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LA MONEDA CHECA

Conocer una ciudad es caminarla, sentirla , transcurrirla. Hay ciudades que, aunque se las haya visitado de paso, dejan una impronta imborrable.
Praga me marcó eso. Y no fue solo por tratarse de una ciudad pseudomedieval salvada por milagro de los bombardeos alidados de la segunda guerra mundial, gracias a lo cual, aún continúa con su arquitectura casi original. La mágica ciudad de las cien torres atravesada por el río Moldavia. Inspiradora de cientos de cuentos de hadas y brujas, eternas habitantes de aquellas cúpulas medievales en aguja, la ciudad transcurre a través de los siglos imperturbable testigo de las existencias humanas locales y visitantes.
Aquella tarde gris, mientras deambulaba por la ciudad vieja rumbo a la plaza principal para ver el carillón de su monumental reloj astronómico construído en el 1400, único en el mundo capaz de marcar la hora babilónica relacionada con los ritos mágicos, y su desfile de figuras de madera que simbolizan a los doce apóstoles al marcar las horas completas, hice una pequeña parada sobre el puente de Carlos IV, el que comunica la ciudad vieja con la nueva.
Un grupito de cuatro músicos tocaba jazz sobre el puente a la espera de alguna que otra corona checa que alguien se dignara depositar en el estuche del saxo, que, forrado de terciopelo rojo, esperaba vacío en el suelo.
Me recliné sobre la varanda del puente a fumar un cigarrillo, pensando en esa historia que alguien me había contado sobre el santo checo Juan Napomuceno, arrojado al río desde el puente en ese mismo lugar , por desafiar el poder imperial del monarca Wenceslao IV de Bohemia. Hecho que ameritó su canonización posterior como mártir.
Y en eso estaba, cuando noté a mi lado la presencia de una anciana, que también apoyada en la varanda me miraba fijamente. Recuerdo que me impactó su mirada azabache penetrante, su vestido negro con mangas de encaje, su largo y desordenado cabello blanco y su nariz prominente.
A continuación abrió su bolso, sacó una moneda de cobre y me la ofreció estirando la mano. “Para que se cumplan tus deseos”, me dijo. La depositó sobre la varanda y se fue.
Yo me quedé más que asombrada mirando cómo se alejaba.
Luego de unos segundos de dubitación, decidí tomarla. Era una moneda grande, escrita en checo, con un número que indicaba su valor: “ 10 “ (¿coronas checas?)
Seguí caminando entre el bullicio hacia la plaza principal en busca del reloj astronómico con la moneda en la mano.
Era domingo y no había ninguna casa de cambio abierta para poder saber algo sobre aquel extraño regalo.
Las campanadas del reloj marcaron las 12 del día, los apóstoles desfilaron en el carrillon como siempre.
El gallo de madera del cucú salió y lanzó su grito de rigor coronando el desfile. Los turistas que tan pacientemente habían esperado la fotografía del carrillón aplaudieron entusiasmados. Medio aturdida por la algarabía, me di cuenta que apretaba aún la moneda en mi mano derecha, intrigada sobre la procedencia de la misma.
En ese preciso momento sonó mi celular. Llamada de Buenos Aires. Isabel, una amiga , me anoticiaba que un cuento infantil que yo había escrito más de un año atrás había ganado el primer premio en un concurso literario en Buenos Aires . El argumento: una fantasía sobre las prácticas alquímicas de las brujas voladoras de Praga.
Mientras escuchaba en silencio las felicitaciones de mi amiga, me puse nerviosamente los lentes y recién allí pude divisar el año de acuñamiento de la moneda: “Praga. Año MDXXXII.”
Yo no creo en las brujas, pero que las hay...las hay.


MARÍA

Texto agregado el 24-08-2014, y leído por 118 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
25-08-2014 Buen texto envuelto por la magia de las calles de Praga, interesante desenlace...Mis 5* estrella_celeste
 
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