Necesito de nuevo encontrar la música escondida en esos cuentos de exactitud científica que con paciencia y autoridad de doctor en simposio te escucho relatar.
Abrazándose desfila esa marca de agua tan tuya, que se asoma tímida en palabras poco fieles a la verdad guardada bien adentro por sentimiento.
Cada frase invita una oración. 
Cada mirada extiende la caricia de despertarme a tu lado.

Sin previo aviso, empiezo a ver caer rendidas aquellas declaraciones de intención por omisión, que voy apilando como datos para una próxima decisión.
Cuando cada parte, de cada molécula, de cada átomo o quark, en ésta y en todas las dimensiones, me adivina estando ahí, mirándome perdido en el brillo de unos ojos casi grises. 
Mirándote explicarme, y querer hacerlo. 
Mirándote disfrutarlo, queriendo que me quede.

La situación desborda la realidad de una ciudad capital y se transforma en el santuario que dos comparten como rara casualidad, y esfumandonos ahí entre ruido de colectivos, vecinos que gritan y un corte de luz repentino, pensamos en voz alta el deseo animal de matar o morir intentando, cuando al final sólo podemos asegurar que el tiempo nos tomó como víctimas del momento, dejando atrás miles de palabras y la estela intangible de habernos conocido.

Y mientras sigue fresco y desnudo el recuerdo que inquieto pasea por mi mente, con más respuestas que preguntas encuentro a esta suave inercia que me empuja de nuevo a tu suerte.