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Inicio / Cuenteros Locales / Keiji / 798) Extraño pedimento. (Primera parte)

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Cierto día que estaba trabajando, se me acercó un médico ginecólogo que según me recordaba, y me preguntó mi nombre, asentí y me presenté. Le dije que estaba a sus órdenes y empezamos sin mayor preámbulo una extraña conversación, tratándose de dos casi completos desconocidos. En resumidas cuentas, el doctor me pidió fuera el amante de su esposa.

Ella era una mujer joven y muy atractiva; él notó incluso antes que yo, el cómo me miraba, y estaba convencido de que prefería permitirle dejar que tuviera en mí a un amante, a que ella, aburrida por su falta de libido y fortaleza sexual, lo dejase. Él, un hombre mayor con la vida económica resuelta, había conocido a su segunda y actual esposa, poco después de enviudar de su primer matrimonio. Brevemente me platicó cómo conoció a su joven esposa, pues era maestra de uno de sus ya adolescentes hijos, los cuales tras la muerte de su madre, se mudaron a vivir con su abuela que por cierto estaba mal de salud y viva en el extranjero.

Al ausentarse su hijo mayor de la universidad a la cual asistía, el médico fue a aclarar asuntos relacionados con los estudios de su primogénito, y entonces fue ahí donde conoció a la maestra que le impartía una materia aún inconclusa. Le contó del fallecimiento de la madre de sus hijos, disculpando al mayor de los tres de sus futuras ausencias, en vista del precario estado de salud de su abuela materna, que tras enterarse del fallecimiento de su única hija, cayó en una terrible depresión.

Un día en el que tuve la ocasión de impartir un curso en la universidad donde trabajara la esposa del doctor, fue que tuve a bien conocerles a ambos. Iban caminando, ella tomada del brazo de él, como una hija con su padre (y ciertamente fue esa mi primera impresión) al momento que nos presentaron. Intercambiamos algunas miradas donde no pude disimular mi impresión ante la belleza de la mujer, pero en mi habitual distracción evité repetidamente el peso de sus ojos, pues sentí que me ruborizaría de mantener un contacto visual sostenido, y me di a la tarea de seguir con la conversación que habíamos empezado tras nuestra breve presentación. Me invitaron nuevamente a asistir a dar una plática y un taller de capacitación para alumnos interesados y gustoso acepté, lo cual aseguró mi visita frecuente a esa universidad, al menos de modo inmediato.

No volví a verlos juntos hasta después de que me encontrara nuevamente con la pareja, momentos antes de mi ya citado, extraño pedimento inicial. Saludé brevemente y me despedí de la pareja, pero el médico no quitaba la mirada de mi, y me despedí para continuar con mis asuntos. Al salir del taller que impartí, fue cuando de modo imprevisto, me abordó el doctor preguntando mi nombre, el cual había indagado, porque seguramente ya no lo recordara debido a la divertida extrañeza que mostraba su rostro, amable y formal a un tiempo.

Brevemente me explicó su situación, viudo recién, conoció a la maestra de uno de sus hijos y tras corto trato, comenzaron a salir, pretextando aclarar puntos referentes a la educación de su primer hijo varón, poco a poco ella fue mostrando más empatía y según lo relataba el médico, surgió entre ellos un cariño fraternal, como de parientes cercanos, o víctimas del mismo mal. A los dos meses de trato, decidieron casarse por solicitud de él, que pretextando la edad que llevara encima, dijo no tendría tiempo para cortejos más extendidos. Ella, que se había encariñado con la compañía del señor, accedió tierna y prontamente.

Al parecer las cosas no funcionaron como ellos esperaban. Poco tiempo después de comenzar a vivir juntos en la casa de él, se mudaron a cuartos separados, dado que ella lloraba por las noches y el médico que casi nunca estaba, roncaba mucho... Él no entendía la tristeza de su esposa, y ella nunca le decía nada, sólo se limitaba a sonreír tristemente y a ofrecer disculpas, prometiendo no lo haría más, lo cual por cierto nunca pasaba y ella casi todas las noches, lloraba un poco y en silencio. El doctor, que después del trabajo se iba habitualmente a un casino, llegaba (cuando lo hacia) a casa rendido y con ganas solamente de dormir para descansar un poco; eso según me relatara, era lo que pensaba él, estaba llevando su nuevo matrimonio a un inminente fracaso.

El médico no contaba ya con la energía que su nueva esposa, sin decirlo, le demandara. Y ella no estaba habituada como él, a asistir casi cada tarde o noche, a darle de comer monedas a las máquinas y juegos de azar, lo cual por cierto consideraba un despilfarro y pérdida de tiempo. Ella prefería estar en casa después de la oficina y la docencia, y leer un poco o mirar algún programa nocturno de cocina, que si bien le gustaba mucho, reconocía era su principal debilidad, ya que nunca se había dado el tiempo de estudiar y practicar por estar sumida en sus materias hasta antes de licenciarse, y después, debido al trabajo.

Interesado en mis servicios, el médico me preguntó si daba cursos de capacitación o clases a domicilio, y sabiendo del gusto de su esposa por la gastronomía, me invitó a que tomásemos un café para seguir conversando al respecto. Fuimos a la cafetería de la universidad y de inmediato siguió abordando el tema de nuestra conversación. Continuamos platicando durante la menos un par de horas más, y para mi extrañeza, el doctor tenía pires de finiquitar el asunto a la brevedad.

-Mire- me dijo con semblante serio pero amigable. -Seré muy franco al respecto, no me gusta andar por las ramas. Me interesa que le de algunas clases a domicilio a mi joven esposa, seguro la recuerda. Pero no nada más eso, quiero que le haga usted compañía y si ella así lo desea, se convierta usted, con mi previa autorización y consentimiento, en su amante.-

-¿Disculpe?- pregunté extrañado y sorprendido, pero de inmediato me interrumpió para continuar con su punto a modo de soliloquio más que monólogo.
-Permítame... Noté cómo se miraron la vez que nos presentaron y pude percatarme de cómo usted, ruborizado pero respetuoso, trató de desviar su atención de mi bella esposa, sin embargo y muy a mi pesar inicial, me percaté también del cambio de humor de mi querida esposa. Yo no puedo hacerla más feliz de lo que la hizo usted aquella tarde, de verdad se lo digo, y le confieso que me puse celoso. Llegando a casa, se cambió de ropa y seguía con ese semblante alegre que le produjo su encuentro, supongo que saberse admirada y bella, le sentó de maravilla. Tanto así, que durmió en mi habitación como desde hace mucho no hacíamos, y si bien no pasó nada más, esa noche me abrazó un rato y al darse la vuelta para dormir, me besó en la mejilla y no lloró más. Hasta creo que sus ojos brillaron un poco ese día, y una sonrisa iluminó su rostro esa misma noche.-

-Entiendo, pero disculpe... ¿Me está pidiendo que sea el amante de su esposa?-

-Así es, si ella así lo desea. Nada me alegraría más, que verla feliz, como yo sé (que por mas que lo quiera) no puedo hacerla. No espero que lo entienda, pero creo que esta conmigo por un cariño que se le parece mucho a la pena y lástima. No digo que no me quiera, pero siendo honestos, ella necesita algo o de alguien mas, y estoy cierto puede ser usted. ¿Qué le parece?-

-La verdad, me tiene sorprendido. No sé qué decirle.- Respondí casi consternado.

-Desde luego esto no puede saberlo ella, sólo estoy adelantándome un poco, acaso lo suficiente. Este viejo lobo de mar, a estas alturas del partido, pocas veces se equivoca. Le propongo lo siguiente: vaya a casa a darle uno o dos cursos, y si las cosas se van dando como estoy seguro de que será, tiene mi consentimiento de hacerla feliz. Pero cuidado, porque si la lastima, sabré que fue usted y no tendré reparo alguno en contactarlo nuevamente por medio de algún conocido... ¿Me estoy explicando? Sólo le pido que la haga feliz, no que lo vea como un negocio o convenio lucrativo. Obviamente cubriré todos los gastos en lo que refiere a sus honorarios y los gastos que todo esto genere, por ello no tenga apuro alguno. Le suplico discreción y madurez, profesionalismo vaya, en todo esto. Ahora si... ¿Qué opinión tiene al respecto?-

-Pues... Más allá del asombro inicial, creo que entiendo su punto. Es una mujer muy bella y siendo franco, no negaré lo que usted ya sabe. Sin embargo, considero que esto es un asunto que no se puede tratar con ligereza. Cualquiera se sentiría interesado y sobre todo halagado ante tal propuesta, pero no es algo tan simple como decir, acepto un trabajo.-


-Lo entiendo, sé cual es su postura. Y agradezco que se tome en serio mi propuesta, alguien más me tildaría de loco. Algún día estará usted en mi lugar, y espero me entienda por completo si es que no lo ha hecho ya. Pero bueno... Lo dejo pensarlo y aquí tiene el número telefónico de la casa, yo le diré a mi esposa que le he contratado unos cursos personalizados y estará encantada. Vaya el día de pasado mañana por la tarde, a partir de las seis que llega ella de sus clases aquí en la universidad. Lo demás, lo dejo en sus manos confiando en su discreción. Si no se presenta, entenderé que ha denegado mi propuesta y ahí quedará todo, sin embargo le pido encarecidamente que esto quede entre nosotros como un trato entre caballeros. Por cierto, si acepta, ya verá usted más adelante, el momento justo de decirle la verdad a mi esposa, confío en su buen juicio y criterio.-

Así, y sin dar tiempo a que dijese nada más, me entregó su tarjeta con la dirección de su domicilio anotada al reverso. Dio la vuelta y se fue sonriendo, mientras agitaba la mano brevemente. Con paso lento bajó unas escaleras y se perdió de mi mirada tras la puerta de una oficina llena de gente. Yo, aún en mi asombro, me quedé con la tarjeta en mis manos y la coloqué en el bolsillo trasero del pantalón, mientras me repasaba la frente con la mano nerviosa. Sin saber por qué, sonreí de pronto y me encaminé a recoger mis cosas. Ya en el coche, seguía con una estúpida sonrisa en el rostro, que no permitía ocultar mi sorpresa, aún incrédulo de todo cuanto había escuchado.

Las clases iniciaron a los dos días, donde sólo telefonee un par de veces para confirmar la cita y la temática a abordar en las clases. Iniciaríamos con algunas cosas simples y preguntas de diagnóstico. Lo demás, ya el tiempo lo diría. Me dispuse a llevar cuanto fuera necesario y así empezó mi aventura culinaria dando clases particulares a domicilio a aquella hermosa mujer...

Continuará...

Texto agregado el 15-04-2015, y leído por 95 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
15-04-2015 Definitivamente tu maravilloso relato me atrapo.Espero ansioso su continuacion.Un Abrazo. Gafer
 
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