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Trocitos de carne para cenar.

Giralda acariciaba a su perrito pekinés, inconscientemente quería trasmitir al animalito toda su angustia contenida en el ánimo y liberarse así de esa pesada carga. No es para menos, llevan tres semanas sin probar alimento escondidos entre los escombros de aquel edificio mientras afuera no cesan los disparos de la interminable batalla cuyos bandos ya ni recuerda quienes eran. Si no fuera por el agua de dudosa procedencia que escurre entre las ruinas de la construcción ya hubieran perecido. Paolo recién regresó sin nada para comer, Fernando no volvió, un pelotón los interceptó y en la huida los dos hombres se separaron. El último recuerdo de Paolo de aquel desesperado intento de conseguir comida era la detonación de una granada a sus espaldas durante la loca fuga. En un rincón sucio Sandra gime presa de intensos dolores en el estómago a causa de la falta de alimento.

Abatidos, con la hambruna enquistada en todo su ser, aquellos desgraciados ya ni hablan entre sí, no les quedan fuerzas ni para eso, Sandra dejó de gemir, ha quedado en aquel rincón con el cuerpo despatarrado, ¿dormida, desmayada, muerta?, a nadie parece importarle. Giralda asoma con cautela por un resquicio del refugio improvisado con la ilusión de ver regresar a Fernando con algo de alimento. No se distingue nada en el exterior, ni siquiera se puede asegurar si es el mediodía o el atardecer, una densa nube de polvo lo impide. En medio de toda aquella desolación Giralda distingue la menuda figura de su perrito quien instintivamente también busca comida fuera del refugio. Solloza, pues está segura no volver a mirarlo con vida. La mujer queda con el cuerpo laxo frente al punto de observación. Cuando despierta de su desmayo, Giralda piensa que han pasado escasos segundos, por lo fugaz del alivio aparente de aquella atroz necesidad de comida.

Tiempo después, algunos ruidos provenientes del exterior los alertan, maquinalmente se agrupan junto al cuerpo de Sandra todavía inerte. Expectantes escuchan como los ruidos van en aumento, se oye como si alguien retirara escombros de la entrada del refugio, según ellos bien disimulada. Sus corazones, si se oyeran al unísono, harían el ruido de una cuadriga en plena carrera. Finalmente, una figura cubierta de polvo se deja ver en la entrada del lugar. A pesar de lo fantasmagórico reconocen a Fernando quien trae un envoltorio bajo el brazo. Con las escasas fuerzas que les quedan van con paso torpe al encuentro del recién llegado. Éste, con ademanes les pide calma y adelantándose a las preguntas inminentes, les empieza a relatar:

Con voz apagada les contó lo sucedido a partir de la detonación de la granada referida por Paolo. La onda expansiva del artefacto lo hizo volar a varios metros, la caída fue brutal y perdió el conocimiento. Cuando despertó muy adolorido se encontró en medio de varios cadáveres, seguramente de sus perseguidores. Al intentar retirarse del dantesco lugar, oyó gemidos provenientes de uno de aquellos cuerpos, era un miliciano malherido. Con miedo se acercó a él, le dio vuelta al cuerpo porque yacía boca abajo y se encontró con un hombre cuyo brazo derecho era un colgandejo. Junto a su cuerpo había una mochila para auxilios médicos, seguramente eso era el herido. Fernando les recordó su profesión de cirujano para justificar de alguna manera el hecho de haber auxiliado al miliciano. El brazo del herido no tenía remedio, por lo que terminó amputándoselo hasta el hombro. Lo cuidó durante el tiempo necesario para recuperarse bien de la secuela de su caída por la fuerza del explosivo… y regresó casi a tientas hasta el refugio. Para terminar le dijo a Giralda no esperara más a su pekinés, pues lo había visto con el cuerpo atravesado por un cuchillo de combate.

Colocó con naturalidad frente al grupo de hambrientos un trozo de tela ensangrentada, al parecer era parte de algún uniforme militar y ahora servía de envoltorio para varios trozos de carne cruda y sanguinolenta que a la vista les producía asco, pero todos cogieron con avidez, incluida Sandra quien volvió de su letargo durante la narración de Fernando. Mientras saciaban su hambre como puestos de acuerdo todos evitaron mirarse a los ojos. Masticaban en silencio con exacerbada prisa, sólo Giralda miraba fijamente el trozo de carne antes de llevarlo a su boca, pues hay seres quienes logran ver lo inobservable a simple vista. Mientras Fernando los miraba con indulgencia. Finalmente sólo él conocía la forma y de donde había conseguido aquellos trocitos de carne para cenar.

Texto agregado el 03-11-2014, y leído por 452 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
04-11-2014 el hambre no hace preguntas divinaluna
03-11-2014 Muy bueno,me gustò edu485
03-11-2014 Ahhhh... ¿Cómo llegar a una situación tan desesperada? Dejas abiertas todas las puertas, cada quien tomara la que le apetezca. Cinco aullidos sin hambre yar
03-11-2014 Un texto conmovedor. Realmente me impactó que a pesar del asco,en realidad ninguno de ellos sabía la procedencia de esos trozos de carne que al ser cruda y quizás maloliente a cualquiera le provocaría asco;pero el hambre solo pide llenar el estómago. Necesito decirte siempre que tu forma de escribir y llevar al lector por tus letras es fantástico.Se desea más porque se va leyendo con un entusiasmo increíble. Te felicito amigo***** Un fuerte abrazo Victoria 6236013
 
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