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Inicio / Cuenteros Locales / Ariel_Negod / Una historia violenta

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Doblando a la derecha un largo pasillo sin ventanas estaba la puerta de ingreso de la oficina del director, también sin ventanas. A cada lado, contra las paredes, se extendían bancos sin respaldo. De metal cromado con manchas de oxido y tapizado de cuerina negra semidestruida eran evidentemente muebles viejos que habían sido reubicados desde otra oficina, como es común en la administración pública. Un mismo bien se amortiza varias veces.
La oficina tenía pocos muebles. En el centro un gran escritorio casi vacío, solo una notebook abierta y encendida lo poblaba. Detrás un sillón cómodo, moderno, reclinable. En frente dos sillas plásticas para los visitantes. En un rincón un perchero de caña y escondido debajo del escritorio un tacho de basura. En la pared opuesta a la puerta colgaba a la altura de los ojos el diploma del director. "Martin Rodriguez - Licenciado en Trabajo Social". La habitación olía a encierro y a humano.
Podría llamar la atención que la oficina del Director de Acción Social se encontrara así ubicada y en esas condiciones pero no era esto azaroso. Rodriguez había mudado allí su despacho desde el edificio del municipio adaptando un viejo depósito. Este lugar era más adecuado para las actividades que allí se desarrollaban.
Fuera de la oficina había no menos de quince personas esperando, todas mujeres o niños. No tenía sentido que allí hubiere hombres esperando a ser atendidos.
Se abre la puerta y sale una mujer, dejándola entreabierta. Se trataba de una persona joven, de unos veinticinco años, bastante obesa. Tenía un gesto serio en el rostro. Sus facciones eran de aborigen, pero no de acá, de la Mesopotamia tal vez; no eran angulosas sino curvilíneas.
De dentro se escucho una voz impaciente, autoritaria:
- Si ... ¿quién está?
Ingresaron tímidamente una señora y sus dos hijas adolescentes o casi. Las recibió el director con una sonrisa sincera. Rodriguez estaba en sus cuarenta largos, aunque su rostro no lo reflejaba. Había sido exitoso evitando trabajos duros al aire libre. Tenía pelo negro teñido y tez clara. Ojos oscuros y nariz aguileña. Era de estatura media y abdomen prominente. Vestía chomba verde, bermudas y mocasines marrón claro.
- ¿Cómo están? - Preguntó mirando brevemente a Inés, luego recorrió a Jennifer, la mayor, con una larga mirada lasciva y lo mismo con Jeanette un instante - ¡Qué grande están las nenas! ¿Cuánto tienen ya? ¿15 y 17?.
- 12 y 14 - Respondió Inés seca. Era una mujer de 34 años, delgada y con el rostro que una vida dura le dejó. Llevaba el pelo largo, suelto, de un negro brillante. Tez oscura, nariz aguileña y ancha en su base. Pómulos prominentes, sus antepasados se podrían rastrear fácilmente hasta la meseta. Vestía una remera bordó holgada y percudida, jeans desgastados y zapatillas de lona blancas.
- ¿Cómo va todo? - Volvió a preguntar Rodriguez , en sus ojos había un brillo de maldad.
- Igual - Contestó Inés - No consigo ni changas.
- ¿Tu marido sigue adentro? - Ella asintió con la cabeza - Qué macana. ¿Y qué andás necesitando? - Era expedito, tenía mucho que hacer.
- Vales de comida, y de limpieza. Y si tenés de bolsones de ropa también. - En el municipio la ayuda a los necesitados se otorgaba en base al análisis que realizaban los asistentes sociales, quienes extendían vales para retirar la mercadería en los distintos depósitos, de esa forma se evitaban los abusos y las irregularidades en que habían incurrido gobiernos anteriores.
- Ah, si ... ya veo - Introdujo una pausa con afectación - Ustedes chicas esperen afuera. - Les hizo un gesto con la mano y ellas salieron cerrando la puerta como otras veces. El director acompañó con una mirada libidinosa la salida de las hermanas. Luego con sus pies impulsó el sillón que ocupaba hacia atrás y accionando una palanca lo reclinó con su espalda. Inés que interpretó la señal rodeó el escritorio y colocándose de espaldas entre las piernas de Rodriguez se bajó el pantalón y la ropa interior, él ya había hecho lo mismo. Se dispuso a ser penetrada una vez más, a hacer su parte por lo que recibiría a cambio, y entonces ... nada. Él no podía lograr una erección firme. Sentada encima se le frotaba y tampoco. La corrió hacia adelante e intentó que se le ponga dura masturbándose sin éxito.
- ¡Pero la puta madre! - Gritó al fin empujando violentamente a Inés contra el escritorio - ¿No ves que ya no me calentas! ¡Vos ya no calentas a nadie. Estás vieja! - Parecía un berrinche de un niño- ¡Para vos no hay nada, nada de nada! - Agregó luego de un instante.
Ya del otro lado del escritorio, ella se acomodaba la ropa con resignación y frustración, sin decir una sola palabra.
- Hagamos una cosa ... - Dijo él más calmado pero con más saña - así no te quedás sin nada. Vení a la tarde y traeme a las nenas. ¡A las dos!
- ¡Hijo de puta! - Reaccionó ella al fin - Son dos criaturas - su tono era el de un ruego.
- Bueno, como quieras vos, si querés los vales ya sabés. Acá no se te obliga a nada, si te gusta lo que te damos tenés que entregar algo a cambio - Veía en el rostro de Inés la furia contenida - Y ni se te ocurra ir a hacerte la quilombera a algún lado, que yo estoy con Alvarez. ¿Sabés? - Esta gente es muy resentida pensó el director.
La madre salió murmurando algo inentendible. De un golpe cerró la puerta.
A la tarde regresaron las tres. Cuando fue su turno intentaron entrar.
- Vos no!- Dijo Rodriguez molesto, prepotente - Las nenas nomas.
La madre obedeció sumisa y se sentó en un lugar vacío que le hicieron cerca de la puerta.
Jennifer lucía a sus catorce años el cuerpo de toda una adulta. Sus pechos estaban bien desarrollados y tenía una esbelta figura. Podría pensarse que se trataba de una atleta o integrante de un equipo de hockey o básquet. Sin embargo no era ese el origen de su buen estado. Vivian en el barrio Inta y cada vez que debían ir hasta el centro caminaban cinco kilómetros, más otros tantos de regreso. Tenía la mayor voluptuosidad que muchas mujeres de su condición pueden alcanzar, luego vienen el fin de la etapa de crecimiento, los embarazos precoces y la mala alimentación. No es de extrañarse que la misma sociedad que odia a los pobres también lo haga con los obesos: muchas veces se encuentran en un mismo individuo. Por lo demás no era nada bonita. Vestía unas calzas ajustadas de animal print hasta la cintura, más arriba una musculosa blanca muy escotada y ceñida al cuerpo por el que se traslucía un corpiño armado negro. Calzaba unas sucias zapatillas de lona color celeste claro.
Jeanette en cambio mantenía un cuerpo de niña, más que otras a su edad. Era delgada y muy bella. Labios gruesos, ojos redondeados, nariz pequeña. Llevaba una remera marrón estampada. Pantalón de gimnasia azul y zapatillas de imitación Adidas rojas, estilo corredor.
Las hizo entrar y cerró. Jennifer vio cerrarse la puerta como quien ve cerrar un ataúd. En cierto modo así lo era, una parte de ella moriría ese día. Quedaron de pie una junto a otra. Él se acercó y beso a cada una en la boca. - ¡Qué lindo beso! - Dijo como quien felicita a un niño por un dibujo.
Después se centró en la mayor. Se paró en frente y la besó nuevamente. Ella permanecía inmóvil, rígida como estatua. La reprobó por esto hasta que se relajó. Sin dejar de besarla comenzó a apretarle fuertemente los senos. Le bajó la musculosa con el corpiño, ahora chupaba y mordía un seno, continuaba con una mano amasando el otro y acariciaba su entrepierna por sobre el pantalón. De nuevo Jennifer estaba petrificada, como si la mente hubiera abandonado el cuerpo para ir a otra parte. Luego de unos minutos se apartó bruscamente hacia atrás un paso y le dijo:
- Ahora sí. Chupámela. - Desabrochó el pantalón y los bajó junto a la ropa interior hasta los tobillos. Ella se arrodilló, tomó el miembro con ambas manos y se lo llevó a la boca. Él le acarició la cabeza, la tomó de la nuca y comenzó a moverse en vaivén.
Suspiraba y resoplaba. Hizo un gemido de placer que pronto fue truncado. Recibió con espanto el dolor que le produjo la fuerte mordida que le dio Jennifer. Como no pudo cortarlo dio un segundo mordisco a la vez que Rodrigo le daba fuertes trompadas en el rostro y los costados de la cabeza.
La última trompada logró hacer que lo soltara. Dio un paso atrás y sintió un dolor intenso en la espalda, y otro, y otro más. Giró su cuerpo abatido mientras caía a los pies de Jeanette, quien tenía en su mano el puñal ensangrentado con que lo había atacado. Lo miraba agitada pero tranquila, sin odio ni alegría. Calmadamente vio como el director dejaba de moverse y luego de respirar, con sus ojos puestos en ella y una mueca de terror.

Texto agregado el 27-02-2015, y leído por 55 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
27-02-2015 La pobreza hace seres vulnerables,no estupidos.Buen relato.Un Abrazo. gafer
 
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