Pude por fin ser libre. Comencé a experimentar como muy lentamente, mi alma se iba separando de mi cuerpo, y ascendía. No alcanzaba a comprender el porque de aquel fenómeno tan extraño, pero la verdad es que tampoco me preocupaba mucho que mi mente fuera capaz de entenderlo o no. Si supe que aquello solo podría ocurrir una vez en mi pequeña, limitada, insignificante existencia, y por lo tanto me dispuse a disfrutar de ello en toda su plenitud.
Invadido por la euforia que me proporcionaba la ingravidez, fui elevándome mas y más. Conforme lo hacía, las penas, las preocupaciones, todo escapaba de mí, y solo una corriente de paz y de tranquilidad se adueñaba de mi ser. Abrí mi mente, intentando que todos mis sentidos fluyeran desde dentro hacia fuera, deseando beber de aquella fuente de energía. Podía escuchar el canto de un ruiseñor a kilómetros de distancia, admirar la belleza de una rosa. Al mirar hacia el frente, divisé la línea donde como en un abrazo eterno dos amantes, cielo y mar, unían sus fuerzas. El mar, la tierra, iban quedando muy por debajo de mí, y por encima, solo la cúpula divina podía poner límites a mi sensación de libertad.
Volé y sentí el azote del viento sobre mi rostro, aspiré su aroma, un aroma de paz, de tranquilidad, de calma en movimiento, una sensación nueva que añadir a todo cuanto en aquel momento me estaba sucediendo. Mi cabello se agitaba, abrí los ojos y los rayos de sol, en lugar de herirme, me proporcionaron una sensación de calidez increíblemente bella, una sensación de armonía de mi ser con todas las fuerzas vivas de la naturaleza..
Allí arriba mientras volaba, todo carecía de importancia. Todos esos problemas que hasta hacía escasos minutos habían encogido mi corazón y atormentado mi mente, ahora parecían haberse difuminado, era como si no existieran, o acaso de existir, como si su importancia hubiera quedado ridiculizada ante la explosión de júbilo que sentía dentro de mí.
En aquel mágico momento era un ser superior, muy cercano al ser supremo de la creación. Podía recorrer miles de kilómetros en solo unos segundos, podía no volver nunca más a mi condición de ser humano. No volver nunca más, aquel pensamiento me sedujo, permanecer para siempre en aquel estado de paz conmigo mismo, de serena embriaguez y decidí que valía la pena intentarlo.
Intenté desplegar mis manos, para tomar un nuevo impulso que me llevara mucho más lejos aún, hacer que nada ni nadie pudiera hacerme regresar, pero entonces algo sucedió, mis brazos no obedecían a mi mente, intenté volver a alzarlas y vi que mis intentos resultaban baldíos. De repente me sentí muy pesado, cansado, toda aquella atmósfera a mi alrededor había desaparecido y empezaba a caer, a caer muy deprisa, como si el peso de mi alma se hubiera convertido en una carga imposible de llevar, como si todo mi cuerpo se hubiera hecho de plomo y tirara de mí con una fuerza inusitada.
Abrí los ojos y miré a mi alrededor, seguía tumbado en aquella cama, encerrado entre aquellas cuatro paredes, y mis manos continuaban atrapadas dentro de aquella camisa de fuerza, la enfermera estaba a mi lado, e intentaba decirme algo que yo no escuchaba. Solo deseé volver a cerrar los ojos.


Jayro, Junio de 2.002