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Inicio / Cuenteros Locales / Mariette / La Leyenda del Holandés Errante, capítulo 29.

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Capítulo 29: “La Última Batalla de Jack Rackham”.
Nota de Autora:
¡Hola, gente! Segundo saludo que me pego hoy. La verdad, esta nota quizá me salga más larga que las últimas. Pero es que esta es la lista de quejas de una escritora de veranos -¡Vaya definición!-. Es un poco frustrante matarme escribiendo para terminar esta historia este verano y a la vez escribir capítulos dignos de ser leídos –porque si es sólo por terminar, pues, podría escribir capítulos de una página y re malos, pero no es la idea- para recibir apenas actualizo un voto de una estrella. ¿Qué sentido tiene dar una estrella? ¿Decir que soy mala escribiendo? Pues, si es por eso, quien la dio vendría pintando peor, porque ni siquiera se da la lata de articular una opinión decente.
Pero en fin, no seguiré quejándome de vosotros, me quejaré de mí. Sí, sé que el capítulo anterior es decepcionante –y en gran medida-: luego de tanto bombo y platillo por la aparición de Anne Bonny, ¡Y venga, que al final no tuvo ni participación! Sin embargo, soy honesta cuando digo que de ella y de su aparición dependerá el final, ella es quien lleva los palillos ahora.
Pues, como curiosidad podría deciros que pensaba hacer de la última media página del capítulo 28 un capítulo diferente –sí, ese iba a ser mi capítulo 29-, pero descubrí que no tenía nada para contar largo y tendido y que al final iba a ser relleno y no hay tiempo para relleno –y aunque lo hubiera, tampoco es la idea-, así que opté por reducirlo a la mínima expresión e hice dos en uno.
Pues, esto ha sido la nota de autora del día de hoy. El tema de capítulo es “Mi Nombre Será Leyenda” de la banda Tierra Santa, espero que lo disfruten, es de verdad muy importante para mí, porque me recuerda la época en que empecé a escribir una historia. Pero no es sólo por ese motivo, ni tampoco es porque calza a la perfección con lo que quiero transmitir en este episodio. Sino que es un tributo a Jack Rackham, personaje histórico que me fascina y a quien espero haber plasmado lo mejor posible –ese es otro motivo por la nula intervención de Anne Bonny: no sé cómo plasmarla aquí a ella, aún no, por lo menos-. Pues Jack se lleva en este capítulo todo el protagonismo. Para mí, de verdad, él es una leyenda y una de culto.




Anne Bonny miró entre las brumas de la mañana una bandera flamear en lo alto de un mástil. Era lo que faltaba, sin duda, era lo que faltaba. Afirmó aún más la empuñadura de la espada, la cual solía llevar desenvainada incluso a bordo del barco. Miró la cubierta, la cual se encontraba vacía a excepción de un par de borrachos que dormían la mona de un mástil a otros, varios de ellos llegando a colgar sus hamacas de un palo a otro. Dirigiendo el timón estaba Mary Read, una muchacha inglesa que habían reclutado a mediados de julio.
-¿También lo viste?-preguntó Mary.
-Aye, Mark-contestó Anne con la mirada clavada en la bandera británica que flameaba orgullosamente en lo alto del mástil mayor de la otra nave-. Tendremos una asquerosa visita de esos cerdos-anunció.
Y no estaba equivocada en lo absoluto. Allá, entre la bruma otoñal de noviembre, una goleta de la Royal Navy acercaba impertérrita hacia The Revenge. Los habían avistado. Los hombres estaban preparados para la guerra.
Ambas mujeres disfrazadas de hombres barrieron con la vista la cubierta de su barco para ver si estaban en iguales condiciones de pelear. De inmediato supieron lo que tanto se temían: no lo estaban ni siquiera por soñar. El escenario a lo largo y ancho de la nave era patético. De seguro el capitán del navío de guerra británico ya lo habría notado a través de su catalejo y a esas horas serían el hazmerreír de sus enemigos.
-Voy a hablar con Jack-dijo Anne.
Mary no contestó nada, sabía que cuando su amiga se proponía algo, lo cumplía tarde o temprano. Se limitó a desearle suerte con la mirada: sólo ella podría quitarle la borrachera a su capitán esa mañana. Anne se puso de pie y bajó el Castillo de Popa para luego ir hasta el camarote principal, el único que miraba a la Cubierta Principal. Sin siquiera golpear, entró.
-¿En qué lío me he metido?-se preguntó Mary.
Sinceramente, si hubiese estado obligada a responderse esa pregunta, no hubiese sabido cómo contestarla.
Su vida, hasta mediados de julio de ese año estaba escrita de basta y sobra. Era hija ilegítima. Su madre, hasta antes de que ella naciera, era una mujer casada con un marinero, con quien pronto tendrían un retoño; sin embargo, la criatura había muerto horas luego de nacer sin que su padre –quien estaba en alta mar- ni nadie más llegase a saberlo. Su madre, pasados los meses, se había vuelto a enamorar y había nacido Mary. Para su gran alivio, nunca volvió a saber de su desaparecido marido.
Sin embargo, pronto su fortuna comenzó a menguar. Así que decidió viajar a Londres y hacer pasar a Mary por aquel hijo que había tenido junto a su esposo e ir a probar fortuna con la herencia que pronto dejaría su veterana suegra. La anciana, feliz de que tenía un nieto –y más aún de saber que era precisamente un varón- se comprometió a darles una suma semanal para hacerles la vida más llevadera.
Lamentablemente, aquella situación de mediana bonanza no duró mucho tiempo y cuando Mary –que para ese entonces se hacía llamar Mark- tenía trece años de edad, su abuela paterna murió. La joven, más acostumbrada a la ruda vida de un muchacho de los arrabales que a la de una chica, no tuvo problema en buscar un empleo en Londres, hasta que, ilusionada con la idea de aventuras en el mar, se enroló en un barco de la Armada. Desembarcó cinco años después en Alemania, donde peleó en el ejército británico en la guerra que se desarrollaba en esos parajes.
La vida había dado múltiples vueltas haciendo que regresara a la marinería, esta vez con fin de embarcarse a las Indias Occidentales, decisión que la llevó a navegar por dos años seguidos en un barco de piratas que habían conseguido el Perdón Real, convirtiéndose en honestos mercantes.
Pero su vida había dado un total giro aquella mañana de mediados de julio: la nave en que viajaba fue capturada por The Revenge, cuyo capitán se aseguró de robar toda la mercancía que pudo para luego hundirla. Como era una buena persona, acogió a los mercantes en su barco, obligándolos a formar parte de su tripulación. Varios se negaron, entonces el Capitán Rackham se ofreció gentilmente a dejarlos en tierra –lo cual vendría a significar abandonarlos en la primera isla que encontrara-. Sin embargo, Mary Read, quien era una mujer inteligente se decidió por enrolarse al servicio de The Revenge.
Había vivido muchas cosas a bordo, algunas buenas y otras escalofriantes. No pudo evitar recordar aquel frío sudor que recorrió su espalda cuando supo que Anne había descubierto su verdadera identidad femenina. Grande había sido su sorpresa cuando Anne le había mostrado que también era mujer. Desde entonces los momentos escalofriantes fueron suavizados con la mutua compañía.
Y así había llegado el mes de octubre. La última vez que habían visto a las gentes del Evertsen había sido hace unos tres días, cuando estos les habían avisado que acababan de entrar en territorio jamaicano; después de aquella escueta conversación, dicha nave se había perdido de vista.
Dos días atrás iban navegando tranquilamente, con la bodega llena de los productos que habían robado, los cuales iban de lo más variado, partiendo por pescado escamoteado a los asustados lugareños que buscaban una forma de vivir, hasta la seda más fina conseguida cortesía de los barcos mercantes de la East India Trading Company que iban y venían por la zona buscando y llevando mercancía. El peso extra los forzaba a ir un poco más lento.
Un estruendo tras otro sonaron en la cercanía, alertando a la tripulación que estaba extrañamente sobria. Los barcos mercantes no disparaban si no necesitaban hacerlo –y aunque lo necesitaran, lo evitaban a toda costa, especialmente si se encontraban ante un barco que no llevaba bandera-, así que forzosamente tenía que tratarse de la Royal Navy. Ya era hora. Los últimos navíos de la Compañía de las Indias Orientales que habían atacado no llevaban escolta, en general las patrullas de la zona parecían estar dormidas desde hacía meses. Sin embargo, si estuvieran escoltando a alguien, se enfocarían en defender y no en atacar –por ende, no se escucharían esos estruendos-. Una bala de cañón pasó rozando la borda y, de seguro, la hubiese destrozado si el diestro timonel de The Revenge no hubiese girado justo a tiempo para que el proyectil pasara de largo para caer unos metros más allá en el agua.
-¡Piratas a babor!-exclamó el vigía desde el nido del cuervo.
Todos los ojos sobre cubierta se posaron en babor. El capitán Rackham, quien era el timonel de turno, dejó el mando de la nave a cargo de un marinero que le acompañaba en el Puente y sacó de inmediato su catalejo para enfocar a babor. Efectivamente, una de las tantas variantes de la Jolly Roger se hizaba impertérrita y orgullosa en lo más alto del palo mayor de una embarcación que avanzaba a toda prisa hacia ellos. Jack dirigió su catalejo hacia la cubierta enemiga. Distinguió a alguien que le era ingratamente conocido. Primero abrió los ojos cuan grandes pudo, luego alzó las cejas y finalmente dejó escapar una risita irónica justo antes de bajar el catalejo.
-Jean Nau-susurró el nombre de su jurado enemigo.
-Órdenes, capitán-preguntó uno de los marineros.
Jack sonrió y, sin pensárselo dos veces, contestó alegremente:
-Icen nuestra bandera, muchachos-.
Acto seguido volvió a tomar el control de su tan preciada nave al tiempo que a través del palo mayor comenzaba a subir lento pero seguro el emblema del cráneo con los sables cruzados bajo él, albos y relucientes, sobre un fondo negro que auguraba la muerte a quien tuviese el infortunio de ver esa enseña.
La contestación de la nave enemiga tampoco se hizo esperar. La cima del mástil mayor volvió a estar limpia y, antes de dar tiempo a nada, un trapo completamente rojo flameó en lo alto. Y, al mismo tiempo, las portezuelas de la quilla se abrieron, descubriendo el paso para la artillería oculta en el casco de la nave, la cual apareció rezumando litros y litros de agua y tras la cual se afanaban decenas de piratas para preparar las balas de cañón que volaron apenas estuvieron listas en dirección a The Revenge. El navío francés más voló que navegó hacia su presa, que se detuvo en el mismo punto que antes, girando sobre sí misma para evitar los proyectiles, que nuevamente fueron a dar al mar sin hacer daño alguno en su objetivo.
-Órdenes, capitán-preguntó el mismo tiempo cuando todo consiguió calmarse en la cubierta de The Revenge.
-Vamos a la batalla-contestó Jack con la mirada fija en el casco enemigo y sosteniendo firmemente el timón.
-¡Atención! ¡Todos a sus puestos!-gritó Adam Bonny, quien no era sino Anne-. ¡Prepárense para pelear!
-¡Izad la bandera!-bramó un hombre ya mayor con la bandera roja en sus brazos.
-¡Todas las manos a cubierta, sarta de cobardes!-exclamó Mark Read eufórico hacia el boquete que unía la cubierta principal con las otras.
De inmediato todos se aprestaron a obedecer las órdenes que estaban recibiendo. Los hombres comenzaron a salir desde el casco de la nave con sus armas al hombro y tomaron sus puestos en la borda.
-¿Algún plan?-le espetó Adam.
-Aye-respondió el capitán con una sonrisa-. Quiero que disparen a los boquetes de la artillería.
-¡Preparen los cañones!-exclamó Adam, orden que cuatro o cinco marineros se encargaron de repetir a viva voz, mientras otros limpiaban los cañones y colocaban balas listas para ser disparadas.
Jack afirmó el timón con una mano y con la otra sostuvo el catalejo, con el cual observó la frenética actividad en la subcubierta enemiga a través de dichos boquetes. Parecían ir y venir en busca de balas y pólvora. Limpiaban los cañones. Los cargaban. No alcanzaba a verse bien, los boquetes eran muy pequeños.
-¡Apunten a la artillería de subcubierta!-exclamó Adam. La orden se repitió en todo el barco-. Tú das la orden-dijo mirando fijamente a Jack.
El capitán continuó observando la actividad de subcubierta de la nave de Nau. Aún no se encendían los cañones.
-¡Fuego!-gritó a todo pulmón.
-¡Fuego!-repitió Adam.
-¡Fuego!-repitieron a viva voz los piratas encendiendo las mechas.
Resonó un estruendo y las balas volaron desde The Revenge hacia la nave francesa. Abriendo aún más los boquetes de subcubierta que dejaban salir las balas de cañón. Las tablas saltaron lejos, cayendo prontamente al mar. La polvareda fue tremenda y el desorden en el casco aún más, podía verse un par de heridos y un cañón que había volado en pedazos. También había un incipiente incendio en un montón de pólvora.
-¿Eso es todo?-preguntó burlonamente Adam al ver que, durante el desastre de la subcubierta, los marineros de la cubierta principal enemiga se organizaban con los cañones que tenían a su disposición, los cuales comenzaban a cargar.
-No-fue la escueta respuesta-. ¡Armas de fuego! ¡Las quiero en cubierta!
Inmediatamente varios de sus piratas acudieron a la orden, posicionándose entre los cañones, portando arcabuces y armas de ese tipo, las cuales apoyaron en la borda a la espera de órdenes.
-Apunten a la Cubierta Principal-ordenó.
Todos afinaron la puntería para asegurarse de dar al punto indicado por su capitán.
-Elijan su blanco, quiero un blanco humano-exclamó.
-¡Apunten al primer hombre que vean!-gritó Adam, dando prisa a la situación.
Jack esperó unos momentos, más de los que tardaron sus hombres en obedecer la orden.
-¡Fuego!-gritó de repente.
-¡Fuego!-repitieron Adam y varios hombres a lo largo de la borda para asegurarse que todos acatarían la señal.
Su única respuesta fue un estruendo, cientos de balas viajando directamente a la Cubierta Principal de la nave enemiga, las armas de sus hombres humeando. Enfocó el catalejo hacia el destino de las balas. Podía escuchar cientos de desgarradores gritos y, efectivamente, los marineros más cercanos a la borda y a los cañones habían sido alcanzados por los proyectiles. Sangraban profusamente, se contabilizaban un par de bajas. Enfocó hacia el Puente de Mando. Ahí Jean Nau perdía por completo el control. Apuñaló a un hombre, a otro a punta de cuchillo lo llevó hasta el timón y bajó. Observó ahora en la subcubierta. El enardecido Olonés gritaba –probablemente insultos- y asesinaba a su propia tripulación para azuzar a los sobrevivientes a apurarse en disparar sus cañones.
-¡Apártense!-gritó.
-¡Armas de fuego, aléjense de la borda!-gritó Adam. La orden fue de inmediato acatada.
-¡Carguen los cañones!-ordenó Jack.
Los marineros encargados de ese tipo de artillería prepararon de inmediato los cañones.
-Están listos-anunció Adam.
Jack movió ligeramente la cabeza a modo de afirmación y mantuvo la vista fija en el catalejo.
-Apunten a su primer objetivo-ordenó a media voz.
-¡Ya escucharon!-gritó Adam a viva voz-. ¡Apunten a artillería de subcubierta!
De inmediato obedecieron la orden, esperando alerta para en cualquier momento encender las mechas. En la otra nave limpiaron los cañones, los cargaron. Iban a ir a por cerillas para encender fuego.
-¡Fuego!-gritó Jack a viva voz.
-¡Fuego!-gritaron Adam y los demás desgarrándose las cuerdas vocales en el proceso.
Una andanada de balas volaron al mismo tiempo e impactaron en sus objetivos cuando los cañones de la nave enemiga estaban recién disparando, motivo por el cual los hicieron explotar y un enorme incendio envolvió esa ala de aquella subcubierta, amenazando con volar la nave.
-¡Artilleros fuera!-gritó Jack evaluando los daños hechos en la cubierta ajena.
Sus hombres obedecieron.
-¡Armas de fuego!-ordenó-. ¡Elijan blanco y prepárense para disparar!-exclamó aprovechando que unos hombres en cubierta querían acercarse a la borda-. ¡Fuego!-gritó cuando consideró prudente.
Sin embargo, las balas de sus hombres no dieron casi en ningún blanco, puesto que el barco del Olonés viró y, con todas sus fallas, puso proa en el sentido contrario.
-¡Retírense!-exclamó Jack, indicando que lo más prudente era alejar The Revenge en la dirección opuesta para evitar represalias. Sus hombres obedecieron, sin embargo ante sus ojos la nave enemiga se volvió un punto cada vez más pequeño y distante, hasta que desapareció.
Esa noche The Revenge tocó puerto en la localidad jamaicana de Nigril Bay, donde se dedicaron a beber y celebrar en la cantina de puerto toda esa noche, el día siguiente y por supuesto la otra noche. Festejaron hasta el cansancio la excelente “cosecha” que habían hecho en su última travesía –habían conseguido excelentes mercancías- y, lo más importante especialmente para Jack: haber hecho que, de una vez por todas, el arrogante y cruel Olonés se rindiera y además huyera de ellos. Era una hazaña que no se conseguía todos los días.
-¿Has sabido algo de Liselot?-le preguntó Anne a Jack con un tono algo resentido la segunda noche.
El beodo capitán estalló en una carcajada que ni él mismo pudo aguantar mucho tiempo.
-Se ha perdido-contestó.
Anne enarcó la ceja dándole a entender que no estaba de bromas.
-¡Muchachos! ¡De vuelta a la nave! ¡Vamos a alta mar a esperar a la capitana Van der Decken que no recuerda el camino a casa!-exclamó alegremente, ganándose una buena horda de quejas por parte de su tripulación, que no tuvo más opción que seguirlo.
De más está decir que como la tripulación estaba tan ebria no había existido poder en el mundo capaz de despertarlos cuando subió la marea, así que Mary y Anne habían tomado el mando de la nave ellas solas.
-¿En qué lío me metí?-volvió a preguntarse Mary.
-¿Has sabido algo de Liselot?-le preguntó Jack, apareciendo en el Castillo de Popa al tiempo que se arreglaba el sombrero y la camisa.
-Nada-contestó Mary concentrándose en el timón, el cual no pensaba en pasar por nada del mundo al ebrio capitán.
-Nos ha abandonado-sólo Anne se atrevió a decir la obvia pero aterrante verdad.
Mary se limitó a continuar con las manos en el timón, mientras el capitán se debatía entre mirar a Anne asesinamente –conocía desde hace cinco años a la capitana Van der Decken; si sabía que en el mundo alguien no lo traicionaría, ese alguien era ella- y sentir desesperación: sin la ayuda del Evertsen nada podrían hacer contra la Royal Navy.
-¿Y, capitán?-preguntó un ebrio marinero subiendo al Castillo de Popa.
Aquello alejó los malos pensamientos de la mente de Rackham, quien se concentró en el alegre ambiente de sus hombres que comenzaban a subir a la cubierta. Jack intentó enfocar en vano el catalejo en el Albion –ese era el nombre de la nave británica que se les acercaba cada vez más-, pero las manos y la vista le bailaban; ¡Maldita borrachera! Desistió de sus inútiles esfuerzos cuando HMS Albion estaba a la par de The Revenge.
-¡Capitán Rackham, deténganse!-gritó un hombre elegantemente vestido con el uniforme azul de la Armada del Rey.
Una horda de carcajadas estalló a bordo del navío pirata.
-¡Soy el capitán Jonathan Barnet, al servicio de Su Majestad el Rey Jorge I!-exclamó el hombre causando burlas en el enemigo-. ¡No tienen forma de huir!-exclamó provocando las carcajadas incluso del capitán Rackham-. ¡Ríndanse de forma pacífica y no dispararemos ni una bala! ¡Nadie saldrá herido!-.
Todos a bordo de The Revenge estaban que no podían más de risa, todos excepto Anne Bonny y Mary Read quienes sopesaban que la situación se saldría muy pronto de las manos.
-¡Mataperros!-gritó un pirata.
-¡Imbécil!-gritó otro.
-¡Marinero de agua dulce!-exclamó otro desde el fondo, que de lejos, fue el insulto favorito de todos, quienes se dedicaron a corearlo una y otra vez y a gritarlo, mientras otros inventaban uno nuevo.
-¡Corsario!-gritó otro con todas sus fuerzas, resultando ser el más ofensivo que no incluía ordinarieces.
-¡Traidor!-exclamó otro a raíz del insulto anterior.
Y, ante semejante desorden que se armó en la cubierta, uno de los piratas decidió hacerla de oro: fue a por una bala de cañón que aún rodaba de allá para acá en las tablas, fue a uno de los cañones y la disparó sin más, haciendo un boquete en la primera subcubierta del Albion. Esa acción causó risas en todos sus compañeros, incluido su capitán.
-Al parecer no entienden, Contramaestre-suspiró el capitán Barnet en dirección al hombre que estaba a su lado.
-Órdenes, capitán-preguntó el Contramaestre.
-Usted ya sabe cómo proceder-dijo el capitán.
Sin que nadie a bordo del barco pirata lo notara en lo absoluto, los cañones de HMS Albion fueron cargados y disparados. Una andanada tras otra fue disparada hasta borrar la sonrisa de los filibusteros, quienes vieron con espanto el timón hecho pedazos en el suelo, la borda de estribor destrozada, al igual que todo ese lado de la nave y el desvanecido palo mayor, que apenas se sostenía en lo alto gracias al cordaje que lo enredaba a los otros mástiles. Sin embargo supieron rehacerse gracias a su estado de ebriedad que los volvía tan inconscientes.
-¡Canalla!-gritó un pirata.
-¡Carne de horca!-bramó otro, causando estruendosas carcajadas ante la ironía que suponía el mote.
El capitán Barnet rodó los ojos, notando que así la situación no cambiaría jamás. Decenas de arpones provenientes del Albion fueron a clavarse en las barandas que estaban en condiciones. Fue entonces cuando los beodos piratas notaron que no había vuelta atrás. Uno a uno corrieron a refugiarse a los interiores de la nave, dejando solas a Mary y a Anne. Mary le hizo una seña a su colega y ambas fueron a posicionarse ante el boquete que conducía a las entrañas del barco con fin de detener a los hombres de Barnet en su loca carrera hacia la tripulación del capitán Rackham. Ambas pelearon fieramente, pero llegó el momento en que las apresaron.
-Tenemos a sus tripulantes-dijo Barnet, al tiempo que Jack y su gente subían a cubierta desperdigando en el camino espadas, arcabuces y dagas.
-Nos rendimos-dijo Jack arrojando las armas-: tú ganas-agregó.

Texto agregado el 22-02-2015, y leído por 119 visitantes. (2 votos)


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