| El cielo es otra cosa
 -Me pregunto si es tan malo como dicen. ¡Tengo tanta curiosidad!
 -Ten cuidado, que la curiosidad mató al gato.
 -Descuida, que no haré para que me larguen. Es solo que los reinsertados opinan que aquello es el mismísimo infierno. A veces pienso...¿y si me salto un poco la ley? Un poco, solo un poco. Lo suficiente como para que me condenen y poder vivír en mis carnes todo lo que se comenta.
 -¿Ah, si? ¿Y qué harías?
 -Robar o pegarle un palo a alguien. Quizás romperle la cara a Marcelo o raptar a la mujer de Arturo, que dicho sea de paso, está de pan y moja. Tú fíjate, dos añitos de libertad no me los quitaría nadie.
 -No dices más que tonterías, Javier.
 
 El desabrido grifo escupe gotas distraidas que se estampan contra el seno de la pila.
 
 -Lo malo es que no tengo agallas para eso, Luis. Soy bastante cobarde.
 -Quita ya, que de cobarde nada. Lo que eres es muy decente.
 -Si. Todos los que estamos aquí lo somos, pero no me cuadra mucho eso de que la libertad sea sólo para los delincuentes y los malhechores. A mi modesto entender, son ellos los que deberían de estar aquí en la cárcel y nosotros, en la calle. Es bastante absurdo...¿no te parece?
 -No. Los que infringen la ley tienen que estar en un sitio y los que la cumplimos, en otro. Es lo más normal del mundo, Javier.
 -Si, pero repito que los malos aquí y los buenos, allí. El escenario es lo que falla.
 
 El reflejo vertical de los viejos barrotes resbala sobre el rostro compungido de Javier. A poco, se apagan las luces, aterrizan las moscas y Rosario le tacha un día al calendario.
 Una voz maculina procedente del otro extremo del pasillo ordena con rotundidad el final del día.
 
 -Bueno, al menos dormimos tranquilos. Estamos encerrados, si, pero no nos falta de nada.
 -La libertad que tienen ellos. Y la calle...¿cómo será la calle, Luis?
 -Según los reinsertados, un infierno.
 -¿Entonces debo suponer que esto es el cielo?
 -Qué va. El cielo es otra cosa.
 
 
 
 
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