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—Tenía uno en cada oreja, —seguía Rafa con el discurso— uno acá... acá tenía uno, otro acá, ¿ves? Acá, en serio te digo, y después otro en ¿cómo se llama esto, la parecita de la nariz? Este cosito de acá... el tabique debe ser... ¡Hasta en el tabique de la nariz tenía un chirimbolito! Y después, claro, los cómo se llaman... estas pelotudeces, los dibujitos que se pintan, Polaco, dale... en la piel, ¿eh? en la piel como los salvajes... ¡Tatuajes! Tatuajes. Tatú. Eso. Tenía el antebrazo todo pintarrajeado... una cosa fea... no sé. Mirá... no sé cómo se dice lo que tenía dibujado en el antebrazo el boludo ese... una porquería... Y ahora yo te pregunto, Polaco, pero posta. ¿Vos tomarías a un pendejo con esa facha para un laburo?
—Y... habría que ver...
—¡Pero era una cosa de locos ese pendejo, Polaco! ¡Qué que habría que ver ni que habría que ver...! ¡Un pelotudo importantísimo! Yo no sé cómo los educan ahora... ¡de dónde sacan esas costumbres...! Porque hay que ver que parecen enfermos... presos... no sé, che... Parecen cualquier cosa menos pibes normales.
—Y... lo que pasa... ¿Sabés lo que pasa, Rafa? Que las realidades son otras. Va todo más rápido ahora... —ensayó una respuesta el Polaco mientras pelaba una longaniza.
—¡Claro! Pero eso ya lo sé —interrumpió Rafa— ¡Ya sé que es otra época!... y que ahora está lo del internet, que tenés máquinas que te hacen el laburo de mil tipos, que cualquier retardado tiene un teléfono que es más inteligente que él en el bolsillo para leer el diario, que las pendejas cojen a los cinco años, que los putos se casan y todo lo que vos quieras ya lo sé. Ya sé. Ya lo sé. Pero si uno de mis hijos me venía con un tornillo atravesado en la oreja o con un mamarracho pelotudo en el brazo, yo del primer voleo en el orto le bajaba todos los dientes, che. Sí, le bajaba los dientes de un patadón en el ojete, como lo oís. Qué épocas ni qué carajos. Acá el único que sabe en qué época vive, en qué realidad vive es el que se levanta temprano y va a laburar. Y si ves a un pendejo que tiene tiempo para ocuparse en parecer un subnormal... porque mirá que hay que tener tiempo para andar haciéndose agujeros y dibujitos por todos lados, ¿eh?... y si el pendejo tiene tiempo es porque no le da la cabeza para ocuparse de algo realmente importante. No jodamos, loco. Qué joder.
—Che, —reclamó atención Marcial luego de cortar la llamada y guardar el celular en un bolsillo— era Abelardo. Dice que se le complicó y no viene a comer. Viene después.
—No jodas —dijo Goñi sentado en un tronco junto al fuego— ¿Cómo es que quedás en hacer un asado y venís después de comer? Pero qué coso más raro este Abelardo, che, ya se está poniendo viejo y pelotudo.
Era una fría noche de otoño en la costa. Hasta la cuadra de aquellos hombres llegaba la humedad pegajosa del mar. Habían improvisado una mesa con una tabla y caballetes en la vereda, y poco antes de las nueve las brasas estaban listas sobre una chapa junto al poste de alumbrado.
—¿Pero qué le pasó que no viene a comer? —se interesó Rafa.
—No sé. No lo quise joder mucho. Dijo que surgió algo, que después viene —respondió Marcial, y entró a la casa a buscar la carne.
—Lo que quiero decir —siguió el Polaco— es que si el pibe te fue a pedir laburo entonces alguna inquietud tenía, además de los aritos y todo eso que vos decís, ¿o no, Rafa?
—Pero vos tenés que pensar primero en el laburo, en que tenés que trabajar, y después, si es que te sobra el tiempo y te quedan ganas de hacerte el tarado por ahí, cosa que yo no creo porque estás ocupado, ¿eh?, recién después te ponés a agujerearte la carita... Y yo no creo que lo hagas... porque si laburás, tenés la cabeza en otras cosas. Por ahí va la presencia, flaco... la presencia habla por uno —contestó Rafa.
—Entonces no le das el laburo por su aspecto, ¿no cierto?
—¿Pero sos boludo o te hacés, Polaco? ¡Claro que por el aspecto! ¡Porque tiene aspecto de un vago drogadicto, y ese aspecto es lo único que yo le veo! ¡Qué otra cosa! —Cerró Rafa y agarró algunas rodajas de longaniza que empezó a comer de a una.
—¿Y a este qué le pasa ahora? —Se metió Goñi en la conversación.
—Nada. Que no le quiso dar un laburito a un pobre pibe para acomodar ese galpón piojoso que tiene porque usaba aritos y esas boludeces... ¡Bill Gates! —aclaró el Polaco y se rió fuerte.
—¿Necesitás a alguien para la ferretería, Rafa? —Dijo Goñi.
—Ya no, che. Me parece que con lo poco que sale me voy a tener que arreglar solo.
—Ah, porque yo tengo un conocido que tiene al primo paralítico y con sida —se rió Goñi.
—Sí. O si no, podés contratar a alguno de estos vagos de la parentela del intendente, que viste cómo trabajan... porque si vos me decís que tenés una empresa que hace guita, estos pibes enseguida te arreglan todo —siguió el Polaco.
—Ma' sí. Váyanse a cagar los dos. Así está el país con esos ladrones de mierda. Vayan a laburar al Estado y júntenla en pala... Esos vagos de mierda —protestó Rafa.
—Pero vos no te agrandés con un pobre pibe que por ahí es más bueno que Lassie, Rafa, con dibujitos y todo —dijo Goñi.
—Qué podés saber vos de esto, mi viejo, que laburaste treinta años de empleado y tuviste la suerte de que no te rajaran. Porque acá yo, viste, yo si no me hago unos mangos por la mía, me morfan los piojos. Mis hijos se criaron con mi laburo, no como los tuyos que te los mantuvo una empresa de vaya a saber quién desde tu culo en una silla mientras te comían el bocho con responsabilidades pelotudas y premios por no llegar tarde... Acá el único que se jode es el que se hace unos mangos por su cuenta... y después encima tenés que garpar impuestos como un marmota para que los parásitos que viven del Estado se compren sus autitos... los hijos de puta... Y viste... es así, loco, si la querés hacer corta, es así.
—Eh, pará, Rafa, no te calentés, que después te da el acv y te perdemos —interrumpió el Polaco.
—Dejalo, que ahora empieza a chupar y lo tenemos que aguantar hablando de cuando importaba tornillos de Buenos Aires y ganaba guita y toda la parlatina —siguió Goñi con cara de contento.
Marcial acomodó la carne y las achuras sobre la parrilla, Rafa descorchó un vino, y por fin los cuatro quedaron sentados a la mesa.
En Miramar, y en esa zona en particular, había poca actividad, tanto así que varias viviendas de aquella cuadra se hallaban desocupadas, conque el movimiento por esas calles era escaso, sobre todo con las bajas temperaturas propias de la temporada.
—Hablando de esto de los laburos, —comenzó Marcial— yo me acuerdo de que hace unos cuantos años estuve en una empresa que para tomar a un empleado hacía un trabajo de inteligencia de la gran puta, casi como si fueran estos cosos de las películas, de los servicios secretos... cosa como de los gringos. La empresa era bastante grande...
—Claro, casi como la ferretería del Rafa, ¿no? —interrumpió el Polaco.
—No, che. Pero en serio. Te cagás de risa vos, que te quejás de un pibe... Ellos te hacían exámenes médicos, te sacaban sangre... todo... por el sida, vieron... exámenes de aptitud... psicológicos... esos test de mierda, de dibujitos... Después te hacían no sé cuántas entrevistas... entrevistas de todo tipo te hacían... Capaz que te ponían con un ñato que se hacía el macanudo, que te hablaba como si estuvieras en tu casa mirando la tele y tomando mate... campechano, el chabón... Y a vos, que querías entrar a laburar en la empresa, que estabas nervioso y preocupado, que por ahí necesitabas el laburo más que el agua... te ponían enfrente de un tipo que te hablaba boludeces, que te preguntaba del barrio... por ahí te tiraba algo de alguna minita de la tele, qué sé yo... de cualquier cosa. Un rato largo te tenía el chabón. Sentados vos y el tipo frente a frente... Por ahí vos esperabas que te hiciera una pregunta de trabajo, del trabajo para el que te iban a contratar y por el que te iban a pagar todos los meses y con el que iban a morfar tus hijos... Pero ¿sabés que no? La pregunta no te la hacía, che. Te seguía la cantaleta con cualquier huevada. Por ahí te preguntaba dónde quedaba tu casa, cosa que sabías que él ya sabía porque estaba en tu currículum... pero vos le contestabas igual, como si fuera la primera vez que lo decías. Y entonces él te salía con que tenía un pariente de la mujer, ponele, algún conocido que de puro pedo, y oh casualidad, vivía por por tu zona... un cuñado... y que por eso él conocía más o menos tu barrio... En eso te tiraba una intersección de calles, la dirección de un banco, de un bar al paso, de la estación de tren... y el hijo de puta se equivocaba a propósito en la data que te tiraba. Capaz que te preguntaba por una esquina que no existía porque las calles que te nombraba eran paralelas... cosas así. Y te decía todo eso para saber si estabas atento, para ver si te aguantabas concentradito y entonces le aclarabas que no, que esas calles no se cortaban, o si hinchado las pelotas le mandabas que sí o cualquier respuesta para salir del paso... o si eras un boludo que no sabías nada ni de tu barrio... Ahí quietito, el chabón, apoltronado en un sillón de escritorio de esos giratorios con respaldos altos... con cara de feliz cumpleaños y de punta en blanco, eso sí, bien pulcro, eh... Anotaba cada tanto en una carpeta que vos no podías pispear porque se iba a dar cuenta, y en eso cambiaba de tema, falseaba alguna pregunta para que pareciera que vos querías contarle algo y que él en realidad no te había preguntado nada, que se te había ocurrido a vos lo que le decías, y entonces se hacía el que estaba interesado en vos... como un amigo... Tan así las cosas, que un muchacho me contó que después de una de esas entrevistas se dio cuenta de que le había dicho de sí mismo cosas totalmente opuestas al fulano ese, que salías de esa oficinita sin saber cómo carajo te llamabas. Hasta que por fin... después... después de todas esas vueltas, después de que te tuvieron como bola sin manija hasta que ya te daba lo mismo si te tomaban o no para el trabajo porque no te acordabas de qué carajos era el trabajo... cuando lo único que sabías era el nombre de la empresa esa y te equivocabas y dormido la llamabas así a tu mujer... iban a tu casa. Cáguense de risa. A tu casa mandaban a alguien. Y vos tenías que abrirle la puerta y hacerlo pasar. Le abrías la puerta y el tipo se te sentaba en tu silla y vos le tenías que conversar. Tenías que hacerte bien el boludo, ofrecerle un té con masitas, o algo... predisposición... estar predispuesto, che, porque eso era importante: la predisposición del empleado. Pero atenti, que el tipo relojeaba tu casa como detective para ver lo que pudieras ocultar... tu personalidad... la realidad cotidiana de tu familia... o andá a saber qué carajos buscaría averiguarte esa gente, porque ellos buscaban el perfil compatible, podría decirse... porque, después de todo, la empresa era multinacional, ¿eh? Multinacional. Y de eso no te tenías que olvidar ni por putas porque con eso sacabas chapa después. Así te la vendían... con la importancia que representaba el mero hecho de laburar para ellos. Porque guarda que no agarraban a cualquiera... porque tenían visión de futuro... y toda esa parafernalia te tiraban encima.
Marcial hizo una pausa para encender un cigarrillo, y entonces se oyó la carne que se asaba lentamente a un par de metros en el suelo. El cielo estaba limpio. El viento, que llegaba desde el mar no tan cercano, movía el árbol perenne que cubría a los hombres y se llevaba lejos el humo del asado.
—Tanto lío para elegir a un empleado —dijo Goñi.
—Peor que este boludo la empresa esa —dijo el Polaco señalando a Rafa, que no decía nada.
—A todo esto, ¿vos qué hacías laburando ahí? —Preguntó Goñi.
—Yo estaba lo que se dice tercerizado: no era empleado, pero hacía algunas cosas administrativas. Estuve menos de un año. No me acuerdo bien del nombre... era una sigla, algo así como estarsa, restasa... sociedad anónima... Se dedicaban a los servicios de importación y exportación, transporte internacional... cosas así —respondió Marcial.
Rafa se levantó de la silla y caminó unos pasos hasta la parrilla. Sin agacharse estiró los brazos hacia abajo como para calentarse las manos, las frotó y volvió a estirar los brazos en dirección a las brasas. Quedó parado ahí en silencio. Tenía la cabellera enrulada y negra invadida por las canas de los años con dos entradas prominentes a los costados; su cara era más bien cuadrada, de nariz grande, ojos saltones, labios gruesos bajo un tupido bigote gris; su fisonomía en general propendía elocuencia y gestos vigorosos. Vestía una polera blanca bajo una camisa leñadora roja y azul, un chaleco de lana sin mangas también azul, y pantalones de jean y zapatos con cordones. Era un hombre ancho y alto, de gruesos brazos y pesadas manos, acaso excedido de peso. Anduvo los cuatro pasos hasta la mesa, agarró unas lonjas de longaniza y las comió de parado mientras escuchaba a los demás.
—Pero dejate de joder, loco. Si a mí me dan tantas vueltas por un laburo, los mando a cagar y busco otra cosa —insistió Goñi.
—Son cosas del mercado laboral... Ahora hay mucha gente para los puestos, viste, y cuanto más oferta haya, más se pueden dar el lujo de elegir. Y eso que lo que te cuento es de los años noventa... sí, de principios de los noventa te hablo —explicó Marcial.
—Yo creo que acá la cosa pasa más por el tipo, por la clase de tipo que es uno, y no tanto por el laburo en sí. Vendría a ser como lo del Rafa, que cualquier pendejo puede ir a hacer ese laburo, pero a él no le gustó la facha del pibe y la hizo corta —dijo el Polaco.
—Capaz que si este hubiera ido a ver cómo vivía el pibe en su casa lo contrataba para su galpón de ferretero amarrete —dijo Goñi otra vez contento.
—En ese momento se decían muchas cosas —empezó Marcial—, incluso que en realidad la empresa era una pantalla para lavar guita... que el laburo era de mentira, que todo era una especie de experimento de los gringos para después lavarle la cabeza a la gente... y no sé cuánta bola se corría por los pasillos de ese lugar, che. Vos fijate que después inventaron esa gilada del Gran Hermano, que encerraban a un grupo de vagos en una casa para ver qué pasaba, y de paso hacían unos buenos mangos con la tele... el morbo de la gente... porque después muchos querían ir a participar... encima de todo...
—Ah, bueno —interrumpió Goñi—, pero hay gente para todo, flaco, gente que se presta al manoseo de salir en televisión también, eh, y eso es otra cosa. No jodamos.
—¿Y qué diferencia hay en cuanto que te ponés a buscar un laburo? —le respondió el Polaco.
—Que en un laburo no podés ser pelotudo y demostrarlo, Polaco. Dejate de joder —dijo Rafa a modo de queja, aún de pie junto a la mesa.
Marcial fue hasta la parrilla, movió las brasas y dio vuelta las achuras con un tenedor. —Che, ya que estás parado, haceme un favor. Traete los platos y el chimichurri, que están en la cocina. Dale, que esto va como piña —le dijo a Rafa.
Rafa estuvo un rato en la casa. Fue al baño, al salir se detuvo en el comedor. Encendió el televisor y pasó por los canales de cable hasta encontrar el local, que mostraba la temperatura: nueve grados, ocho de sensación térmica. Lo apagó. Pasó por la cocina a buscar las cosas que le había encargado el otro.
—Te hablan de la esencia de la persona, que debe ser algo así como la personalidad, o el alma, o el perfil psicológico, la identidad... andá a saber qué será eso —decía el Polaco—, pero yo creo que de la persona, del tipo que anda por la calle... vos, yo, cualquiera, digo, de uno no es la esencia, la personalidad o como sea que se llame eso, si es que existe.
—¿Ah no? —cortó Goñi— ¿Y de quién es la personalidad? ¿Del gato?
—Pasa por lo colectivo... Un comportamiento general, viste, una cosa de la costumbre. Vos podés creer que sos de tal o cual manera, pero el que decide quién sos es el otro, los otros, el resto. Y vos te la morfás. Vos les enseñás a tus pibes a ser de una manera que coincida con lo que para vos es la sociedad, los demás, y un poco de esa manera es tuya por tus viejos y así. Pero las cosas van y vienen. Yo creo que cuando un tipo es un vago es porque alguna cosa le falta; si algo te falta, entonces no sos vago por elección ni por comodidad, sino justamente porque algo te resulta imposible, no importa qué sea, eh, como si te faltara una gamba o el oído, da lo mismo; pero igual estás condicionado por el resto a ser un vago de mierda, un inútil porque para el resto... los demás, el común de la gente que capta bien de bien la vagancia como una elección, como decir no voy al laburo porque no se me canta el culo y paso parte de enfermo, ¿no?, para un tipo que no ve que al otro le falta algo ese algo se convierte en intención... es justamente un abuso, una turrada o maldad. Entonces decimos que el otro es un vago de mierda y chau, ahí se termina hasta que el otro demuestre su voluntad —dijo el Polaco.
Rafa dejó las cosas sobre la mesa y se sentó en su lugar, algo de lo dicho había llegado a escuchar en el trayecto. —Ah, claro —interrumpió—, entonces según tu criterio, este pibe que yo saqué cagando va a ser un pelotudo desde que se creyó que para mí era un pelotudo...
—Algo así, Rafa —cortó el Polaco—. Es un pibe nomás. Imaginate que alguien ahora diga lo mismo del tuyo.
A Rafa le cambió bruscamente la cara, se le arrugó la frente y los ojos se hicieron enormes. No obstante tomó aire y un trago antes de hablar.
—No, querido. De mi pibe pueden decir cualquier cosa, cualquier huevada, pero no porque ande con el cuerpo mutilado como un convicto... Que igual los cago bien a trompadas... No... No es lo mismo, flaco. No es lo mismo. Cuidado.
—Digo que vos no tenés tacto para evaluar porque nunca saliste a buscar laburo, Rafa. A vos nadie te miró de arriba abajo ni te preguntó si eras bueno en tal cosa porque vos, como siempre decís, siempre fuiste tu jefe... Capaz que verías las cosas distintas —dijo el Polaco, y el otro respondió con un gesto de fastidio.
—Son todos una manga de vagos que hablan totalmente al pedo. Salud, eh —levantó el vaso Goñi con una sonrisa.
—A ver si dejan el chamuyo y comemos algo, pelotudos —interrumpió Marcial. Y la discusión se acabó ante el inicio de la comida. Un rato después apareció por la calle alguien de contextura pequeña y frágil.
Un hombre muy delgado entrado en años de cabello blanco andaba a pie y llevaba tomada por el manubrio una vieja bicicleta rodado 20. Usaba pantalones deportivos, zapatillas de lona y un pulóver rojo de lana fina. Los de la mesa hicieron, acaso no de manera intencional, un notable silencio cuando repararon en el otro.
El hombre de la bicicleta se detuvo. Una vez quieto bajo la iluminación de mercurio los otros pudieron verlo con mayor claridad.
—Buenas noches, gente. Disculpen la molestia, eh. Se ve que andan sufriendo el frío de esta linda nochecita —dijo el viejo de la bicicleta con una mano levantada y la otra aún aferrada al manubrio.
—Buenas noches —se oyó desde la mesa.
El viejo de la bicicleta quedó callado por un momento, como intentando distinguir algún rostro en particular de entre los comensales.
—Disculpen la molestia —repitió—. ¿No tendría alguno un inflador que me preste para la bici? Pasa que tengo una goma baja y estoy como a veinte cuadras todavía.
Los de la mesa se miraron entre sí.
—Un inflador, che. Quiere un inflador —dijo Rafa en voz baja, como si los demás no hubieran entendido la solicitud.
—De dónde voy a sacar yo un inflador —preguntó Marcial con el mismo tono confidencial que usó el otro.
—Un inflador. Un inflador, a ver. ¿Tenemos o no tenemos un inflador...? ¿Eh? —alzó la voz Rafa, reclamando atención.
—No, jefe. No tenemos. —Dijo Marcial.
—Qué macana... qué desgracia esta bicicleta —se lamentó el desconocido—. Igual gracias, muchachos. Buen provecho —y comenzó a alejarse a paso lento.
Hubo un nuevo silencio en la mesa. Rafa llenó su vaso de vino y acompañó con los ojos saltones la partida cansina del viejo de la bicicleta.
—¿De dónde voy a sacar yo un inflador? —repitió Marcial.
—Pobre tipo —dijo Rafa con los músculos de la cara repentinamente tensos—. Pobre tipo, che. Se debe estar cagando de frío —insistió.
—Podemos ofrecele un sánguche o algo —dijo el Polaco con la mirada en Marcial, que estaba como desentendido del hombre de la bicicleta y entonces levantó la vista y asintió con la cabeza.
—Jefe. Ey, maestro... ¡Venga! ¡Cómase un sanguchito! —Gritó Rafa, y se puso de pie sin soltar el vaso de vino.
El desconocido se detuvo y volvió la cara. Ya estaba a unos cuarenta metros. Desde su posición pudo ver junto a aquella mesa una silueta que lo llamaba a los manotazos. Marcial también se incorporó y le dijo algo que el otro no entendió, aunque sí que se trataba de una invitación.
Cuando el viejo llegó hasta la vereda el dueño de casa había ido a buscar una silla.
—Cómo les voy a decir que no, muchachos. Yo soy Carlos. Carlos Soria. Un gusto.
—Pascual —contestó Goñi.
—Rafael —le dijo Rafa, y le ofreció la mano.
El viejo dejó la bicicleta en la calle junto al cordón de la vereda y le estrechó la mano al otro, que aún no había vuelto a sentarse. La mano del viejo era flaca y muy blanca con las venas oscuras en relieve, y estaba fría. Cuando el grandote la apretó, sintió ese frío y la fragilidad del desconocido al que llevaba casi una cabeza de estatura y muchos kilos. La soltó enseguida.
—Bernardo. Mucho gusto, maestro. Ahí Marcialito le trae una silla —le dijo el Polaco desde su lugar.
La nueva presencia hizo que los hombres dejaran de lado los asuntos acaso más íntimos al menos por un momento.
Más allá del aspecto precario, Soria comía despacio y con delicadeza. Sus modales guardaban cierta elegancia. Las finísimas manos que asomaban de las mangas sucias y deshilachadas del pulóver rojo tomaban los cubiertos con cuidado, como palpando cada corte de carne. La expresión de aquella cara arrugada era la de quien escucha atentamente algo importante, como si el asunto de la comida fuera secundario. Apoyaba los cubiertos en el borde del plato para tomar el vaso de vino y beber a sorbos casi sin hacer movimientos con el cuello ni, mucho menos, ruido al tragar. Asentía con la cabeza al compás de las palabras ajenas y sonreía cuando los otros lo hacían, todo esto sin pronunciar más que algunos monosílabos a modo de aceptación.
—¿Y qué anda haciendo por acá, mi viejo, con el frío que hace? —preguntó Marcial al invitado.
—La bicicleta esta... bueno, en realidad es prestada, ¿sabe? No estoy acostumbrado a hacer viajes largos en bicicleta yo... pero es lo que hay.
Soria recorrió con los ojos claros las caras de los otros, una por una, y se detuvo en la de Marcial. —Muy rico el asado, mi amigo. Lo felicito —le dijo.
—Sírvase un poquito de ensalada, jefe —dijo Rafa señalando la fuente con la cara entera—. Tiene cebolla, eh. ¿Le gusta con cebolla? Porque vio que a algunos la ensalada con cebolla no les va... Ahí tiene, mire: lechuga y cebolla... con vinagre de manzana, una barbaridad.
—Sí, claro. Muchas gracias.
—Ah pero no sea tímido, jefe, eh. No va a andar esperando que le preguntemos. Haga de cuenta que está en su casa —le dijo el Polaco.
Soria se sirvió un poco de ensalada. Marcial abrió otra botella de vino y llenó los vasos.
—¿Es de por acá cerca? —preguntó Goñi.
—¿Sabe que no? No. Estuve un par de días en lo de un pariente. Soy de Buenos Aires.
—De Buenos Aires —dijo Rafa, como decepcionado.
—Muy rico el vino —dijo Soria mirando otra vez a Marcial, y bajó los ojos al plato para continuar con la ensalada.
—Así que de Buenos Aires. No me va a decir que vino en bicicleta, ¿no? —insistió Rafa, súbitamente interesado.
—Dejá de Joder, Rafa. Parecés policía —interrumpió el Polaco.
—No, bueno. Pero oíme. Es raro encontrarse con gente de Buenos Aires en esta época, Polaco. Pregunto de onda, che.
—Mi compadre me prestó la bici porque se hizo tarde. Él no tiene auto. Estoy parando en un hotelito cerca de la costa. En realidad tengo que hacer una diligencia en Mar del Plata.
—En Mar del Plata —dijo Rafa.
—En Mar del Plata... En Mar del Plata... Parecés pelotudo, Rafa —le dijo Goñi, y todos se rieron. Soria apenas rio también, como si quisiera acompañar a los demás.
—Igual me viene bien un poco de ejercicio... lástima la goma desinflada. En casa tengo una de esas bicicletas fijas con reloj y cuentakilómetros...
—¿Oia? Una bicicleta fija... con reloj. Mirá, ¿eh? Qué tul el amigazo —interrumpió Rafa. Y estallaron las carcajadas. Rafa no rio, tampoco Soria esta vez. Se instaló un nuevo silencio en la mesa.
—Che, no hay más soda —dijo Goñi.
—Andá y traete una de la heladera. Yo con el vino estoy bien —contestó Marcial.
Goñi fue hasta la casa. Rafa lo siguió.
—Che, ¿qué onda el viejo este? —le dijo a Goñi una vez que ingresaron a la cocina.
—¿Qué onda con qué?
—Cómo que con qué. Era un linyera, un zaparrastroso que daba lástima, y resulta que es porteño y tiene una bicicleta fija en la casa.
—¿Y?
—Nada, che. Nada. Dejá. Por ahí es un asesino serial nomás y somos todos boleta, pero lo importante es pasarla bien y darle de morfar —dijo Rafa, y salió como si estuviera apurado. Goñi lo siguió con un sifón en la mano.
—Una Toyota cuatro por cuatro. Me pasaron todas, la verdad. Cosa de Mandinga todo esto —decía Soria con un tono muy sereno mirando a Marcial, cuando Rafa y Goñi llegaron a sus lugares.
—Una linda chata, esa —dijo Marcial.
—Sí. Ni mil kilómetros llegué a hacerle... A mí solo me pasan estas cosas. Mala suerte. La remolcaron desde Mar Chiquita hasta Mar del Plata, me la tienen para ver si consiguen el repuesto. Tengo que volver a Buenos Aires a trabajar. Y quiero volverme en la camioneta —contestó Soria, y se sirvió otro pedazo de carne.
—¿No quiere que se lo caliente un poquito, jefe? —preguntó el Polaco.
—No. Muy amable. Gracias.
Rafa estaba ya en su silla visiblemente inquieto. Se llenó el vaso de vino y se puso a masticar un pedazo de pan. No había entendido bien la conversación que, al parecer, acababa de terminar. La reunión había caído en un pozo de modorra. Era tarde y el frío se hacía sentir. En el suelo las brasas apenas brillaban entre las cenizas.
—¿Cómo andan las cosas en Buenos Aires? —preguntó Goñi al invitado como para romper el silencio.
—Ahí andan. Ahí andan. Con salud, eh. El trabajo... la familia... bien —contestó Soria.
—Pero digo en general, el tema de la inseguridad y todo eso que sale en televisión, que la gente no tiene un mango —insistió Goñi.
—Y... la verdad... la verdad que yo mucho no me entero de todo eso, ¿sabe? Yo estoy tranquilo. El trabajo... la familia...
—Ah, pero acá... lo que se dice tranquilidad... acá es mucho más tranquilo que Buenos Aires. A ver si allá se van a armar así nomás una parrillita en la vereda con los amigos... Se habrá dado cuenta —dijo el Polaco.
Marcial se levantó y encendió un cigarrillo, dio dos pasos y apoyó la espalda recta en el árbol. Soria lo siguió con los ojos.
—¿Sabe lo que hago en casa para estar tranquilo? —le dijo— Una horita de bicicleta y después un baño con agua calentita en la bañadera bien llena. Con eso se van todos los líos del trabajo. Uno queda hecho un violín, vea. Bien llena la bañadera. Llenita, ¿eh? Y santo remedio.
—¿Vive en capital? —preguntó Marcial.
—En San Isidro.
Marcial se despegó del árbol y caminó hasta el medio de la calle, se subió las solapas del abrigo y se puso a fumar con una mano en el bolsillo, de espaldas a la mesa.
—Parece que mañana va a estar más frío que hoy, eh —dijo en voz alta, con la cara en el cielo, como si se dirigiera a alguien allá arriba.
—Se vino el invierno nomás —contestó el Polaco, masticando un escarbadientes.
—Ahora yo pregunto una cosa. ¿Se puede saber de qué trabajás vos? —le dijo Rafa a Soria, como un gato que salta. Todos, aun Marcial desde su lugar, le clavaron los ojos.
—En el Ministerio de Cultura.
—En el Ministerio de Cultura trabajás. Mirá vos.
—Es un buen curro ese —dijo Soria, sin prestar atención al tono áspero y a la expresión tensa, repentinamente enrarecida de Rafa—. Un buen curro... Me acomodó un amigo ahí. Se gana bien y se trabaja poco. Es el Estado, ¿vio?
—¡El Estado! —dijo Rafa y golpeó la mesa con las dos manos—. ¡El Estado, boludo! ¡Cómo no se nos ocurrió ser unos vagos de mierda como este sorete y trabajar en el Estado unos veinte años! ¿No cierto, Polaco? ¡La concha de su madre!
—Pará, Rafa —intentó el Polaco apaciguar la situación que se veía venir. Soria quedó congelado en su posición.
—A ver. Decime. ¿Veinte lucas? ¿Treinta lucas? ¿Cuánto te pagan por estar al reverendo pedo todo el santo día, hijo de puta? —le dijo Rafa.
—Pero no sé por qué me habla así, maestro... —contestó Soria.
—Cortala, Rafa. Ya fue, loco. Dejalo. Ponete las pilas. —le dijo Goñi, que estaba a su lado, y le agarró el hombro izquierdo.
—Y VOS CERRÁ EL ORTO. YO LE VOY A DAR A ESTE SORETE LA BICICLETA FIJA, EL HIDROMASAJE Y LA REPUTA MADRE QUE LO PARIÓ.
Marcial se acercó hasta la mesa y se paró al lado de Soria. Hizo una seña de manos a Rafa como para que se tranquilizara.
—AH NO. ESTO ES UNA COSA DE LOCOS. UNA COSA DE LOCOS, BOLUDO. INVITAMOS A COMER A UN ÑOQUI. SE NOS ESTUVO CAGANDO DE RISA EN LA CARA ESTE INFELIZ. EN LA CARA.
—Pará, che. No pasa nada —le dijo Goñi, siempre tomándolo por el hombro.
Rafa agarró el sifón, apuntó y disparó un fuerte chorro que empapó a Soria y salpicó a Marcial.
—TOMATELÁS, HIJO DE PUTA. RAJÁ DE ACÁ ANTES QUE TE REVIENTE TODOS LOS DIENTES.
Marcial tomó del brazo a Soria y lo ayudó a incorporarse.
—ANDÁ, RATA INMUNDA. ANDÁ A BUSCAR LA CAMIONETA A LA RECALCADA CONCHA DE TU MADRE. ANDÁ. RAJÁ DE MI VISTA.
Soria quedó empapado. Marcial le pasó un repasador para que se secara un poco mientras lo acompañaba hasta donde había quedado la bicicleta. Lo guiaba con una mano apoyada en la espalda y sin decir nada.
—Dale un vaso de soda, a ver si se calma un poco —le dijo el Polaco a Goñi.
—¿PERO VOS TE DAS CUENTA O NO TE DAS CUENTA? VINO HACIÉNDOSE EL MUERTO DE HAMBRE CON ESA BICICLETA OXIDADA. LES GUSTA DAR LÁSTIMA PARA PASARLA BIEN. CINCUENTA LUCAS LE DEBEN DAR POR MES POR NO HACER UN CARAJO... DE NUESTROS IMPUESTOS... ES LO QUE SIEMPRE DIGO... A ESTE VAGO... SOS UN CAGADOR. SOS UN CAGÓN. TE VOY A DEFENESTRAR EL ORTO, Y LA PUTÍSIMA MADRE QUE TE PARIÓ.
Rafa se tomó un vaso de soda de un trago y anunció que iba a orinar. El Polaco y Goñi lo siguieron mientras Marcial se despedía de Soria con unas pocas palabras a modo de pedido de disculpas. Después, cuando ya se estaban acomodando los cuatro en la mesa, que habían despejado de los restos de la comida, vieron aparecer el automóvil de Abelardo.
El hombre bajó con una bolsa de papel que contenía, se notaba a simple vista, una botella.
—Cómo anda la banda —preguntó.
—Qué hacés. Ya era hora de que llegaras. ¿No te dejó venir la patrona antes, che? Le dijo Goñi, y se paró, le estrechó la mano y lo besó en la mejilla. Los otros repitieron el mismo saludo corporal. El recién llegado ocupó la silla que había sido del viejo de la bicicleta.
—Miren lo que es esto. Me lo trajo mi cuñada del Freeshop —sacó de la bolsa la botella de un vodka ruso—; con esto matamos el frío y los microbios.
Los otros aprobaron contentos la ofrenda. Marcial fue a la casa a buscar unos vasos limpios.
—Che, podríamos ir para adentro, ¿no? Hace un frío bárbaro —dijo Abelardo.
—¿Frío? No sabés. Acá estuvimos un rato bastante acalorados. Y si no me creés, preguntale al Rafa —dijo el Polaco.
—No me hablés... qué hijo de puta, che —dijo Rafa—. Qué hijo de puta.
—¿Pasó algo?
—Nada. Vino un amigo del Rafa —se rio fuerte Goñi.
Marcial volvió con los vasos y los puso en la mesa. Abelardo los sirvió.
—No... es que la gorda andaba medio jodida y me quedé haciéndole la gamba con la comida —dijo Abelardo y se mojó los labios con el vodka.
—¿Está enferma? —preguntó Marcial.
—Mujeres, che... Esas cosas.
—Acá apareció uno a morfar. Contale, Rafa, dale, que era amigo tuyo —dijo el Polaco.
—¿Ah sí? ¿Quién vino? —se interesó Abelardo.
—Nada, che. Nada, que un paracaidista, viste, de esos que nunca faltan... —empezó Marcial.
—Un hijo de mil putas —cortó Rafa.
—Bueno, ¿me van a contar o no?
—Nada. Que pasó un tipo por la calle; pensamos que era un pobre gil que andaba cagado de hambre, viste... porque venía hecho un ciruja, mal empilchado... sucio, qué sé yo... y con el tornillo que hace... y resultó ser un chabón de Buenos Aires que se le jodió la camioneta nueva en Mar Chiquita y está acá de puro pedo esperando que le consigan el repuesto en Mar del Plata... gente de guita, viste... algo así. Y el Rafa acá se calentó... y bueno, ya sabés cómo se pone este loco —explicó Marcial.
—Venía haciéndose el pobrecito el muy sorete, Abelardo, no sabés. Con una bicicleta de mierda fea y oxidada venía —dijo Rafa, y la cara comenzaba a crispársele nuevamente.
—Pará, boludo. Pará un poco. No sería Pinina, ¿no? Porque justo me lo acabo de cruzar acá a unas cuadras y llevaba la bicicleta.
—¿Quién carajo es Pinina? —dijo Rafa.
—A ver. Avejentado. Flaco. Chiquito. Pelo blanco. Bicicleta rodado 20. Pinina.
—Sí, loco. Ese. Carlos, creo. Ese tipo estuvo acá con nosotros y este loco casi lo caga a trompadas —dijo el Polaco con cierto entusiasmo, y los demás asintieron.
—Ah pero ustedes son unos boludos de feria, flaco. Déjense de joder —dijo Abelardo, y soltó una carcajada.
—O sea que lo conocés —dijo Rafa.
—Todos conocen a Pinina. Bueno, todos los que más o menos tienen calle... no como ustedes, que encima se creen cualquier pelotudez que se les dice... ¡Pinina millonario! Ay dios. Se creen todo ustedes... No. Pinina... es un loquito... le faltan un par de jugadores... Dicen que quedó medio colino después de que murieron la madre y el hermano... se cagaron ahogando o algo así hace muchos años... Anda siempre por las paradas de taxis, ayuda a bajar a la gente, alguna vez vendió caramelos... un tipo de la calle... Vaya uno a saber dónde vive el pobre... creo que pasando la 41... Pero eso sí, eh, no jode a nadie ni anda en nada raro. En verano está en la terminal de ómnibus de valijero, vieron, esos que meten el equipaje en los buches de los micros... Carlitos, sí... pobre Pinina... ¿Y qué pasó con Pinina? ¿Eh? ¿Estuvo acá con ustedes?
Durante unos segundos nadie dijo nada. Bebieron un poco, como si se hubieran puesto de acuerdo. También Abelardo dio unos sorbos al vodka y se quedó callado acaso esperando alguna respuesta.
—Dijo que trabajaba en la Secretaría de Cultura, boludo. ¿Podés creer? —dijo Goñi.
—Ah, sí. Eso se dice... pero hace como veinticinco años... creo que servía el café ahí... antes de que los viejos se separaran, que después vinieron con la madre para acá... alguien contó eso alguna vez. La verdad, no me acuerdo bien —dijo Abelardo.
—¿Y por qué Pinina, che?
—Porque es puto, Rafa, chiquito y puto. Vos parecés los pibes.

Texto agregado el 05-12-2014, y leído por 1214 visitantes. (13 votos)


Lectores Opinan
07-03-2015 En otro orden, la historia es muy buena. Perdón, la historia es un tanto insulsa, la recreación es buena, tanto que te hace olvidar la historia insulsa. De hecho, es difícil no compartir la injustificada reacción de los personajes. El giro final buscando la vergüenza generalizada, si bien está lograda, no sé si llega a tener todo el alcance que pretende. Aún así, mereció la pena. Egon
07-03-2015 No recuerdo si lo indiqué ya en este mismo relato o en otro similar, pero a veces pone en boca de ciertos personajes un discurso no muy coherente con quien realmente se supone que es. Igualmente, los localismos, muy logrados, contrastan en ocasiones con el tono del narrador. Ya puestos, sería preferible mantenerlo. Egon
10-02-2015 Veo que tenés una gran habilidad para manejar estos diálogos y hacerme sentir que estoy presenciando este episodio. Quien sabe podría ser más corto y causar el mismo efecto, pero los diálogos se deslizan y disfrutan muy bien. Gracias por compartirlo. rene_ghislain
12-12-2014 ohhh! veo que lo subiste. Lo leí hace muuucho, ya te lo comenté :D Obvio que me gustó, como todo lo que escribes. tanag
 
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