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¿Falta mucho?

Cuidó de tomar bien la curva. Pese a que el paisaje era de ensueño y el sol brillaba en el agua del río emitiendo hermosos destellos de luz cristalina, Victor se centró en adoptar la máxima precaución para evitar despeñarse por el barranco.
El aire olía a eucalipto y las florecillas silvestres que emergían a un lado y el otro del camino, lucían como puntilla de colores sobre el verde pañuelo de la hierba.
A su lado, con la mirada diezmada por el enojo y la rabia, Olvido, su esposa, farfullía sus maldiciones en voz baja. Estaba enormemente molesta por aquel viaje con destino al infierno, tal y como ella misma lo definía.
A duras penas, Victor logró convencerla para pasar las vacaciones en el pueblo donde él naciera treinta y un años atrás, en una casa blanca de adobe con dos balcones a la plaza y un patio con lujosa sombra de parra y agua de pozo.

-¿Falta mucho?
-Ya conoces el camino, cariño. Cuando menos, hora y cuarto. ¡Ni que fuera la primera vez que visitas el pueblo!
-No será la primera, pero lo que si te aseguro es que será la última.
-Alegra esa cara, amor. ¡Pero si el aire del campo te sienta de vicio!
-Imbécil.

Sofía se recogió el pelo con un pasador y su hermoso cuello perlado de sudor tentó la virilidad de su esposo. Era tan bonita, tan femenina y tan especial que se olvidó de la ofensa y trató de socorrer su enfado con un piropo.

-¡Olé por lo bonita que te parió tu madre, cariño!
-Calla y conduce, imbécil- se restregó la frente con una mano-. ¿Por qué no paras un poco? -bajó el cristal de la ventanilla y sacó el brazo-. ¿No te das cuenta de que me estoy orinando, pedazo de zote? Desde luego tienes más menos luces que una figura de escayola...

Victor se tragó el piropo junto con un poco de saliva amarga.

-En la via de servicio, Olvido. No puedo parar aquí. Es peligroso.
-¡Está bien!- exclamó ella contrariada-. Si me orino encima, será culpa tuya. ¡Y luego no me digas que no te lo advertí! Porque me orino ¿eh? ¡Me orino!

Él pisó el freno para detener el coche junto a la cuneta arbolada. Luego, disfrazó sus labios resecos con una sonrisa de complacencia.

-Date prisa, cariño. No puedo permanecer parado por mucho tiempo aquí.
-Que te den.

No sabía cómo acertar. Su corazón se encogió de miedo y tristeza al imaginar la vida sin ella. Era déspota, fría, ofensiva y autoritaria, pero la quería a morír y era todo cuanto sabía.
Cuando salió de detrás del árbol, el verde de la hierba y la blancura de la flor del espino hicieron que pareciera aún más bella de lo que ya lo era de por si.

-¿Mejor?-preguntó él para poner de nuevo el coche en marcha.
-Vete a freír espárragos.
-Ya sé que no te gusta el pueblo, pero ya que estamos de camino ¿por qué no tratas de relajarte un poco? Si diez dias pasan volando y a fin de cuentas, lo verdaderamente importante es que estemos juntos.

Ella le miró desafiante, señalándole con el índice de forma amenazadora.

-Te lo advierto, capón: deja de decír sandeces o me encargaré de que todas las cotillas del pueblo se enteren de que eres un maldito impotente. ¿Te ha quedado claro o enciendo la luz?

¿Impotente? ¿De qué manga se sacaba aquella acusación? Llevaban dos años casados y hasta el momento, no había tenido motivos para quejarse. Seguro que decía aquello para malherirle, pero él sabía muy bien de qué pie cojeaba y no era precísamente ese del que ella hablaba.

-¿Falta mucho?
-Menos que antes, cariño- apuntó para subir la potencia del aire acondicionado.
-¡Ya podrías pisar un poquito más el acelerador! -protestó-. A este paso, no llegamos ni el año que viene. ¡Con las ganas que tengo de darme un buen baño!
-Eh, buena idea. Si te parece, nada más llegar al pueblo, nos damos un chapuzón en el rio.
-Ni hablar. Ese rio apesta a acuario y me da un asco atroz. ¡Es vomitivo!
-Pero qué exageradas eres, mujer.
-Y tú qué vulgar.

Victor pasó página.

-¿Has visto cómo huele, cariño? A romero, a...
-Recuerda lo que me prometiste.
-No te preocupes, que ya estás tú ahí para recordármelo.
-No escurras el bulto porque conmigo no se juega- le amenazó-. Si no cumples tu palabra, juro que te acordarás de mi.
-No lo olvidaré.
-Más te vale, capón.

Hubo de prometerle ampliar el crédito de la tarjeta para que accediese a venir al pueblo con él. De otra forma, antes se hubiese apagado la luz del sol que volver a poner ella un pie en el pueblo.
De suerte que su trabajo como abogado en la capital de provincias le daba para satisfacer los caprichos compulsivos de su querida esposa, quien gustaba de gastar en vestidos, complementos y maquillaje tanto el disponible de la tarjeta de crédito como de la de débito.
Sabía lo que se le venía encima y se desalentó.
Los mosquitos y Olvido.
Las campanas de la iglesia y Olvido.
Los balidos de las ovejas de Evaristo y Olvido.
El canto de los grillos y Olvido.
El caso era quejarse. Y fastidiarle. Y comprobar que no había cucarachas en los rincones ni arañas trasegando por las paredes del dormitorio.

-Seguro que Amparo nos tiene preparadas unas pastas de esas tan ricas que hace-dijo para animarse a sí mismo-. ¡Tiene una mano para la repostería...!
-Una mano con olor a mierda de vaca- se rió para ofender-. ¡Menudo asco! Todo el santo dia bregando con los malditos animales. Que si las gallinas, que si los cerdos, que si las vacas...-adoptó un gesto de desaprobación-. ¿Y falsa? ¡ La que más! Hazme caso a mi, que tengo muy buen ojo para esas cosas.
-No digas eso, cariño. Amparo es una bellísima persona. Nunca ha dado que hablar de no ser para bien-aprovechando la recta de la carretera, pisó un poco más a fondo el acelerador-. No sé cómo puedes decir esas cosas de ella, Olvido, con lo buena mujer que es.
-Eso lo dice un patán como tú, que también eres de pueblo.

A decir verdad, ya no tenía ganas ni de pastas, ni de rio ni de pueblo. Ahora, lo que realmente quería, era convertirse en una diminuta partícula de polvo y mezclarse con el resto de las diminutas partículas de polvo que conformaban el aire, haciendo de este un aire menos respirable. Pero tenía que conducír y hacer como que las puñaladas verbales que su mujer le profería no eran lo suficientemente humillantes como para sentirse agraviado. Pero lo estaba. Y de hecho, si las emociones sangraran, él haría tiempo que ya habría muerto.

-¿Falta mucho?
-No.
-Me gustaría estirar un poco las piernas- sugirió-. ¡Las tengo adormecidas!
-Ya paramos antes para que orinaras, cariño.
-¡No quiero orinar, estúpido, lo que quiero es estirar un poco las piernas!- le propinó un ligero puñetazo al salpicadero-¿Entiendes la diferencia que existe entre orinar y caminar, imbécil? ¡Que pares te digo!

Olvido era un toro difícil de lidiar. Un toro bravo dispuesto a acabar con su generosa pacienca.

-Está bien. Paro.
-No esperes que te de las gracias por ello, imbécil.

Detuvo el coche y Olvido bajó de él maldiciendo las piedras y hierbajos que se empeñaron en descuajaringarle los tacones.
Victor tamborileó sobre el volante con sus dedos y siguió con la mirada a su mujer, que caminaba sorteando los obstáculos del camino rural.
Victor aprovechó para soltar las lágrimas que se había guardado en los bolsillos y puso el coche en marcha. ¿Y si...?
No. La amaba. ¡Era tan hermosa! Y a la vez tan sumamente cruel, que...
Pisó el acelerador y se perdió carretera adelante. Escrutó por el espejo retrovisor. En él, cada vez más pequeña y lejana, pudo ver a Olvido tratando vanamente de darle alcance, pero Víctor no retrocedió.
Cuando llegó al pueblo, se dio un buen chapuzón en el río.





















Texto agregado el 09-04-2015, y leído por 168 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
13-04-2015 Me gustó tu cuento. Aunque creo que Olvido se merece un final que vaya a la par con su maldad.. Un abrazo, sheisan
09-04-2015 Ahora entiendo por que hay uxoricidios.Un Abrazo. gafer
 
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