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*Son RELATOS:

"Durante el viaje se canta y charlotea;
los islotes están frente a la costa,
más allá de la Isla, y el viaje es largo".
Knut Hamsun.


SIEMPRE AMIGOS

Tampoco esa mañana le costó madrugar, a pesar de que era su última semana en la biblioteca. Durante más de veintinueve años no había faltado jamás a su puesto de trabajo, ni una enfermedad ni un momento siquiera de perezosa desgana se cruzaron en su camino o por su mente. Si bien recordaba la dureza de los comienzos, acostumbrado a otros quehaceres, en los que la fuerza física predominaba, y a ir dando tumbos, también, de un trabajo temporal a otro, pronto se le hizo cómodo el ritmo cuadriculado, pero armónico de su horario cronometrado en la biblioteca. A decir verdad, no sospechaba que aquella ocupación se convertiría, con el paso de los años, en la estabilidad definitiva; gracias a ella, pudieron hacer realidad sus proyectos de familia. Aunque no tuvieron hijos, adquirieron una hermosa casa, que Emily se ocupó, gustosa, de tener siempre bien arreglada, tan limpia y presentable que "si les visitara la misma realeza, de nada habrían de preocuparse", ejemplo con que solía ella misma defenderse de los continuos intentos de su marido por convertirla en un anexo del trabajo.
–...Libros, libros, ¿acaso vas a ofrecer sólo eso a las visitas?
Sin embargo, las visitas no sólo resultaban escasas, sino que podía afirmarse que no existían. Les bastaba, no obstante, con su ordenado círculo repetitivo de conductas vitales, de casa a la biblioteca y vuelta a lo mismo; algún paseo o excursión, en aisladas ocasiones, y otra vez de regreso a la inflexible rutina del hogar. Después de toda una vida, Theo veía llegar el trabajo a su hora final, el viernes siguiente ya estaría jubilado, precisamente ahora que necesitaba distraerse más con una tarea, ahora que faltaba su esposa y el único tiempo que sobraba lo acaparaba su ausencia.
El año anterior, Emily le dejó para siempre tras una larga enfermedad, de la que no logró recuperarse. Primero empezó con ligeros mareos, hasta que terminó por perder la memoria por completo, ni a él lo reconocía; así que Theo se vio obligado a recurrir a un sanatorio, en el que atendiesen a su esposa como era debido. No era lo mismo salir del trabajo y estar con ella, antes de regresar a casa; pero al menos le hablaba y, aunque ella no atendía, a él le confortaba su sola presencia. Sin embargo, le asustaba enfrentarse a todo un día por delante, sobre todo, ahora que había adquirido un ritmo metódico de vida. Desde luego, no era el mejor momento para empezar de nuevo, y tampoco tenía el ánimo dispuesto para ello.
Desde la desaparición de Emily, lo pensó muchas veces, no quería tener un final así, perder el puro entendimiento le parecía lo más horroroso que podía sucederle a una persona. Él vivió a su lado en sus últimos momentos, y lamentaba los estragos de la enajenación, todo el bagaje cultural del ser humano se borraba sin remedio ni futuro. Tampoco es que, en su juventud, destacara en sus estudios, pero aquel puesto de bibliotecario le había ayudado a ganarse el jornal y, además, le había propiciado una cultura nada desdeñable que atesoraba con merecido orgullo.
Primero, en los ratos libres, luego llevaba las lecturas a casa, y las devolvía como un estudiante inscrito más. A su esposa no le desagradaba la idea de que él leyera casi como si devorase los libros, le atraía su avidez de conocer; sólo se mostraba adusta ante la insistencia para transformar su salón de estar isabelino en una habitación plagada de sosas estanterías, repletas de libros. Ahora, sin embargo, Theo dio, por fin, rienda suelta a su sueño y, cuando volvía del trabajo, podía sentarse en su salón rodeado de los clásicos del saber de todos los tiempos; ella, si viviese, se lo disculparía. Su vida se había convertido, al final, en un ir de una biblioteca a otra, pero tal era su deseo y felicidad. A veces, buscaba durante horas, hasta hallar el manuscrito referido por la bibliografía; entonces, su satisfacción era inmensa, aprovechaba cualquier instante de calma para leerlo en su mesa de trabajo. En una ocasión, la búsqueda le llevó varios meses, hasta dar con un ejemplar empolvado por el que recibió las felicitaciones de sus superiores. Se trataba de un volumen único, de considerable valor, que, enseguida, pasó a la sala de personalidades ilustres, en vez de dejarlo en la de atención al público. Sobre todo, por las tardes, cuando marchaban los más jóvenes, gozaba de una mayor oportunidad para dedicarse de pleno a sus libros.
Sin embargo, la preocupación le rondaba desde hacía semanas, desde que una tarde se topó con un cliente que le preguntó por un título, mientras rebuscaba entre los estantes de la biblioteca. No había nada extraño en solicitar una lectura juvenil si bien quien se lo pedía iba ataviado de pirata... Lo volvió a encontrar algunas tardes más, junto a otro acompañante, revolviendo entre los libros de aventuras, pero no quiso prestarles más atención de la debida. Además, andaba muy enfrascado en la lectura de "La Batracomiomaquia", una joya que se había regalado él mismo para celebrar su jubilación como más le gustaba, y pensaba continuar leyéndolo en casa.
En aquel su último día de despedida le distrajo el tono elevado de las voces, detrás de los estantes. Se acercó para reclamar el silencio apropiado, que debía respetarse en aquel lugar, a pesar de que la sala de lectura estaba vacía... Esta vez fue el acompañante del pirata el que habló:
–¿...No me diga que no sabe quién soy?
–Por favor, señores, hablen más...
–Pero a mí sí, ¿no?... –le interrumpió el vozarrón del pirata– ...Pues claro, hombre,...¡Jhon Silver! ¡El mismo! ...Le presento a mi amigo, ¡el capitán Nemo! ...¿A que ahora sí?
–...Miren, señores, no sé si... –Theo balbuceaba, arrinconado en una esquina de la biblioteca, tratando de poner en orden sus aclaraciones ante un par de hombretones que no parecían tener intención de atender a razones...
–¡No me diga ahora que no...! –volvió a inquirir el de la barba más recortada.
–...Sí, claro, les leí de muchacho, pero... –trató de objetar sin éxito.
–¡Pues entonces, amigo! ...Mira, ven, vamos a firmarte una dedicatoria por tu amable detalle...
Theo andaba de verdad inquieto, pues, ahora que recordaba, al que se hacía llamar Nemo lo había visto en la calle, en el trayecto desde su casa, en varias ocasiones. Aquella situación no podía traer nada bueno para su necesidad de paz y bienestar, cuánto debió sufrir la pobre Emily...
A la mañana siguiente, cuando la señora de la limpieza abrió la biblioteca, se encontró a Theo tumbado sobre la mesa, con el rostro hundido en un libro... Se temió lo peor y, apresurada, alertó al guarda que entraba en ese momento. Para cuando llegó el director de la biblioteca ya se había personado la policía; entre todos aguardaban el diagnóstico del forense, encerrado en la biblioteca con su ayudante y el difunto Theo...
–...Ya es mala suerte, ¡se jubilaba mañana! –se lamentaba la limpiadora, afectada.
El director de la biblioteca se aflojó la corbata para respirar mejor, iba a cumplir los mismos años que aquel empleado...
–Sí, era su último día...



El autor: LuisTamargo.
http://leetamargoluis.blogia.com

*”Es una Colección de Cuadernos con Corazón”, de Luis Tamargo.-

Texto agregado el 31-08-2004, y leído por 168 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
10-09-2004 Curiosa historia.Me gusta la forma en que la cuentas e introduces los sucesos,te mantiene a la expectativa continuamente.Me quedé con un pensamiento aunque contrario a un fragmento de tu relato..."Es triste morir desmemoriada sin recuerdos,pero más lo debe ser morir sin tu gente al lado". claraluz
 
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