Caminando por el costado de la avenida miro con atención tantos detalles que antes se me escaparon: las columnas enmohecidas de la iglesia, las palomas que bañan sus alas en la pileta e impetuosas gritan su felicidad a los cuatro vientos. Miro el perro vagabundo que ha aprendido a sobrevivir e inteligente espera el verde para cruzar la calle y entre todo este pulso de vida yo, yo en la vida y con la vida continúo mi camino.


En la vía, observo hacia el interior de la cabina de una destartalada camioneta. Una familia sonríe feliz. La mujer mira con frecuencia su preciada carga. Una enorme caja de cartón con la leyenda “refrigerator”. Refrigerator- un refrigerador para conservar mi corazón. Sigo caminando a paso lento, los colores del mundo son tragados por mis ojos. La verdad no quiero llegar a destino, pero es irremediable. Subo los peldaños de entrada del alto edificio e ingreso al ascensor. Decidida presiono el número 7. Los sonidos me elevan, mi alma se hunde y mi pulso se acelera llevando adrenalina a cada espacio de mi ser y mi corazón, mi pobre corazón apretado piensa en el refrigerador. Salgo al pasillo, mis tacos resuenan. El eco llega a rincones inaudibles para mi… es mi huella, pienso.


Siento miedo. Toco el timbre. Ante mí una puerta se abre hacia un espacio familiar, visitado por ya eternos dos años. Me reciben aromas conocidos. También la sonrisa de Geraldine, una dulce asistente que siempre lleva sus uñas muy bien cuidadas. Me dice que tiene algo para mí. Recibo el sobre… lo abro lentamente…el papel se despliega, mi vista borrosa se aclara como si estuviera ante un campo lleno de flores: “negativo para células neoplásticas malignas,” y entonces… todo vuelve a ser como debe.




M.D