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Recuerdo una niña extraña. Una niña de muñecas, de escondites y de prendas. Y un nombre : Alfredo. Mi marido de diez años, invisible, cariñoso, obediente, leal, amigo y extraordinariamente generoso. Mi marido de pega, ausente en la cama, pero presente en mi vida. Alfredo acudía a la que yo chascaba los dedos. Mi tiempo de juegos, de fantasía, de papás y de mamás donde tan solo yo ejercía el poder. No había sexo, disputas ni infidelidades. Era un amor de pega. Un amor de parche para los tiempos muertos que solían transcurrir entre las odiosas horas de la siesta y los plomizos estados de aburrimiento.
En un cuarto de literas, sin cortinas ni armario para la ropa. Alfredo, mi muñeca y yo. Curioso, porque a ella no le puse nombre. Una hija sin parto, sin visitas al pediatra, sin termómetros de mercurio ni fiebres o toses de urgencia.
Tenía el pelo rubio y la boca le olía a leche podrida y a moho. Le hice un agujero con la punta estrecha de unas tijeras para darle un biberón que le insertaba a presión con muchísimo coraje. Luego, agitaba su cuerpecito indigente para hacerle sonar la barriga, cerciorándome así de haberle suministrado la correspondiente toma con todo el amor que una niña estúpida e inocente era capaz de ofrecer.
Obvia decir que jamás conseguí llenarle la barriga, porque la insalubre y repulsiva papilla que le preparaba a base de jabón en escamas y demás otros tóxicos sin parangón, terminaba por desembocar siempre en el interior de sus pies. No tenía estómago, ni pulmones ni corazón.Sólo una piel de plástico frío y maleable que se abollaba cuando le hundía el dedo en castigo a su patética indiferencia de muñeca desagradecida. Estaba hueca, pero tenía unos ojos azules preciosos y una sonrisa perfecta. Ni orinaba ni hacía popó. Por eso la boca le olía a podrido. La papilla fermentaba en el interior de sus talones y el hedor se abría camino a través del agujero de la boca para hacerme saber que era una madre imprudente, descuidada y medio lerda.
Del otro lado, mi padre. Un señor trajeado y elegante que saboreaba el tiempo envuelto en una nube de humo blanco con olor a chocolate. Y mi madre, una señora de piel blanca y gesto cándido con la sonrisa pintada de rosa y la hartura oculta en el refajo.
Mis hermanas, mis hermanos, las discusiones y el pleno. Un piso de dos dormitorios para nueve corazones, y nueve corazones latiendo bajo un techo a tres alturas sobre el cual siempre llovía.
Domingos de cocido, Navidades de guirnaldas y de turrón, emociones condenadas a dejar de emocionarse, esmalte para las uñas, olor a sacapuntas y a lapiceros de colores.
Y el jabón de glicerina transparente con aroma a frutas. ¡Hum, aún puedo olerlo¡
El colegio. Un infierno para niñas como yo. Aquel colegio cuyo nombre aludía al futuro, tan cruel, tan despiadado. Y esa profesora de pelo gris, con arrugas en los ojos y ese horrible camafeo prendido de la solapa de su miserable chaqueta.
Felipe II. No tenía ni idea. Como recompensa, un cero. Redondo, marcado a fuego, sangrante como un estigma. Y aquel psicólogo, modélico y profesional, que susurró entre sonoros escupitajos y molestos carraspeos que yo era tonta.
Y lo era, ciertamente. Porque tras un largo proceso de fagocitosis mental, terminé por atrofiar el total de mi materia gris y gran parte de la materia blanca. Me fustigaba con el látigo de la autocrítica y le lamía las pieles al mónstruo que me arrancaba de un bocado la autoestima.
Bismark, el canciller de hierro. Ese sí que me caló hondo. Y Juana la loca. Pero sobre todo, Arquímedes y su bañera, cuya historia me tocó en suerte narrar frente a un encerado plagado de vertiginosas fracciones y de capciosos garabatos. Él consiguió su principio: el principio de Arquímedes. Yo, las felicitaciones del profesor y el principio de lo que sería el hecho de sentir por primera vez la extraordinaria sensación de sentirse valorada por la mismísima sociedad que no hacía muchos meses atrás, me había tachado de pura y soberana tonta.

Texto agregado el 29-08-2014, y leído por 208 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
01-04-2015 Este relato pareciera candoroso, yo me quedo con la idea de que tiene mucho trasfondo, aristas dignas de reflexión seria. Complacido con su lectura. sagitarion
17-09-2014 Tu alma de niña rebelde por tantos estereotipos que nos presenta la vida, plasmada maravillosamente en este relato. 5* Clorinda
30-08-2014 Muy buen relato. Las imágenes nos hacen volver al pasado. Saludos. kharey
 
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