Acurrucados los dos en medio de esa naturaleza que los devoraba, trenzaban sus historias a veces con palabras, otras en silencio. 
 
Micaela olvidaba su vida terrenal, con los brazos extendidos  se entregaba por completo al murmullo del viento, se daba el trabajo de  escuchar con  mucha atención a las hojas de los árboles. El vaivén de esas hojas le producía una sonrisa inconmensurable, difícil de describir. Se sentía libre, ligera y feliz, a diferencia de cuando estaba en la ciudad, esta  le producía un profundo tedio. Era una antisocial declarada, ya en muchas ocasiones  le había traído más de un problema en su vida. Solo Adrián la comprendía, nunca la juzgaba, aceptaba sin condiciones esa amistad tan rara. 
 
Él la contemplaba ahora con una mirada tímida temiendo que sus largos cabellos pasaran a convertirse en las mismas raíces de los  árboles  del cual se apoyaban a veces. Sin perturbar su meditación la atrajo  suavemente hacia él, sus cuerpos juntos producían una unidad armoniosa entre el universo. Estaban tan cerca el uno del otro que ella sintió palpitar un corazón foráneo al suyo. Le gustaba ese latir, le era tan musical, la despertaba de a pocos, desprendiéndose de una abstracción de milenios .Decidió por fin  despertarse  por completo. Sus ojos se encontraron con los de él, las palabras estorbaban y las sonrisas entre ellos eran de a miles. Solo por algunos instantes dejaba de mirarlo, esto sucedía cuando una idea  atravesaba como saeta de luz, directo a sus remordimientos. Pero felizmente se disipaba rápidamente, era ese olor venido de él que la tranquilizaba y calmaba sus aullidos ancestrales. Eran solo dos almas huérfanas en busca de algo de pasión en sus vidas, sin uniones en el futuro. Cuando Micaela se disponía a dar un nuevo viaje a sus pensamientos le habló. 
 
- Micaela despierta, despierta… 
 
-No por favor, déjame estar así. Me siento muy bien sintiendo tu respiración tan suave, es un arrullo para mis penas. Me hace sentir tanta paz. 
 
Él la dejaba otro rato estar así,  pegada a su pecho. El silencio solo era un acompañante más al que no se le tenía miedo. Allá arriba las nubes navegaban y se acomodaban conforme a los sueños de los dos.  El tiempo no se entrometía en su espacio, vagaba hacia otras regiones siderales.  La palidez mortal de Adrián se contraponía a la oscuridad de ella. En ese puente de absoluta quietud la mano de Micaela poso directamente en su cara, se sentía tan cálido, se veía tan maternal, sin pensarlo ella  le dio un beso inmaculado en la frente. Sellando un secreto a medio descubrir. 
 
ÉL la atrajo una vez más, besándola primero en la frente, luego de una pausa, le dio  en los ojos y cayó  en un  beso ligero en  su boca entreabierta, poco a poco sus lenguas saciaban lo prohibido y lo recién descubierto. Como si fuera un experto alfarero, sus manos se refugiaron en su cintura, modelándola con sus caricias. Ella caía en el infinito, sintiendo todas las estrellas brillar en su estómago.  
 
Era un beso placentero, sin complicaciones donde sus espíritus conjugaban con la soledad. Sabía que Adrián no le provocaba ninguna malicia como en otros siglos, la lujuria la atormentaba besando a otras bocas. Después de ese beso que duro muchas ficciones por contar, ella explotó en  lágrimas que le quemaban como cera ardiente el rostro. 
 
-Ya no quiero que me sueltes, eres él único que sabe quién soy realmente, no me dejes volver con esos. Los aborrezco. Odio sus costumbres, su forma de vivir, de pensar.  Mi tiempo se está terminando y no quiero volver. 
 
Como respuesta la abrazó con todas sus fuerzas pero temiendo que se convirtiera en ceniza con lo frágil que la vio, la soltó. Ahora él la acompañaba llorando, ambos parecían tan desprotegidos. Ni las luciérnagas trayendo la noche lograron calmarla, allá arriba entre las ramas de un árbol el pájaro maldito sin nombre la miraba inquisitoriamente. Micaela no dijo ninguna palabra más, miro al suelo, le dio la espalda y corrió, corrió como un animal endemoniado y herido , por cada pisada había una flor  aplastada. Él no la  siguió se quedó en un letargo silencioso.   
 
Sabía que saliendo de ese espacio, sus vidas jamás  se unirían, jamás serían enamorados ante sus amigos,  jamás saldrían a la calle tomados de la mano, jamás se volverían a besar, jamás serían nada.  
 
Ahora en mis recuerdos solo logro rescatar un dolor profundo; pero casi ya no lo siento me ha acostumbrado a vivir con él desde los tiempos inmemoriales. 
  
  
  
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