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Inicio / Cuenteros Locales / gcarvajal / EL LADO OSCURO DEL AMOR - Capitulo X

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Para ese entonces Horacio había puesto cierta distancia entre él y Daniel, pues estaba cansado de la forma despectiva en que lo trataba su amigo y del permanente menosprecio con que criticaba no solo sus ideas sino también sus comportamientos y ya no soportaba sus juegos manipuladores y su arrogancia.
La actitud beligerante que Daniel tenía hacia Horacio había ido en aumento en los últimos tiempos y este lo había estado tolerando con estoicismo, pero sabía que como solía decir su mamá: «Tanto va el cántaro al río, que al fin se rompe», que su cántaro ya no soportaba más.
Durante mucho tiempo estuvo ejercitando la tolerancia, pero sentía que ya no podía resistir más. Trataba de evitar al amigo cuando le era posible, pero esa noche se encontraron a boca de jarro en la puerta de su casa, cuando Daniel fue a buscarlo y no le quedó más remedio que aceptar acompañarlo a devolver unos libros que le había prestado una compañera.
Cuando Horacio aceptó caminar con Daniel para devolver esos libros, no tenía la menor intención de decirle que había tomado la decisión de alejarse del él, pero en la medida en que avanzaban por las frías calles y Daniel hablaba de cosas sin importancia, Horacio guardaba silencio e iba ratificando que no se había equivocado al distanciarse de él y conforme seguía hablando y proyectándose como era, en Horacio empezaba a bullir a fuego lento ese rechazo en que se había transformado la admiración que alguna vez sintió por su amigo, al punto de que cada frase que Daniel decía era pasada por un filtro de censura que no hacía otra cosa que aumentar el enfado que estaba sintiendo.
En una tregua del monólogo de Daniel, Horacio le preguntó por qué él era una persona que siempre sospechaba y dudaba de todo y de todos, dando la impresión de que las personas siempre eran culpables hasta que se demostrara lo contrario, mientras que él mismo prefería partir de un principio de credibilidad, a lo cual solo respondió Daniel: -Piensa mal y acertarás-.
Cuando finalmente llegaron a la casa de la compañera de Daniel, éste no perdió la oportunidad de lucirse frente a la muchacha, quien no se preocupaba por ocultar la atracción que sentía hacia él, mientras los dos amigos aceptaban la invitación de entrar a la casa a tomarse un tinto caliente.
Lo que finalmente desbordó la copa de Horacio fue la forma descarada en que Daniel la humilló, cuando le dijo que si no fuera tan gordita, quizás aceptaría sus devaneos.
Horacio no pudo disimular la incomodidad que sintió por la grosería de su amigo y se disculpó sin tener por qué frente a la chica, que estaba acostumbrada a ser tratada de esa forma por Daniel y terminó de manera abrupta la visita levantándose de la silla y conminando al descortés amigo para que se fueran inmediatamente.
Una vez en la calle Daniel trató de tranquilizar a Horacio diciéndole que no tenía por qué molestarse, que esa muchacha era una ofrecida y que no valía la pena y entonces Horacio no resistió más.
Explotó como una caldera de presión y le gritó a Daniel que cómo podía ser tan inconsciente y tan arrogante, que nadie tenía el derecho de hacer sentir así a otra persona, que se avergonzaba de ser su amigo y de una sola pitada dejó salir todo su resentimiento y enojo y con toda la fuerza de esa presión acumulada empezó a gritarle que era un desconsiderado, engreído, indigno, presuntuoso, mezquino, canalla, aprovechado, petulante, miserable, vanidoso, malvado, sinvergüenza, cobarde, despreciable, retorcido, perverso, cruel, infame, desalmado, maldito y que le deseaba que se muriera de lepra.
Daniel no podía creer todo lo que Horacio le estaba diciendo y el mismo Horacio no podía dar crédito a una reacción totalmente impredecible en él, pero cuando terminó se sintió liberado y emprendió el regreso hacia su casa, dejando solo a Daniel, quien no se recuperaba de la sorpresa, por una reacción que consideraba fuera de lugar, pero en su mente quedó atormentándolo la última frase de Horacio, pues el deseo de su amigo no solo mencionaba una incurable enfermedad que conducía gradualmente al aislamiento social, sino que además poco a poco destruía la apariencia de los que la padecían, colocándolos en una situación cada vez más vergonzante.
Al llegar a su casa, Horacio se encerró en su habitación, se sentó en la cama y se cogió la cabeza con las dos manos crispadas en los cabellos de las sienes y lloró con amargura la pérdida del amigo, como llora un padre la pérdida de un hijo y creyó que esa simbólica rasgadura de vestiduras lo liberaría del demonio en que se había convertido Daniel en su vida, aunque no fue así.
Por mucho tiempo ese demonio lo acompañó de día y de noche, a donde quiera que estuviese, como un eco de conciencia retumbante que no le permitía ser él mismo.
Pese a que no lo volvió a ver jamás, solo cuando se enteró años más tarde que Daniel había muerto en un trágico accidente, pudo enterrar para siempre su fantasma y romper todas las ataduras que hasta ese día habían hecho de su existencia algo insignificante y sentirse libre después del exorcismo que esa noticia le permitió hacerse y así, libre al fin, un día sin que nadie lo notara, abandonó su casa con un pequeño maletín con dos mudas de ropa y el corazón lleno de sueños en busca de aventones que lo ayudaran a encontrar el camino hacia Gabón.

Texto agregado el 04-05-2015, y leído por 116 visitantes. (5 votos)


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