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ENVIDIA


La pobre niña, no podía ya soportar la envidia que la corroía día a día viendo a sus vecinos de enfrente, llevaba muchísimo tiempo sufriendo la visión y no aguantaba más, aunque por desgracia era totalmente comprensible su estado de ánimo.

Vivía en una situación de extrema pobreza, siempre vestida con harapos rotos y sucios, sin tener a penas que comer, solo el miserable puchero de agua y restos de a saber que cosas que todos los días preparaba su abuela a la puerta de su maloliente y casi destruida casucha, no había conocido a sus padres y nunca nadie la había dicho te quiero o ven que te doy un beso, se sentía la persona mas infeliz de la tierra y mucho mas teniendo que contemplar todos los días la casa de enfrente.

Veía una verja que protegía un esplendido jardín con un estanque al fondo con patos y otras aves delante de una mansión enorme que era casi un palacio y justo en la parte mas próxima a la verja siempre había una preciosa niña con enormes tirabuzones rubios, vestida de inmaculado blanco con una cinta rosa en la cintura que la hacia parecer una princesa, que siempre estaba jugando con otros niños y niñas muy parecidos a ella.

Y como se divertían y como saltaban y como corrían entre las plantas del jardín, con bicicletas, con perritos, con juguetes que ella nunca había visto de cerca y siempre riéndose, riéndose, riéndose… una envidia insufrible la atenazaba.

Y por si esto no fuera suficiente, aun se acrecentaba mas su angustia cuando se fijaba en la esplendida mesa que estaba siempre colocada en forma primorosa con preciosos manteles y vajillas a mitad de camino entre los niños y la casa, allí se reunían los mayores que suponía eran los padres y familia de la niña, alrededor de manjares que ella no había visto nunca, frutas de todos los colores, golosinas y cosas que no sabia ni su nombre pero que se imaginaba deliciosas.





Que envidia, que envidia mas insoportable sentía.

Y ella en su miserable casucha, con la entrada embarrada, con su abuela siempre de mal humor que solo se dirigía a ella con voces y chillidos y siempre para regañarla, sintiendo frío y hambre, no era justo, no era justo, no era justo, se repetía una y otra vez, ojala esto cambie en algún momento, tiene que cambiar, pensaba.

Y un día cambio.

Hubo una reforma en el museo de pintura y se llevaron el cuadro “Tarde en el jardín“que estaba enfrente del suyo “Pordioseras en su chabola“ y colocaron en su lugar otro “Miseria en la ciudad” que mostraba unas familias del extrarradio recogiendo basura en un estercolero.

El cambio no afecto a la situación de pobreza y falta de medios que tenia la niña, pero le sirvió para ver que no era la única en el mundo que sufría y le permitió ir poco a poco desterrando la agobiante sensación de envidia que había estado sufriendo.

No era feliz, pero al menos se sentía menos desgraciada.



Fernando Mateo
Marzo 2015


Texto agregado el 07-03-2015, y leído por 167 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
07-03-2015 Me gustó el giro de la narración con lo del museo de pintura y los cuadros. Y aunque resulte triste, es así, algunos dicen "mal de muchos, consuelo de tontos". Mis 5*! jarabe
 
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