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En el número seis de la calle Margallo está la librería. Apenas dos metros de fachada y un letrero “Librería Borges: libros antiguos, descatalogados y de segunda mano”. Un buen refugio para una tarde de bochorno que explota en tormenta. A la derecha hay un pequeño mostrador. El dueño saluda con un rutinario “buenas tardes” y abandona su lectura lo indispensable para no ser descortés. La librería es estrecha con estanterías a ambos lados. La luz disminuye al alejarse de la entrada. Al fondo hay tres escalones de granito, brillantes por el desgaste, que dan acceso a una sala rodeada de estanterías. Hay una mesa en el centro en la que se apilan libros, algunos abiertos mostrando grabados medievales e ilustraciones de santos con aureloas doradas. Al fondo de esta sala descubro con sorpresa otros dos pasillos con más escalones desgastados. Es obvio que la librería se ensancha y desciende a cada paso que das. De cada sala nacen dos pasillos que acaban en otras dos salas idénticas. Ya he recorrido más de una docena tomando al azar uno u otro pasillo. La librería es gigante por dentro y diminuta por fuera. En otro tiempo hubiera apuntado en mi libreta esta idea para escribir un cuento. No me hubiera costado imaginar que las salas eran hexagonales e infinitas y que los pasillos eran senderos que se bifurcan hasta formar un laberinto. En otro tiempo. Pero ya hace demasiado que olvidé que hay que hacer para perderse. Salir de la librería es tan facíl como empezar a subir escaleras. Desde hace un rato ya no me entretengo en los libros. Paso por las salas aprisa. Sólo quiero llegar al final y destripar este infinito en potencia. Sigo descendiendo, las salas parecen no acabar nunca, cada vez hace más calor. Más pasillos, más salas, más escalones de granito desgastados. Para volver sólo tengo que subir. Es imposible perderse. No recuerdo cuando anidó en mí este odio por todo lo fantástico, por todo lo infínito, este ensañamiento metódico, en el que no escatimo esfuerzos, para destruir sin piedad cualquier atisbo de magia. Por fin llego a la última sala. No hay más pasillos. En efecto, no había cuento. Confirmo satisfecho lo obvio, hay muchas salas, pero no infinitas. Esta librería era otra exótica mariposa de colores que parecía soltar polvo de hadas con sus aleteos y que yo he vuelto a pisotear con crueldad. Sólo es una vulgar librería como todas las demás. Tomo aliento antes de empezar el duro camino de vuelta en el que, con seguridad, tendré que subir cientos de escalones hasta la salida. Me llama la atención el único libro que hay abierto encima de la mesa. Es un grabado de unas escaleras imposibles en las que no se puede saber con seguridad si los hombres están subiendo o bajando por ellas. En su pie se puede leer "Relativity" y está firmado por un tal Escher.

Texto agregado el 13-03-2015, y leído por 159 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
13-03-2015 Una forma interesante de homenajear al "Viejo". Creo que el texto se desliza bien y tiene imágenes acertadas. Gracias por compartirlo. rene_ghislain
 
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