sacarles toda la comida; hizo lo mismo con todos, mientras que los progenitores disfrutaban tremendamente del acto de horror.

Los niños fallecieron (luego de varios minutos) en medio de extravagantes y desmesuradas lamentaciones, sus lágrimas no eran suficientes para expresar el horror que experimentaban; en sus muñecas y en sus pies les quedaron marcas casi que rompieron sus huesos y Jilles les sacó no sólo la comida sino también los intestinos. Al otro lado de los espejos los padres aplaudían y gritaban exaltados.

Yo era un sucio indigente francés, que vivía en las calles; pasaba por allí. La puerta de atrás estaba abierta, sentí curiosidad y quise entrar; llegué hasta el lugar en el que se encontraban los progenitores y vi la escena. Me acerqué a uno de los hombres y entablé una corta conversación con uno de ellos, le pregunté - ¿Quiénes son esos niños? – Él dijo – son nuestros hijos -. Vi que los niños habían sido torturados, los padres estaban emocionados, felices; yo volví a hacer una pregunta - ¿Por qué disfruta mientras su hijo es torturado? -. Me respondió – vea hermano, yo hago lo que sea con tal de no morir, yo prefiero matar, es decir, tener hijos, antes que asumir mi propia muerte sin dársela a otro ser -. Pero ¿por qué además de lo obvio, al matar a sus hijos indirectamente, los está torturando? – Inquirí curiosamente.

El progenitor me espetó – Es una especie de justicia, nuestros padres hicieron el mal al traernos al mundo a sufrir indeciblemente hasta la muerte; nosotros estamos haciendo lo mismo con nuestros descendientes, sólo que adelantamos el proceso para que lo podamos disfrutar mejor; porque si nos morimos primero no alcanzamos a disfrutar de la muerte de ellos -. Yo no quise seguir conversando con el hombre, me salí del lugar decidido a intentar iluminar al mundo, con la firme decisión de asumir mi muerte sin imponérsela a otros, o sea, a los futuros hijos que nunca tendré.

(Como nunca vamos a vencer la muerte, es mejor que no haya más, en la actualidad no tiene ninguna razón de ser ese proceso sádico de la reproducción. ¡Qué se finalice!).

Texto agregado el 16-08-2014, y leído por 142 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
06-02-2021 La vida efectivamente debe finalizarse. wisdom
16-08-2014 debe ser un sueño yosoyasi2
 
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