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Inicio / Cuenteros Locales / Mariette / La Leyenda del Holandés Errante, capítulo 23.

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Capítulo 23: “Y Serán Herederos del Mar”.
Nota de Autora:
¡Ahoi a todo el mundo! ¿Cómo estáis vosotros? Yo estoy bien, con mucho calor por acá –treinta y tantos grados en la escala Celsius-. Estoy re-feliz por los comentarios que he recibido por el capítulo 21, hacía poco más de un año que no recibía comentario alguno y, más que mal, eso mella hasta el más fuerte de los ánimos.
Pues, no pienso rellenaros más con mis asuntos de escritora de vacaciones. El tema del capítulo es Vikingos, de la genialísima banda española de Power Metal Tierra Santa –a la cual realmente admiro-. El título de este capítulo se basa en un verso del coro –específicamente el verso que canto… grito… con más ganas- el cual está lleno de emoción y épica. Saludos desde Chile.

El día pasó lentamente y la noche finalmente cayó. La luna se levantó en el cielo, rodeada por su séquito de estrellas. La medianoche llegó y los folios cambiaron al unísono al día 05 de enero de 1719. La noche siguió andando. El viento corría, era una buena fortuna que ese fuese el invierno del Caribe.
Hacía horas que Liselot se había marchado a dormir, sin embargo no podía hacerlo. Se daba vuelta de un lado a otro. La excitación de esa jornada no la dejaba descansar en paz, la preocupación por Ivanna de mutilaba y las dudas por el futuro la condenaban.
Aún no había revisado The Queen of Sea. Sólo sabía que era un barco mercante, de origen británico y capitaneado por un tal Jones. ¿Qué transportaba? Misterio. ¿Hacia qué puerto iba? Más misterio. ¿Por qué la Armada Británica no custodiaba el barco al momento del ataque? El misterio crecía en grado superlativo. Eso olía irremediablemente a estafa. Sin embargo, Ivanna la necesitaba y no podía perder esa exclusiva oportunidad de ir en su ayuda… después de todo, si el plan estaba bien pensado, nada podía fallar.
Por primera vez en tres años extrañó a Naomie. No porque le quisiera ni porque le agradasen sus ideas, sino porque siempre la orientaba por el camino que necesitaba ir. Por primera vez en tres años pensó que era necesaria. Por primera vez en tres años deseó tenerla ahí presente, con su voz irónica, su mohín burlón y sus palabras sabias diciéndole qué era lo que tenía que hacer.
Pensó que, pese a lo mucho que la odiaba por estar detrás del aciago destino de su familia, lo mejor en ese momento era hacer una tregua. Se paró de la cama y caminó hasta la ventana. Se sentía ansiosa. ¿Qué diría al cabo de tres años de mutuo silencio? ¿Tres años en los que ella había olvidado a Naomie y Naomie parecía haberla dejado de lado? Caminó hasta el centro del camarote.
-Naomie-dijo con voz suave, imperante, pero nunca fuerte-, aparece-.
Esperó unos momentos, unos instantes que parecieron eternos. Sin embargo, nada sucedió. Sólo podía sentir el viento repiquetear contra el casco metálico de la nave. El aire no se enrarecía, no se escuchaba una voz. No sucedía absolutamente nada. Sintió cómo la frustración y la ira acometían contra ella. Hizo de tripas corazón y continuó.
-Naomie, no puedes dejarme así-dijo con tono de voz firme-; ¡Aparece!-exclamó.
Nuevamente sólo el aire le contestó. De haber sido alguien dada a la ira hubiese arrojado las cosas lejos, roto un objeto que dos y gritado a destajo. Sin embargo, era alguien pacifista y de carácter dulce. Se sentía frustrada y utilizada, y la tristeza le acometía al saber que su hermana menor corría peligro.
No, definitivamente no. Ya no podía confiar en Naomie ni siquiera un minuto más de su vida. Dolía asumirlo, pero estaba mejor sin ella. No sabía qué clase de extraño conjuro le había arrojado, pero sabía de cierto que no podía permitir que pesara sobre toda su familia. Si aún podía salvar a su madre y a sus hermanas, estaba bien por ella: volver ya no le importaba.
Tres años habían pasado. Tres años en que, pese a que el dolor había bebido de sus labios al estar lejos, eran tres años en que mutuamente se habían dedicado a olvidarse y, aunque Ivanna estaba ahí para probarle lo contrario, armar una nueva vida. Ella ya era feliz a bordo del Evertsen, se sentía libre, realizada y completa: su sueño había cobrado vida, ¿qué más podía pedirle a la vida? Por su parte estaba segura de que su madre y Sophie también lo habían hecho. Con devolverles a Ivanna bastaba. Un beso, un adiós, la última conversación y la última despedida, un hasta siempre y partir de vuelta hacia donde el destino quisiera llevarla. Ellas entenderían. Quizá llorarían un poco, bueno, ¿quién no la haría bajo esas circunstancias? Ella se haría un mar de lágrimas, eso estaba de sentado. Las extrañaría y la extrañarían, pero luego caería la suave cortina del olvido para siempre, bordada en nostalgia y dulzura. Después de todo, si regresaba a casa, ¿tendrían de qué hablar? ¿Habría una vida en común? No… por supuesto que no.
No, ya no podía contar más con Naomie. Tendría que salir del embrollo ella sola y ya sabía cómo.
Salió de su camarote y caminó a paso decidido a lo largo del pasillo. Amaba ese barco, siempre tan lleno de vida. A veces le daba por pensar que era una antigua ciudadela que jamás dormía: no importara la hora que lo recorrieras, siempre había alguien despierto y no era precisamente una única persona, sino muchos más: bebiendo, platicando, muchos en los turnos nocturnos, algunos festejando cualquier cosa que se les pasara por la cabeza. Siempre te encontrarías con alguien en los pasillos que te sonreiría y te invitaría a una copa, sin importar la hora.
Era de madrugada, sin embargo por los pasillos aún andaban muchos marineros. Los más antiguos al servicio de la Armada se cuadraban ante ella, otros le preguntaban qué hacía despierta tan tarde y otros sencillamente la saludaron amistosamente y le ofrecieron una copa. Ella rechazó todas esas potenciales conversaciones y siguió con su camino. Subió la escalerilla y salió a cubierta. Afuera la temperatura sobrepasaría los veinte grados. Caminó hacia la parte más alta, sin embargo entre la concurrencia que a esas horas fumaba y trabajaba en la cubierta no divisó a quien buscaba.
Todos la vieron entrar sobre la misma y caminar con el paso errático hasta la Cabina de Mando. Quienes trabajaban a esa hora ahí –para sus desgracias sin una gota de alcohol ni un miserable cigarro ni nada que les distrajera- apenas si levantaron la cabeza. Entre ellos estaba Lodewijk en el puesto del vigía, con los ojos clavados en la pantalla de la computadora que hacía de catalejo a través de diversas cámaras. Era de vista aguda y uno de los más detallistas de la tripulación, por eso casi siempre le asignaban el turno de noche: en el HMNS Evertsen no existía la caballerosidad de esperar al alba para atracar.
-¿No deberías estar dormida a esta hora?-le preguntó el muchacho apenas ella puso un pie al lado de su asiento, sin siquiera despegar la mirada del computador.
-Sí, pero-dijo ella con voz vacilante-. ¿Recuerdas la conversación del otro día?-preguntó sabiendo ahora perfectamente cómo comenzar la plática. Lodewijk ni siquiera la tomó en cuenta-. He tomado una decisión-confesó con voz firme.
-¿A las cuatro de la mañana? Liss, por favor. Tómate un tiempo y razónalo con calma, a estas horas quizás qué has decidido-dijo Lodewijk con su acostumbrado sarcasmo.
-Y voy a necesitar que me ayudes-terminó ella haciendo caso omiso de la acotación de su mejor amigo.
Lodewijk por primera vez en toda la conversación despegó la vista de la pantalla y la miró, entre que sorprendido por tal muestra de tozudez y decisión y sereno.
-Anda, te escucho-fue lo único que se limitó a decir y, desde ese momento no volvió a posar la vista en la computadora.
-¡Venga, muévanse, vagos!-gritó Lodewijk a toda voz, arreando con mal gesto en la cara a todos los que no estaban trabajando en el barco y que sin embargo merodeaban de buena gana en los pasillos.
Liselot miraba sorprendida el cambio de actitud de su mejor amigo, bastante complacida por tenerlo de su lado, mientras él arreaba a la tripulación hacia la baranda y procedía a darles órdenes. Tomó nota mental de decirle por enésima vez que no fuera tan brusco con los marineros, sin embargo al ver que la actitud algo agria de Lodewijk traía resultados, se ahorró los comentarios.
Cuando la tripulación se hubo marchado a realizar su cometido, ambos se miraron y rieron a carcajadas, como cuando eran aquellos pequeños cómplices que solían hacer travesuras juntos. A su alrededor los marineros iban y volvían llevando y trayendo velas sin usar, el mástil que habían recogido la mañana anterior, jarcias, cuerdas y linternas de toda clase. Los martillos y clavos a más de alguno trajeron recuerdos de casa.
Estuvieron hasta el mediodía claveteando el Palo Mayor y arreglando las jarcias. Cuando hubieron terminado, Lodewijk dijo a Liselot:
-Es hora de tu parte, Liss-y la miró con cierta frialdad, aún sin convencerse de que él mismo estuviese patrocinando eso.
Liselot inspiró profundo, sin notar las disyuntivas de Lodewijk. Y caminó a paso seguro hasta las mazmorras, acompañada por tres marineros. A la carrera se les unió Lodewijk, quien sin mediar palabra se puso a andar al lado de Liselot, quien no pudo evitar sonreír. Llegaron a las mazmorras y los marineros liberaron al capitán Jones. Lo condujeron hasta un salón, donde, tras servirle el té, entró Liselot custodiada por su amigo de infancia.
-Capitán Jones, quiero hablar con usted-dijo ella en el tono más solemne que pudo intentar.
-En nombre de mi tripulación, vengo a exigir que nos libere en el puerto más cercano que tenga la Corona. No queremos nada que ver con…-dijo el capitán lo más serio que podía aparentar.
-¡Tú no eres quién para exigir nada!-dijo Lodewijk saltando desde atrás con la metralleta lista para disparar a la cabeza de Jones.
-¡Lowie!-exclamó Liselot sorprendida y asustada ante el cambio de actitud de su amigo, tomándolo rápidamente del hombro.
-¿Qué?-preguntó él molesto-. Admítelo, Liss, sería más fácil si lo quitamos de una vez de en medio.
-¡No, Lowie!-exclamó ella asustada-. Por favor, vuelve a tu lugar-susurró.
Lodewijk volvió a custodiar el sitial de su amiga con la metralleta cruzada y el ceño fruncido.
-Justo a eso venimos, capitán Jones: a negociar-dijo Liselot, recuperando al fin la calma-. Dígame, ¿qué transporta en The Queen of Sea?-preguntó.
-¿Por qué tendría yo que decirle eso?-preguntó el capitán Jones.
-Hum… interesante opinión. ¿Qué tal si te devolvemos por dos días a tu celda, sólo, sin luz ni comida? ¡Creo que eso podría cambiar bastante de opinión!-exclamó Lodewijk con sarcasmo y marcada crueldad.
-¡No, Lowie, no!-intervino ella.
-¿Qué transporta, capitán Jones?-volvió a preguntar ella.
El hombre la miró con aire altivo y permaneció mudo e impasible. Lodewijk sintió cómo la sangre le hervía ante tal desprecio a Liselot. Sin que nada lo pudiera detener saltó hacia adelante metralleta en mano.
-Dime, tú has visto esto matar, ¿verdad?-preguntó sobando la metralleta con aire enfermizo.
El hombre, pese a estar muerto de miedo, recordando cómo varios de sus hombres habían muerto por causa de tan extraño artilugio, le mantuvo la mirada así como el silencio.
-¿No? Pues… te haré una demostración-dijo y, tras apretar el gatillo, las balas comenzaron a salir hacia el suelo una tras otra, traspasándolo y sonando con una fuerza brutal.
-¿Te ha gustado?-preguntó Lodewijk-. Si no hablas, la siguiente demostración es en tu cabeza… o quizá en un brazo, o una pierna-dijo palpando las partes mencionadas con el cañón del arma-, para que te desangres lento y nos digas la verdad. ¿Eh? ¿Qué te parece? ¡Liss! ¡Repite la pregunta!-gritó.
-Capitán Jones, le pregunto por tercera vez-dijo Liselot sintiendo cómo la voz se le quebraba y le temblaban las piernas-. ¿Qué transporta en The Queen of Sea?-preguntó.
-Ébano-contestó- y oro-dijo con lentitud.
Lodewijk no habrá sido avezado a la historia de la Edad Moderna, pero sabía que en las colonias inglesas no había ébano, lo cual lo volvía muy preciado en Gran Bretaña y el oro… bueno, era oro, siempre iba a ser perseguido.
-Por faltarle el respeto a mi capitana, te has quedado sin tus mercancías-le escupió Lodewijk.
-¡Eso no es justo! ¡Capitana, no lo es!-reclamó el capitán Jones.
-Capitán Jones, su mercancía queda fuera de toda negociación que hagamos, ha pasado a ser mía-dijo ella.
-¡No lo permitiré!-reclamó el hombre parándose del asiento.
Lodewijk bufó, puso los ojos en blanco y le apuntó el arma justo al pecho.
-¿Decías?-preguntó con tono aburrido-. Si te quedas bien tranquilo puedes salvar la vida y quizá algo más-le dijo.
El capitán Jones, blanco como un papel volvió a sentarse y a prestar atención a la capitana Van der Decken.
-Ahora bien, capitán Jones, tu tripulación y tú van a volver a The Queen of Sea y seguirán las órdenes que se desprendan del Evertsen-dijo ella.
-Volveremos a Inglaterra a demandarlos lo antes posible-exclamó el capitán.
-Creo que no tendrás que molestarte en eso: creo que usted ha notado la dotación de tecnología que hay en este barco… la mitad de nuestra tripulación se irá a The Queen of Sea y tendrá contacto constante con el Evertsen. Ante cualquier intento de rebelión, los replegarán de inmediato y el Evertsen aparecerá en el horizonte-dijo Lodewijk-. ¿Alguna duda?
Media hora después las mazmorras del HMNS Evertsen abrían sus puertas, las celdas eran forzadas y cincuenta y cinco hombres de origen británicos salía, con las muñecas amarradas y los ojos vendados, guiados por marineros holandeses. Las últimas luces del ocaso se fundían con el brillante horizonte marino. Los cincuenta y cinco marineros, guiados por más de setenta hombres cruzaron la plancha. El palo mayor desplegó el velamen, sonó un silbato… comenzaba la verdadera aventura.
Liselot tomó el mando de la nave de inmediato, mientras Lodewijk se encargaba del Evertsen. El muchacho vio cómo su mejor amiga tomaba el timón y daba órdenes, entre ellas, que el capitán Jones fuese encerrado en su camarote hasta nuevo aviso. Luego se disponía a dar indicaciones a los marineros mercantes, más diestros en el uso y manejo del velamen que los hombres holandeses, quienes se limitaban a vigilar todas y cada una de sus acciones de cerca, siempre con la metralleta cruzada en el pecho, cuidando cualquier amago de motín que hiciera la tripulación.
Finalmente, a las 10 de la noche, Lodewijk informó a su mejor amiga que era libre de partir cuando lo deseara. El velamen se hinchó con el viento. Se elevó el ancla y The Queen of Sea, guiada por la curtida mano de Liselot Van der Decken partió rumbo al horizonte. Lodewijk la vio partir, sintiéndose impotente de detenerla. The Queen of Sea desapareció de la vista de todos. El joven bajó hacia la Cabina de Mando y observó principalmente en el visor. Antes de que el barco británico desapareciera por completo, el HMNLS Evertsen se puso suavemente en movimiento, siempre piadosamente desde lejos, expectante, protegiendo a su capitana y a sus compañeros que tripulaban en nave ajena.
Primero ambos bajeles anduvieron en línea recta, siguiendo el Paralelo 24°N, un poco por encima del Trópico. Anduvieron sin novedad alguna hasta la quinta mañana. Lodewijk, quien no despegaba la vista ni día ni noche del visor de la computadora, captó un par de millas por delante de The Queen of Sea, donde el barco británico no alcanzaba a ver, una goleta de casco impecablemente limpio.
De inmediato el bajel le llamó la atención, sin embargo, le fue aún más llamativo cuando notó una bandera negra con una calavera al medio, cruzada por dos huesos. Corrió a apretar la alarma. La sirena sonó por todo el barco en cosa de segundos. Al cabo de menos de un minuto, un marinero ingresó corriendo en la Cabina de Mando. Se cuadró y esperó órdenes de su Contramaestre.
-El barco en que viaja la capitana Liselot corre peligro de ser atacado por piratas-dijo Lodewijk.
El marinero se lo quedó mirando con expresión de no entender. Llevaban tres años tratando con piratas, relacionándose con ellos, practicando el mismo oficio que ellos. No comprendía por qué ahora le preocupaban tan seriamente a Lodewijk.
-¿No te das cuenta? Viajan en un barco mercante, de seguro ya saben qué transporta y no van a dudar en tirárseles encima-le dijo Lodewijk.
-¿Y cuál es el problema, mi Contramaestre? Este barco rinde 29 nudos, ellos sólo van a doce. Sin que se lo esperen estaremos encima de ellos. Y si no alcanzáramos a llegar a tiempo, estoy seguro de que la capitana Liselot se encargará-dijo el marinero.
-Si los tocaran sería su perdición… Liselot se vería entre dos flancos: los marineros que se le van a querer amotinar y los piratas de ese barco-dijo-. No resistirían-susurró más para sí que para su interlocutor.
Cuando pareció despertar de su extraño ensueño miró al marinero, una mueca de profunda rabia se perfiló en su rostro: si alguien moriría sería él, no Liselot.
-¿Qué estás esperando?-le bramó al tripulante-. ¡Da la alarma! ¡Que se preparen para pelear!
El hombre salió disparado a seguir las órdenes del Contramaestre Lodewijk Sheefnek, quien tomó el timón para hacerse cargo personalmente de guiar el barco a toda velocidad. Se encendieron los motores a gas y petróleo… y la nave dio su pasmosa velocidad de 29 nudos. Sin embargo, cuando ya iban a mitad del camino y pensaban que The Queen of Sea ya veía a sus atacantes, incluso al Evertsen, un tripulante ingresó corriendo en la cabina de mando.
-Contramaestre, hemos captado un barco con el sonar-dijo.
Lodewijk estaba por enarcar la ceja y decirle que era algo obvio, porque estaban cerca The Queen of Sea y sus rivales, que incluso estaba errado, porque eran dos barcos los que debía captar, no uno.
-No se trata de Queen of Sea, ya los dejamos atrás, están al lado de babor. Ni tampoco es el barco que usted ha visto en línea recta al este. Es uno hacia el norte, mi Contramaestre-dijo el marinero.
Lodewijk fue en volandas a la pantalla del sonar y, efectivamente, se veía avanzando hacia el otro barco un navío extra. De inmediato pensó en que era una flota pirata, como las que solía verse entre los franceses. Si llegaba a ser así, Liselot estaba perdida. Sin embargo, cuando activó el visor y, guiándose por el sonar y las coordenadas que este indicaba, pudo ver el mentado barco, fue aún peor: era un navío a cargo de la Armada Británica. Si llegaba a estallar la batalla, ese barco acudiría alarmado y, si llegaban a abordar The Queen of Sea, detectarían a Liselot de inmediato y la colgarían sin más. No podía permitir eso.
Viró al norte desesperado. Si alguien moriría en esa travesía sería él, pero primero tenía que poner a Liselot a salvo. Así fue cómo Lodewijk se enfrentó a uno de los principales navíos de la Corona Inglesa con sólo la mitad de la tripulación. Sin lugar a dudas, tenían una grandiosa instrucción militar, porque fueron capaces de rehuir de los torpedos del Evertsen, que los atacaron desde una distancia enorme. Huyeron más hacia el norte, llevando al bajel holandés en medio de una activísima ruta comercial, de la cual supieron sacar provecho, robando a destajo. Por otra parte, mantuvieron atrás a piratas y a la intrincada pasada de barcos militares de diversos países, controlando a los filibusteros que a su vez perseguían a los mercantes que pasaban obligadamente por ese paralelo.
Se dedicaron a limpiar el camino de The Queen of Sea durante cinco días, hasta que, a la onceava madrugada, sus pares les avisaron que estaban en el meridiano 24°O, listos para virar hacia el norte, dizque no querían chocar contra África.
Fue entonces cuando el Evertsen viró hacia el este e ingresó en el Mar Mediterráneo, apenas sí un poco, podría decirse que quedó en la desembocadura del Estrecho de Gibraltar, patrullando que los piratas árabes que traficaban esclavos o intentaban luchar en España no atacaran a The Queen of Sea.
Pese a que ambos barcos por un tema de distancia no consiguieron verse en lo absoluto, viajaron sincronizadamente hacia el norte hasta que alcanzaron el paralelo 53°N al mismo tiempo, al anochecer del día décimo séptimo.
Mientras el frío viento invernal hacía de las suyas en la intersección entre el paralelo 53° de latitud norte con el meridiano 24°O, Lodewijk Sheefnek y Liselot Van der Decken dieron la orden de intercambiar pasarelas entre ambos navíos.
Lodewijk la esperaba en la cubierta principal, pese al frío. Y, apenas la vio venir corriendo no pudo evitar estrecharla entre sus brazos pese al impacto. Luego de compartir vituallas y ciertas especies que habían hurtado, ambos barcos siguieron su rumbo.
Ambos bajeles anduvieron hacia el este, el Evertsen bajó un poco al sur con fin de vadear el continente europeo a voluntad, especialmente Francia, que al ver una bandera británica ondeando en un mástil podría sentir férreos deseos de cañonear ese velamen hasta que el barco que lo portara fuese incapaz de moverse y huir.
The Queen of Sea anduvo derecho hasta el meridiano 3°O y la madrugada del día 28 de enero de 1719 The Queen of Sea tocó puerto lentamente en la idílica Liverpool, donde todo el mundo cabe en una única ciudad.

Texto agregado el 05-02-2015, y leído por 128 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
05-02-2015 Mariette, se lee buenísimo. Pronto vienen mis vacaciones por lo que contaré con más tiempo y podré regodearme poniéndome al día en la lectura de los cuenteros. Un abrazo sheisan
 
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