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Inicio / Cuenteros Locales / martinerito / Mi experiencia siendo atacado por un resfrío

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Un fiero hechizo cayó sobre mi alma afectándome terriblemente en mis consuetudinarias faenas. Pongo a merced de sus ojos un sumario de las eventualidades:

Principiaba mi espíritu a alistarse para recibir las primeras caricias del alba cuando la génesis de la desgracia comenzó a expresarse. ¿Qué habría de pensar en un momento así? Sobre nada elevé conjeturas, sobre nada pensamientos escrupulosos generé; nada más al momento de abrirse mis ojos un incuestionable dolor de garganta diose a conocer, y yo, poseyendo un alma aventurera, rechacé cualquier actitud preventiva, pues nada en dicha anomalía despertaba temores en mi corazón.

De este modo, desarrollé mis actividades con la tranquilidad de siempre, el sol caminó apaciblemente por sobre mi mollera, libremente permití el paso de las decadentes sensaciones que profetizaban un mal augurio; y, sin designios, consentí en que el temible y anónimo brujo se adentrase en lo más profundo de mi entrañas, comenzando con la tarea de aherrojarme eternamente al sufrimiento del exánime para, al termino del día, intentar consumar una empresa que prometía apagar los respiros de quien escribe. No me figuraba, aun con todas las historias horribles que guardo en mi recuerdo, el modo en que aquel dolor baladí sería el inicio de una de las más significantes lides de mi biografía.

Tal como dije, mi día con total normalidad se desarrolló. La insignificante molestia no se expresó en lo más mínimo, y por esa razón no sentí que algo fuera de lo ordinario estuviera aconteciendo en mi interior, sin embargo, con el magno astro escondiéndose en la guarida de los dragones, con el brazo de estrellas mostrándose bellamente luminoso en el firmamento, y con el viento invitándome perversamente a su baile, fui arremetido, por primera vez, con vehemencia en mi pueril corazón.

Los síntomas de un temible hechizo acentuábanse tan rápido como la barba de un vigoroso coterraneo, y mi espíritu, ante tan repentina eventualidad, no hallaba la dirección por la que tales agresiones emergían, empero, al recordar los sucesos anómalos de la mañana, el origen de dichos acontecimientos ahora tenía una génesis más clara. De este modo, la pugna por el bienestar ya tenía a sus beligerante: yo y el resfrio.

Principió, el hostil brujo, con una estratagema digna de atribuir a un carácter pusilánime, a atacar mi retaguardia, intentando inmovilizar mis potenciales métodos de defensa, para luego, aprovechando mi débil condición, ramificarse hasta el centro de mando de todo mi organismo. Sin dudas un plan que parecía haberse desempañado victoriosamente contra otros adversarios, pero que conmigo habría de consumir más energías. Había yo oído y sufrido débiles ataques de este hechicero, mas nunca me figuré que sus fuerzas podían llegar hasta el punto que ahora me tenía sufriendo lo indecible. Claramente el anónimo ser no tenía más pretensiones que la de enviarme a la hacienda de Lucifer, puesto que nadie liquida con tanta tortura si el destino del potencial cadáver son las praderas del Eterno.

Así se desencadenó una lucha que no concluyó hasta después de la aparición de los primeros mimos de la antorcha del mundo, momento en que comencé a sentir como las malvadas brujerías principiaron a emancipar de mi cuerpo.

Ahora, absorto en reflexiones sobre la lid que me mantuvo en el hilo de la vida y buscando un método preventivo para futuros ataques, me pregunto si lo que me secundó en la superación de aquellos hostiles acontecimientos fue magia contra magia o si fue mi fortaleza contra esos temibles hechizos. ¿Fueron encantamientos maravillosos o fue lo recio de mi musculatura? ¿Fueron los mágicos elementos que se mezclaban armónicamente o mi varonil y fornida complexión? Me aventuro a precisar que fue lo primero en ser mencionado en cada pregunta. ¿Por qué? se preguntaría un interesado lector. Bueno, en mis momentos de mayor debilidad, arriesgando su propia integridad y cuando ya la derrota sobre mi corazón parecía ser incuestionable, contemplé a una bellísima hada, surgida de los sueños más ocultos de un guerrero moribundo, manejando, con gran maestría, reponedoras pociones sacadas de fantásticos libros de antaño que, sin lugar a dudas, fueron un gran, dulce y descongestionante contribuyente en la victoria que acabo de celebrar inmortalizando en estas letras.

Texto agregado el 20-08-2014, y leído por 63 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
20-08-2014 la epifanía del malestar más barroca que este servidor hubiese jamás leído dignas de un bufonesco caballero andante por las riberas de un castigado Aqueronte. poetautomatico
20-08-2014 Remedios caseros. Bueno! rentass
 
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