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La anhelabas a ella más que a nada en el mundo, era lo que tú considerabas perfección, pero en el fondo sabías que nunca pasaría, pues no estaba destinada para ti, y no podrías hacer nada para que eso cambiara.
Te encontrabas en una tarde de agosto, veías como las hojas caían de los árboles y bajan suavemente hasta terminar en el suelo, a las parejas pasear por el kiosco, todos tenían rostros alegres y miradas dulces, pero tú estabas amargado e infeliz, los maldecías a ellos porque sabías que nunca podrías estar en su lugar, te fuiste a recostar en tu cama y cerraste los ojos por un momento.
Oíste que tocaban la puerta y en seguida fuiste a abrirla, se encontraba ella ahí parada con su bella sonrisa, que se asemejaba a la luna creciente por su resplandor, pasó con tranquilidad y te saludó con un beso en la mejilla, tu corazón latía más veces al estar cerca de ella, y con su cálido beso te derretiste, pero no podías demostrarlo, tenías que reprimir todo ese amor y eso te llenaba de odio, pasaron a la sala de estar y empezaron a conversar, todo era tranquilo y ordinario, subió las escaleras hacia un cuarto, tú te quedaste esperándola, al ver que tardaba subiste a verla, su puerta estaba abierta, ¿habría querido que entraras?
Pasaste sin hacer mucho ruido, y ahí estaba, ¡con su cuerpo de diosa!
Recostada en la cama, desnuda y divina, no notó que estabas allí, y con sus blancas y delicadas manos tocó sus bellos senos parecidos a manzanas, estaba sudando el perfume de su cuerpo que te deleitaba, lanzó un suspiro que paro el tiempo, sus piernas largas y bellas se abrieron, al hacer esto tú deseabas ir, tocarla y disfrutarla, embriagarte con el dulce néctar de su amor y pasión, volteó y te vio allí parado, rápidamente se cubrió, y te gritó: ¡Vete de aquí!
Saliste apresuradamente con la respiración alterada, corriste y te encerraste en tu cuarto, no dejabas de pensar en lo que habías hecho, pero todo tiene consecuencias, decías en voz baja: ¿Y si no me quiere volver a ver?, ¿Sabrá lo que siento por ella?, ¡Destino infame, porque no puedo ser feliz!, ¿Es que seré feliz hasta la muerte?
Al pasar las horas tocaron de nuevo la puerta, bajaste a abrir con cierta lentitud, ellos entraron saludándote, pero sabías que en el fondo no te tenían aprecio, preguntaron acerca del día, respondiste poco, subieron y quedaste solo en la sala, en ese momento recordaste lo de la tarde, y dijiste en susurros: ¿Les dirá lo que pasó? Sé que lo hará, todo debe acabar esta noche…
Subiste a prisa a tu cuarto, pensabas qué harías si les dijera, entonces se oyó…
¡Con un poco de furia tocaron la puerta! Temblaste y tu frente empezó a sudar, te dio un poco de comezón en la nuca, te paraste y abriste, ahí estaban mirándote con desprecio y asco, pasaron sin preguntar y cerraron la puerta, nadie dijo una sola palabra, hasta que el silencio lo rompieron diciendo:
-¡Eres un enfermo, un mal nacido!
-Pero…
-No digas una sola palabra, que sabemos lo que has hecho, y tomaremos medidas, mañana ella se irá y tú te quedarás infeliz como lo mereces.
Abrieron la puerta y se marcharon, te mordiste la lengua de tanta rabia que tenías, sabías que esto no tenía remedio, pegaste en la pared y se cayó del ropero tu navaja, la levantaste y miraste, en ese momento observaste por la ventana, la luna del cazador estaba, y dijiste: A ti mi luna amada, ser que nunca me olvida, a la que le obsequio mis poemas, dame fuerza y voluntad, acobíjame en tu bello manto y has que la noche no sea tan oscura.
Ella se encontraba acostada con los ojos cerrados, su respiración era tranquila y suave, pero no dejaba de pensar en lo que había pasado en la tarde, no llego a ninguna conclusión, se sumió en un profundo sueño…
Se oyó que algo cayó al piso, ellos se levantaron y abrieron su puerta, vieron que la tuya y de ella estaban abiertas, fueron a buscarte y no te encontraron, y de inmediato corrieron a la de ella, y allí estabas tirado con la mano en el pecho, la sangre escurría por toda la habitación, te hallabas frío y sin vida, tu navaja estaba justo a tu lado, movieron tu mano para ver que tenías, estaba un hueco en tu pecho, tú no tenías corazón, estaba vacío…
Le hablaron a ella, mas no respondió, la tocaron y estaba muy fría, tenía sangre en su sábana, la destaparon y también tenía un hueco…
Sólo que ella tenía dos corazones, lloraron amargamente y gritaron maldiciendo sus vidas, tocaron la mano de ella y tenía una carta, la abrieron y estaba escrita con sangre, la leyeron en voz alta y decía:
“He aquí dos amantes, que con el amor fueron maldecidos, que no pudieron encontrar la felicidad en vida y que esperan poder encontrarla en muerte…
He aquí dos amantes, que lazos los castigaron, que la sangre los marcó, que su unión nunca podría haber resultado…
He aquí dos amantes, he aquí dos hermanos… “

Texto agregado el 28-08-2014, y leído por 51 visitantes. (0 votos)


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