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(Hubo de todo, incluso un poco de lujuria. Tiernos escalofríos, los miedos de siempre, promesas, algunas primeras decepciones, enojos pasajeros, febriles reconciliaciones, vestido blanco, larga cola, ramo de orquídeas y fueron felices y mataron perdices.)

La noche anterior se la había pasado vomitando, algo en la cena le cayó mal. Se levantó con un terrible dolor de cabeza y el estómago encogido. No había podido ingerir nada en todo el día. Ahora llevaba una manzana en el bolso y cada vez le apetecía más. Sus compañeras le obligaban a beber líquido sin descanso, a pesar de que Cloe insistía en su evidente mejoría. Todas ellas estaban lejos de conformar una gran familia, pero se entregó a ese cariño morboso que genera la enfermedad por pura falta de costumbre.

Aquella tarde, a pesar de la debilidad consecuencia de tanto desprendimiento, había llegado puntual al trabajo. Bien peinada, bien maquillada, bien vestida. Insinuante sin olvidar la elegancia, hembra accesible, princesa ansiosa, cualquier cosa menos vulgar.

Llevaba dos horas sentada en el taburete de piel negra y si no había suerte, ahí seguiría otras seis. Jugaba distraída con su vaso de agua sutilmente ornamentado con tres hielos y un limón, mientras esperaba que pasara algo. Un hombre, por ejemplo.

Entonces, entró ella. Traje negro, pañuelo lila al cuello, cabellos rubios con mechas, un exceso de pintura que pretendía naturalidad y un perfume carísimo que lo contaminaba todo a su paso. Con corrección exquisita, se sentó a la barra obviando la mirada de todas y pidió un whisky.

Resplandecía tanta burguesía femenina en aquel bar de paredes negras y plateadas, tapizado a trozos con una especie de terciopelo color burdeos y decorado con pinturas baratas y suntuosos espejos de marcos dorados.

Daniela, una negra de enormes tetas y culo prominente que rara vez se sorprendía con nada, fue quien se acercó a ella y le susurró algo al oído. Con los ojos entrecerrados, casi temblando de placer, descargaba en la desconocida su bien estudiado discurso de perrita caliente que tantos éxitos le proporcionaba entre los clientes masculinos. Era la más viciosa y, cuando Cloe la escuchaba hablar de sus gustos y experiencias, le parecía que en aquellos gruesos labios las perversiones se volvían poesía. Resultaba fascinante verla disfrutar arrancándose los vellos de las ingles.

La mujer miró a Daniela largamente. Luego observó todo a su alrededor con cierto aire dramático, apartó a la enorme negra con dulzura y, abandonando su whisky sobre la barra, se acercó a Cloe.
-Un privado, tú y yo- le dijo como quien pide doscientos gramos de jamón en una charcutería.

(La vida esperándote, el televisor confirmándote la vida, tu felicidad en el rostro de todos, la miseria desapareciendo en el tubo del aspirador. Y tú perdiendo las formas, y tú muriéndote de dolor para solamente engendrar una vida y regar la historia con la sangre de tu sangre.)

Cloe entró primera en la habitación cual anfitriona instruida. Hizo un gesto de bienvenida y esperó órdenes. Se mostraba especialmente tímida, aunque nunca había sido tan extrovertida como Daniela, quien siempre alegraba el bar en criminales momentos de aburrimiento. A veces, en exceso. No por ello Cloe trabajaba menos. Muchos hombres preferían las mujeres tranquilas que transmitieran cierto aire de ingenuidad. Y a ella, le quedaba muy bien el papel de mujer sumisa.

Como a todos los tímidos, le costaba fijarse en el otro porque estaba demasiado pendiente de sí misma. Cuando por fin se decidió a echarle un ojo a aquella mujer con la que se disponía a pasar una hora de su vida, le sorprendió su expresión desquiciada. Se había sentado en la cama y miraba fijamente al suelo. Por un momento, se asustó. Desde luego no por novata, había visto de todo. Pero su misteriosa clienta actuaba como empujada por una energía que nada tuviera que ver con la vida.
-No hay mujer más mujer que una madre o una puta. Por eso estoy aquí. ¿Tú eres feliz?
-Sí.- decidió responder Cloe quien, cada vez que oía hablar de la felicidad, recordaba en un impulso incontrolable las largas tardes de su infancia en los columpios del parque, bajo un sol insultante de tanta porquería que iluminaba, y ella, tan pequeña, esperaba sin aburrirse nunca a los otros niños que llegarían enseguida, cuando todo fuera menos verdad, acompañados de sus mamás. “¿Dónde está tu mamá?” le decían. “No necesito a mi mamá” respondía orgullosa. Y era casi cierto, porque ella siempre estuvo fascinada por la soledad y se conocía con 'esmero' cada recoveco de su imaginación.

-Nadie te espera al final del camino- continuaba la señora- Andas, haces, te llenas de mierda, estructuras tu vida, esquemas, planes y el vacío. El vértigo. El abismo a tu lado, atrayéndote, secándote y el dolor que te cubre toda. El dolor. El dolor se ocupa de recoger todo lo que le sobra al amor. Y el placer que te evade un poco, y la risas, el vértigo, el vacío.

Cloe dejó de escuchar porque no conseguía entender nada. Pensó que una hora pasaría rápido. Las peores horas de su vida habían sucedido en aquella habitación, pero de aquello hacía mucho tiempo. El tiempo es elástico, el tiempo lo cura todo, el tiempo importa lo mismo que nada. Y, además, tampoco era para tanto que nadie te esperara al final del camino, si es que había un camino. Siempre había alguien tan o más enfadado con la vida como una misma.

-Y el desconsuelo- seguía desvariando la mujer-, la pena. Y, por supuesto, el miedo que se te clava dentro. - se le perdía la voz en un ahogo- Y se te come todo lo que eres, lo que eras, lo que creías ser. Todo lo grande, lo hermoso, lo puro se te va con cada miedo. Hasta que nada importa, sólo la paz.- Un suspiro exagerado- ¡He perdido tantas veces! Lo jugué todo a una carta sin saber que estaba jugando. - un hilo de voz patéticamente agudo- Yo no sabía que estaba jugando-rompió a llorar, pero Cloe sabía que ni recordaba su presencia- ¡Toda esta mierda es un juego!- gritó levantando los brazos y señalando la habitación en toda su amplitud, como si el mundo estuviera allí recluido en una hora a precio pactado- Tú no debes preocuparte por nada.- de repente la miró y Cloe pensó que quizá no se había ido tan lejos- Perder no importa si sabes que estás jugando. Eso... eso debes saberlo

El juego de la oca, con su puente, su muerte y sus ocas.

-Qué importa amar si dura tan poco y luego es vacío.

Cloe piensa en su primer amor. Le hizo daño. Luego sí que le quisieron de verdad, pero tampoco fue para tanto.

-Y el juego sigue y tú te quedas ahí mirando cómo saltan los dados, pero ignoras que no pintas nada hasta que le ves a él tirado en el suelo, pálido, vaciando toda su sangre en el suelo, tan rápido. Y esa mirada de incredulidad. ¡Estúpido! ¡Qué asco! Nunca entendió nada, tan bueno, tan perfecto, tan guapo. Vomitivo, como yo...como yo misma cada vez que me miro al espejo. Como ella, que nació de tanta mentira.

-Pero tú eres hermosa- se le escapó a Cloe, que pretendía no decir nada.

Se rio. Se rio tanto que Cloe habría vomitado de miedo de no tener el estómago vacío. La mujer se golpeaba la cabeza contra la pared, era evidente que nada de su persona le importaba ya.

-Perros hambrientos que buscan su hueso entre la hierba,- gritaba- que corren tras las sombras, huyendo de su hambre, arrepentidos de tanta necesidad, vengados a sí mismos de tanta angustia, de tanta valentía, de tanta libertad.-se calmó un poco y también Cloe, que escuchaba sobrecogida sin entender una sola palabra- Perros aprendiendo a ser perros, el dolor es la medida de todas las cosas y nosotros sólo sabemos ponerles nombre y escribir nuestras leyes para no olvidarlas y leer lo que escribimos sólo porque lo hemos escrito nosotros. Nos envenenamos y envenenamos todo lo que nos rodea, hasta destruir las dudas que tanto nos disgustan, para salvar una razón que tanto nos consuela. Somos un paradigma que se hace y deshace, cada vez que se nace y se muere y que nunca es verdad, solo un poco conveniente, un poco creíble. Tan creíble como su cuerpecito rosado, sólo el diablo nos puede castigar de un modo tan reiterado.

Cloe ya se estaba levantando, a punto de salir a pedir ayuda cuando vio que la mujer se le adelantó.

-Él siempre se lo creyó todo- se alisó el traje- Y yo nunca pensé nada, ni siquiera cuando mi cama empezó a oler a desesperación por mucho que yo lavara las sábanas.-cogió su bolso- Y luego el olor a leche, ese perfume dulce y agrio, la fragilidad de sus cabellos. He entregado la costilla que le debía al mundo. Y ahora el mundo me debe a mí, mi muerte.- la mujer se agarra los pechos, los aprieta tanto que Cloe piensa que los va a reventar.- Ella sí era hermosa. Tan perfecta, tan buena, tan blanda.

La mujer se acomodó los cabellos frente al espejo.

Cloe aún permaneció largo rato sentada en la cama, después de que la mujer hubiera salido de la habitación, pensando en la fresca acidez de su manzana.

Texto agregado el 30-03-2015, y leído por 367 visitantes. (14 votos)


Lectores Opinan
01-05-2016 Es un buena historia.Creas dos ambientes y dos emociones ante la vida." Perder no importa si sabes que estás jugando. Eso... eso debes saberlo" Me gusta. justine
07-04-2016 al igual que Vihima entiendo y no entiendo, pero quiero entender y vuelvo a releer... atrapa seroma
25-02-2016 hay algo en este relato de... "Espera un momento" que no sé qué sea aun, pero sé que voy a volver a por otro sorbo Vihima
17-11-2015 jua jua jua jua ¡¡¡es genial!!! dices verdades como puños en un revoloteo de gaviotas dando picotazos al ego....Un abrazoide...SIL. silpivipiapa
08-09-2015 " Somos un paradigma que se hace y deshace..." Y como ésta, muchas frases impactantes de esta maravillosa historia. Enhorabuena. sarnita
24-08-2015 Te acabo de descubrir... me gustó Invierno
03-04-2015 Me ha gustado la historia de Cloe y el modo en que la narraste, 5 estrellas. SerKi
 
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