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Inicio / Cuenteros Locales / pombero / Tú estás conmigo, pero yo no estoy contigo

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Mi viaje en la búsqueda de mí mismo me llevó a un monasterio trapense perdido entre las montañas de los Alpes italianos. Y allí me quedé durante todo un año porque encontré a un monje cuya sabiduría y paz interior me cautivaron. No podría explicarlo, pero incluso en los silencios, él emanaba paz espiritual, esa tranquilidad del alma que ambicionamos todos los seres humanos. Yo lo consideraba mi Maestro porque él hacía que cada uno de los que estábamos a su alrededor, bebiendo constantemente de su sabiduría, sintiera y pensara que él sólo existía para uno. Pero yo siempre sentí que el maestro me trataba de manera diferente; quizás era por mi juventud, mi inocencia, mis ansías de entenderlo todo, en fin, no lo puedo explicar, pero sí estoy seguro que él me amaba de manera particular porque así lo percibía en mi corazón y no en mi mente.

Una mañana noté en su mirada una extraña luminosidad y lo supe inmediatamente: mi maestro estaba preparándose para morir. Al caer la tarde, cuando él, desde su rincón favorito, miraba cómo el sol se hundía entre las montañas, me acerqué y con palabras entrecortadas le expresé que no podría vivir sin su compañía, sin su guía. Y él me dijo: “Entiendo tu dolor, pero quizás te alivie saber que si te explico el por qué de mi gozo, tu pena quizás sea más soportable”.

La expresión de mi cara, llena de anhelos e interrogantes, fue suficiente para que él sonriera y tomándome la mano, añadió: “Estoy lleno de gozo porque sé que voy donde el Eterno, donde no hay tiempo ni espacio, solo dicha infinita; pero por otra parte, me duele tu dolor, porque yo no estaré contigo en los muchos años que todavía te quedan de vida, pero recuerda en cada momento que me necesites que tú sí estarás conmigo”.

Nuevamente sonrió cuando mis ojos le mostraron que no le entendía y continuó: “Hijo mío. Yo estaré en la plenitud eterna porque en ella, al no haber el tiempo, lo que para ti pueden ser muchos años, para mi serán nada”.

El maestro, dejó de hablar unos instantes mientras me miraba fijamente; y yo creí distinguir en sus ojos el brillo que dan las lágrimas que se derraman sólo cuando hay amor, lo cual llenó de dicha mi corazón. Suspiró y luego continuó hablando:

“Ésos años que te quedan, hijo predilecto de mi alma, en la eternidad, ni siquiera son la infinitésima parte de un instante, por eso cuando yo muera, tú nunca dejarás de estar conmigo porque ese tiempo que te queda, para mí, no existirá. Por eso, lo que yo ahora más anhelo es encontrarte a mi lado apenas muera. Si logras entender, y ante todo creer, lo que ahora te digo, no me extrañaras y más bien vivirás en paz y con plenitud los muchos años que te quedan en esta tierra”.

Y luego añadió:

“Solo te pido que luches por ser siempre una persona que ama la paz, la justicia y el prójimo, porque apenas muera, si no te encuentro a mi lado, me partirá el corazón saber que tomaste el camino equivocado y que escogiste odiar en vez de amar”.

Dicho eso, con unas palmadas en el dorso de mi mano, indicó que debía irme. Esa misma noche mi maestro murió, y desde entonces recuerdo sus palabras cada vez que mis instintos y la maldad humana tratan de alejarme del camino que él me indicó.

Texto agregado el 05-11-2014, y leído por 170 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
05-11-2014 Hermoso texto en el que se resalta el valor del amor.UN ABRAZO. GAFER
 
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