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Inicio / Cuenteros Locales / Mariette / La Leyenda del Holandés Errante, capítulo 18.

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Capítulo 18: “La Muerte Alcanza a Sophie Van der Decken”.
Nota de Autora:
Primero que todo, queridos lectores, sé que no hay excusa posible, factible y reproducible que justifique mi irresponsabilidad en no actualizar en diez meses (¡ay, Señor, ha sido una tortura!). He estado desocupada y perdiendo mi tiempo, lo admito. La jornada escolar completa es un asco, una constante pesadilla. Primero, hay que ver lo que es levantarse temprano para estar de 8 am a 5 pm encerrada entre las mismas cuatro paredes haciendo nada… para mí el peor castigo de todos es levantarme temprano, imaginaos lo infeliz que soy.
Segundo, los profes al tener más horas para pasar sus materias, hacen de sus clases un fatal y lento aburrimiento, basándose en repasos de materias vistas literalmente, hace cinco años. Es un total relleno de trama. Tercero, no queda tiempo para nada, porque salgo súper tarde, llego a casa más tarde aún y me acuesto lo más temprano posible para estar medianamente coherente la mañana siguiente. Cuarto, los fines de semana mi vida cambia radicalmente; si en la semana no hago nada, para los fines de semana me mandan toneladas de tarea inútil sobre los mismos temas vistos desde Básica. Así que, no puedo escribir de corrido –menos publicar-, sólo en el cuaderno de borrador durante las clases.
Me da rabia como no tenéis idea: mis compañeros y mis profes me miran como una diosa del conocimiento –cosa que detesto que hagan, porque no lo soy- por mis buenas notas…. Algo muy fácil de conseguir en el ambiente mediocre en el que estoy inmersa -el cual realmente da asco y pena-: no me esfuerzo ni un cuarto de lo que es mi capacidad y obtengo notas excelentes; pero no he aprendido nada, porque no me enseñan nada nuevo.
Digo que no me esfuerzo nada, porque no estudio y no presto atención en clase, dedicándome a leer todo el día. De hecho, este año he leído más que ningún otro. Algunos de los libros que he leído son:
-El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey (el cual se ha tornado mi libro favorito… rayaré peor que con la Comunidad del Anillo).
-Breve Historia de los Vikingos (con datos muy curiosos, re buena la investigación que hicieron y muy ameno el relato… amo los nórdicos, he de decirlo… cultura fascinante como esa, además de los celtas y los mapuches, no he encontrado).
-Breve Historia del Rey Arturo (me dejó gusto a poco, se iba más que nada en las investigaciones por localizar y encontrar Camelot, pero de Arturo 40 páginas y era).
-Ana y la Sibila (primer libro sobre los romanos que me gusta… el autor realmente hizo un gran trabajo… logra un ambiente muy similar a Las Crónicas de Narnia, si tenéis parientes adolescentes y queréis culturizarlos un poco es muy recomendable).
-El Niño del Pijama a Rayas (es realmente de sobrada decir que lo leí, porque lo abandoné antes de la página 30… realmente no me gustó es lento y repetitivo…).
-Saga Las Crónicas de la Torre, es decir, El Valle de los Lobos, La Maldición del Maestro, La Llamada de los Muertos y Fenris el Elfo (excelentes libros, trama muy bien hecha, llena de sorpresas y detalles ocultos… magistral la narración. Las escenas de pelea un poco flojas, pero lo demás es excelente. Mi libro favorito de la saga fue Fenris el Elfo, es que…. Amé a Fenris, es sin duda alguna un gran personaje).
Y, además de leer, he escrito y dibujado un montón. Estoy ideando un Legendarium y he avanzado bastante redactando trozos de las distintas historias y poemas que lo componen y dibujando a los personajes. Me gustaría daros un adelanto, pero sería spoiler.
Bien, entrando en tierra derecha, el capítulo que escribiré a continuación (por continuación se puede entender días, semanas o incluso meses) es el más fuerte que he pensado y escrito hasta ahora. Es verdad, la muerte alcanzó a Sophie, pero no como os lo esperáis, sino que mil veces peor. Reitero, es un capítulo muy fuerte del cual no sé si salga cuerda… ya sabéis, es Sophie y su locura… a veces me pongo mucho en su piel y sus razonamientos torcidos me llevan…. Y en este capítulo se llevarán el protagonismo y la palma junto a los fuertes sucesos que habrá, claro.
Por eso el tema del capítulo es Bohemian Rhapsody- uno de mis temas favoritos, cuya letra e intensidad melódica me hacen enloquecer tanto como este capítulo lo hará-, de los fantásticos Queen.
Este capítulo está dedicado a Weissturner y va en agradecimiento a su amistad…. Sólo puedo decir que para mí es un excelente padre literario.
Sin nada más que decir, con vosotros, el día en que la muerte alcanzó a Sophie Van der Decken.

¿Es esta la vida real? ¿O es sólo fantasía llamando el tiempo de mi vida a su fin? No hay escape de la realidad. Abro los ojos y veo…
…Veo por primera vez la derrota, la culpa, el miedo, la desesperación. Me desespero, siento deseos de huir, pero la realidad me alcanza, me asfixia, no puedo huir de ella. Podría subir a la baranda y saltar, perderme en el agua y en menos de cinco minutos me habría borrado del mapa, pero no me da el coraje. No es que la baranda del HMNLS Seven Provinciën sea excesivamente alta y yo sufra de vértigo y que por eso me dé un pánico horrible saltar, no, eso sería lo de menos… es más, creo que sería mejor así, me merezco chillar de pánico, pero ¿acaso no lo estoy haciendo justo ahora? Oh, entonces me merezco sufrir aún más: llorar y chillar hasta que el miedo sea sólo un pasatiempo y la muerte parezca estúpidamente dulce, pero todavía no me parece así. ¿Debería eliminarme ahora? Sería una tortura morir y merezco sufrir, caer para siempre… quizá sea lo correcto.
Me acerco a la baranda. La aferro con las dos manos. Está helada, creo que el cubito de hielo con que chocó el Titanic estaba más caliente que la baranda. No importa. Vuelvo a afirmarme bien, no sea que me vaya de espaldas y no pueda subir… para luego caer. Un pie primero, otro después. Pierdo el equilibrio. Cierro los ojos, entonces tu imagen aparece frente a mis ojos. ¿Es que estando cuerda tu fantasma no va a dejarme en paz, mamá?... Me arrepiento, lo juro. ¿Sabes? No quiero seguir mirando, me da terror. Quiero saltar, sólo saltar. Abro los ojos, miro al cielo y veo… veo que no merezco que tu fantasma me deje en paz, veo que soy sólo una pobre chica que ha cometido un horrible error…
Caigo, me desvanezco. No siento fuerzas, ya el valor no es lo único que me falta para lanzarme y acabar con todo. Sólo una mano me une a la baranda y a la esperanza, ¿acaso merezco conservar esperanzas? Cierro los ojos, ya no quiero ver, quiero morir, sólo morir. Lloro, siento que lloro… digo siento, porque ya en cierta forma no soy yo y sólo percibo a lo lejos, muy a lo lejos, lo que estoy viviendo. Desearía estar loca, que esto no estuviese sucediendo más que en mi imaginación y tener la esperanza de algún día volver, despertar.
El capitán Van Allen y tres miembros de su tripulación presenciaban la escena desde una distancia prudencial, sin poder siquiera creer lo que estaba sucediendo. Eran hombres de acción y habían visto cosas horribles, pero eso no les era indiferente.
Al frente de ellos, a varios metros de distancia, con su mano derecha teñida en sangre, Sophie Van der Decken se aferraba a la muerte con la misma esperanza con que la gente se aferra a la vida. De rodillas, la cabeza inclinada hacia abajo y cubierta con el cabello desgreñado… esa era la imagen que la otrora fantástica Sophie Van der Decken tenía para ofrecerles.
-¿Dónde estás?-gritó entre desgarradores llantos la muchacha y el capitán Van Allen y sus hombres no pudieron evitar sentir una enorme compasión por la chica.
-Tengo miedo, ven-rogó llorando-. ¡Cómo quisiera que pudieras venir!-gimió.
Tuvieron que hacer enormes esfuerzos para evitar que los ojos se les llenasen de lágrimas. Sophie había recuperado la cordura al precio que hace que la mayoría de la gente la pierda por completo… era un precio demasiado elevado para una jovencita de su edad. La muchacha se dio cuenta de la mirada de los hombres y en un vago intento por conservar su dignidad gritó:
-¿Qué miran? Yo no necesito de su compasión-.
El corazón de los hombres se encogió al oír eso. La muchacha agachó nuevamente la cabeza y siguió llorando a los gritos.
-Mi capitán-inquirió uno de los hombres temerosamente, sabiendo muy bien lo que seguía.
-Proceda-contestó el capitán.
El marinero echó a andar hacia la adolescente seguido por los otros dos soldados, el capitán fue el último en tomar aire y encaminarse con el mismo rumbo.
Llegaron hacia Sophie sin que ella se diera cuenta. Los dos marines que habían permanecido en silencio la levantaron del suelo ante su pasmo, sosteniéndole cada uno de un brazo. Mientras tanto aquel que había hablado sacaba unas lustrosas esposas y su mandamás sacaba fuerzas de flaqueza.
-Sophie Van der Decken-comenzó el capitán-, quedas detenida bajo el cargo del delito de homicidio, en resolución serás llevada en custodia de este navío hacia tierras holandesas para tu juicio.
Las esposas se cerraron alrededor de las muñecas de Sophie con un sonoro “clanck”. La joven ni siquiera se debatió en las manos de sus captores, miraba fijamente al frente, en completa calma.
-Ejecúteme. Acabe con mi vida. Me lo merezco-pidió la chica con la voz ronca de tanto llorar y una profunda entereza que pasmó al capitán.
-No está en mis facultades hacerlo, señorita Van der Decken-dijo el capitán cuando consiguió rehacerse.
-¿No lo está? Es capaz de asesinar a miles de hombres en el Cuerno de África, ¿y dice que no es capaz de acabar con mi vida?-inquirió Sophie exaltada-. ¡Deme eso!-dijo al tiempo que intentaba quitarle el revólver a su captor, quien fue más hábil y no le dio oportunidad de acercarse.
Luego de un ligero forcejeo la muchacha se calmó, sumergiéndose en una total languidez. En el fondo de su alma, Sophie sentía que su razón iba y venía, a ritmos superlativos; y ya comenzaba a comprender que dondequiera que soplara el viento, impulsándola en la barca del destino, no le importaba; nada le importaba de verdad. Decidió entregarse a sus captores, pasara lo que pasara habría de morir algún día, ¿no? Vivir esa vida sería su calvario, su cuerpo sería sus barrotes y los años y la costumbre se cansarían de empuñarlos, de intentar librarse de ellos, dejando la determinación en el pasado, ni siquiera en el recuerdo.
-Andando-dijo el capitán Van Allen.
Sophie se dejó arrastrar suavemente por sus captores sin prestar atención a nada, lo único que le demostró que no estaba en cubierta fue que la suave y fresca corriente de aire se cortó, dando paso a un aire viciado del interior de la nave. Anduvieron por varios pasillos de la Cubierta A hasta llegar a la escalera que descendía al nivel siguiente. Los recuerdos se agolparon incluso en el rostro de Sophie.
“Sophie, no; no, por favor, Sophie, no… ¡Sophie, no lo hagas!”. Aún podía oír la sinfonía de gritos de una desgarrada voz femenina, un golpe seco en el frío suelo metálico. Aún podía ver el horror reflejado en su propio rostro y las puertas correr alrededor de sus ojos.
-Es el camarote de mi madre, ¿verdad?-preguntó deteniéndose de golpe.
-Así es, señorita-respondió el capitán con rostro contrito.
-¿Podría recluirme aquí?-preguntó Sophie.
El capitán se adelantó, sacó llave y abrió la puerta.
-Adelante, señorita-dijo.
Sophie entró con paso cansino y miró de un lado a otro. El capitán la soltó de sus amarras, salió de la habitación, echó llave. Y lo último que sintió Sophie antes de caer en la vorágine de las memorias fue los pasos de los marines alejarse por el corredor.
Mamá, solamente te he asesinado… Creo que las lágrimas comienzan a correr por mis mejillas. Puedo sentir mis dedos enredarse en el filo, cortarse, la sangre correr… y es horrible. Mis dedos en el arma y tú ya estás muerta. Mamá, la vida ha recién comenzado, pero he enloquecido y lo he echado todo a perder. Mamá, puedo jurarte que no es por verte llorar, que desearía no haberlo hecho. ¡Oh, por Dios! Siento cómo se me nubla la cabeza… ya he sentido esto antes, puedo reconocerlo. No quiero reconocerlo, quiero que se vaya…. No quiero morir, pero sé que no tendría que haber nacido jamás. Sé fuerte, mamá…. Perdóname… Perdóname… Se fuerte, sigue adelante… ya nada más importa, sólo seguir adelante.
¿Puedo llorar en tu hombro? Eres comprensiva, sé que me dejarás… sé que me perdonarás, pero, ¿lo merezco? Quiero merecerlo, por hoy, sólo por hoy.
En medio de la penumbra yacía el cuerpo inerte de Aliet: sangrando, fría, con una expresión de horror y pánico en el rostro. Sophie, con la culpa mordiéndole el cuello, se dejó caer de rodillas al lado del cadáver de su madre y le aferró la mano derecha.
-Perdóname-dijo en voz alta, gimoteando, llorando. Le besó la mano y la bañó con sus lágrimas.
Se tendió al lado de Aliet y se abrazó a ella, colocándose boca abajo, con los labios sobre el hombro frío y cetrino de su madre. Siguió llorando hasta que el silencio reinó en el camarote…
… La luz del frío sol otoñal se filtraba a raudales por la cortina del cuarto de Sophie Van der Decken. La muchacha dormía, tranquilamente, en su cama, sin dar más señales de vida que una suave respiración que hacía que la colcha subiese y bajase de forma rítmica. Se escucharon pasos apresurados por la escalera de madera de la casa y, de repente, la suave nube que cubría la consciencia de la muchacha se descorrió, sin embargo, no llegó a abrir los ojos…
No voy a ver, he decidido que no voy a ver. Ya no quiero ver, no quiero, no puedo. Desde hoy eso me alejará del mal… si yo no veo, no podré saber que está aquí. Tampoco quiero ver la luz del sol, no puedo verla, me hace daño, mucho daño. Me recuerda que papá no está aquí, que no volverá, que se fue y que murió. ¡Morir! ¡Qué horrible! Ojalá pudiese volverlo a ver… no, no puedo desear eso.
-¡Suzanne!-.
Oh, no, es el fantasma, mi madre está aquí otra vez.
-¡Suzanne, ven!-.
Vuelve a gritar. Sus chillidos del infierno me ponen de malas, peor que a Ivanna, lo cual ya es terrible. La puerta se abre, oh, no… Siento sus pasos en el piso, uno, luego otro; pasan segundos infinitos, el tiempo parece no correr, ¿será que me ha llevado con ella? ¡No! ¡No! Me desespero… Mantén la calma, Sophie.
-Hija, ¿ya estás despierta?-pregunta con un tonito burlón.
La siento sentarse al lado mío en la cama. Inspiro aire… no, ya no puedo respirar, no voy a respirar. Si respiro notará que estoy con vida, que aún vivo, y no va a detenerse hasta que me haya llevado junto a ella al infierno. Por mi culpa murió papá y ella cayó… no va a detenerse hasta que se vengue de mí.
No voy a moverme. Ninguna fibra de mi cuerpo se mueve. Tampoco respiraré, no abriré los ojos. Será como si estuviese muerta. Muerta… qué horrible… Pero debo hacerlo, quizá así se tranquilice y deje de molestarme.
-Señora Aliet, no se mueve… Debe hacer algo-dice Suzanne.
Suzanne… ya ni siquiera cuento con ella, se ha unido a ese maldito fantasma. Ni siquiera puedo confiar en ella.
-Ven conmigo, Suzanne-dice el fantasma.
Aguzo el oído y siento cómo ambas se van y cierran la puerta. No pasa mucho el tiempo y oigo pasos otra vez.
-Señorita Sophie-canturrea Suzanne.
De seguro cree que con eso va a lograr engatusarme, ¿tan tonta fui en el pasado?
-Le he traído desayuno-canturrea otra vez.
¿Desayuno? Genial… ahora los venenos del demonio reciben nombre de desayuno… Se sienta al lado mío, de seguro cree que el aroma y la tentación harán el resto y que con eso mi madre me tendrá a su merced, sin voluntad alguna. ¿Dije “merced”? Creo que me tragué un diccionario… ¡Dios mío! ¡Qué rico huele! Son tostadas, café y creo que galletitas de chocolate. ¡No! ¡No puedo! Si lo hago, moriré, seré de ellos. Me contengo y, al cabo de un rato, se rinde. Se para y abre la puerta.
-Nada, señora Aliet. No reacciona-dice con voz gastada.
El fantasma entra nuevamente, su aire siniestro lo inunda todo.
-Creí que con el aroma iba a reaccionar, que iba a comer algo, siquiera-dice con acento de fracasada.
¡Ay, Suzanne! ¡Cómo si no me hubiera dado cuenta! Al parecer tus neuronas son menos por cada año y, venga, que ya son más de sesenta…
El fantasma se sienta en una banqueta. Me da un calambre… quiero gritar de dolor, pero no puedo. Quiero recoger la pierna, pero no puedo. Quiero siquiera apretar los ojos, pero tampoco puedo hacerlo.
-Ella cree que soy un fantasma-dice el espectro con su voz de ultratumba, gutural, horrible.
¿Creer? ¡Por Dios! Eres un fantasma… no hay nadie a quien engañar…
-¿Un fantasma?-pregunta Suzanne, siempre tan lenta de entendederas, como si ella no lo viera…
-Sí, un fantasma-dice el espectro con voz frustrada, casi triste.
-Pero, ¿por qué un fantasma?-insiste Suzanne.
¡Por Dios, Suzanne! No hay necesidad de fingir, no hay que jugar a las escondidas cuando tienes al otro jugador al frente.
-¿Sabes por qué llegaste aquí, Suzanne?-pregunta el fantasma.
-Porque la casa era un chiquero cuando llegué, necesitaban alguien que limpiara-dice la nana escandalizada, para ella todo se reduce a un plumero y una escoba.
-Ojalá fuese sólo eso. Hace diez años, tres días antes de Navidad, Niek se embarcó en una misión, una de las primeras de la Zeven Provinciën en Somalia. El día 22 por la tarde nos sentamos con las niñas a ver la televisión, estaban dando un programa que a ellas les gustaba, cuando de repente hubo un comunicado del noticiero que decía que la caja negra del barco en el que viajaba Niek había salido del alcance de la central. Seguimos mirando la tele, no me atreví a explicarle a las niñas qué pasaba, aunque ellas debieron de haber presentido que era algo muy malo, porque repetían “¿Papá, papá?” mientras señalaban la pantalla con los deditos. Una media hora después salió otro comunicado que decía que lo habían encontrado hundido y que todos los tripulantes o ya los habían encontrado muertos o estaban desaparecidos, Niek estaba entre los desaparecidos. Siguieron buscando toda la noche y, en la mañana del 23, cuando estábamos tomando desayuno, vino un comandante de la fragata. Le pedí a las niñas que se fueran a su pieza, pero ya conoces a Liselot, se las arregló para venir con sus hermanas a oír a escondidas y, ¿sabes lo que me dijo el comandante cuando se suponía que las niñas no tenían que estar, no tenían que oír? Me dijo que Niek estaba muerto-.
-¡Pero señora Aliet! El señor apareció al final, yo tuve el gusto de conocerlo-.
¡Ay Suzanne! Usa un poco la cabeza… es obvio que mi papá sobrevivió luego…. Maldito fantasma, por su culpa me estoy inundando por dentro. Soy una montaña y hay dos ríos enormes, pero esos ríos son mi condena. Cuando estoy triste esos ríos corren y avisan a todos, pero si ahora corren el fantasma sabrá que estoy viva y no puede saberlo. Pero hubo un terremoto y ahora los ríos están corriendo hacia adentro, puedo sentir cómo mi cuerpo se moja. Estoy llorando por dentro y cada parte del interior de mi cuerpo está estilando. Esos recuerdos son demasiado fuertes como para enfrentarlos.
-Niek sobrevivió… llegó luego de Año Nuevo. Pero, ¿sabes lo horrible que fue pasar esa Navidad con las tres niñas sabiendo que su padre estaba muerto? Por eso llegaste aquí, Suzanne, porque descubrí que era demasiada la presión para mí-.
Suzanne no dice nada… parece estar muda, creo sentir cómo llora. ¡No! ¡Ahora me inundaré por dentro y por fuera! ¡No hay salvación! Pero si me muevo, si corro, si respiro, el fantasma lo notará. Me voy a ahogar…
-¿Recuerdas lo que pasaba con Sophie cada vez que Niek se iba?-pregunta el fantasma.
-Era terrible, señora. Gritaba, chillaba, pataleaba, lloraba…-.
-Era horroroso. ¿Recuerdas cuando había que ir con ella a un funeral? Se quedaba en estado catatónico cuando había que despedirse del difunto en el ataúd. No podía moverse y temblaba de pies a cabeza, y cuando podía moverse salía huyendo y lloraba al grado de que había que salir de ahí. Ella siempre creía que su papá iba a morir en las misiones, le escondía las cosas para que no fuera, le decía incluso al despedirse cosas como…-.
-…No te vayas y no te mueras nunca-interrumpe Suzanne.
-Le tomó un pánico horrible a la muerte. Esa Navidad sin su papá fue terrible-.
-Quizá…-se atreve a decir Suzanne, su primer pensamiento coherente, pero se traba por mero respeto a la mitad.
-Anda, dilo, Suzanne, con confianza. Quizá el último tiempo que estuvo cuerda le parecí un fantasma… yo estaba muerta en vida-.
¿Parecer un fantasma? Anda, ya te moriste… ¿Cuerda? ¿Yo loca? ¡Ay, por Dios! Y se supone que Suzanne seguirá jugando este juego…
-Le tomó miedo a morir y a la gente muerta… bueno, a los muertos quizá no tanto como miedo, pero sí le daban mucha pena-.
-Y al agua, señora Aliet-interrumpe Suzanne.
-¿También lo recuerdas? ¿Recuerdas la clase de natación? Fue un desastre…-.
Sé que siguen hablando, puedo percibir a lo lejos la voz del fantasma, de ese espectro demoniaco. Pero ya no oigo lo que dice. El agua me cubre. Sólo escucho el sonido del agua, las olas van y vienen, chocan en mi cabeza y se alejan para chocar en las paredes. Siento todo mojado, siento como si me hundiera. Sólo puedo escuchar eso. ¡Oh, no! ¡El agua va a cubrirme la cabeza! ¡No puede ser! Empieza a entrarme en la nariz y vuelve salada el agua de mis ríos. Mi mundo comienza a cambiar, se acerca a la destrucción y no puedo moverme. No puedo hacer un terremoto, eso alertaría al fantasma. El agua zumba en mis oídos y ya no oigo nada. Comienzo a adormecerme. Ya no le tengo miedo a la muerte… Moriré ahogada, ¿qué peor?...
…Sophie despertó cuando el agua comenzaba a cubrirla y ahogarla con un sobresalto, dando en la cuenta de que todo había sido un sueño. Sus manos atolondradas fueron a dar contra el cuerpo frío de su madre, empapado de su propio sudor frío, mojando la piel que se perfilaba ya cetrina, amarillenta, a la luz de los pocos rayos de la luna que entraban por la ventana del camarote.
Jadeando de pavor se sentó a horcajadas, al lado del cadáver de Aliet. Jadeando de terror intentaba mantener su mente en el presente, mientras que las palabras se arremolinaban en su consciencia y los recuerdos difuminaban la delgada línea entre el ayer y el hoy.
-Retírate… déjame a solas con mi hija-dice el fantasma con una voz fingidamente dulce.
-Sí, señora Aliet-dice Suzanne haciendo caso en el acto… siempre fue una total inocente.
La puerta se cierra tras Suzanne, sus pasos se alejan taconeando esos viejos zapatos negros y, cuando ya es imposible escucharla, el fantasma se pone nuevamente de pie, taconea disfrutando el paso del tiempo, de los segundos inolvidables y horribles que transcurren. Se acerca a mí y me jala de los hombros hacia arriba. Siento que respiro; entonces un fuego horrible, un humo maloliente, asqueroso, lleno de podredumbre, comienza a carcomerme. Primero es un leve calor, luego las quemaduras son insoportables y los bosques comienzan a arder en llamas, ardo en llamas. El fuego se eleva, me intoxico en el humo. Las quemaduras son horribles. Podría sumergirme de nuevo en el agua y las quemaduras se apagarían. Se apagarían para siempre… Pero no puedo… si me sumerjo en el agua sabrá que vivo.
-Sé que estás viva-dice con su voz espectral-. Sé que no has muerto… Aunque intentes hacerme creer lo contrario, no olvido mi venganza. Te quemas, ¿verdad?-me aprieta con más fuerza-. ¿Deseas el agua, verdad? Pues bien, yo te daré agua… desde hoy vendrás conmigo a vivir al mar. Caerás, caerás, caerás. Odiarás el agua, sentirás que te ahogas, pero no podrás morir… desearás hacerlo, pero no podrás. Porque, ¿sabes una cosa? ¡Te maldigo! ¡Desde hoy y contando te maldigo! Querrás volver incluso al fuego o morir de una vez, pero no podrás, porque tendrás primero que sufrir todo lo que sufrió tu padre al morir, toda la culpa de Liselot y mi dolor… y no sólo eso, estarás condenada por una eternidad a buscar su cuerpo y traérmelo a mí, si no lo buscas, el ahogo será suficiente como para hacerte enloquecer. Nos subimos al Zeven Provinciën esta misma tarde, zarpamos y que la justicia esté de mi lado-…
… La mente de Sophie volvió de repente a la realidad y el terror se apoderó de ella. Ahora podía recordar cada palabra que su madre había dicho y podía recordar también cómo su distorsionada razón las había torcido una a una. Aliet sólo había querido ir en busca de Niek, sin saber si él estaba vivo o muerto, con una cruda certeza en que él estaba muerto. Encontrarlo vivo, creía ella, era lo único que devolvería a Sophie a la normalidad… y la propia Sophie había echado todo a perder…
Esa misma tarde habían zarpado con ayuda del capitán Van Allen, dizque Aliet había insistido una y un millón de veces desde que se hubiese enterado de la desaparición de Niek y Liselot, y que, además, Van Allen hubiese descubierto unos vestigios del Evertsen supuestamente con el radar del Zeven Provinciën.
Sophie miró a su madre de nueva cuenta…
-¡No, Sophie, no!-aún podía oír los gritos resonar en sus oídos, podía sentir la desesperación de su madre, podía sentir entre sus dedos el frío metal del cuchillo, podía aún esforzarse en enterrarlo cuán profundo pudiese y podía percibir el metálico aroma de la sangre, sangre roja, sangre fresca, manando del cuello de su progenitora. Podía ver el terror en sus ojos, podía ver su figura enloquecida reflejarse en esos ojos.
Una lágrima rodó por la mejilla de Sophie: lo había perdido todo, todo en la vida… y a su madre se lo había quitado todo.
Todo había comenzado hace tres horas atrás, cuando el Sol aún brillaba en el desteñido cielo otoñal. Aliet entró en el camarote. Tomó amorosamente las manos de su hija, la destapó y le colocó el abrigo sobre los hombros. Dijo algunas palabras, sin embargo en la mente de Sophie el fantasma dijo unas completamente diferentes.
-Vamos a cubierta, hija, el aire fresco te hará bien. Ahí nos espera el capitán Van Allen para darnos noticias de tu papá-dijo con ternura.
-Ven a cubierta, es hora de que Van Allen y yo te mandemos a buscar noticias de tu padre-dijo el fantasma.
Pero Sophie no perdió la oportunidad. Podía sentir el pavor apoderándose de cada una de sus venas. Era el miedo que necesitaba para que el frenesí y el valor le nublasen la vista y pudiese acabar con ese fantasma de una vez por todas, sino, no lo haría jamás. Llevaba días maquinando la idea sin dar señal alguna de vida.
De improviso, metió la mano en su pantalón de dormir, extrajo un cuchillo que había conseguido escamotear, apenas sí una fina daga. De improviso, lo dirigió hacia el brazo del fantasma.
Los gritos se confundían en sus oídos, eran una sinfonía irresistible. El espectro intentó quitarle la daga, rasguñarle con sus garras infernales. Le mutiló la mano derecha. Su madre intentó acariciarle el rostro embravecido, le cortó la muñeca izquierda.
Aliet dio unos pasos al frente que le valieron sendos cortes en los tobillos.
-¡No me mires!-gritó Sophie, sintiendo los furiosos ojos blanquecinos del fantasma observarle con su estampa maldita.
Acto seguido apuñaló cada ojo. Sin embargo, el espectro aún respiraba, sacaba tentáculos, brazos, sólo podía matarle para ser libre. Le apuñaló el cuello, pero dio en la cuenta de que no podía cortarle la yugular, sólo veía pútrida sangre. Le apuñaló el pecho.
-Sophie…-jadeó Aliet.
-Maldita…-gimió el fantasma.
Sintió cómo la mente del espectro aún no moría, cómo formulaba otra maldición. Tenía que darle muerte antes de estar maldita. Con todas sus fuerzas tomó impulso, apretó el cuchillo con ambas manos y lo clavó en la frente de su madre, quien cayó muerta en el acto.
-¡La maté!-celebró Sophie.
Entonces, la vocecilla cuerda que había en su interior dijo:
-Los fantasmas ya están muertos, ¿cómo pudiste matar uno?-.
La duda se apoderó de su ser, más era curiosidad y una fina hebra de temor enredándose en su corazón. Entonces aquella voz decidió consumar sus palabras venenosas:
-¿No será que siempre estuvo viva y tú no quisiste verlo?-preguntó.
Lo que sigue se puede definir como un terremoto. Trozos de paredes cayendo. El plateado espectral se transforma en los colores del atardecer entrando por la ventana. Los ojos ya no son blancos, sino teñidos en sangre. Su madre ya no es un espectro del demonio, sino que vuelve de súbito a ser su dulce madre, con la huella del terror teñida en el rostro. Las cortinas que cubrían su razón se descorren y quiere huir, siente deseos de huir. Entran en el camarote Van Allen y tres hombres más, probablemente alertados por los gritos de Aliet. Entonces aprovecha la confusión y corre, sencillamente corre.
Mi consciencia regresa al presente. La luna está en lo alto. ¿Dónde estará Ivanna? Ojalá que haya sido más valiente que yo… bueno, siempre fue un hueso más duro de roer. Mamá, perdóname… perdóname por ser un error. Tomo el cuchillo, no sé cómo no se lo llevaron, ¿es mi idea o en la Marina son todos unos ineptos? Ineptos útiles, por lo demás.
Me corto la mano derecha para no volver a aferrar un futuro. Me mutilo la izquierda para no cometer malas acciones otra vez y que la locura no me vuelva a llevar. Ambos tobillos me los corto para no andar una vida que no merezco. Me perforo el hombro derecho para no tener la fuerza de dañar a nadie más en lo que me queda de vida.
Podría quedarme así y desangrarme, mamá… no tardaría en morir, pierdo mucha sangre. Pero entonces te miro y tu imagen me aterra. Entonces me ensarto el cuchillo en los ojos. La ceguera, la sangre y el pánico me dominan. Entonces no puedo más. Me armo de valor y me paso el filo del cuchillo por la garganta, cerca de la barbilla, de forma horizontal y, remato, en la yugular derecha. Todo se va a negro…
La puerta se abrió y la bandeja con la cena recién servida y humeante cayó a los pies del grumete.
-¡Capitán, capitán!-gritó. En ese camarote había dos cadáveres en vez de uno: Sophie Van der Decken se había suicidado y yacía sobre su madre…

Texto agregado el 10-12-2014, y leído por 107 visitantes. (1 voto)


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