Tal vez debiera regresar. Pero ya es tarde. Estoy demasiado lejos de mi casa y ya voy atrasado a la oficina donde, seguro, seré el hazmerreir.

Es una lucha enorme y titánica entre la cordura y el buen criterio.

Decido, finalmente, seguir mi camino. Sin embargo, me siento desnudo y hasta creo sentir miradas acusadoras de la gente, más de alguna de tipo burlesco. Hasta me parece escuchar a alguien que me dice: ¡qué tipo más estúpido!

Como siempre, el Metro va repleto de pasajeros. Busco un rincón donde quiero ser lo menos visible. Intento elaborar algún pensamiento positivo, recordar momentos felices, etc. Cualquier cosa que me permita superar esta amarga situación.

Observo a la gente. La envidia me corroe como un ácido. Si éste fuera una luz seguro que brillaría en mi rincón. Se capta la felicidad y la satisfacción en el ambiente. A pesar que la mayoría de los rostros pareciera ser inexpresivo. Como si estuvieran en un mundo muy interior.

Si la soledad es incomunicación ¡estoy terriblemente solo!

Lo prometo. Lo juro. Nunca, pero nunca más, dejaré olvidado mi móvil en casa.